La Vieja Europa |
Abril de 1931: otro país era posible
Javier Dronda Martinez
Rebelión
"¡Qué quieren ustedes que les diga de un país que se acuesta monárquico y se
levanta republicano!", respondió enojado el primer ministro monárquico a los
periodistas tras conocer los resultados de las elecciones del 12 de abril de
1931. La respuesta nos da una idea de lo alejados que estaban los dirigentes
monárquicos del pueblo español. No es que los españoles se hubiesen levantado
con el píe izquierdo, sino que llevaban mucho tiempo demandando una serie de
cambios. La dictadura de Primo de Rivera no había hecho sino acallar
momentáneamente esas ansias de cambio que ahora se plasmaban en la victoria
republicana en unas elecciones municipales planteadas por todos como un
referéndum entre Monarquía y República.
Porque hace 75 años este país necesitaba urgentemente una serie de reformas
profundas: necesitaba convertir el régimen pseudodemocrático, caciquil y
corrupto que era la monarquía alfonsina en una democracia real; necesitaba una
legislación social que diese una mínima protección al trabajador; necesitaba una
reforma agraria, como la que ya se había realizado en muchos países europeos,
que redistribuyese la propiedad de la tierra de una manera más justa y le diese
más productividad; necesitaba descentralizar el Estado; necesitaba extender la
educación elemental a toda la población; necesitaba separar la Iglesia y el
Estado; necesitaba dar igualdad de derechos a la mujer...
Tenía pues muchas tareas pendientes, algunas de las cuales siguen por completar
todavía hoy. Esas fueron las reformas que acometieron los republicanos y a las
que se opusieron frontalmente desde el principio aquellos que habían dominado el
sistema anterior y que no estaban dispuestos a que las masas tomasen parte de
las decisiones políticas a través de una democracia real, aquellos que no
estaban dispuestos a ceder ni un ápice de sus privilegios para remediar el
empobrecimiento general de la población, aquellos que acabaron apostando por
soluciones fascistas para evitar que la "chusma" participase en la política.
No vamos a entretenernos ahora en detallar todos los logros y todos los errores
de la Segunda República. Resumiendo, podemos decir que aunque es cierto que la
República cometió errores y que no consiguió completar las reformas en las que
las clases populares del país habían puesto sus esperanzas, no es menos cierto
que lo tuvo muy difícil. No contó ni con los medios ni con el tiempo suficiente
para solucionar los graves problemas estructurales que arrastraba el país;
estuvo limitada por un contexto de crisis económica internacional y de avance
del fascismo en Europa; pero sobre todo tuvo que sufrir la oposición frontal de
una derecha intransigente que contaba con el poder económico, el apoyo de la
Iglesia, un gran peso en los aparatos del Estado heredados del régimen anterior,
y que consiguió además un notable apoyo popular haciendo bandera de la religión
y del miedo a una revolución a la que ella misma incitaba al impedir las
reformas que hubieran evitado la frustración de los trabajadores.
Esa derecha intolerante supo aprovechar todos esos medios a su alcance para
obstruir la elaboración de las reformas, boicotear su ejecución y paralizarlas
totalmente cuando llegó al poder tras las elecciones de 1933. Entonces incluso
la moderada reforma agraria propuesta por un ministro derechista fue echada
atrás por sus propios compañeros. Y cuando tras la victoria de la izquierda en
1936 los cambios volvieron a ponerse en marcha, los "conservaduros", como aquel
ministro los llamaba, no se resignaron a aceptar el resultado de las urnas y
apostaron decididamente por la vía conspiratoria y violenta, vía que algunos
como los carlistas habían tomado ya desde el mismo comienzo de la República. El
golpe de estado dado en julio de 1936 por una parte del ejército, incitado y
apoyado por la mayor parte de la derecha social y política, además de segar la
vida de miles de navarros, acabó violentamente con esa oportunidad de forjar una
sociedad más democrática y más justa.
Decía Hanna Arendt que "la Historia clama no venganza, sino relato. Sobre todo
es la historia de los vencidos la que pide ser contada". Si merece la pena que
recordemos la historia de estos vencidos es para que, comprendiendo sus aciertos
y sus errores, nos enriquezcamos con la experiencia de quienes lucharon por un
mundo mejor. Porque todavía hoy queda mucho trabajo para lograr una sociedad más
democrática, más justa y más libre.