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López Raimundo: la dignidad comunista
Higinio Polo
El pasado día 17 de enero el presidente Pasqual Maragall entregaba la medalla de
oro de la Generalitat de Catalunya a Gregori López Raimundo, el veterano
dirigente comunista que condujo el PSUC, Partit Socialista Unificat de Catalunya,
en los años más duros de la dictadura franquista y que llegó a ser su secretario
general y presidente. Su aportación fue decisiva para hacer de ese partido el
eje de la resistencia antifascista y para poner las bases de la conquista de la
libertad, aun con las hipotecas que la democracia tuvo que admitir a finales de
los años setenta, hace ya más de un cuarto de siglo.
La temprana incorporación de López Raimundo a la militancia comunista, en las
Juventudes Socialista Unificadas, durante los años de la Segunda República, su
participación en el frente de la guerra civil contra la revuelta fascista de
1936; el amargo exilio, tras la derrota, en Francia, México, Colombia; su
retorno a la difícil clandestinidad de los años cuarenta, cuando volvió a
Cataluña para dirigir el PSUC en momentos especialmente duros y amargos, en
1947, cuando se alejaba la esperanza de la recuperación de la libertad tras la
derrota de Hitler y Mussolini, ilustran su recorrido vital. Después, llegaría su
detención, en 1951, tras la huelga de los tranvías, las torturas, la cárcel y la
expulsión de España, el retorno, otra vez, a la vida clandestina, y los años de
la agonía del régimen. Su vida se resume en tres años de guerra, catorce de
exilio, veinte de clandestinidad y tres de cárcel. Su excepcional aportación al
combate por la dignidad humana estuvo siempre salpicada por la desaparición y el
asesinato (a manos de la policía y del ejército franquista) de numerosos
militantes comunistas, a quienes Puig Pidemunt puede dar nombre, todavía hoy
enterrado en las tinieblas del olvido, y a los que la democracia actual debe una
reparación inaplazable. Porque López Raimundo, (junto con tantos comunistas, y
anarquistas de la CNT, entre otros, exponentes de lo mejor de las tradiciones
obreras del país) se negó siempre a aceptar la derrota, a resignarse a la vida
impuesta por los correajes falangistas, los burgueses vengativos y los
estraperlistas corruptos que se adueñaron de España repartiéndose el botín de la
victoria fascista en la guerra civil española.
El acto, sobrio, y la propia iniciativa de conceder la máxima distinción
catalana a López Raimundo, honraban así al gobierno del tripartito catalán,
porque gestos como ese son imprescindibles para no olvidar de dónde venimos y
quiénes somos. El acto, además, transcurrió en catalán y castellano, como si
fuera un reflejo inadvertido, preciso, de la realidad del país. Porque el PSUC
unió lo mejor de la tradición obrerista catalana con las energías de la
inmigración del resto de España: los comunistas fueron quienes hicieron posible
la forja de una nueva sociedad, integradora, civil, abierta al mundo, aunque
ahora, a veces, parezcan resucitar de nuevo fantasmas del pasado.
Por eso, allí, en el salón donde se celebró el homenaje, estaban muchos
protagonistas de esa historia, que no podían dejar de acompañar al veterano
dirigente del PSUC: desde los fiscales Mena y Villarejo, hasta el secretario
general del Partido Comunista de España, Francesc Frutos, pasando por muchos de
los participantes en la lucha por la libertad (entre ellos, de manera destacada,
Teresa Pàmies), que asistían serenos pero también emocionados por la dignidad
comunista que siempre ha caracterizado a López Raimundo. Algunos, comentaron en
los pasillos la propia evolución del PSUC, el partido heroico de la guerra y la
resistencia, el partido imprescindible de la lucha por la libertad en los años
sesenta y sesenta, el inicio de la autodestrucción en los ochenta, y tal vez por
eso (y el deliberado olvido es relevante) nadie citó en los parlamentos a Rafael
Ribó, protagonista de la etapa más oscura del PSUC, cuando, siendo su principal
dirigente, el hoy síndic de greuges malgastó sus energías en intentar enterrar
el PSUC. Casi lo consiguió. Pero esa es otra historia.
Maragall, que cerró el homenaje, afirmó que su gobierno era heredero de la
tradición del PSUC, consciente de que en ese partido se congregaron las fuerzas
más honestas, más vivas de la sociedad catalana, y se hizo una curiosa pregunta:
¿por qué no pueden unirse los socialistas de Raventós, los ecosocialistas de ICV
(hoy ya desligados de su pasado común con López Raimundo y el comunismo), y los
comunistas del actual PSUC?, pregunta que eludió contestar, aunque ese asunto
también es otra historia. Como signo de los tiempos, sobre algunas cuestiones
los intervinientes casi pasaron de puntillas: la identidad comunista del PSUC
("vinculación", dijo el historiador Borja de Riquer, como si le temblaran las
palabras, como si el PSUC hubiera tenido una relación ocasional con el
comunismo: el PSUC, precisamente, que se adhirió a la Internacional Comunista
desde su fundación y que fue el único partido que no representaba a un Estado
que tuvo personalidad y presencia propia en la Internacional Comunista, en los
años del infierno hitleriano), o la vigencia de la ideología comunista y del
socialismo como horizonte.
Todos los que intervinieron citaron los versos de Raimon y aludieron a la
indudable honestidad y generosidad de López Raimundo, quien llegó a afirmar, en
las palabras que leyó su hijo Antoni, que recogía sin mala conciencia la
distinción porque sabía que, con ella, más que a él, se honraba al PSUC y a
tantos hombres y mujeres que dieron lo mejor de sí mismos por la libertad y el
socialismo. Sus palabras tuvieron un enorme contenido político: si la conquista
de la libertad fue trascendental, afirmó, hoy no pueden seguir dejándose en el
olvido a quienes padecieron la injusticia y la infamia, y debe iniciarse la
revisión de las condenas de tantos miles de víctimas (solamente en Cataluña,
todavía viven 40.000 personas que fueron perseguidas por el fascismo) y la
anulación de las sentencias, como en el caso de Julián Grimau, Lluís Companys o
Puig Antich, por citar algunos.
El decreto de la Generalitat dice que la medalla a López Raimundo es "en
reconocimiento de su trayectoria cívica y política al servicio de Cataluña".
También, no era necesario recordarlo, en su compromiso con los trabajadores, con
la libertad, la república y el socialismo. Es curioso: quienes estábamos allí,
en la Generalitat, mientras escuchábamos las palabras de López Raimundo, leídas
por su hijo Antoni, no podíamos por menos que fijarnos en un intruso (ya me
disculparán los monárquicos) que gobernaba el gran salón: el retrato de cuerpo
entero de Juan Carlos de Borbón ponía un guiño amargo (tal vez, un recordatorio
imprescindible, para que sepamos hasta dónde hemos llegado y el trayecto que
falta por recorrer) entre tantos protagonistas de la lucha antifranquista que
llenaban el salón. Porque no es desdeñable lo conseguido, pero no hemos llegado,
ni mucho menos, al final.
Gregori López Raimundo, que una vez fue expulsado de España por la vesania
fascista, volvió, clandestinamente, para seguir luchando, para ver un día la
Generalitat recuperada, para acariciar el sueño de la digna república española,
para proseguir el esfuerzo por el socialismo, cuestiones que siguen estando
presentes y que es probable que sean más vigentes que nunca. Cuando los
asistentes nos fuimos, la dignidad comunista y la sonrisa de López Raimundo
parecían evocar las notas de la Internacional fraterna y solidaria, la ternura
que se hacía canto, como en el verso de Neruda, el escalofrío de quienes
resistían en las fábricas o en las cárceles, guardando en la memoria el recuerdo
del sacrificio obrero, cuyos hombres y mujeres más dignos, en los campos de
concentración o en las prisiones, aplastaban hasta quedarse sin uñas los piojos
de la mugre franquista, mientras guardaban una vieja, y joven, bandera tricolor
y acariciaban un horizonte nuevo que, López Raimundo lo sabe, llegará.