Argentina: La lucha continúa
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Los Esteros del Iberá y Mr. Tompkins
Todos somos ambientalistas
Mempo Giardinelli
De manera típicamente argentina, una ley ambiental despertó en el Congreso la
semana pasada. Tras dormir siete años, como ahora el ambientalismo se puso de
moda a causa de las papeleras uruguayas, esta ley -que seguramente será
aprobada- exigirá estudios previos a la instalación de industrias contaminantes.
No está mal, algo es algo, porque hasta ahora nuestro ambiente se degradó de
manera criminal, como cualquiera puede advertir mirando el Riachuelo, cuyo
estado no admite excusa alguna. Sobre todo si se entera al soberano de que, por
caso, el Támesis era igual hace 30 años y hoy es el principal paseo turístico de
Londres.
El proyecto de Ley, impulsado originalmente por Mabel Muller y ahora por Miguel
Bonasso, hace un tiro por elevación hacia el Uruguay, al decir que cualquier
país fronterizo afectado por proyectos a instalarse en nuestro territorio podrá
solicitar estudios de impacto ambiental, de igual modo que la Argentina lo hará
si el riesgo contaminante está en territorio vecino.
Tarde piaste, como se diría en el interior, pero mejor esto que nada.
Y hablando del interior, y de mejor que nada, eso parece ser lo que hace Douglas
Tompkins, mencionado críticamente en esta página la semana pasada.
Pero cuya labor defienden varios de los más serios ambientalistas argentinos,
quienes aseguran que, por lo menos, se trata de un tipo de ambientalista
peculiar y respetable y no de un vulgar "comprador de tierras" especulativo.
Desde la Patagonia, Mar del Plata o la mismísima Corrientes, lectores e
informantes de esta página aseguran que Tompkins -un ex empresario textil
norteamericano, nacido en Nueva York en 1943 y al parecer con un altísimo
sentido de culpa ambiental- desde hace años viene comprando extensiones de
tierras que recupera pacientemente, volviéndolas a su estado anterior a la
depredación, reconvirtiéndolas en parques, y donando luego esos territorios al
país en el que se encuentra.
Así empezó el Parque Nacional Monte León, cuya compra organizó la Fundación Vida
Silvestre y pagó Tompkins a través de su fundación Patagonia Land Trust. Eran
unas 70.000 hectáreas de tierras erosionadas y abandonadas por improductivas, en
las que se refaccionó la estancia original, se prohibió el paso clandestino para
caza furtiva, y a través de mecanismos legítimos se donó al Estado Argentino y
es hoy el primer parque nacional marino del país.
En Chile hizo algo similar. Silenciosamente compró grandes extensiones de la
Patagonia chilena, y creó allí la mayor área protegida del país hermano: Pumalín.
Que no es un parque privado, sino propiedad del Estado. Son 317.000 hectáreas de
bosque templado lluvioso consideradas un verdadero Santuario de la Naturaleza en
el que no se permiten actividades industriales. Su fundación Conservation Land
Trust, con base en los Estados Unidos, también despertó fuertes polémicas en
Chile, y todo tipo de suspicacias sobre los verdaderos intereses filantrópicos y
ambientales de Tompkins.
Como fuere, lo cierto es que esos parques ahí están, y ambos son de los
respectivos estados nacionales. Pero ahora este hombre es uno de los compradores
de los Esteros del Iberá, y su presencia es nueva y absolutamente polémica.
No es menor el asunto: de los 89.000 kilómetros cuadrados que tiene la Provincia
de Corrientes, mås del 30% es agua. Y el Iberá -que abarca una superficie de
1.300.000 hectáreas- es una de las principales reservas acuíferas del mundo. La
presencia allí de un extranjero que en su propio país es considerado "un
ecologista radical" no puede sino poner los pelos de punta a más de uno.
A Tompkins se lo acusa de desplazar a trabajadores rurales que ocupan esas
tierras desde tiempos inmemoriales, pero también lo atacan desde ámbitos
empresariales, inmobiliarios, ganaderos y forestales. Por supuesto no faltan
quienes lo acusan de "atentar contra la soberanía" o de ser "enemigo de la
correntinidad". El neoyorquino es cuestionado sobre todo por productores
agropecuarios, que sospechan de lo que llaman sus "ambiguos intereses"
colonizadores.
En Corrientes la polémica es ya imparable. En la Fundacion Iberá, que trabaja
desde hace tiempo en la zona (Mercedes), subrayan "la singularidad del magnate
norteamericano, que no entraría dentro de los esquemas convencionales pero a
quien no correspondería evaluar desde la poca información o las irracionalidades
patrioteras o provincialistas que no siempre saben discernir quién los perjudica
y quién los beneficia".
Esta entidad, junto con otra llamada Fundación Ecos, ha desarrollado un "Plan de
Manejo del Iberá" que parece ser un serio esfuerzo de solución integral a la
cuestión, no obstante lo cual a su alrededor se ha desatado una gruesa polvareda
de reacciones, de grupos políticos e intendentes y de la propia Sociedad Rural,
tanto en Mercedes como en otras localidades. Y un grupo llamado "Iberá
Patrimonio de los Correntinos" denunció en los diarios de esta provincia que
detrás de ese Plan estarían fundaciones de dudoso origen, el Banco Mundial y
hasta el gobierno norteamericano.
La profusión de informaciones periodísticas disponibles indica que Tompkins ya
compró 105.000 hectáreas de campos y lagunales en la zona de Perugorría (20.000
de ellas son plantaciones de pinos), 60.000 hectáreas en el medio de los Esteros
y 40.000 que pertenecieron al Grupo Blaquier, propietario de la Azucarera
Ledesma. Lo que parecerían creer los cuestionadores es que la intención última
de Tompkins sería quedarse con las tierras, o, mejor aún, con ese bien de
creciente valor que es el agua. Para ellos, el Plan de Manejo sería sólo una
herramienta para cumplir tal cometido puesto que las restricciones que impone
fungirían como impedimentos para los productores locales a fin de que las
tierras bajen de valor, y entonces Tompkins las compre más baratas y más
fácilmente.
Otros ambientalistas notables -que por fortuna la Argentina tiene, y muchos-
señalan que la estrategia ambiental de Tompkins consiste en comprar tierras y
restaurarlas ecológicamente, para devolverlas a los estados nacionales solamente
cuando está seguro de que los estados podrán controlarlas y conservarlas.
Tompkins, aseguran, "en silencio recompone, cuida y luego dona, donde sabe que
el receptor seguirá cuidando".
Además del Iberá, se dice que este hombre está comprando también tierras en los
Andes, aunque "no a la manera de Benetton". Algunos ambientalistas lo apoyan
incondicionalmente porque -dicen- es "hermoso ver cómo el bosque nativo andino
patagónico se recupera solito cuando no se permite la entrada del rifle del Sr.
Ministro o el helicóptero de caza aérea clandestina del Sr. Gobernador".
Y es que, sostienen estos ambientalistas (curiosamente no relacionados entre
sí), "dejar ciertas zonas en manos de los gobernantes significa que algunos
practiquen actividades ilegales (como el madereo en Misiones, por caso) en forma
clandestina". Por eso lo que admiran en Tompkins es que "recorre a pie sus
tierras, fotografía y filma, y respeta y deja en paz a los indios que ahi viven,
pues estaban antes que él".
Y agregan: "Cuando la tierra es del Estado (o "de nadie" como dijo alguna vez
Maria Julia) y el Estado está en manos de caudillos de dudosa moralidad, es
mejor que las compre un 'radical' como Tompkins. Basta pensar que Ence o Botnia
no se hubiesen podido instalar en el Iberá por la sencilla razón de que él no
los hubiese dejado".
Claro que el debate no acaba en Tompkins ni soslaya ideologías. Todos reconocen
que hay una linea dura ecologista que pone el acento en que ningún
norteamericano compre tierras, pero -los acusan del otro lado- no son tan
celosos ni exigentes frente al saqueo por parte de los locales.
Lo cierto es que en este asunto hay una mezcla explosiva de fanatismos, defensa
de intereses personales, miedo, ignorancia, xenofobia y desinformación, todo lo
cual exacerba los ánimos y dificulta la comprensión.
Aún hoy no está clara cuál es la solución final, pero no estaría de más que -con
Tompkins o sin él, o luego de él- la Argentina dispusiera alguna vez la creación
del Parque Nacional Iberá. Y no en una extensión simbólica (de hecho existe una
ley correntina que lo declara Parque Provincial, pero sin precisar sus límites)
sino definiendo perfectamente su enorme extensión.
Para ello harán falta dirigentes responsables, con conciencia ambiental y
social, y un profundo sentido nacional. Habrá que ver si los tenemos. Por ahora,
ojalá esta nota contribuya a que por lo menos se enteren.