Argentina: La lucha continúa
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Trabajo esclavo y sobreexplotación...
A destajo
Talleres textiles con empleados bolivianos. Extensión horaria en comercios
minoristas y en supermercados. Condiciones precarias en call centers y en la
construcción. Subcontratación y tercerización en medianas y grandes industrias.
Precariedad en fileteros de pescado y en el sector agrícola. Desde una posición
moral se lo denomina "trabajo esclavo". Pero todos esos casos son de
sobreexplotación, organización de las relaciones laborales que busca ganancias
extraordinarias.
Verónica Gago
Página12
El trabajo textil no es el único que se caracteriza por ser informal y producir
a destajo. También en los empleos del comercio minorista, en los supermercados,
en los centros de atención y venta telefónica (call centers) y en la
construcción. Situación similar se verifica en industrias grandes y medianas que
subcontratan trabajadores y tercerizan empleo. Otros casos son los fileteros de
pescado y ciertos segmentos del trabajo agrícola, como la recolección de fruta
en el Sur y Norte del país, y la zafra de la caña de azúcar en Tucumán. Se suman
las subcontrataciones que hace el sector público para tareas de limpieza y
mantenimiento. Ese panorama laboral proyecta una tendencia que se ha
generalizado: la sobreexplotación del trabajo. No se trata de la idea de tono
moral del "trabajo esclavo", como se popularizó a partir de los talleres
textiles que emplean a bolivianos, sino en la más extendida y raíz de ganancias
extraordinarias de la sobreexplotación.
Hoy, en la Argentina, más del 39 por ciento de la mano de obra ocupada trabaja
un promedio de doce horas por día. Además de la extensión horaria, los empleos
de sobreexplotación se definen por la precarización contractual (trabajo en
negro) y por salarios que son variables y muchas veces por debajo de los mínimos
legales. Las condiciones laborales –tanto espaciales como sanitarias– suelen ser
de alto riesgo y se constatan sus consecuencias en el rápido crecimiento de los
accidentes de trabajo. Los altos índices de desocupación y un modelo exportador
que no requiere demasiada mano de obra son la contraparte de esta
sobreexplotación que, en los países periféricos, se consolida como una ventaja
comparativa para las empresas. Más que "trabajo esclavo", lo que se registra en
el mercado laboral es una forma organizativa y productiva del trabajo precario
para amplios sectores, que pasan a formar parte de una mano de obra cada vez más
diferenciada y jerarquizada entre sí.
El fenómeno no es sólo local. Siendo que la producción está sometida a una feroz
competencia internacional, la sobreexplotación del trabajo es una exigencia
creciente más que un exabrupto aislado de algunas ramas o de espacios
geográficos excepcionales como las fronteras. La sobreexplotación se nutre de
los altos grados de flexibilización laboral y de la posibilidad de emplear
trabajadores temporarios. Esas características permiten elevar la productividad
del trabajo y al mismo tiempo pagarlo cada vez menos con relación a lo que
produce. Tras los efectos de procesos de privatización, tercerización y
desindustrialización, un cierto tipo de regulación estatal e institucional
sostiene esta reconfiguración del mundo del trabajo o directamente es incapaz de
controlarla.
Héctor Palomino, director de Estudios de Relaciones del Trabajo del Ministerio
de Trabajo, considera que durante la década del ‘90 fue desarticulada la
política estatal de inspección. Aunque ahora hay una "política de Estado para
regularizar el trabajo", señala que uno de los problemas, sobre todo en el
segmento de confección de la industria textil, se debe a que una gran parte de
los trabajadores se localiza en establecimientos de menos de 5 ocupados, los
cuales quedan invisibilizados para la inspección. Los datos, entonces, son
"aproximaciones indirectas" a la hora de contabilizar esa informalización del
trabajo.
Extremos
En la industria textil aparecen los rasgos más extremos de esas condiciones. Por
su lado, en la industria del pescado, el pago es mísero tras jornadas de hasta
16 horas diarias, con empleos en negro, sin cobertura médica ni previsional.
Pero la situación no deja de ser precaria en áreas sumamente modernas como las
celdillas en que decenas de jóvenes son empleados como teleoperadores de
empresas tercerizadas contratadas por trasnacionales. En esas labores, más que
la extensión horaria es la intensificación del trabajo y la altísima rotación lo
que las caracteriza como paradigma de sobreexplotación. El trabajo en regiones
agrícolas y, a su vez, la flexibilización se registran por jerarquías: hay una
diferenciación creciente entre un grupo reducido de trabajadores, estables,
calificados y con mejor retribución, y un número grande de empleados
discontinuos, con menor calificación y salario, en situación de riesgo social.
La sobreexplotación se entiende con un mapeo general del mercado laboral que
debe partir, según Claudio Lozano (CTA), de dos datos clave: una desocupación de
14,1 por ciento (computando los planes sociales) y bajos ingresos promedio. El
salario medio es de 722 pesos para ocupados, cuando a fines del 2005 la línea de
pobreza ya se sitúa en los 860. "Esto produce una elevada disponibilidad de la
fuerza laboral que pone límites al salario promedio, que crece muy por debajo
del Producto. Es esta alta tasa de disponibilidad la que deteriora las
condiciones de empleo, brindando así situaciones de sobreexplotación. El alto
nivel de desempleo tiñe al mercado laboral en todos sus sectores: nadie queda a
salvo del miedo de pasar a engrosar sus filas.
Fileteados
El 39 por ciento de los ocupados tiene una jornada laboral promedio de 12 horas.
Uno de los casos emblemáticos es el de los fileteros de pescado, situación
precaria que comparten 4500 trabajadores sólo en la industria de Mar del Plata.
Cada medianoche, cientos de personas van a las puertas de las empresas a esperar
si consiguen una "changa": esto significa que, hasta que no llega la carga de
pescado, no saben si son contratados durante esa jornada. A diferencia de
quienes están agrupados en cooperativas (otra forma de la tercerización),
quienes changuean deben lograr cada día conseguir una "mesa". El trabajo empieza
a las 2 o 3 de la mañana y se extiende entre 12 y 16 horas. Todo lo necesario
para hacer el trabajo (equipo blanco, botas, cuchillos, tablas, etc.) lo debe
proveer cada trabajador. El pago de la changa nunca se sabe cuánto será hasta el
final del día. Depende de factores como la cantidad de kilos fileteados, y el
tamaño y la calidad del pescado. Por jornada, hoy se paga entre 40 y 70 pesos.
Los invisibles
El empleo rural y agroindustrial, en particular el sector exportador de frutas
frescas y derivados, es difícil de medir. La investigadora Mónica Bendini, del
Grupo de Estudios Sociales Agrarios de la Universidad del Comahue, comentó a
Cash que la fruticultura en Río Negro y Neuquén se caracteriza por "diversas
modalidades de tercerización que mediatizan las relaciones laborales y la
persistencia de trabajo no registrado". De acuerdo con estimaciones sindicales,
el trabajo en negro oscila entre 25 y 35 por ciento, dependiendo de la zona y
del tipo de unidad productiva. En Mendoza, donde la producción de fruta está en
cifras record, una página web de análisis empresario señala algo imposible de
captar aún por los datos estadísticos: el sector privado le transmitió su
preocupación al gobierno provincial en caso de que se adelante el inicio de las
clases en el 2006 y que se "restrinja la presencia, en las plantaciones, de
muchas madres que deberán entrar en el ritmo escolar, junto con sus hijos, antes
de lo previsto". Bendini ratifica así esa otra modalidad de la flexibilización:
"La feminización del trabajo en cultivos".
Flexibilidad
La reconfiguración de los sectores obedece a una doble flexibilidad: por un
lado, por incorporación de tecnología, que reordena los procesos de producción y
suprime o modifica puestos de trabajo. Por el otro, una flexibilidad laboral que
inestabiliza la condición del trabajador. Ambas combinadas generan el terreno,
en muchos segmentos productivos, para la sobreexplotación. El contexto donde las
confecciones clandestinas y en negro se vuelven mayoritarias fue producto de la
reorganización del sector entre 1993 y el 2003, cuando "presentó una evolución
global muy desfavorable en términos del número de obreros ocupados y de las
horas trabajadas en la industria, un estancamiento en los niveles de
productividad laboral agregada y una reducción persistente en los salarios
reales percibidos por los empleados del sector", según un informe de la Cepal.
La Secretaría de Industria del Ministerio de Economía registra la situación de
los call centers, muchos de ellos offshore: "Importantes empresas del exterior
han elegido a nuestro país para brindar desde aquí servicios de atención
telefónica a sus clientes en diferentes países del mundo, entre ellas se
encuentran: Motorola, Microsoft, Hewlett Packard, IBM, Sony, Reuters y HBO".
Este expansivo sector laboral (que llegaría a los 50 mil puestos este año) se
promueve debido a que "la Argentina cuenta con importantes ventajas competitivas
en los costos de los principales insumos que demanda esta actividad: energía
eléctrica, telecomunicaciones y mano de obra". Los costos de la mano de obra,
según el informe, son "jornales aproximados a 2,50 dólares la hora en Córdoba y
Rosario, comparado con 3 dólares la hora en Buenos Aires, 4,25 en Ciudad de
México; 5,25 en Costa Rica y 5,60 en Chile".
De esta manera, lo que diversos sectores confirman es una organización del
trabajo que presiona sobre la totalidad del mercado laboral, difundiendo la
flexibilización general de la mano de obra y, en particular, la sobreexplotación
en algunos segmentos de la producción como requisito de rentabilidad para las
empresas locales y trasnacionales que se radican en el país.