Tregua en el conflicto aborigen
La cuestión indígena en el Chaco
Mempo Giardinelli
De un lado, muchas familias de indígenas chaqueños acampando en la Plaza 25 de
Mayo, la principal de esta ciudad. Del otro, el edificio de la Casa de Gobierno.
Y la ciudad, con su tránsito caótico ahora recrudecido, dividida entre el
racismo más o menos disimulado y una comprensión resignada del problema.
Tal fue el paisaje del último mes. Los piquetes y la protesta mediática de las
tres etnias que conforman el Instituto del Aborigen del Chaco (Idach)
consiguieron que hace un par de semanas los recibiera el gobernador Roy Nikisch,
pero apenas entraron se pudrió todo: el toba Orlando Charole, presidente del
Idach (que es un organismo del gobierno), quiso que entraran 20 delegados de las
etnias y asambleas del interior. El gobernador dijo que sólo recibiría a seis.
Charole dijo además que la agenda debía ser abierta e incluir todos los temas.
Nikisch dijo que no aceptaría el reclamo de renuncia del intendente Lorenzo
Heffner, de Villa Río Bermejito, a quien los indígenas acusan de discriminación
y racismo.
Y ahí se acabó el diálogo, cortado por ambas partes, y entonces sobrevino lo
obvio: diputados y dirigentes peronistas acusando al gobierno; grupos de
ultraizquierda proponiendo "tomar" la Casa de Gobierno cual Palacio de Invierno
y el radicalismo local justificando el acostumbrado e irritante autismo de
Nikisch, que nunca responde a los reclamos y deja que todos los conflictos se
tensen al máximo.
Después se fue Luis D’Elía, cuya fugaz presencia distó de ser afortunada, y
también se retiró el lamentable circo de movileros de la televisión porteña,
esos que se excitan cada vez que "descubren" la indigencia y la posibilidad de
disturbios, seguramente desilusionados por la serenidad indígena.
Y allí siguió el campamento, bajo el cambiante clima chaqueño cuyo ridículo
invierno los condenó a temperaturas de 5 hasta 30 grados, lluvias y solazos, y
todo en medio de la arboleda de la plaza principal, sin baños ni servicios, con
mujeres, viejos y críos vestidos precariamente y mal alimentados. Por más de dos
semanas.
Sus reclamos son, de hecho, todos. Y por donde se mire el asunto, tienen razón.
El petitorio presentado hace un mes exige la entrega inmediata de tierras a las
comunidades aborígenes; la suspensión de toda venta de tierras fiscales; la
formación de una comisión popular investigadora y que se sepan los nombres de
los compradores.
Pero pasaron los días y la protesta se debilitó. Solamente querían hablar con el
gobernador, pero ayer Nikisch viajó a Portugal y una delegación aborigen aceptó
hablar al mediodía con el vicegobernador Eduardo Moro y el gabinete casi
completo. Luego de cinco horas, Egidio García, un dirigente indígena moderado,
dijo: "Fuimos escuchados y ahora todo va a ser trasladado al Parlamento
indígena".
En la asamblea de ayer, jueves, quedó claro que la estrategia "larguera" del
gobierno fue exitosa. Se informó que se habló de la entrega de territorios
indígenas y de la ampliación del presupuesto del Idach; de la oficialización de
títulos a los maestros bilingües y de la puesta en marcha de programas
habitacionales, de salud, educación y producción para las comunidades. Pero,
curiosamente, no se tocó la cuestión de la venta de las tierras fiscales.
La asamblea decidió levantar el campamento. Quedará un grupito de aguante hasta
el 10 de julio, en cumplimiento de la tregua acordada, rodeados de la
inexplicable indiferencia de una sociedad que mira para otro lado, del frío
trato gubernamental y del apoyo sectario de muchos que se acercan por puro
oportunismo político.
Es lo que rodea siempre a los aborígenes. Como ha sido toda la vida, toda la
desdichada historia indígena de los últimos ciento y pico de años. Y aunque es
cierto que algunas voces suenan todavía amenazantes, casi nadie las escucha. Y
no sería raro que en algunos despachos se haya brindado con champán.