Mar adentro: la política de cooperación al desarrollo de la UE
a la deriva
M`Bah Abogo
Pueblos
La cooperación al desarrollo, junto con la política comercial y la dimensión
política, es uno de los pilares de la actividad exterior de la UE. Al margen de
la cooperación al desarrollo per se la UE ansía integrar a los países
empobrecidos y a los países en desarrollo en la arquitectura de la globalización
económica y fomentar estrategias nacionales saludables. Estas metas conexas
hacen que la política de ayuda al desarrollo de la UE demande una coherencia
interna que, a menudo, precisa de reformas puntuales.
A colación de lo anterior se observa que, con el paso del tiempo, las relaciones
exteriores de la UE han ido variando la distribución de la ayuda en función de
los factores políticos que subyacen a la actuación de la UE y a la capacidad de
ésta de adaptarse a nuevas situaciones. Actualmente la UE demanda una matriz de
política de cooperación al desarrollo en virtud de dos procesos paralelos: por
un lado, la aparición de un nuevo consenso internacional sobre el desarrollo y,
por otro lado, la consolidación de la UE como actor internacional y el
reforzamiento de sus capacidades para desarrollar una acción exterior propia al
margen de la argolla que implica la Alianza Occidental USA-UE y de las
manoseadas justificaciones de la Ayuda al Desarrollo -argumentos morales,
vínculos coloniales, objetivos geopolíticos del conflicto bipolar, intereses
comerciales.
Como neonato actor global la UE está ante la tesitura de tener que definir una
identidad propia y, subsiguientemente, una acción exterior propia. La Ayuda
Oficial al Desarrollo no es inmune a los dilemas que atraviesan la médula
espinal de la UE, de ahí que la consolidación de una política exterior común
suponga una presión creciente sobre la política de desarrollo, en tanto que
instrumento susceptible de ayudar en la "compra de las voluntades" de los
"países mendigos".
El camino hacia un consenso en lo que concierne a la Política de Ayuda al
Desarrollo ha estado lleno de erráticos titubeos desde los inicios de la UE, ya
la CE contaba con una política de Ayuda al Desarrollo al margen de los Estados,
como puede observarse en los acuerdos de la Convención de Lomé, pero no sería
hasta los años setenta cuando la cooperación al desarrollo se convertiría en uno
de los principales instrumentos de la acción exterior de la Comunidad. Entre los
años setenta y noventa la política de cooperación desarrollo se extendió a los
países ACP, a los países "no asociados" de Asia y Latinoamérica, el
Mediterráneo, y tras la caída del muro de Berlín, los países de Europa Central y
Oriental y los nuevos Estados independientes de la antigua Unión Soviética.
A raíz de las estadísticas, no han faltado aproximaciones autocomplacientes
respecto al papel de la UE en la promoción del desarrollo humano y sostenible
pero miradas más rigurosas no dejan de iluminar una serie de dilemas internos.
Se han detectado problemas de credibilidad, relevancia y eficacia en las ayudas
de la UE. Si bien muchas de estas fallas pueden atribuirse a contextos
geopolíticos determinados hay fundados motivos para señalar toda una serie de
deficiencias internas de la UE. Eso abarca desde los planteamientos individuales
de los Estados miembros (sobre todo Francia) hasta la coherencia de esas ayudas
en virtud de la compleja construcción institucional que es la UE y el carácter
pluralista de ésta.
Ante la detección de una serie de fallas en los proyectos de cooperación al
desarrollo que van desde las ineficiencias derivadas de la excesiva
burocratización hasta la negativa de los receptores a interiorizar ciertos
proyectos, la UE emprendió a mediados de los noventa un programa de reformas de
su política de cooperación al desarrollo. El objetivo era mejorar la eficacia y
el impacto de la ayuda y estar en sintonía con el "Consenso internacional sobre
desarrollo". Este programa de reformas pretendía compatibilizar la política de
cooperación al desarrollo de la UE con los "Objetivos del Milenio", sin embargo
dichas reformas se llevaron a cabo en un contexto que iba a ralentizarlas o
pervertirlas, a saber, el fortalecimiento de la política exterior de la UE y su
conformación como "actor global".
Así, pues, si bien la lucha contra la pobreza y el desarrollo sostenible se
perfilan como las finalidades de la política de cooperación al desarrollo de la
UE, la consolidación de la Política Exterior de la UE ha tendido a subordinar la
ayuda a los intereses de política exterior poco o nada relacionados con los
"Objetivos del Milenio". Dos casos paradigmáticos son la pauta de asignación de
la ayuda por sectores, países y niveles de renta; y la ignominiosa propuesta de
condicionar la ayuda al desarrollo al control de la inmigración en los países de
origen. La cumbre de Chirac y la camada de líderes políticos africanos en
diciembre del 2005 tuvo como epicentro cómo conseguir que los desesperados
jóvenes africanos se queden en sus países.
La instrumentalización de la AOD de la UE se ha hecho más patente tras el 11 de
septiembre. La seguridad, en detrimento de la lucha contra la pobreza, se ha
convertido en el argumento clave para justificar la ayuda de la UE, que al igual
que otros donantes ha propuesto un aumento de la AOD apelando a la relación
causal que existiría entre el terrorismo global, los fundamentalismos y la
desesperación causada por la pobreza y la desigualdad, alegando que el
desarrollo debe ser un componente indispensable en toda estrategia de seguridad
creíble. Esta peculiar concepción ("a Dios rogando y con el mazo dando") ha
llevado a que la política de cooperación al desarrollo de la UE separe las
competencias de programación y la responsabilidad ejecutiva de la ayuda. Lo que,
a su vez, conlleva unos riesgos y costes para la integridad de la política de
desarrollo.
El corolario es que la política de desarrollo de la UE se encuentra en una
encrucijada. Por un lado se persiguen un conjunto de objetivos de desarrollo y
lucha contra la pobreza pero, también, en la medida en que la UE se consolida
como "actor" internacional, la ayuda se revela como un instrumento de esa
política exterior, y subordinada a sus objetivos. La cooperación al desarrollo
debe servir para sembrar el desarrollo humano, subordinando la ayuda a sus
intereses Europa corre el riesgo de sembrar tempestades. Eso es algo que todos
los europeos deberían saber.
M’Bah Abogo es licenciado en Economía, máster en Gobernabilidad y Desarrollo
Humano y especialista en Filosofía Política.