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El ex comisario miguel Etchecolatz fue condenado a perpetua por asesinatos, secuestros y torturas
"Delitos cometidos en el marco del genocidio"
La lectura de la sentencia fue interrumpida por una lluvia de pintura roja que
llegó al represor, que seguirá detenido en la cárcel de Marcos Paz. Es la
segunda condena por crímenes de la última dictadura después de la anulación de
las leyes de Punto Final y Obediencia Debida. Etchecolatz, que se presentó como
un "detenido político", ya tiene otra cita en tribunales.
El represor Miguel Osvaldo Etchecolatz custodiado por la policía durante la
lectura de la sentencia.
Werner Pertot
Página 12
De traje y chaleco antibalas, con el rostro pálido y duro como una calavera, el
ex director de Investigaciones de la policía de Ramón Camps, Miguel Osvaldo
Etchecolatz, se sentó en el banquillo. El presidente del Tribunal Oral Federal
1, Carlos Rozanski, le pidió al público que le permitieran leer la sentencia
hasta el final. Pero no pudo. "Condenando a la pena de reclusión perpetua...",
alcanzó a decir, antes que toda la sala se uniera en un único grito, liberando
la tensión acumulada. El cordón de policías y penitenciarios que rodeaba al
represor levantó los escudos, pero no pudo evitar la lluvia de bombas de pintura
roja. Etchecolatz se retiró entre los gritos de "asesino". Ya no volvería sino
su abogado, para escuchar el resto de la condena por seis asesinatos y ocho
secuestros y torturas, que lo inhabilitó de por vida para ejercer cargos
públicos, lo envió a una cárcel común y señaló, por primera vez, que todos sus
crímenes fueron "delitos de lesa humanidad cometidos en el marco de un
genocidio".
El fallo de los jueces Rozanski, Horacio Insaurralde y Norberto Lorenzo es el
segundo que condena a un represor tras la inconstitucionalidad de las leyes de
impunidad que dictaminó la Corte Suprema. La primera fue la de Julio Simón,
alias "El Turco Julián". El 4 de agosto de 1976 fue sentenciado a 25 años por el
secuestro y asesinato de José Poblete y Gertrudis Hlaczik. En el caso de
Etchecolatz, es su tercera condena por delitos en la dictadura: la primera vez
se amparó en la ley de obediencia debida y por la segunda gozaba de prisión
domiciliaria. El beneficio le fue revocado por el Tribunal Oral 3 cuando se
comprobó que guardaba una 9 milímetros de Fabricaciones Militares en su casa.
Tras la nueva condena –esta vez, de cumplimiento efectivo– el periplo del
represor en los tribunales no concluyó: fue citado a declarar hoy por la Cámara
de Apelaciones en el caso del actual embajador de España, Carlos Bettini, que
tiene cuatro familiares desaparecidos.
Bombas de fósforo
Bajo un cielo soleado y con Bob Marley de fondo, la jornada empezó con una
vigilia de organismos de derechos humanos, organizaciones gremiales y
estudiantiles que se instalaron entre las flores del jardín de la Municipalidad
de La Plata, donde transcurrió el juicio. Entre la gran mayoría de jóvenes,
estaban los familiares de las víctimas por las que fue juzgado Etchecolatz. Con
su bastón blanco, estaba María Isabel Chorobik de Mariani –a quien todos conocen
como "Chicha"– suegra de Diana Teruggi, que fue asesinada el 24 de noviembre de
1976. Ese día la casa que compartía con Daniel Mariani fue bombardeada por un
operativo conjunto de la Armada, el Ejército y la Policía bonaerense, que tuvo
al frente a Etchecolatz. Terrugi cayó junto al limonero del patio, protegiendo
con el cuerpo a su bebé, Clara Anahí, a quien todavía busca su abuela.
También estaba Nilda Eloy, que en el juicio relató su paso por seis centros
clandestinos de detención. Etchecolatz encabezó el grupo de tareas que la
secuestró y se entrevistó con ella mientras estaba desaparecida. Años más tarde,
lo reconoció por televisión. Aunque se mantuvieron en reserva, esperaban la
sentencia los familiares de Patricia Dell’Orto, que fue asesinada en el pozo de
Arana. "No me maten, quiero criar a mi nenita", gritó mientras la arrastraban.
Un disparo silenció cada uno de sus gritos. En el juicio, la escena fue revivida
por un sobreviviente que la presenció: el albañil de 76 años, Julio López, por
quien todos preguntaban en el juicio (ver aparte). Patricia y Ambrosio habían
desaparecido en el circuito Camps al igual que las tres enfermeras, Nora Formiga,
Elena Arce y Margarita Delgado.
"Después de muertos"
Por la tarde, las nubes se cerraron como una condena, mientras en el Salón
Dorado transcurrían los alegatos de la defensa, que pidió la absolución del
represor. "No hay una sola prueba que vincule al ex comisario", aseguró el
abogado Luis Boffi Carri Pérez, mientras que su colega Adolfo Casabal Elía
consideró que "otros países han terminado con las guerras intestinas y en
Argentina seguimos con resentimiento". A su lado, Etchecolatz estaba sentado
torcido. Al mediodía, había pedido retirarse alegando "razones de salud", como
hizo durante todo el juicio.
El ex policía de 77 años se transfiguró a la hora de decir sus últimas palabras.
"Debo exponer en mi doble condición de prisionero de guerra y detenido
político", dijo con una voz cascada y sepulcral que fue subiendo el volumen.
"Este juicio ha sido instalado como un rompecabezas para niños bobos o grandes
avivados. Ustedes van a condenar a un enfermo. Como dijo Borges, ustedes no son
el juez supremo, que nos espera después de muerto", les señaló a los
magistrados. "No sé rendirme y después de muertos tendremos mucho que hablar",
les advirtió. "No es este tribunal el que me condena, sino que son ustedes los
que se condenan", concluyó Etchecolatz. Y los jueces pasaron a un cuarto
intermedio.
Pintado de rojo
El espacioso y barroco Salón Dorado se colmó de militantes de organismos de
derechos humanos. Entre el público, se pudo ver al secretario de Derechos
Humanos de Nación, Eduardo Luis Duhalde, y su par en la provincia, Edgardo
Binstock. También estaban las dirigentes de izquierda Patricia Walsh y Vilma
Ripoll. La tensión apretaba cada garganta, cuando Etchecolatz volvió a entrar,
rodeado de siete penitenciarios e innumerables policías. Le quitaron las
esposas, pero no el chaleco antibalas, que finalmente no lo protegió de las
bombas de pintura.
El jefe del operativo quedó con la cabeza pintada de rojo, mientras seguía dando
instrucciones por su walkie talkie. "¡Bastaaaa!", gritaron varias Madres de
Plaza de Mayo, mientras agitaban sus brazos para que se volvieran a sentar.
Rozanski los sermoneó: "Les pedí que me dejaran terminar. Es evidente que si son
agredidos, el juicio no es como debe ser. Nosotros le dimos garantías a la
defensa...".
–¿¡Y qué garantía tuvieron nuestros viejos!? –le respondió un militante de
H.I.J.O.S. subido a una silla, mientras sus compañeros levantaban un bosque de
fotos de desaparecidos.
Finalmente, el juez pudo terminar de leer la sentencia –cuyos fundamentos se
conocerán el martes 26– ante un abogado hundido en una marea policial. Los
militantes de H.I.J.O.S. estallaron en gritos, cantos, lágrimas, abrazos.
Algunos se acordaban de Julio López. Otros llamaban a sus abuelos. Y todos
coreaban: "Vas a la cárcel, Etchecolatz, no es el Estadoooo es la lucha
populaaaaar".