Una memoria histórica que no genere olvido
Tiempo, memoria y miedo
José F. Pérez Oya
Revista Pueblos
Dos motivos me incitan a unas pequeñas reflexiones. La primera es la
proximidad del aniversario de la proclamación de la segunda República en España
(14 de Abril de 1931), la segunda y más fundamental, rendir un homenaje e
inclinarme ante el recuerdo de todos cuantos fueron represaliados con motivo de
su fidelidad a una progresista nueva forma de Estado y ante el esfuerzo de sus
descendientes que hoy tratan de recuperar sus restos para rendirles un merecido
homenaje y con ello recuperar una memoria histórica negada y perseguida durante
demasiados años; una memoria histórica que, en la certera expresión de Luis
Castro, se nos pretendía mantener eternamente en una situación hemipléjica,
generadora de olvido.
Digamos para empezar que, en una aplastante mayoría, los actos programados de
recuperación se hacen desde una notable grandeza de alma, para combinar la
piedad con la justicia y el honor, nunca para reclamar merecidos castigos,
responsabilidades, o actos económicos de recuperación de bienes expoliados o
robados. No son actos de venganza ante terribles e irrecuperables agravios, son
actos inspirados por la verdad y en la mayoría de los casos por un perdón hacia
personas inmerecedoras de tal actitud por su actuación rencorosa, mezquina y de
constante beligerancia.
Como ejemplo demasiado frecuente, de lo anterior hemos tenido que escuchar, con
estoica paciencia, que la exhumación de los restos de muchas personas estaba
motivado por actitudes vengativas o de evidente necrofilia. Sea mi admiración
para el temple de muchas personas que soportaron estas observaciones,
vergonzosas para los que se atrevían a realizarlas, y que para mi modesta
persona, que no sufrió aquella terrible forma de represión, me parecían
insufribles.
Particularmente lamentables eran estas calumniosas observaciones, por no
llamarlas insultos, cuando provenían de una tradición de necrofilia triunfante
de descendientes ideológicos de aquellas gentes que pasearon a hombros y
teatralmente (primeramente desde Alicante al Escorial en 1939, y posteriormente
al infamante Valle de los Caídos en Cuelgamuros, en 1953) los restos de José
Antonio Primo de Rivera, los mismos que observaban impertérritos la firma de
constantes sentencias de muerte por Franco, que eran presididas por el
incorrupto brazo de una Gran Mística española, los mismos que alababan los
intentos de Felipe II y su Santa Iglesia para que el príncipe Carlos
milagrosamente recuperase la perdida razón haciendo que se acostase con otro,
también incorrupto, cadáver, y un largo etc. La Proyección Paranoide de muchos
militantes y desgraciadamente multitudinarios miembros de un partido que
comparte esas siglas (P.P.) continúa. Abandonemos al pestilencial, aunque
incorrupto, tema.
Existen no obstante otras razones que motivan unas actitudes que por su enorme
mezquindad parecerían dictadas por un miedo a la pérdida de su riqueza,
"status", o el temor a un, afortunadamente inexistente, afán de venganza. Hace
escasos días nos recordaba con inusitada brillantez Terry Eagleton (London
Review of Books, 9-3-2006) la terrible observación de Walter Benjamín de que
"incluso los muertos no se hallan seguros ante el fascismo, que simplemente
quiere borrarlos de la memoria histórica". Eso es lo que ha venido sucediendo en
nuestro país. Los usufructuarios de un poder irracional y opresivo temen aquello
que decía Benjamín: "lo que incita a la humanidad a la revolución no son los
sueños de liberación para nuestros nietos sino el recuerdo de la opresión de
nuestros abuelos".
El recuerdo de las viejas injusticias refuerza la conciencia social de la
necesidad de seguirlas combatiendo, ya que muchas hoy sobreviven. La hemiplejia
es buena, recordemos que, como muchos reaccionarios dicen y desean, la
injusticia sirve también para considerarla como algo irremediable, y eterno,
para que, como decía Marx, el pasado se constituya en una especie de losa, "de
pesadilla para el pensamiento de los que hoy viven", para que la servidumbre sea
aceptada y voluntaria. Exhumar cadáveres de personas honradas e idealistas no
sirve para reforzar esa actitud. El honrar a la persona ausente evoca su lucha,
eso es peligroso, seamos coherentes, no permitamos que ciertos "fantasmas" sean
invocados.
Sería digno de una larga reflexión el traer a cuento las diversas actitudes que
muchos reformadores sociales han tenido ante el pasado, y la evocación o
múltiple construcción utópica de un más justo y humano, posible futuro. Es cada
vez más claro que el proyecto utópico del marxismo fracasó y el sufrimiento de
lo que fue llamado "Gulag" lo atestigua. Aunque pueda ser tildado de
filo-anarquista, en lo que me honro, el error básico del falsamente llamado
"socialismo real" fue el sustituir la democracia de los soviets, (es decir, del
pueblo trabajador que desea ser feliz y pacífico y no sobrepasar el bulímico
jrucheviano consumo obesizante de la mantequilla en EE UU) con la de un sujeto
histórico represivo y gastado, o sea el Estado, que no puede ser un mero
instrumento, carente de autonomía, del sometido pueblo. Hoy nos parece
necesario, ante la belicosa y militarista actuación despiadada del Imperio "amerikano"
la elaboración democrática de esquemas utópicos.
Marx era renuente a dar "recetas para las cocinas del futuro" pero nosotros
debemos, por lo menos, soñar en lo que podría consistir el menú a realizar.
Tenemos que rebasar la fase en que nos encontramos en la que, como dice Eagleton,
"la imagen que del futuro podemos tener es el fracaso- del presente". Marx, que
como todos los geniales pensadores no carecía de cierta ambigüedad, decía que:
"la revolución social no puede extraer su poesía del pasado sino del futuro". La
urgencia ante la destrucción de la naturaleza y la humanidad es tan grave que
trataremos de lograr una revolución necesaria apoyándonos sobre ambos aspectos
del discurrir temporal.
Incitemos a todos nuestros amigos reivindicadores de la justicia y del pasado a
que prosigan su heroica, obstinada acción y recortemos aquella bellísima frase
de Antonio Machado de que: "La esperanza es una consecuencia de la acción, no al
revés". ¡Esperemos! * José F. Pérez Oya es filósofo y economista.