Internacional
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El fracaso de Bush
Juan Francisco Martín Seco
La Estrella Digital
Hay quien dice que Maquiavelo no fue lo suficientemente maquiavélico puesto que
escribió El príncipe. Un maquiavelismo confesado se anula a sí mismo. El
oportunismo político debe escudarse en la moral y disfrazar sus intereses de
actos virtuosos. Es por eso por lo que los discursos políticos suenan a falsos
con tanta frecuencia. Nadie manifestará sus verdaderas intenciones. El disimulo
y la hipocresía suelen ser inherentes al príncipe y le ayudan sin duda en su
acción de gobierno. Hay incluso quien, como Ortega, ha querido ver la necesidad
de una doble moral; al político, a Mirabeau, no le es aplicable la tabla de
valores que rigen para el hombre común, él se conduce por otras leyes enmarcadas
como única virtud en la magnanimidad y en los resultados. La razón de Estado, el
principio de que el fin justifica los medios, se hace axioma teórico en
pensadores como Mosca y Pareto e informa la conducta de la actuación política en
todos los campos, pero muy especialmente en el orden internacional.
El presidente Bush ha encarnado perfectamente esta doble moral. Escudado en un
discurso pietista y puritano en el que Dios, la libertad y la democracia se
tomaban como baluartes, ha llegado a acometer las acciones más deplorables. Sus
actuaciones se revestían de cruzada con la pretensión de combatir al eje del
mal, pero al igual que en las de la Edad Media, el mal acompañaba y anidaba
también en las filas de los cruzados. Son de sobra conocidas las atrocidades
cometidas tanto en Afganistán como en Iraq por los ejércitos americano y
británico: bombardeos y masacres de las poblaciones civiles, detenciones
ilegales violando todas las convenciones y acuerdos internacionales, torturas y
asesinatos, desprecio absoluto de cualquier garantía jurídica, prisiones
ocultas, el terrorismo de Estado más flagrante en suma. A pesar de la férrea
censura y las presiones de todo tipo ejercidas por el Gobierno americano, las
escenas de horror han saltado a las pantallas televisivas del mundo entero y a
todos los periódicos. Ya se ha filmado la primera película, y no será la última,
en la que se cuenta con dureza y al desnudo esta tragedia. Hasta la ONU,
condicionada, como se sabe, por las grandes potencias y en especial por EEUU, ha
tenido que reconocer y condenar esa atrocidad que es Guantánamo.
El veredicto sobre los medios empleados no puede ser más que profundamente
negativo. Pero sin duda habrá quien intente resucitar esa vieja doctrina del
realismo político y acuda a los fines para exculpar al presidente americano.
Pues bien, aun aceptando hipotéticamente la razón de Estado, el balance de la
Administración Bush es de absoluto fracaso. Ni uno solo de los fines, bien sean
explícitos o vergonzosamente acallados, se ha cumplido. A estas alturas de la
película se conoce perfectamente el chasco que la operación ha representado.
En los momentos actuales, ya nadie cree que Sadam Husein dispusiera de armas de
destrucción masiva ni que constituyese un verdadero peligro para la humanidad.
Es evidente que, de existir terroristas en Iraq, su número después de la guerra
se ha elevado a la enésima potencia. La amenaza terrorista también se ha
acrecentado; así se deduce de una encuesta realizada por la BBC en 35 países. Lo
piensa el 81% de los italianos, el 80% de los alemanes, el 79% de los españoles,
el 77% de los británicos, el 85% en China, el 83% en Egipto y hasta el 55% de
los norteamericanos responden de la misma manera. Por el contrario, el
porcentaje de los que creen que la guerra ha servido para reducir el peligro
terrorista es muy reducido, casi insignificante en todas las latitudes. Es más,
el odio del mundo islámico en general contra los occidentales y en particular
contra EEUU se ha incrementado sustancialmente, creándose así un semillero de
fundamentalismo y terrorismo. Asuntos como el de las caricaturas, aun cuando
hayan sido hábilmente utilizadas por algunas élites, demuestran de sobra que la
susceptibilidad está a flor de piel y que cualquier detalle sin importancia,
debidamente manipulado, puede encender la mecha.
La imagen de EEUU no sólo se ha deteriorado en los países árabes; en el mundo
entero ha crecido el antiamericanismo y quizás nunca como ahora la bandera
americana ha sido vista en todas partes como enseña de opresión y sadismo. Al
presidente americano le acompañan en todas sus visitas manifestaciones y
protestas que muestran bien a las claras, más allá de las actitudes diplomáticas
y a veces serviles de los gobiernos, la repulsa y antipatía que despierta su
presencia.
El fracaso ha sido absoluto en el objetivo, si es que lo había, de establecer
una situación política estable en Afganistán e Iraq. Afganistán continúa siendo
un mosaico de banderías y reinos de taifas en los que los señores de la guerra
campan a sus anchas, y con un Gobierno central títere y casi en estado de sitio
y únicamente mantenido por la presencia de las fuerzas ocupantes. Iraq vive
estos días al borde de la guerra civil y ésta, seguida de la constitución de un
Estado islámico, parece que será el destino que le espera una vez que las tropas
ocupantes abandonen el país. Resulta tremendamente irónico escuchar a Bush
interpelar a los iraquíes acerca de que ha llegado la hora de que escojan entre
el caos o la unidad. Ha sido él quien los ha condenado al caos.
Tampoco parece que se hayan conseguido los al parecer verdaderos objetivos,
nunca confesados. Si se pretendía asegurar el suministro de petróleo, el fracaso
ha sido manifiesto. La explotación de los pozos iraquíes se ha hecho casi
imposible, sometida a todo tipo de atentados y de riesgos. El precio del crudo
viene alcanzando cotas históricas sólo comparables a las que se alcanzaron en
las crisis de los años 73 y 79, y sin duda algo tiene que ver en esta escalada
la situación de inestabilidad que afecta al Oriente Próximo. La reconstrucción
de Iraq, tarea por el momento inviable, tampoco está siendo para las grandes
corporaciones el negocio que se esperaba y con el que se pretendía compensarlas
de sus aportaciones a las campañas electorales. Quizás sólo las empresas de
armamento han sacado hasta ahora alguna tajada.
Ni medios ni fines, simplemente un chapucero. No, Bush no ha sido un verdadero
Maquiavelo. No sólo porque haya fallado estrepitosamente en alcanzar los fines
prefijados, a pesar de no dudar en emplear todos los medios, aun los más
censurables, sino porque carece de la sutileza y la finura de los príncipes del
Renacimiento. Es más bien un patán texano que no ha podido engañar a nadie,
salvo a los que querían ser engañados. Su prepotencia, su actitud insultante de
autosuficiencia y desprecio hacia el resto de las potencias occidentales,
menoscabando sus opiniones y creyendo que podría imponer unilateralmente al
mundo sus planteamientos, le han colocado en una encrucijada de difícil salida y
han empeorado de forma sustancial el equilibrio estratégico internacional. Sólo
el enorme déficit democrático que sufre EEUU —a pesar de considerarse
equivocadamente una democracia modelo— puede explicar que a un personaje tan
siniestro y chabacano le haya sido factible ascender al puesto número uno de la
primera potencia mundial.