Argentina: La lucha contin�a
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La unidad econ�mica regional a prueba
El conflicto entre Argentina y Uruguay no refleja fortalezas nacionales, sino
debilidades comunes
Antonio El�as y Jorge Marchini
El Correo de Econ�micas
Las particularidades y peripecias del conflicto por las plantas de celulosa no
deber�an ocultar que est� en juego un dilema: la profundizaci�n de la disputa
por atraer inversiones externas compitiendo en un "s�lvese quien pueda" que
puede llevar a insospechados enfrentamientos regionales, o la apuesta a un
proyecto regional soberano con complementariedad productiva sustentable y el
reconocimiento y la compensaci�n de las asimetr�as.
El conflicto por la instalaci�n de las plantas de celulosa sobre el r�o Uruguay
desvela y enfrenta a nuestros pa�ses. La tensi�n sigue en aumento, y en medio de
la creciente agitaci�n en ambas orillas, el fracaso de negociaciones y la
virulencia declarativa entre gobiernos, resulta natural preguntarse: �Se trata
s�lo de un conflicto puntual, sensible, debido a la magnitud de las inversiones
e intereses en juego? �Es esta una disputa que demuestra la inviabilidad actual
del mayor proceso de integraci�n y complementaci�n econ�mica regional puesto en
marcha en Latinoam�rica: el MERCOSUR?
Por lo pronto, llama la atenci�n que, aun existiendo hoy, tanto en Argentina
como Uruguay, gobiernos denominados, en una imprecisa definici�n com�n, de
centro-izquierda, que han definido en forma permanente su vocaci�n com�n
prioritaria hacia la "unidad latinoamericana", nos encontremos en un estado de
crisis y tensi�n entre pa�ses vecinos de enorme seriedad. Las respuestas
"chauvinistas" han estado a la orden del d�a, acicateadas por los sectores m�s
conservadores, tanto de la "nueva izquierda" como de la vieja derecha.
Las autoridades de Argentina y Uruguay hab�an venido reafirmando "el esp�ritu y
la voluntad de di�logo" y el reconocimiento de la importancia de los estrechos
v�nculos hist�ricos, lo que se expres� en el pre-acuerdo de Santiago de Chile
(levantar los cortes y suspender las obras por 90 d�as), el rechazo unilateral
de la empresa finlandesa Botn�a, impidi� que continuara el proceso de
negociaciones y la relaci�n bilateral parece marchar a un callej�n sin salida.
Las condiciones, exigencias y presiones de la empresa Botn�a, con el respaldo
del gobierno finland�s y la Uni�n Europea, impidieron un proceso de negociaci�n,
lo que demuestra hasta que punto son inconveniente para nuestros pa�ses los
tratados de protecci�n reciproca de inversiones.
Nosotros y ellos. Pero �qui�n es qui�n?
Una creciente manipulaci�n chauvinista puede hacer aparecer el conflicto por las
papeleras como insuperable. El clima de antagonismo es fogoneado, en ambas
orillas, por aquellos que representan los intereses econ�micos de los sectores
dominantes que esperan favorecerse en un nuevo proceso de balcanizaci�n de
Am�rica Latina, y a la vez, es favorecido por irresponsables dirigentes
"progresistas" que no miden los costos culturales e ideol�gicos de sus
afirmaciones.
A no enga�arnos, lo que realmente organiza el alineamiento de fuerzas pol�ticas
de nuestros pa�ses en el "conflicto por las papeleras" no es tema de banderas.
La confrontaci�n no debe ser asimilada y azuzada irresponsablemente como si
fueran pasiones futbol�sticas entre rioplatenses, Se trata ni m�s ni menos que
de una pol�mica generada por la radicaci�n de empresas transnacionales con un
correlato de consecuencias nacionales y disputas intra-regionales pol�ticas,
econ�micas y sociales trascendentes.
Son dos los aspectos ordenadores de referencia real en debate: por un lado, la
defensa u oposici�n a la expansi�n del modelo capitalista que se expresa en la
penetraci�n de nuestros mercados por las empresas transnacionales; por otro
lado, la defensa de las fuentes de ingreso, tanto de los trabajadores como de
los empresarios, implicados en este proceso.
Los gigantescos proyectos de procesamiento de materia prima con masiva
utilizaci�n de recursos naturales y productos qu�micos en un �rea com�n, el r�o
Uruguay, generan, efectos multiplicadores sobre el empleo y la actividad
econ�mica en el lado uruguayo y, como contrapartida, efectos, mayores o menores,
sobre el medio ambiente que afectaran negativamente otras actividades
productivas, como el turismo, en ambas orillas.
Los mecanismos utilizados por los gobiernos de nuestros pa�ses para imponer sus
posiciones no han respetado el marco institucional, no lo hizo Uruguay al
incumplir el tratado del R�o de la Plata y tampoco Argentina, al impedir el
libre transito en puentes internacionales.
Los actuales caminos de confrontaci�n, no permiten avanzar hacia una proclamada
"imprescindible unidad latinoamericana" sino que, por el contrario forman parte
de un proceso de re-balcanizaci�n. Si las disputas espec�ficas por "ganar"
inversiones del exterior llevan a la competencia/pelea por definir cu�l es el
pa�s que da mayores ventajas y beneficios al capital extranjero -bajos salarios,
zonas francas, exenciones impositivas, garant�as de inversi�n y menores
controles al movimiento de capitales o a las caracter�sticas de los
emprendimientos productivos- no es temerario afirmar que el destino que espera
Am�rica Latina es el de la postraci�n y la resignaci�n a los hechos consumados,
el aumento de la dependencia y la creciente multiplicaci�n de conflictos entre
sus naciones.
Un tema central, para una posible negociaci�n y acuerdo, es la evaluaci�n de las
externalidades, positivas y negativas, que generan estas inversiones
extranjeras, las mayores de la historia reciente del Uruguay, lo que conlleva
necesariamente, la creaci�n de mecanismos de compensaci�n a los sectores
perjudicados de ambos pa�ses. Lo que deber� tomar en cuenta, necesariamente, las
asimetr�as de las econom�as involucradas.
Entre el neoliberalismo y la ortodoxia econ�mica
Sin duda luego de los alt�simos costos sociales y econ�micos de la desastrosa
oleada "neoliberal" parec�a que la confianza casi infantil en las recetas del
"Consenso de Washington" de apertura, desregulaci�n y privatizaci�n hab�a
quedado atr�s. Sin embargo, el f�nix vuelve redivivo
Aquel principio en su momento presentado como inexpugnable de "absoluta
confianza en el libre mercado" ya instalado en las dictaduras militares no ha
quedado en el olvido en gobiernos civiles electos. No han bastado las crisis de
nuestras sociedades -y en ella, sin duda, los sufrimientos de los m�s
despose�dos- que han tenido y tienen que asumir los dur�simos costos del
desbarajuste de un vertiginoso proceso de desestructuraci�n de nuestras
econom�as que conllev� una evasi�n masiva de capitales, gigantescos negocios
especulativos y niveles de corrupci�n in�ditos.
Aun siendo que muchos dirigentes y referentes de opini�n no hablen m�s, en
nuestros pa�ses, en los mismos t�rminos que en los dictatoriales y catastr�ficos
70, la "d�cada perdida" de los 80 o los "felices a�os 90", de crecimiento con
exclusi�n, sigue presente una l�gica predominante de espera, condicionamientos y
subordinaci�n a los intereses del gran capital y de sus operadores
multilaterales (FMI, BM, BID). Por lo pronto, debe reconocerse que existe una
cada vez m�s notoria y grosera distancia entre la necesidad y expectativa de los
pueblos por modificar una realidad oprobiosa y las pol�ticas econ�micas que se
van implementando en nuestros pa�ses Se repiten promesas de "prioridad social y
productiva", pero contin�a el asistencialismo -llamase "plan de emergencia" o
"plan jefes y jefas de hogar"- mal tapando la brechas, la exclusi�n y la
segmentaci�n social que genera la falta de fuentes de trabajo genuinas.
En nuestros pa�ses, las instituciones y condiciones econ�micas, tanto en
per�odos de crisis como de expansi�n como el actual, siguen favoreciendo la
concentraci�n del ingreso y crean condiciones para excluir una buena parte de
nuestras poblaciones. Siguen vigentes los privilegios, no se modifican
estructuras regresivas implantadas en el auge neoliberal y en nombre de la
"estabilidad de las reglas" y de la creaci�n y desarrollo del "clima de
negocios" se siguen subordinando pol�ticas y acciones de Estado.
Son buen ejemplo de ello, la idea de presentar pagos adelantados al FMI como
"paso para ganar mayor grado de independencia", cuando son en realidad afrentas
en pa�ses con visible subdesarrollo y deudas sociales gigantescas. El gasto
p�blico sigue subsidiando malos negocios capitalistas y no inversiones p�blicas
b�sicas, la regresividad impositiva sigue inalterada, m�s all� de reformas que
no avanzan en lo sustancial, y el mejoramiento de salarios, jubilaciones y
gastos sociales quedan postergados para el tiempo de las campa�as pol�ticas y
los discursos de ocasi�n, pero no para ser afrontados como prioridad inmediata.
M�s a�n, habiendo un cambio notorio reciente del ciclo econ�mico por el mayor
valor de las exportaciones y los bajos intereses financieros, el crecimiento de
la "torta" ha ido paralelo al asentamiento de un regresivo reparto no s�lo entre
sectores sociales sino tambi�n entre pa�ses. Las peque�as mejoras
redistributivas, en el marco de aumentos m�s que significativos del producto, no
muestran un cambio de tendencia en el proceso de concentraci�n de la riqueza.
El conflicto actual entre Argentina y Uruguay no refleja los cambios sino las
continuidades del "s�lvese quien pueda" de toda una �poca. Como muestra de
debilidad es posible observar el profundo contrasentido de que, en el momento
que se cuenta con gobiernos supuestamente m�s progresistas y que reclaman, m�s
que nunca, la necesidad que los latinoamericanos asumamos nuestras
responsabilidades y rol hist�rico en forma madura, el Banco Mundial -el
cuestionado organismo se�alado tantas veces como causante de "semillas de
destrucci�n"- se convierta en el �rbitro esperado para laudar en el conflicto. O
la Corte de la Haya, cuya ineficacia en resolver conflictos internacionales es
bien reconocida, se convierta en �mbito de dilucidaci�n de la disputa entre
Uruguay y Argentina en torno a la instalaci�n de las plantas de celulosa. O peor
a�n, se busque que la salida salvadora sea terminar con los acuerdos regionales
o avanzar en entendimientos individuales de preferencia comercial con pa�ses
mayores (�y las quejas de subordinaci�n y falta de independencia?), en lo que
sin duda ser�a un salto al vac�o con impredecibles costos para nuestras
sociedades.
Es hora de alternativas
Si se asume que la crisis se vincula a la estrategia aplicada por el
neoliberalismo en las �ltimas d�cadas, entonces es necesario desmontar un
andamiaje normativo al servicio de la expansi�n de capitalista, tanto en lo que
tiene que ver con las reglas formales que liquidaron los mecanismos de
protecci�n de la econom�a nacional y redujeron el papel del Estado, como con las
normas informales, la cultura y la ideolog�a predominantes que privilegian el
�xito individual respecto a las diferentes formas de soluciones colectivas.
En una perspectiva m�s general, la eclosi�n de las plantas de celulosa demuestra
la falta de visiones, programas, mecanismos de resoluci�n de conflictos y l�neas
de acci�n y cooperaci�n comunes. O el MERCOSUR asume cambios profundos en su
marco institucional, o no tendr� capacidad de unificar criterios y acciones
m�nimas de complementaci�n.
Los objetivos de la integraci�n deben ser el desarrollo arm�nico y sostenido de
nuestras sociedades, el cuidado de nuestros recursos, el fortalecimiento de
nuestras econom�as. Deben tomarse acciones inmediatas, unificadas, en relaci�n a
temas b�sicos como ser: pol�ticas laborales, econ�micas y financieras;
negociaciones por la deuda externa, el control sobre capitales especulativos,
negociaciones comerciales con terceros pa�ses, el cuidado del medio ambiente y
la complementaci�n de inversiones. Debe abrirse sin demora el debate de
alternativas para el aprovechamiento de los recursos y capacidades productivas y
humanas regionales. Deben darse pasos concretos por parte de los pa�ses m�s
grandes de la regi�n (Argentina y Brasil) para considerar la situaci�n
desventajosa por el menor desarrollo relativo, localizaci�n y escala de los
mercados de los pa�ses m�s peque�os (Paraguay y Uruguay).
Los resultados de las �ltimas d�cadas demuestran que el neoliberalismo y su
complemento cepalino, el regionalismo abierto, han fracasado en su supuesta
capacidad para resolver los graves problemas de nuestras econom�as, aunque s�
han facilitado la penetraci�n del capital transnacional. La soluci�n no es
separarnos, ni declamar por los problemas sino estar m�s unidos que nunca en
b�squeda de soluciones, lo que implicar�, necesariamente, recrear las fronteras
de nuestras econom�as, pero ahora, al nivel regional m�s amplio posible. Para
ello la unidad no s�lo es conveniente, sino imprescindible.