El Terror Internalizado en el Mundo Académico Argentino. Sus
orígenes remotos y sus fatales consecuencias
Eduardo R. Saguier
Investigador del CONICET http://www.er-saguier.org
¿A que sesudas razones históricas (culturales, políticas, sociológicas y
psicológicas) obedece el profundo miedo enquistado en la opinión pública
intelectual argentina?, ¿a qué obedece la autocensura, conformidad o resistencia
a opinar críticamente sobre cuestiones que hacen a la democratización de la
ciencia, el arte y la cultura?, ¿por qué motivos numerosos y consagrados
intelectuales vienen callando la dominación autoritaria y facciosa que prevalece
en las estructuras de los organismos de cultura argentinos?, ¿por qué motivo los
institutos de investigación de las Universidades Nacionales (e.g.: el Instituto
Gino Germani) no encararon este drama, y por el contrario en algunas de sus
investigaciones (e.g.: Naishtat y Toer, 2005), las preguntas formuladas en las
encuestas practicadas se redujeron a problemáticas e hipótesis de muy relativa
relevancia (la representatividad formal)?
Difícil es contestar estos interrogantes y aproximar un diagnóstico y una
evaluación del origen de este trauma, dada la escasez de pruebas, testigos e
investigaciones a las que se pueda recurrir (la mayor parte de los expedientes
de estos casos no están al alcance de una investigación pues están clasificados
como confidenciales). Incluso, internacionalmente, los trabajos al respecto
--aparte de los clásicos como los de Gouldner (1980), Collins (1979) y Ringer
(1969)-- se focalizan exclusivamente en la clase profesional (Martin, 1991; y
Schmidt, 2000). Sin embargo, pese a esta exigüidad, es nuestra obligación
intentar ensayar una respuesta que indague en la indiferencia de la ciencia y la
cultura argentina y en la negligente omisión de sus actores, que arroje algo de
luz en la crisis que padecemos.
Tradicionalmente, la ciencia política ha probado que el miedo, en sus diferentes
intensidades, es un ingrediente propio de los regímenes fascistas y
dictatoriales, donde las primeras víctimas son los intelectuales independientes;
y que por el contrario, en los regímenes democráticos, dicho miedo se va
extinguiendo a medida que las libertades democráticas se consolidan. No
obstante, la actualidad presente en los medios culturales argentinos permite
verificar una realidad de signo adverso, pues aunque las instituciones
democráticas se han restaurado, el modelo neoliberal fue derrotado, y las Leyes
del Perdón (Obediencia Debida y Punto Final) fueron derogadas, el miedo al poder
persiste entre los intelectuales, artistas y científicos, de las ciencias duras
y blandas, jóvenes y viejos, y a una escala y gravedad cada vez más crecientes.
Una explicación de estas dolorosas supervivencias sería que frente al inconcluso
intento de restauración democrática (1983), a la parcial derrota experimentada
por el neoliberalismo (2001), y al lento mecanismo judicial restaurado (2005),
al no haberse erradicado de cuajo dicha triple herencia –que ha quedado plasmada
en actores colaboracionistas de esas épocas y en prácticas, legislaciones,
regulaciones, reglamentaciones y jurisprudencias antidemocráticas aún vigentes--
no se habría podido afianzar la participación y la confianza mutua de la
comunidad intelectual.
Pero otra explicación, de una entidad aún más compleja y profunda, es la que han
dado recientemente, poniendo énfasis en diferentes aspectos, los filósofos
Claudia Hilb, Héctor Schmucler, Ricardo Panzetta, Tomás Abraham y León
Rozitchner. Estas explicaciones fueron a propósito del reportaje publicado al ex
guerrillero Héctor Jouve, (quien relata las ejecuciones producidas en Salta en
1963 de un par de combatientes aparentemente "quebrados" y la fugaz presencia en
el campamento guerrillero del intelectual Pancho Aricó), y a la lacerante
carta-confesión y las densas y sabias réplicas hechas a los escritores Jinkis,
Ritvo y Grüner por el filósofo Oscar del Barco. Hilb centra su explicación en
las nociones de revolución e igualdad, Panzetta al relato de Jouve, Schmucler a
los asesinatos de Rottblatt y Gronwald, Abraham al arrepentimiento de Del Barco,
y Rozitchner a la demora inexplicable de más de veinte años en producir dicho
arrepentimiento. Al decir de Rozitchner, por no haber querido "…dar nombres y
darles rostros y vida a los fantasmas que engendramos en los otros, dejábamos de
mostrar los [fantasmas] que el terror pasado prolongaba en la actualidad
política, aunque siguieran trabajando silenciosos en nosotros" (Rozitchner,
2006).
Por esa precisa razón, es que Del Barco en su carta-confesión le urge al
laureado poeta Juan Gelman para que ahora hable claro, de manera tal de poner
transparencia al pasado. La misma petición de transparencia retrospectiva podría
también extenderla Del Barco a los restantes miembros del Comité Editorial de
Pasado y Presente, en especial a aquellos que operaron una década más tarde
con la nueva serie, de abril-junio de 1973 (Feldman, Nun, Portantiero, Torre,
Tula, etc.), y a los autores de su principal, anónimo e irresponsable artículo
idealizador del peronismo titulado "La ´Larga Marcha´ al Socialismo en la
Argentina" (1). Esta necesidad de transparencia obedece a que otra década
después de aquella última aventura revolucionaria (1973-74), que terminó en un
genocidio, y luego de su retorno del exilio, algunos de esos protagonistas
aparecieron nuevamente militando en política pero con otro signo partidario
radicalmente adverso (UCR) y en funciones de poder, como fue el caso del núcleo
intelectual armado por el empresario de medios Meyer Goodbar y conocido como
Grupo Esmeralda (2). La sospecha de la existencia de un aventurerismo y
oportunismo entrista, disfrazado de una permanente búsqueda de anclaje o cable a
tierra político, combinado con vínculos financieros ocultos y clandestinos,
enquistados en la intelectualidad argentina, tal como en su momento lo
sugirieron muy elípticamente Castañeda (1993), Burgos (2004) y Kohan (2004) no
puede escapar entonces a nadie que no peque de inocencia (3).
Una democracia inconclusa sería entonces aquella que preserva escrupulosamente
las formalidades y el protocolo, pero donde la transparencia y la sustancia
autocrítica, deliberativa, meritocrática, competitiva y exogámica del ejercicio
democrático está crudamente ausente, por la falta de voluntad política y
académica para revisar el pasado y oxigenar las instituciones culturales
presentes, las que no por casualidad se perpetúan en condiciones herméticas,
desjerarquizadas, fragmentadas y venalmente contaminadas. Su nocivo ejemplo se
derrama a los niveles laterales correspondientes a las profesiones liberales, y
a las escalas inferiores de las instituciones educativas, al extremo de que el
poder político actual boicotea la formación de Telecentros Comunitarios (4); y,
por el contrario, intenta embarcar al país en el mercantil y anti-pedagógico
Proyecto de Nicholas Negroponte (5) Por todo ello, no basta con modificar sólo
la Ley de Educación Superior; sino que es preciso producir una democratización
profunda de todas las instituciones de la cultura, incluidas las referidas a los
medios de comunicación masiva.
Es decir, una comunidad donde los intelectuales no son físicamente perseguidos
por sus opiniones, y donde no existe censura, cárcel ni patíbulo por el "pecado"
de disentir; pero donde sin embargo el miedo a "descolocarse" o "desubicarse"
con quienes detentan el poder --peligrando el puesto de trabajo o malogrando
privilegios económicos, como incentivos, becas, subsidios y subvenciones-- está
culturalmente enquistado y psicológicamente internalizado. En otras palabras,
una comunidad donde rige una violencia simbólica ilegítima, tácita y/o latente,
que está destinada ex profeso a domesticar y disciplinar las mentes, las
conciencias y las vocaciones, subordinando a los intelectuales al status de
cortesanos del poder, impone un silencio a dos puntas; que amedrenta a los
jóvenes con bloquearles sus pretensiones de ascenso académico, y a la vieja
guardia intelectual que persista en su independencia con sabotearles una
jubilación digna. Este enquistamiento e internalización no les permitiría
ensayar la voluntad de confesar o discrepar, ni proponer cambios, ni denunciar
anomalías o corrupciones, ni prestar solidaridad alguna para con los que a
juzgar por su independencia de criterio son segregados, anatematizados y/o
moralmente acosados. Aunque les muerda el dolor del vacío, la indefensión y la
pérdida de su autoestima, estos últimos se encontrarían ante la patética
situación en la que "nunca podrían esperar una mano, una ayuda ni un favor".
Este inhumano y desolador cuadro, que se ceba en aquellos a quienes el sistema
estigmatiza como chivos expiatorios, y que por el contrario premia y asciende a
sus aduladores, esbirros y sicarios, intimida a la comunidad intelectual, la
expulsa a una deserción y un ostracismo que aumenta la brecha con los países
centrales, o la incita a refugiarse en patologías o pautas de conducta
violatorias de los códigos académicos. Entre esas pautas rige la intriga, el
chisme, el secretismo, la extorsión, el chantaje, la venganza, la traición, y el
buscar seguridad y protección en trenzas, roscas y camarillas, que le permitan
compartir los eventuales botines de guerra, y lo parapeten cual si fueran
casamatas o búnquers, contra la indiferencia, la discriminación, la postergación
y la represalia. Toda la libido intelectual estaría focalizada en "hacerse
amigo del juez", en reforzar y consolidar identidades de tipo clánico, y en
concertar vínculos insanos como el compadrazgo y la coalición en sectas o
logias, con las que poder disputar con éxito las diferentes instancias de poder
académico, científico y cultural (elecciones de claustro, integración de
comisiones y comités editoriales, constitución de jurados y referatos,
organización de congresos y simposios, etc.).
En ese enmudecimiento cómplice y en esas relaciones de poder cortesanas,
genuflexas, ventajeras y oportunistas, y no en los méritos intelectuales
propios, ni en las rupturas epistemológicas o metodológicas alcanzadas en sus
investigaciones, ponencias y exposiciones, ni en las innovaciones tecnológicas
con que exhiba su producción, estaría cifrada toda la esperanza de inmunidad,
reconocimiento, cooptación y promoción académica. Esta búsqueda perversa de un
nicho ilegítimo lo induciría a su vez a incurrir en diversos mecanismos
ficticios y cínicos (fatuidad, imitación, simulación, adulteración, plagio,
etc.), y en una constante propensión a rehuir la polémica o el debate franco,
donde la originalidad, la creatividad y la fractura con lo establecido estarían
obstinadamente ausentes.
Notas
(1) La idealización del Peronismo hecha por Pasado y Presente en 1973 la
explicitó Burgos en una docena de páginas (Burgos, 2004, 208-217). Pero en dicha
crítica Burgos no se detuvo a estudiar el siguiente párrafo: "Estos son, a
nuestro entender, los rasgos que definen la originalidad del movimiento
peronista. De un movimiento que, con el triunfo electoral del 11 de marzo [1973]
dio los primeros pasos hacia una nueva etapa de su historia. Ese día, el
peronismo actuó como síntesis política del conjunto de clases que se opusieron,
desde 1966, al proyecto monopolista, cuantificó en las urnas todo el odio
acumulado por el pueblo frente al imperialismo y sus aliados internos. El
pronunciamiento masivo que significó el voto, puso también al descubierto el
error de quienes, desde una izquierda que salía de la crisis del reformismo y
que había logrado una primera inserción en el movimiento de masas, propugnaron
el voto en blanco, alentando una vana ilusión de pureza programática". (Debo el
ejemplar de este inhallable número de Pasado y Presente a la generosidad
de Martín Sivak, hijo de mi malogrado amigo Jorge Sivak)
(2) Juan Carlos Portantiero , Juan Carlos Torre, Emilio De Ipola, Hugo Rappaport,
Pablo Giussani, Pedro Parturesni y Sergio Bufano (Rodríguez, 2005).
(3) ver Burgos, 2004, 91 y 107.
(4): Delgadillo, Gómez, y Stoll, 2000;
(5) En el proyecto se encuentran implicados los intelectuales argentinos
Alejandro Piscitelli y Adrían Paenza, así como un instituto de la Facultad de
Ciencias Exactas de la UBA dirigido por el Dr. Hugo Scolnik. Para la réplica al
proyecto de Negroponte ver Villanueva Mansilla, 2006.
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