Argentina: La lucha continúa
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¿Hasta cuándo, TBA?
Seguimos jugando al trencito (con fuego)
Oscar Caram
El 27 de febrero pasado, antes de las 10 de la noche, un nuevo accidente
ferroviario prendió las alarmas. Esta vez, una formación del Mitre línea José
León Suárez se tragó los contenedores de dos vagones que se habían desenganchado
de un tren de carga. El lugar, barrio de Palermo, altura Salguero.
La línea Mitre -recordemos- está concesionada junto con la Sarmiento a la
empresa Trenes de Buenos Aires -alias TBA- propiedad de hecho o de derecho de
los hermanos Cirigliano, empresarios del autotransporte de pasajeros. Si
seguimos haciendo memoria, protagonistas directos del incendio del Sarmiento del
año pasado, la sublevación de los pasajeros y la destrucción de la estación
Haedo, comentada en su momento en estas páginas (ver Un Túnel, Nº 81, noviembre
2005).
Como en aquella ocasión, salió a dar explicaciones el vocero de la empresa, el
inefable Gustavo Gago, un experto en el arte de hablar sin decir nada, que es lo
mismo que el arte de decir sandeces. Para este choque, el amigo Gago «explicó»
que «los dos vagones de carga estaban ubicados debajo del puente Salguero, en
una zona oscura que estaba sin luz (no, varón, si vuá ser una zona oscura
iluminada a giorno), por lo cual se produjo la colisión». Claro, Gago tiene
razón: con la luz apagada no vale. Así cualquiera choca. Pero lo mejor lo dijo
después: «Fue un choque con suerte, pero es un llamado de atención para el
sistema, evidentemente hay algo que falló». (Clarín, 28/2).
El punto y aparte fue para hacer la pausa que merece semejante observación.
Sublime lo de Gago: deduce que es un «llamado de atención para el sistema».
¡Claro, man! ¡Lo que no funciona ni puede funcionar es este pútrido sistema de
concesiones ferroviarias por el cual ustedes -tus jefes- se llevan toda la torta
sin poner ni diez gramos de harina, mientras nosotros, los dueños reales, lo
bancamos con subsidios y más subsidios, mientras contemplamos cómo ustedes
destruyen «el sistema» y nos dejan sin nada de lo que costó tanto construir!
Como claramente expresa el primer postulado de la Ley de Murphy, si algo puede
fallar, fallará. Para Gago, algo «falló». Por supuesto, porque sin
mantenimiento, sin inversión, lo que puede fallar va a fallar irremediablemente.
Y fallar significa chocar o descarrilar, como lo vienen haciendo repetidamente
trenes de todo el país. Pero como no somos ilusos, la declaración del vocero de
Cirigliano es un tiro por elevación. Es un reclamo para que el Estado, una vez
más, se ponga y le arregle «el sistema».
Destaquemos de paso -o no tanto- la forma en que «el gran diario argentino»,
como el resto de los grandes medios, presentó el accidente. El título de la nota
-la noticia- no es para Clarín el choque, sino que «Sólo queda un herido
internado tras el choque de trenes en Palermo». Una cosita de nada, vea. Apenas
el maquinista -el que no vio los vagones porque no había luces- seguía en el
hospital Fernández después de que los bomberos lo sacaran de entre los hierros
retorcidos. Tres rasponcitos y a casa. Y hasta es probable que todo se atribuya
a un error humano -el de él- y a otra cosa mariposa. O hasta el próximo choque.
Y hablando de próximo, termina la nota diciendo que un año atrás, el 10 de marzo
de 2005, hubo otro choque muy cerca de ese lugar. Pero aclara al final que «en
esa ocasión la consecuencia fue mucho peor: hubo 144 heridos». ¡Entonces quiere
decir que vamos bien! Estamos mejorando sensiblemente: de 144 heridos bajamos a
13. Seguro que en la próxima colisión no va a pasar de un par de dientes
flojos... Digo, pregunto, ¿a qué viene tanta benevolencia de los grandes medios
con éste y otros concesionarios?
Pero uno es medio hincha, ¿vio? Y entonces busca otra palabra de la empresa que
esté por encima del susodicho Gago. Cuestión de escuchar al dueño del circo, o
al que hace de. La página de Internet de TBA, por caso, no puso ni una letra del
accidente, ni siquiera para poner elegantes excusas, ni siquiera para echarle la
culpa al puesto de panchos de la estación Belgrano R. Por ahí aparece una carta
de un tal Mariano Calderón, que oficia de presidente -testaferro, bah- de TBA.
Sus conceptos son altamente esclarecedores, y merecen reproducirse (y
comentarse, claro).
Arranca diciendo que en TBA «somos un equipo de más de tres mil almas que todos
los días ponemos en funcionamiento el sistema de transporte público de pasajeros
más importante de nuestro país: las líneas ferroviarias Mitre y Sarmiento». Por
lo visto, el señor Calderón se considera tan «alma» como los señaleros, los
boleteros y los maquinistas. Claro que a él no lo sacaron los bomberos de una
madeja de hierros retorcidos. Lo interesante es el concepto de lo «público» que
se utiliza: mientras levantamos ganancias sin demasiando esfuerzo somos una
empresa privada, pero a la hora de hacer demagogia o manguear subsidios, somos
un «servicio público».
Dice más adelante quien es Presidente de la compañía desde hace dos años, que el
ferrocarril «es símbolo de unión y desarrollo de los pueblos». Por lo visto, su
tarea es desunir y hundir en el subdesarrollo. Y atenti con lo que sigue:
«Trabajamos duro después de todo lo que nos tocó vivir en estos últimos años
para que este medio de transporte se desarrolle, modernice y expanda y vuelva a
ser orgullo de todos».
¡Oh, my God! ¡Lo que habrá sufrido esta pobre gente, el sacrificio que les habrá
costado dejar al sistema ferroviario en el estado en que se encuentra, las
penurias que les «tocó vivir», con tal de lograr sus altos objetivos!
Seguramente se quedaron sin laburo, o los agarró el corralito, o tuvieron que
sobrevivir juntando cartones o limpiando parabrisas en los semáforos...
A continuación, la emocionante carta anuncia que ante la voluntad de «las
autoridades nacionales» de emprender «la modernización y recuperación del
ferrocarril», «me comprometo a no descansar hasta lograr este gran objetivo».
Más bien, así cualquiera se compromete. Si la mosca la ponen otros. Y el
trabajo, la mayor parte de las «tres mil almas» que se desloman todos los días.
«Nuestro país -proclama solemnemente- necesita ineludiblemente un sistema
ferroviario capaz de responder a los requerimientos de las generaciones
presentes y futuras.» De las pasadas, mejor ni hablemos, que supieron -mal que
bien y con todas sus limitaciones- viajar en un sistema ferroviario con el doble
de estaciones que ahora, con una red operable cinco veces más extensa que la que
dejaron, o fueron alguno de los más de 80 mil trabajadores que quedaron afuera
de la «modernización».
Para terminar, el señor Calderón nos da la bienvenida «al apasionante mundo
ferroviario» (¿será el de viajar colgado o amasijado, sin horarios y cada vez
con mayor riesgo de morir como sardinas?) y nos invita a obtener mayor
información si lo deseamos. Por supuesto, si lo tienen a Gago...