Internacional
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EEUU: la disputa sindical en 2005. Dosier
Mike Davis · Janice Fein
Revista Sin Permiso
Traducción para www.sinpermiso.info : Jordi Mundó
En la Convención de la AFL-CIO (la federación que agrupaba la mayoría de
sindicatos de Estados Unidos) de Julio de 2005 se produjo la escisión más
importante en el movimiento sindical estadounidense desde el año 1935. Algunos
meses antes del encuentro, Mike Davis analizó los elementos que subyacían a una
ruptura que él, premonitoriamente, veía como anunciada. En este dossier
reproducimos el artículo de Davis seguido a continuación por un debate en vivo
entre los principales protagonistas de la escisión sobre las prioridades y las
tácticas a seguir por el movimiento sindical norteamericano. SP
Un gancho de izquierda
Ha empezado la lucha interna por la definición de las prioridades en el movimiento sindical estadounidense.
El gancho más famoso de la historia de Estados Unidos no lo propinó Joe Louis, sino John L. Lewis. Hace 70 años, el cejudo e irascible presidente del sindicato de mineros soltó un guantazo de aquí te espero en la mandíbula del dirigente de los carpinteros Big Hill Hutchison.
Fue la forma de Lewis de decir adiós a la Federación de Sindicatos de Estados Unidos (AFL) y a los conservadores –y, algunos de ellos, tradicionalistas– sindicatos de artes y oficios que la tenían bajo su control. La AFL había rechazado constituir e incluso ofrecer apoyo a los sindicatos industriales que se estaban creando en los sectores manufactureros del caucho, la automoción, el acero y la electricidad, y Lewis no escondía su preocupación por que una revuelta de los trabajadores afiliados de la industria básica pudiera ser el ariete de las posiciones izquierdistas contra el aparato sindical. De modo que se llevó a sus mineros y al entonces llamado Comité para la Organización de la Industria fuera del salón de convenciones y se unió a los piquetes. Tuvieron que pasar 20 años hasta que un Congreso para la Organización de la Industria (CIO) completamente renovado y desradicalizado volviera a unirse a la AFL en una difícil, y a menudo tormentosa, cohabitación.
En el reciente encuentro del comité ejecutivo de la AFL-CIO que tuvo lugar en Las Vegas, Andy Stern, el dirigente de la federación más numerosa del sindicato, la de los trabajadores del sector servicios (SEIU), se abstuvo de atizar literalmente a su antiguo jefe y presidente de la AFL-CIO, John Sweeney, pero la atmósfera que se respiraba recordaba a lo ocurrido en 1935. Diez años después de que el equipo de Sweeney tomara el control de la AFL-CIO con el lema "Nuevos caminos" y la promesa de restaurar la unidad sindical y dedicar todos los esfuerzos a la transformación de la organización, hoy la federación está a un paso de escindirse en dos.
Aunque en la última década ha habido campañas memorables y triunfantes como las organizadas por celadores, trabajadores de hotel y enfermeras, el balance general de la era Sweeney tiene un claro diagnóstico: declive inexorable. Menos del 8% de los trabajadores del sector privado está hoy afiliado a un sindicato, el índice más bajo desde 1901. Aunque para todo el mundo es evidente que la industria manufacturera tradicional va perdiendo peso, los sindicatos han sido incapaces de dar pasos claros para implantarse en sectores como el de las nuevas tecnologías o el de la venta al por menor, caracterizado éste por sus míseros salarios. No se ven pegatinas de los sindicatos en los Macs [ordenadores personales], ni en los Big Macs [hamburguesas]. Mientras tanto, Wal-Mart, el mega-explotador de trabajadores de Estados Unidos y el Tercer Mundo, amenaza con acabar con cualquier rastro de sindicalismo en el sector de la alimentación.
A pesar de la rimbombante promesa de Sweeney en el año 1995 de "organizar, organizar y organizar" sindicalmente a los trabajadores, la mayor parte del presupuesto de la AFL-CIO ha continuado desapareciendo por el mismo sumidero de siempre: el Partido Demócrata. Como un ludópata ante una máquina tragaperras, la AFL-CIO gasta compulsivamente las cuotas de los afiliados en campañas de los Demócratas, siempre con la esperanza de una compensación electoral que nunca llega. La lealtad al tándem Clinton-Gore, por ejemplo, sólo trajo acuerdos de libre comercio, cuyo efecto ha sido la amortización sin fin de puestos de trabajo sindicados de los antiguos bastiones industriales del país.
Como resultado, una mayoría de votantes blancos de clase trabajadora ven la gestión Republicana de la economía como la opción menos mala. El análisis de la votación del pasado mes de Noviembre muestra que, en asuntos económicos, los trabajadores blancos prefirieron a Bush ante Kerry por una increíble diferencia de 55% a 39%.
Stern se ha convertido en un crítico cada vez más franco de la monodedicación del sindicato a los Demócratas: "Hoy en día los trabajadores no tienen a ningún partido que hable claramente y sin ambigüedad en pro de sus intereses económicos". En la reunión de Las Vegas propuso revisar la política de la AFL-CIO de destinar la mitad de las cuotas de los afiliados a apoyar a los Demócratas y a untar a los grupos de presión de Washington; a cambio, expuso, los fondos desembolsados se destinarían a organizar nuevas actividades sindicales con las miras puestas en combatir a Wal-Mart.
La propuesta tenía el apoyo de James Hoffa, del sindicato de camioneros, y contaba con el respaldo de los trabajadores de hotel, de la alimentación, los trabajadores no calificados y los del sector de la automoción. Aunque Sweeney se zafó con facilidad del envite por 15 votos a siete, lo ocurrido en Las Vegas fue sólo el preludio de la batalla campal que podría desatarse en la convención de la AFL-CIO del mes de Julio.
Stern advirtió el pasado verano que sus 1,8 millones de afiliados (mayoritariamente trabajadores de hospital y conserjes) abandonarían la AFL-CIO si ésta no se transformaba en una organización más eficiente, si no se obligaba a los sindicatos más pequeños a unirse, si no se acababan las disputas jurisdiccionales y si no se destinaban recursos a la organización de nuevas acciones sindicales. Es muy probable que el aliado de Stern, John Wilhelm –de los trabajadores de hotel–, eche un pulso a Sweeney durante la Convención. Si lo pierde, será una baza que los sindicatos reformistas utilizarán para escindirse de la federación y constituir una nueva alianza, posiblemente con la participación del ya independizado sindicado de carpinteros. Como en el año 1935, existe la tentación de identificar a los reformadores como la "izquierda" y a los dirigentes de la federación como la "derecha". No cabe duda de que en lo que se refiere a su voluntad de hacer que la organización sea más agresiva Stern emula conscientemente a Lewis. Pero, como en 1935 atestiguaron para su desdicha las bases radicales del sindicato, John L. Lewis también era un autócrata que aplastó a los disidentes y persiguió con saña a socialistas y comunistas.
No puede decirse que Stern sea un tirano del calibre de Lewis, pero ha gobernado su sindicato tratando a las bases sin contemplaciones. Los partidarios de la democracia sindical también están seriamente preocupados por el modelo de gestión de toma de decisiones de arriba a abajo basado en grandes fusiones con socios tan siniestros como Hoffa (hijo del corrupto líder del sindicato de camioneros asesinado tiempo atrás).
En una reciente carta abierta, Donna Dewitt, presidenta de la AFL-CIO en Carolina del Norte, Bill Fletcher, antiguo director de formación de la AFL-CIO y destacado marxista negro, y otros sindicalistas progresistas decían que "tratar de revitalizar las organizaciones de trabajadores mediante un enfoque de toma de decisiones de arriba a abajo no logrará aumentar la participación sindical, ni con ello se obtendrán más apoyos". También advertían sobre el hecho que tratar de reactivar la organización mediante una estrategia ofensiva no significará renovará un movimiento sindical de Estados Unidos en vías de extinción: lo que los sindicatos deben hacer es situarse en la primera línea del frente de batalla contra la "sociedad entendida como fortaleza" que se ha ido edificando en nombre de la "guerra contra el terror".
Mientras tanto, Sweeney y sus seguidores –incluidos, entre los sindicatos grandes, los maquinistas, los empleados públicos, los maestros y los trabajadores del sector de las comunicaciones– persisten, erre que erre, en introducir el dinero de las cuotas de los trabajadores en la máquina tragaperras Demócrata. Después de tumbar la propuesta de Stern de modificar el destino de las fondos de la organización, la ejecutiva votó a favor de doblar la inversión anual en programas políticos y legislativos.
Al menos hasta el momento, la lucha dentro de la cabeza de la AFL-CIO ha evidenciado dos grandes grupos de prioridades divergentes. Es tarea urgente del nuevo jefe nacional de los Demócratas, Howard Dean, persuadir a Stern de que frene su ímpetu en la Convención del mes de Julio, no vaya a ser que la AFL-CIO se replantee de veras –por primera vez en su historia– el deprimente matrimonio del movimiento sindical con los Demócratas. (Abril, 2005)
M ike Davis es miembro del Consejo Editorial de SINPERMISO