Internacional
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El Gulag de Estados Unidos
Thomas Wilner
El campo de prisioneros de Estados Unidos en la Bahía de Guantánamo está en
el extremo sudeste de Cuba, una franja de tierra que los Estados Unidos
mantienen ocupada desde 1903. Hace tiempo estaba irrigada por los lagos del otro
lado de la Isla, pero el gobierno del Presidente Fidel Castro le cortó hace años
el suministro de agua. Así, hoy en día, Guantánamo produce su propia agua en una
planta de desalación del agua. El agua tiene un color amarillento
característico. Todos los estadounidenses beben agua embotellada importada por
aviones. Hasta hace poco, los prisioneros tomaban el agua amarilla.
La prisión está frente al mar, pero los prisioneros no pueden contemplar el
océano. Las torres de los guardias y las luces del estadio cubren todo el
perímetro. En mi última visita, fuimos escoltados por guardias militares jóvenes
y solemnes cuyas placas de identificación en sus camisas estaban tapadas con
cinta adhesiva para que los prisioneros no pudieran identificarlos.
Muy pocas personas ajenas son autorizadas a ver a los prisioneros. El gobierno
ha organizado algunos viajes cuidadosamente controlados por los medios de
comunicación y los miembros del Congreso, pero en repetidas ocasiones se han
negado a permitir que estos visitantes, representantes de las Naciones Unidas,
grupos de derechos humanos o médicos y psiquiatras no militares se encuentren o
hablen con los prisioneros. Hasta ahora, los únicos de afuera que lo han hecho
son los representantes del Comité Internacional de la Cruz Roja, a quienes les
está prohibido por sus propias normas revelar lo que han visto, y los abogados
de los prisioneros.
Yo soy uno de esos abogados. Represento a seis prisioneros kuwaitíes, cada uno
de los cuales actualmente ya ha pasado casi cuatro años en Guantánamo. A mí me
tomó dos años y medio (2 ½) lograr acceso a mis clientes, pero ya he visitado el
campo de prisión 11 veces en los últimos 14 meses. Lo que he presenciado es un
cruel y espeluznante infierno de hormigón y alambres de púas que se ha
convertido en la pesadilla diaria de las casi 500 personas barridas después del
11/9, quienes han estado en prisión sin cargos ni juicio durante más de cuatro
años. Es verdaderamente nuestro GULAG de Estados Unidos.
En mi viaje más reciente hace tres semanas, después de firmar una planilla de
entrada y someter a revisión nuestro equipaje, mis colegas y yo fuimos
conducidos a través de dos grandes cercas metálicas hacia el interior del campo
de prisioneros.
Entrevistamos a nuestros clientes en Camp Echo, uno de los varios campos donde
se interroga a los prisioneros. Entramos a una sala de aproximadamente 13 pies
cuadrados y dividida a la mitad por un enrejado de acero grueso. De un lado
había una mesa donde el prisionero se sentaría para nuestras entrevistas, sus
pies encadenados a un ojete de acero cementado al piso. Del otro lado había una
ducha y una celda como en las que comúnmente se confina a los prisioneros. En
las celdas, los prisioneros duermen en repisas metálicas contra la pared, y a
los lados se encuentran la taza de baño y el lavamanos. Se les permite un fino
colchón de espuma y una almohada de algodón gris.
Los expedientes del Pentágono sobre los seis prisioneros kuwaitíes que
representamos revelan que ninguno fue capturado en el campo de batalla ni
acusado de participar en actividades hostiles contra los Estados Unidos. Los
prisioneros afirman que ellos habían sido detenidos por los caudillos
paquistaníes y afganos y fueron entregados a Estados Unidos por recompensas que
oscilan entre 5 000 y 25 000 dólares – afirmación que fue confirmada por los
informes de la prensa estadounidense. Hemos obtenido copias de los panfletos de
recompensa distribuidos en Afganistán y Pakistán por las fuerzas estadounidenses
que prometían recompensas – "suficientes para alimentar a su familia toda la
vida" – por cualquier "terrorista árabe" que les entregaran.
Los expedientes contienen solamente endebles acusaciones o habladurías que
cualquier tribunal desestimaría. El expediente de uno de los prisioneros
señalaba que había sido visto hablando con dos sospechosos de ser miembros de Al
Qaeda en el mismo día – en lugares que están a miles de millas de distancia. La
"evidencia" fundamental contra otro era que, cuando fue capturado, usaba un
reloj Casio particular, "que muchos terroristas usan". Curiosamente, el mismo
reloj lo estaba usando un capellán militar estadounidense, musulmán, en
Guantánamo.
Cuando me encontré por primera vez con mis clientes, ellos no habían visto ni
hablado con sus familiares desde hacía más de tres años, y habían sido
interrogados cientos de veces. Varios de ellos sospechaban de nosotros; me
dijeron que habían sido interrogados por personas que afirmaban que eran sus
abogados, pero resultó que no lo eran. De modo que llevamos un DVD donde sus
familiares les dijeron quiénes éramos y que podían confiar en nosotros. Varios
de ellos lloraron al ver a sus familiares por primera vez después de años. Uno
se había convertido en padre después de ser detenido y nunca había visto a su
hijo. Uno observó que su padre no estaba en el DVD, y tuvimos que decirle que su
padre había fallecido.
La mayoría de los prisioneros están apartados, aunque algunos pueden comunicarse
a través de la cerca metálica o paredes de hormigón que separan sus celdas.
Ellos hacen ejercicios solos, algunos sólo de noche. No vieron la luz del sol
durante meses – una táctica especialmente cruel en un clima tropical. Un
prisionero me dijo: "En los últimos tres años, he pasado casi todo y el tiempo y
he comido cada comida en esta pequeña celda que es mi baño". Aparte del Corán,
los prisioneros no tienen nada que leer. Como resultado de nuestras protestas, a
algunos se les han dado libros.
Cada prisionero que he entrevistado afirma que han sido golpeados duramente y
sometidos a un tratamiento que los estadounidenses sólo podrían calificar de
tortura, desde el primer día de cautiverio estadounidense en Pakistán y en
Afganistán. Dijeron que fueron colgados por las muñecas y golpeados, colgados
por los tobillos y golpeados, los dejaron desnudos y tuvieron que pasar por
delante de las guardias mujeres, y les aplicaron choques eléctricos. Por lo
menos tres afirmaron haber sido golpeados de nuevo después de llegar a
Guantánamo. Uno de mis clientes, Fayiz Al Kandari, actualmente de 27 años, dijo
que le habían roto las costillas durante un interrogatorio en Pakistán. Yo sentí
la hendidura en sus costillas. "Golpéenme todo lo que quieran, pero denme una
vista ante un tribunal", dice que le dijo a sus interrogadores.
Otro prisionero, Fawzi Al Odah, de 25 años, es maestro quien partió de Ciudad
Kuwait en 2001 para trabajar en las escuelas de Afganistán, entonces
paquistaníes. Después del 11/9, él y otros cuatro kuwaitíes fueron invitados a
una cena por el líder tribal paquistaní y luego fueron vendidos por él y puestos
en cautiverio, según sus relatos, que luego fueron confirmados por Newsweek y
ABC News.
El 8 de agosto de 2005, Fawzi, desesperado, inició una huelga de hambre para
reafirmar su inocencia y protestar porque había estado prisionero durante cuatro
años sin cargos. Dijo que quería defenderse contra sus acusaciones o morir. Me
dijo que había escuchado que congresistas estadounidenses habían regresado de
los recorridos por Guantánamo diciendo que era un lugar de descanso caribeño con
muy buena comida. "Si yo como, apruebo esas mentiras", dijo Fawzi.
A finales de agosto, después que Fawzi se desmayó en su celda, los guardias
comenzaron a alimentarlo a la fuerza a través de tubos que le pasaban por la
nariz hasta el estómago. Al principio, le introducían los tubos cada vez que lo
alimentaban y después se los retiraban. Fawzi me dijo que eso era muy doloroso.
Cuando trató de sacarse los tubos, lo amarraron con una correa a la camilla
mientras muchos guardias le aguantaban la cabeza, lo que fue todavía más
doloroso.
Hacia mediados de septiembre, la alimentación forzosa se tornó más humana. Le
dejaban puestos los tubos de alimentación y le bombeaban la fórmula. Sin
embargo, cuando vi a Fawzi, le sobresalía un tubo de la nariz. Le caían gotas de
sangre mientras hablaba. Se las limpiaba con una servilleta.
Solicitamos la historia clínica de Fawzi para poder vigilar su peso y su salud.
Denegado. La única forma de poder saber cómo estaba Fawzi era visitándolo cada
mes, lo cual hicimos. Cuando lo visitamos en noviembre, su peso había bajado de
140 a 98 libras. Los especialistas en alimentación integral nos dijeron que el
continuo descenso del peso y otros síntomas indicaban que la alimentación estaba
siendo realizada de manera incompetente. Solicitamos que Fawzi fuera transferido
a un hospital. De nuevo, el gobierno se negó.
Cuando vimos a Fawzi en diciembre, su peso se había estabilizado en 110 libras
aproximadamente. Le habían cambiado las fórmulas y la alimentación forzosa la
estaba dirigiendo el personal médico y no los guardias.
Cuando me encontré con Fawzi hace tres semanas, le habían desentubado la nariz.
Le dije que estaba muy agradecido de que al cabo de cinco meses hubiese
terminado su huelga de hambre. Me miró con tristeza y dijo: "Nos torturaron para
que paráramos". Al principio, dijo, lo castigaron privándolo de sus
"comodidades" una por una: su frazada, su toalla, sus pantalones, sus zapatos.
Después lo aislaron. Cuando esto no logró persuadirlo para que pusiera fin a la
huelga de hambre, dijo, el 9 de enero se le presentó un oficial para anunciarle
que todo detenido que se negara a comer iría a "la silla". El oficial le
advirtió que los prisioneros recalcitrantes serían amarrados con cuerda en un
aparato metálico que les halaba la cabeza hacia atrás, y que les meterían y
sacarían los tubos a la fuerza en cada alimentación. "Vamos a romper esta huelga
de hambre", le dijo el oficial.
Fawzi dijo que escuchó al prisionero de al lado gritándole y diciéndole que
dejara la huelga. Él decidió que no iba a "estar en huelga para ser torturado".
Dijo que los que continuaron en la huelga de hambre no sólo fueron amarrados en
"la silla", sino que los dejaron allí durante horas; él cree que los guardias no
sólo los alimentaban con nutrientes sino también les introducían diuréticos y
laxantes para hacer que se defecaran y orinaran en la silla.
En menos de dos semanas con este tratamiento, se acabó la huelga. De los más de
80 huelguistas que había a finales de diciembre, Fawzi dijo que solamente
quedaban tres o cuatro. Sin embargo, como resultado de la huelga, los
prisioneros ahora reciben una exigua ración de agua embotellada.
Fawzi dijo que comer era el único aspecto de la vida en Guantánamo que él podía
controlar; obligarlo a poner fin a la huelga de hambre lo privó del último
recurso que tenía para protestar por su injusto encarcelamiento. Dice que ahora
se siente "desesperado".
El gobierno continúa negando que exista alguna injusticia en Guantánamo. Pero yo
sé la verdad.
Thomas Wilner es socio de la Shearman & Sterling, que ha estado representando a
los prisioneros kuwaitíes en Guantánamo desde principios de 2002.
Traducido por Cubadebate