Argentina: La lucha continúa
|
Agronegocio
Editorial del domingo 30 de julio de 2006
Jorge Eduardo Rulli
www.grr.org.ar
Me preocupa el poder hallar explicaciones para las tensiones y para los
conflictos que se suscitan en el campo, y me preocupa, porque vivimos una época
en que los modelos hegemónicos que configuran las nuevas dependencias, se
instalan en las áreas rurales en el marco de los modelos de agroexportación, y
porque desde allí se proyectan sobre el resto del país, condicionando
indefectiblemente toda la vida ciudadana... A la población urbana desenraizada
de sus memorias y con un imaginario cada vez más ocupado por la publicidad y por
la TV. le resulta difícil aceptar esta importancia de lo rural que continúa
asimilando con lo atrasado, en una época de Capitalismo Global, de altas
tecnologías y de relaciones universales instantáneas. Sin embargo, esa
preeminencia de lo rural se corresponde con los nuevos poderes transnacionales
que tienen base en la apropiación de las semillas y de los mercados
internacionales de granos, en el creciente poder de las cadenas agroalimentarias
y de los supermercados, que han expropiado la función de alimentar a cientos
sino miles de millones de seres humanos.
Muchos continúan negándose desde una supuesta izquierda a reconocer el valor
político de los alimentos, sin embargo, ya los discursos y los interrogantes de
muchos líderes apuntan a desentrañar el conflicto que se viene ineludiblemente:
el producir comida o producir combustibles, dado que la fuente de ambos será
indefectiblemente, al menos si continuamos por este camino, la misma
agricultura, y todos temen que no habrá posibilidades de abastecer los dos
mercados simultáneamente, y entre la necesidad de comer de los pobres y la
necesidad de abastecer el hambre de los automóviles de los ricos, es previsible
imaginar quienes habrán de quedar en el camino...
Hemos dicho que, tanto el modelo rural como la producción de alimentos
industrializados y su comercialización, se encuentran en manos de lo que se
denominan los Agronegocios, y ello se expresa mediante las cadenas
agroalimentarias que se inician en un modelo de agricultura sin agricultores, no
importa de quién sea la tierra, y que llegan hasta nuestra mesa en forma de
productos envasados cargados de publicidad, de residuos agrotóxicos y de
conservantes. Ha sido ese un proceso lento pero implacable de conquista del
sector, un proceso de apropiación masiva de los mercados, de cooptación y
especialmente de aculturación del productor, porque persuadir al hombre de campo
que lo suyo era un agro business, y transformarlo de chacarero a pequeño
empresario rural, no fue un hecho menor, sino decisivo, para poder imponer el
modelo agroexportador de las biotecnologías y de la dependencia a insumos que
ahora tenemos.
Y no estamos hablando de algo que ocurrió ni de algo que ha llegado a su máxima
expresión. no, todo lo contrario, las últimas informaciones nos hablan de 24
villas miserias nuevas, tan sólo en la Ciudad de Buenos Aires, y según los
estudiosos del INTA, 8 de cada 10 de los desocupados que las pueblan, son
desempleados de la agricultura. El proceso de despoblamiento continúa.
Ahora bien, si son las cadenas agroalimentarias las que dominan el sector de la
producción y comercialización de alimentos, bien podríamos entonces admitir que
cada vez que el Gobierno Nacional intenta resolver cupularmente, alguno de los
problemas que en esta área se producen, estaría reconociendo y hasta legitimando
ese poder de los agronegocios. Cada negociación con los dueños de las grandes
cadenas no hace a lo sumo, más que solucionar los problemas hoy, pero a la vez
fortalece el modelo hegemónico de los agronegocios y de las cadenas
agroalimentarias. Las negociaciones copulares y el modelo de premios y
castigos que se han institucionalizado como práctica política, entre otros con
los sectores rurales, es algo peor que aquello de tapar agujeros, es en
definitiva una torpeza, el hacer doctrina de la coyuntura y olvidar cuáles
serían las tareas indelegables de la investidura en el ejercicio del Estado. Lo
que quiero decir es que en la negociación con el Agronegocio, se llame
Mastellone o como se llame ese agronegocio, el único argumento válido a
ser usado por el funcionario podría ser el de: Señores, moderen su codicia y su
voracidad de ganancias o me obligarán a hacer, lo que yo como funcionario
debería estar haciendo.
Sigamos un poquito más con esta idea porque vale la pena desarrollarla. Lo que
estoy diciendo es que el Agronegocio ha expropiado al Estado la función
reguladora que al Estado le corresponde, y por supuesto la usa de una manera
bastante discrecional y en su propio beneficio. El agronegocio es el que le fija
el precio al productor, pero cuando ese precio baja en la tranquera no significa
que vaya a bajar en la góndola para el consumidor de la ciudad.
Creer esta inocentada es el engaño en el que muchos caen. algunos de buena fe y
otros con muy, pero muy malas intenciones... La relación no es mecánica, porque
los agronegocios manejan las cadenas agroalimentarias, así como los
supermercados, y las manejan a discreción. Ellos son los dueños de todos los
eslabones. A ver si se entiende: estamos jugando a los naipes con alguien que
tiene todas las cartas, también las nuestras.
El precio que baja en la tranquera porque lo decide al Agronegocio, obliga al
pequeño productor a disminuir los costos o a desaparecer, y ello significa
incorporar el paquete tecnológico de la gran escala que también es parte del
Agronegocio, o puede significar acaso incorporar mano de obra familiar que
trabaja por la comida o incorporar mano de obra esclava o semiesclava
proveniente de los países limítrofes. De hecho se da esa situación con los
lácteos y la Serenísima, desde la dictadura de Onganía hasta el presente, sin
que el esquema haya sido modificado en tantos años de Democracia. Se da también
una situación similar con las retenciones a las exportaciones, en que al pequeño
no se le discrimina si la soja va como poroto que paga el 21 o como aceite que
paga el 5. el precio lo fija siempre el Agronegocio y la balanza se generaliza
siempre para un solo lado. Y se ha producido lo mismo últimamente con la carne,
donde la disminución del precio del animal en pie, se la quedaron los
frigoríficos y los intermediarios, y no llegó al consumidor sino en mínima
expresión y tan sólo para cubrir la apariencias y
hacer como qué... es decir, hacer ver que la política empleada fue la correcta,
mientras que en verdad, los agronegocios multiplicaron sus ganancias...
Entonces, y repito: toda negociación cupular implica la inmoralidad de
manifestarle a la cadena de agronegocios que maneja los precios, algo así cómo:
Señores, moderen sus exacciones o me veré obligado a tomar las medidas políticas
a las que mi función me obliga y que no tomo porque prefiero continuar con el
circo y preservar el modelo impuesto y negociar con ustedes que son como el
zorro en el gallinero.
El plan ganadero anunciado no hace más que reafirmar ese modelo impuesto en los
años noventa. Y también me refiero a que el Estado no tiene en estos momentos,
instrumento alguno como para fijar políticas de cambio de ese modelo y ni
siquiera para incidir en lo que ocurre en los mercados. Veamos sino: el ONCA no
define políticas sino que es apenas un inspector comercial.
El SENASA es en cambio un inspector sanitario y por supuesto tampoco define
políticas. Y entonces qué?. La Junta Nacional de Granos y la Junta Nacional de
Carnes, que se abolieron en épocas de Menem, sí en cambio definían políticas,
porque regulaban el stock ganadero, porque fijaban precios sostén cuando eran
necesarios, pero también, porque podían satisfacer esa necesidad de
participación de los productores en las políticas, que es absolutamente legítima
y que en estos últimos conflictos ganaderos ha surgido a luz como una
reivindicación entre otras que, bueno sería atender en desmedro del liderazgo
que sobre ellos tienen las corporaciones.
La supresión de las exportaciones de carne no ha hecho sino favorecer a los
Agronegocios y a la extensión de la agricultura de las sojas transgénicas. O sea
que, una mala política sobre el sector ganadero y más allá de sus intenciones
manifiestas, que han sido la de hacer descender el precio de la carne al
consumidor, ha terminado favoreciendo a los frigoríficos, o sea a los
agronegocios, que se quedaron con la parte del león en las diferencias de
precios habidos en la intermediación y además ha favorecido también
lamentablemente, al desarrollo de mayores extensiones de soja, porque son muchos
los ganaderos que desalentados en sus producciones, se han pasado a la
agricultura industrial de la soja.
Y esta situación que describimos se produce en un momento muy especial, cuando
grupos importantes de municipios en la Provincia de Buenos Aires se reúnen por
primera vez, para estudiar algún modo de detener la creciente sojización con que
los amenazan los pooles de siembra, detener el cierre de los tambos y además la
emigración a las ciudades de las poblaciones de sus municipios. Esta sojización
se produce también, cuando crece en todo el país la resistencia de los vecinos
hacia los sojeros y hacia las fumigaciones que acompañan la soja, y cuando los
médicos verifican a diario una catástrofe sanitaria originada en la agricultura
industrial; que el cáncer, las malformaciones, los abortos espontáneos y el
descenso de la capacidad intelectual en los niños, se extienda como una mancha
de tinta en todas las periferias urbanas de la Argentina, y que ello es la
evidente consecuencia de los venenos que acompañan al modelo de la soja .
Pero hay más para demostrar el despropósito de ciertas políticas que por error u
omisión, terminan alentando el modelo de la Sojización. De hecho, los
agronegocios se han independizado de las políticas del Estado, imponen sus
propios modelos y sus intereses regionales a nivel del MERCOSUR y se
despreocupan de las alternativas político electorales que desvelan a los
funcionarios y a los hombres de partidos. Ellos, los agronegocios, están más
allá de esas alternativas y hechos coyunturales, son los que generan las
políticas públicas y los que planifican el futuro de nuestros países. Nada que
pueda hacer el Gobierno con su anecdotario de premios y castigos y con sus
medidas errátiles, puede llegar a opacar lo que para el rediseño de la Argentina
próxima que requieren las biotecnologías y los biocombustibles, pueden llegar a
significar proyectos como el de la Hidrovía Paraná Paraguay y ahora también el
del ferrocarril Belgrano Cargas, más conocido como el tren de la soja, con sus
siete mil kilómetros de extensión, en las manos de Franco Macri y del jefe de la
CGT, el camionero Hugo Moyano.
Lamentablemente, no sólo el Gobierno es rehén del modelo sojero de los
Agronegocios y tampoco atina a diseñar una política que sea capaz, al menos, de
ponerlo nuevamente en posición de manejar los tiempos políticos y del desarrollo
económico. También los pequeños productores son rehenes del modelo y los hemos
visto en estos días haciendo causa común con los frigoríficos que se embolsaban
las grandes tajadas de la torta, tanto como han hecho en los últimos años causa
común con las cerealeras, en el absurdo reclamo contra las retenciones que,
ellos precisamente no deberían haber pagado nunca porque son retenciones a la
exportación y no al productor, y sin embargo son los exportadores los que les
traspasan el tributo y son a tal punto prisioneros del modelo que, en vez de
rebelarse ante el abuso descarado de los exportadores, hacen causa común con
ellos y en su extrema confusión se rebelan y protestan contra el Estado.
No podemos ser ignorantes ni indiferentes ante estas situaciones. Hoy el modelo
rural se proyecta de manera hegemónica sobre la Argentina toda, condicionando
nuestras vidas en todos los ámbitos sin excepción alguna. Los Agronegocios nos
han impuesto un modelo que conduce inexorablemente a generar enormes territorios
vacíos por una parte y enormes conurbanos inmanejables por la otra. Un modelo de
país en que la puesta de la agricultura industrial al servicio de la producción
de biocombustibles, conducirá inexorablemente a un riesgo mucho mayor aún que
los actuales: el de que carezcamos de la suficiente provisión de comida para los
argentinos.
Continuar enfrentando ese futuro temible sin reconstruir el Estado en sus
instrumentos imprescindibles para elaborar políticas de intervención, políticas
que puedan modificar el modelo de la soja, limitar sus desarrollos o morigerar
sus crecientes impactos, no solo será un gravísimo error político, sino que
constituirá un importante incumplimiento de la función de gobierno. Hacerlo
desde un pensamiento meramente progresista, nos equipara, con los hermanos
uruguayos y con la penosa tragedia de una generación de luchadores sociales y
revolucionarios, que terminaron en el país hermano siendo absolutamente
funcionales a lo que siempre combatieron o al menos declararon combatir. Si esa
misma tarea se intentara hacer en la Argentina desde los símbolos del
Peronismo, tan solo estaríamos añadiendo la burla más cruel a la combinación de
torpeza y de falta de conciencia nacional.