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Rusia-Ucrania: Gas y geopolítica
Augusto Zamora R.
El Mundo
La crisis invernal entre los dos grandes Estados eslavos, a propósito del precio
del gas que Rusia suministra a Ucrania, es todo menos una cuestión de rublos más
o rublos menos. Es la expresión de las tensiones que se vienen acumulando desde
la llamada "revolución naranja", en 2004. La casi forzada elección del pro
atlantista Víktor Yushenko como presidente de Ucrania, en detrimento del primer
vencedor, el pro ruso Víktor Yanukovich, fue vista por Occidente como victoria y
como derrota en Moscú.
Durante siglos, los enemigos de Rusia han combatido contra ésta en territorio
ucraniano y, desde la I Guerra Mundial, han visto en la independencia y control
de Ucrania un paso esencial para abatir el poder ruso. Incrustar en el costado
más sensible de Moscú un país hostil fue intentado por Alemania en 1918 y luego
en 1941. Tras el suicidio de la URSS, EEUU avistó de inmediato a Kiev como punta
de lanza de su política dirigida a extender, cuanto pudiera, su influencia en
las repúblicas ex soviéticas. La UE no oculta tampoco su deseo de incluir
Ucrania dentro de la OTAN. La decisión se ha pospuesto debido a las grandes
crisis sufridas por el mundo y Europa en los últimos quince años. También por la
oposición agónica de Moscú, que estima tal paso como fatal, tanto para su
seguridad nacional como para su estatus de gran potencia.
La "revolución naranja" se consideró una ocasión única para preparar el camino a
la "otanización" de Ucrania. El proceso se encuentra detenido por las disputas
internas y los escándalos de corrupción del gobierno de Yushenko, que provocó,
además de un gran rechazo popular, la salida de su principal aliada, la anti
rusa Yulia Timoskenko. No obstante, la pugna ha seguido soterrada y sin tregua y
ha estallado en las tuberías de gas.
Difícil es creer que el momento escogido sea gratuito, pues se está entrando a
lo más crudo del invierno, periodo en el que el consumo de combustible se
dispara. Es, por tanto, un momento idóneo para presionar al gobierno ucraniano y
recordarle que el gas tiene dos precios, el político y el comercial. Rusia no
podría impedir el ingreso de Ucrania en la OTAN, pero sí cortar cualquier trato
de privilegio, similar al que otorga a Bielorrusia, país que no pone en duda su
alianza incondicional con Moscú. Dada la dependencia de la economía ucraniana,
el desafío a Rusia le resultaría catastrófico.
El momento internacional también parece idóneo para un pulso de poder. EEUU se
encuentra al borde de la suspensión de pagos a causa de los gastos astronómicos
derivados, sobre todo, de las guerras imperiales en Afganistán e Iraq. La UE,
sumida en una dura disputa interna por los fondos comunitarios, tiene
dificultades para financiar su última ampliación. Ninguno de ellos podría
proporcionar fondos a Ucrania para pagar la factura del gas. De ahí que nadie en
Occidente haya mostrado intención de sacar la chequera, para alentar
sentimientos anti rusos en los partidos y la población ucraniana.
A medida que la economía rusa se recupera del el periodo negro y fatal de Boris
Yeltsin, el mejor aliado que jamás ha tenido Occidente en tierras rusas, Moscú
aumenta su presión para recobrar la influencia perdida en las repúblicas ex
soviéticas. Una forma de lograrlo es forzando el cierre de las bases militares
de EEUU en la zona, donde ya consiguió el cierre de la mayor base, situada en
Uzbekistán. Otra, recordando que el poder tiene mucho que ver con el control de
la energía, y que Rusia lo posee.
Contrario a lo que se cree, la guerra fría no ha muerto. Ha sido sustituida por
una versión actualizada del Gran Juego, que enfrentó a Rusia y Gran Bretaña en
el siglo XIX por el control de Asia Central. El derrumbe de la URSS, en 1991,
permitió mover las fronteras geopolíticas hasta Ucrania y a EEUU irrumpir en el
corazón continental de Eurasia, siguiendo las líneas trazadas en 1904 por
el mayor geopolítico anglosajón del siglo XX, sir Halford Mackinder. Un siglo
después, el Gran Juego sigue, aunque en un escenario mayor, de Varsovia a
Bagdad, con China de nueva protagonista. Esta "guerra del gas", como las
tuberías, tiene más ramificaciones de lo que parece.
Augusto Zamora R. es profesor de Derecho Internacional y Relaciones
Internacionales en la Universidad Autónoma de Madrid a_zamora_r@terra.es