Argentina: La lucha continúa
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La izquierda "siniestra" y los "derechos" humanos.
Claudia Korol
Aníbal Fernández se refirió a las organizaciones centrales convocantes del
acto del 24 de marzo en Plaza de Mayo, como la "izquierda siniestra". Aníbal
Fernández –el mismo que era secretario general de la presidencia de Duhalde
cuando se realizó la masacre de Puente Pueyrredón, a la que alentó con sus
declaraciones previas de demonización del movimiento piquetero- quiere
disfrazarse ahora de "campeón de los derechos humanos".
Aníbal Fernández -que entre otra perlas de su "derecha" trayectoria cuenta
también con haber sido secretario de trabajo de Ruckauf, y ahora es responsable
de la militarización de Las Heras-. ¡¡¡da clases de democracia!!! Democracia, no
directa, ni representativa, es la que cultiva Aníbal Fernández. Es la democracia
de punteros, clientelismo, amenazas, y patotas -como las que el 24 agredieron a
las organizaciones que convocaron al acto, con insultos y volando una que otra
botella de alcohol (después de consumir su contenido)-.
La demonización de la izquierda, es uno de los históricos métodos de
falsificación de la historia de las "diestra derecha". Y también ha sido siempre
la puerta para futuras represiones y para el control de las rebeldías.
Antes de que se iniciara el genocidio del 24 de marzo, fue Balbín quien se
refirió a los militantes sindicales como "guerrilla fabril" y fue Perón quien
echó a los montoneros de la Plaza, gritándoles "imberbes" y alentando a la
maquinaria de muerte lopezrreguista.
Los medios de comunicación puestos al servicio del gobierno, a cambio de mucho
dinero y prebendas, repitieron en estos días hasta la saturación la
estigmatización de las organizaciones de izquierda.
"Tienen intereses". "Juntan temas tan absurdos, como la lucha de los 30.000, los
presos de Las Heras, y la guerra de Irak". "Se olvidan de los desaparecidos, por
sus intenciones mezquinas".
Vamos a hablar claro. Los 30.000 compañeros y compañeras eran militantes. Sí. Y
eran militantes de izquierda. Es más, eran militantes revolucionarios. Querían
cambiar al mundo. No sólo al país. Al mundo. Ellos marchaban junto a muchos de
nosotros y nosotras, en diferentes movilizaciones, en distintos actos. Los
conocíamos. Desaparecieron de nuestro lado. Los buscamos desesperadamente, de
diferentes maneras. Sabíamos sus nombres, sus ideas, su voluntad, sus
convicciones. Ellos denunciaban -junto a tantos otros compañeros y compañeras de
su generación- a quienes querían poner punto final a las luchas, en nombre de lo
posible. Algunos participaban de organizaciones armadas. Otros eran militantes
sindicales, políticos, campesinos. Eran militantes cristianos, marxistas,
feministas, gays, lesbianas, obreros y obreras, estudiantes. No vivían la
militancia como un insulto sino como una prenda de honor. Todos defendían
intereses, y se jugaban la vida en la batalla por ellos: los derechos del
pueblo, y la "patria socialista".
Repetían con el Che, fueran peronistas o marxistas o cristianos, que "tenemos
que ser capaces de rebelarnos contra cualquier injusticia cometida contra
cualquiera en cualquier rincón del planeta". Creían, con el Che, que "el deber
de todo revolucionario, es hacer la revolución".
Jamás hubieran considerado ajeno a la memoria de su resistencia, la prisión que
sufren los trabajadores de Las Heras, o el exterminio que el imperialismo
continúa realizando en Irak.
No. No nos olvidamos de los desaparecidos quienes reivindicamos que es necesario
continuar la lucha contra todas las injusticias, contra la explotación, contra
todas las formas de opresión. No somos nosotros, no somos nosotras quienes los
olvidamos. Los recordamos no como un nombre, no como un número. Los recordamos
con sus sueños intactos, y no aceptamos las mediatizaciones de quienes pretenden
que sus nombres ya no sigan siendo desafío del poder, bandera de combate contra
un sistema que sostiene y reproduce el hambre del pueblo, la desocupación, la
exclusión, la entrega de los recursos naturales, la estigmatización de la
oposición, la judicialización de la protesta, la criminalización de la
pobreza... y la represión.
Hoy, quienes quieren recordarlos como quienes no eran, es decir, al margen de su
lucha, al margen de su compromiso vital, se asocian al coro de "la izquierda
siniestra".
Bueno, no cantaremos en el coro de los buenos modales.
Somos de una generación que aprendió la rebeldía. Y si algunos se cansaron, si
prefieren mirar al mundo desde el cristal del poder, hay otros que seguimos
siendo la piedra en el zapato, una molestia para quienes ayer fueron militantes,
y hoy se reciclan como funcionarios de los despachos oficiales en los que
transan su historia personal, y desde allí pretenden convencernos o imponernos
negociar el final de la resistencia colectiva.
Pero no. El 24 de marzo es un día de lucha. No es un funeral de las utopías,
como quieren presentarlos quienes decidieron que hay punto final para la
reivindicación de los derechos humanos.
El presidente Kirchner afirmó que la vanguardia de la lucha contra la dictadura,
han sido las Madres y Abuelas de la Plaza de Mayo. A continuación pretende
decirnos que no es posible disentir con las Madres ni con las Abuelas. Es en
este lugar, en el que se revela más brutalmente la hipocresía.
Personalmente, amo a las madres de la plaza de mayo, y respeto la lucha de las
abuelas. Amo a las madres, como creo que lo hacían sus hijos e hijas. Comparto
muchos de sus esfuerzos. Participo de espacios comunes que me llenan de orgullo.
Las abrazo. Polemizo cuando no comparto lo que dicen o hacen. Lo hago siempre
con el tremendo respeto que me inspira su recorrido. Creo que aprendí mucho de
ellas, y que repetimos sus enseñanzas cuando decimos: "ni un paso atrás", o "la
única lucha que se pierde es la que se abandona". Por eso no me gusta abandonar
las luchas y sí me gusta hablar de frente. Es desde ese amor y desde esos
caminos andados juntas que me pregunto:
¿Qué hacía el gobernador de Santa Cruz, Néstor Kirchner, cuando apoyaba las
privatizaciones impulsadas por Menem, que en su momento fueron condenadas por
las Madres? ¿Qué hacía cuando las Madres marchaban en la Plaza de Mayo, diciendo
que cada peso que se paga de la deuda externa, significa la muerte de niños en
la Argentina; y que pagar la deuda es un crimen?
¿O es que las Madres se han vuelto vanguardia cuando apoyan a su gobierno? Y
además... ¿con qué Madres no se puede disentir, con las de una o con las de otra
línea? ¿Y si las Madres disienten entre ellas, o si ellas disienten con las
Abuelas… ¿es que no tenemos nada para decir? Y continuando con las preguntas,
¿es que los que han sido compañeros de los desaparecidos, y fueron víctimas
también de la desaparición, o de la prisión, o del exilio, no tienen derecho a
la palabra? ¿O es que no ha habido resistencia en las cárceles de la dictadura,
en los campos de concentración, y en las diferentes modalidades clandestinas que
asumieron las organizaciones revolucionarias en ese tiempo? ¿O será que se puede
recordar a los desaparecidos sin sus pensamientos, sin sus palabras, sin sus
acciones?
Entre la hipocresía y el oportunismo, se pretende construir otra historia. Una
historia que invalide a quienes critican al gobierno. Toda crítica será
considerada siniestra.
Una historia que invalida, por este mismo camino, la memoria que se pretende
homenajear.
Los 30000 compañeros y compañeras están presentes, no en un museo, no en una
placa, no en la solemnidad de los despachos del poder. Allá habrá, en el mejor
de los casos, una memoria light, que justifica y tranquiliza.
Pero los 30.000 militantes de izquierda, revolucionarios combatientes, los que
asustaron al poder, lo siguen atemorizando...
Ellos "aparecen" en las batallas que continúan, en los fuegos que no se
extinguen, en la palabra rebelde, en la acción coherente con la palabra. Ellos
se movilizan. Se organizan. Ocupan empresas. Cortan rutas. Crean centros de
estudiantes. Reclaman por el boleto estudiantil. Crean partidos. Hacen banderas.
Los 30000 compañeros y compañeras están presentes, marchan con todos los que
continúan la resistencia, con los de abajo, junto a la izquierda, como antes,
como siempre... hasta la victoria.