Argentina: La lucha continúa
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Argentina-Uruguay: conflicto de la celulosa 90 días para hallar una solución
Víctor L. Bacchetta
Un gesto de diálogo entre los presidentes Kirchner y Vázquez puede devolver
la racionalidad al conflicto provocado por la construcción de dos plantas de
celulosa sobre el río Uruguay y que ha alentado reacciones de intolerancia y
xenofobia. Pero para llegar a una solución hace falta crear un marco de
confianza y participación entre todos los actores, en particular con las
poblaciones vecinas preocupadas por los impactos de esos proyectos Desde
Santiago de Chile, en ocasión de la asunción de la nueva presidenta Michelle
Bachelet, los presidentes de Argentina, Néstor Kirchner, y de Uruguay, Tabaré
Vázquez, exhortaron a la suspensión por un máximo de 90 días de la construcción
de dos plantas de celulosa sobre el río Uruguay, y a la interrupción simultánea
de los cortes que impiden el paso en dos de los tres puentes que unen a los dos
países en esa zona, para luego buscar un acuerdo que permita superar el
conflicto.
Aunque el gesto presidencial haya sido apenas una solicitud dirigida a las
empresas Botnia y Ence, para que detengan las obras, y a las organizaciones
sociales y ambientalistas de la provincia argentina de Entre Ríos para que
levanten los cortes, y aunque no implique una solución del conflicto, constituye
un hecho político de suma importancia, porque reubica el diferendo en sus justos
términos, luego de atravesar tensos niveles de confusión y exacerbación.
Hasta ahora, la postura oficial de Uruguay había alentado una ola de xenofobia
sin precedentes en este país, pero no ajena a la región y al mundo, en donde el
nacionalismo sirve para distraer de otros problemas. Y aquí no era diferente.
Sin satisfacer los cuestionamientos ambientales y sociales contra las plantas,
tanto internos como externos, se alegaron derechos de soberanía exclusiva en una
decisión relativa a un recurso natural compartido con Argentina.
Más allá de las singularidades del caso, el diferendo por las plantas de
celulosa sobre el río Uruguay es otro ejemplo de un nuevo tipo de conflicto
ambiental que viene cobrando cuerpo en la región y cuya característica común es
una participación mucho mayor de las comunidades locales. La presencia de este
nuevo actor o, si se prefiere, antiguo actor, pero con una nueva conducta o
actitud, altera los análisis, juicios y acciones habituales de los demás.
Realineamientos en la sociedad uruguaya Gobiernos, empresas y organizaciones
como sindicatos y ONG, habían sido hasta el presente los actores sociales
usuales y con reglas bastante conocidas. Habitualmente, con un gobierno de
derecha y más identificado con las empresas, la izquierda estaba en la oposición
al lado de las organizaciones sociales. Pero ahora, con un gobierno de
izquierda, no sólo se trastocaron esos papeles, sino que se reacciona con viejos
padrones a nuevas situaciones.
Históricamente, la derecha siempre gobernó ignorando a las organizaciones
sociales y/o combatiéndolas de diversas maneras, en particular con campañas en
los medios de comunicación bajo su control. El método común ha sido ignorar o
descalificar a sus líderes y dirigentes para aislarlos de su base social y,
frente a las movilizaciones, adjudicar a las acciones sociales la intención de
alterar el orden público o legal, para justificar la represión directa.
En el caso de las plantas de celulosa, el gobierno asumido por Tabaré Vázquez en
marzo de 2005 decidió -en forma inesperada, si se consideran las posturas
previas del Frente Amplio- dar continuidad a los proyectos aprobados por sus
antecesores. La derecha blanca y colorada saludó alegremente el inesperado
viraje y, con el beneplácito de las empresas, aceptó llamar aquella decisión
como "política de Estado", un hecho sin precedentes cercanos.
En los sindicatos uruguayos, la decisión del nuevo gobierno generó sorpresas y
algunas dudas, porque la central PIT-CNT tenía una decisión de Congreso
contraria a las plantas de celulosa. Sin embargo, la incertidumbre se superó
rápidamente apenas al comienzo de las obras en Fray Bentos, trabajos que
implicaron la contratación de centenares de obreros de la construcción y
metalúrgicos. La razón del artillero -el sindicato vive si hay trabajo- primó
sobre todas las demás.
En este contexto de "unión nacional" tras los proyectos de la celulosa y su
correlato inmediato, la sustitución de la cultura agropecuaria por la de la
forestación, sólo quedaron afuera las ONG ambientalistas, los militantes
convencidos y algunas individualidades de la cultura, la academia y el derecho.
Una oposición minoritaria, aunque firme en sus fundamentos y en la recusación,
incluso en las instancias legales disponibles, de las decisiones
gubernamentales.
En todo caso, la oposición uruguaya a la celulosa parecía fácil de
contrarrestar. A la prensa de derecha se sumó una prensa de izquierda que pasó a
defender las posiciones del gobierno y de las empresas, reduciendo al mínimo el
espacio para las voces discordantes. Sin embargo, un factor prácticamente
ignorado, la población del otro lado del río Uruguay, empezó a cambiar la
situación a partir del corte de los puentes coincidiendo con el inicio de la
temporada turística.
Desazón frente a la resistencia argentina Hasta enero de 2006, la "política de
hechos consumados" del gobierno uruguayo, expresada en la persistencia de la
construcción de las plantas a pesar del pedido argentino de suspensión con el
fin de discutir sus implicaciones, parecía ser la más exitosa. Durante más de
seis meses una comisión binacional de técnicos de alto nivel (la CTAN)
intercambió informaciones, pero sin el compromiso de que sus decisiones pudieran
ser vinculantes para los proyectos.
De hecho, el trabajo de la CTAN sirvió para confirmar que el gobierno uruguayo
no posee más informaciones y garantías que las dadas por las empresas. Al
concluir las sesiones de la CTAN sin acuerdo, el gobierno argentino dio un nuevo
paso formal y anunció su disposición a recurrir a la Corte Internacional de La
Haya. Aunque en Uruguay se lo valoró como presión o amenaza, es el mecanismo de
solución de disputas previsto por el Tratado del Río Uruguay.
Mientras tanto, la oposición argentina a las plantas fue adquiriendo mayor
fuerza, sobre todo en las poblaciones de la provincia de Entre Ríos. El gobierno
uruguayo subestimó este hecho, lo confundió con los juegos demagógicos del
gobernador de esa provincia, Jorge Busti, y lo atribuyó a simples intereses
electorales inmediatos o a meras rivalidades económicas.
La situación era analizada en los términos usuales entre políticos: algunos
roces siempre hay, pero todo se termina arreglando.
En febrero, cuando el corte del puente San Martín pasó de ser un acto simbólico
y se volvió permanente, se le sumó el del puente Paysandú-Colón y se afectó
mucho más el tránsito del turismo y el comercio, deteniendo en la frontera a
camiones que llevaban materiales para las obras de Botnia, aquella percepción
cambió. Se empezó a hablar de violación de los tratados internacionales, de
grandes daños materiales y la desconfianza creció.
Para la prensa uruguaya de derecha y de izquierda el primer obstáculo eran los
ambientalistas, que pasaron a ser denominados "piqueteros", "patoteros",
"extremistas" (cierto pudor impidió quizá llamarlos de "terroristas"). Pero al
ver que los gobiernos provincial y federal no actuaban para impedir los cortes,
la desconfianza se extendió a las autoridades vecinas y a la población en
general, en lo que pasó a ser considerado una agresión de un país hacia otro.
En la izquierda oficialista apareció una insospechada camada de especialistas en
geopolítica (la seudociencia usada por los militares para justificar las
guerras) y en historia de las controversias entre Argentina y Uruguay, para
explicar las razones últimas del conflicto, que obviamente eran avasallar la
soberanía uruguaya. Presionada desde el gobierno, prácticamente toda la prensa
se sumó al "clima de terror", como se animó a denominarlo un periodista honesto.
Cuando la realidad no entra en el esquema En esta evolución sorpresiva del
conflicto, ha surgido un nuevo actor cuya presencia, posición y formas de acción
no eran esperadas y que cuestiona las valoraciones hechas en el proceso por los
actores tradicionales: son las asambleas ciudadanas ambientales de las
poblaciones de Entre Ríos. No responden a un partido político, a un sindicato, a
una ONG ambientalista, ni a una suma de ellos, es simplemente la población local
discutiendo cómo quiere vivir.
Aunque el movimiento ciudadano-ambiental entrerriano cuestionó las plantas de
celulosa desde 2003, cuando se anunció el primer proyecto de Ence, y tiene una
historia más larga aún, que se remonta a la lucha contra los proyectos
hidroeléctricos de la época de Carlos Ménem, el actual gobierno de Kirchner lo
subestimó. La manifestación de decenas de miles de personas de abril de 2005 en
el puente San Martín lo hizo despertar, tras haber confiado en los informes de
la indolente CARU(*).
Desde el lado uruguayo se lo subestimó mucho más. Primero se pensó que era un
movimiento manejado por el gobernador Busti que duraría hasta las elecciones de
octubre de 2005. Luego se pensó que Kirchner pondría en línea al gobernador -
algo de eso hizo- y también a la gente, considerados simples "piqueteros". Y,
finalmente, se pensó que si éstos no acataban la orden, intervendría la
Gendarmería Nacional para liberar los puentes de esa acción ilegal.
Al no suceder lo esperado, no se pensó que podía haber algo distinto, los
análisis se dispararon para el lado más conservador y trillado: ¿Kirchner, es
amigo o enemigo? ¿Argentina y Uruguay tienen intereses comunes? Sesudos
analistas de izquierda comenzaron a hablar de "diplomacia piquetera", de
acciones prebélicas o directamente bélicas. En pleno desvarío, otros empezaron a
proponer tamborileadas guerreras y hasta instrucción seudomilitar de los
jóvenes.
Ni siquiera se recordaron las recomendaciones de la ombudsman del Banco Mundial,
ahora que han aparecido nuevos admiradores de esta institución: "La complejidad
y sensibilidad de estos enormes proyectos, en una área transfronteriza y sobre
una cuenca de río compartida, hace que sea esencial la consulta con personas
potencialmente afectadas", dijo la doctora Meg Taylor, quien señaló la falta de
confianza generada por la política del hecho consumado.
En lugar de encarar los problemas planteados, el gobierno uruguayo optó por el
camino fácil de los discursos demagógicos, las campañas oficialistas que
demonizan y buscan taparle la boca al opositor y, en última instancia, el
llamado a la represión. El no haber cedido a esta presión es producto de una
política del gobierno Kirchner que no se inició en este conflicto, pero que debe
atribuirse también a la solidez del movimiento ciudadano- ambiental entrerriano.
Responsabilidad de gobiernos y de pueblos El acuerdo anunciado el pasado 11 de
marzo en Santiago por los presidentes Néstor Kirchner y Tabaré Vázquez es un
atisbo de sentido del equilibrio y estatura de estadistas responsables, en medio
de las confusiones y el marasmo creados en este conflicto. Por cierto, estas
condiciones fueron muy bien aprovechadas por la derecha política en decadencia,
la prensa venal, los malos empresarios e incluso los violadores de los derechos
humanos todavía impunes.
Y siguen su juego. A pocos días del gesto presidencial, los principales
dirigentes de la derecha uruguaya hablaban de "traición" (Jorge Batlle), de
"acto ilegal" (Luis A. Lacalle), de "prepotencia piquetera" (Cámara de
Industrias), de que los "argentinos nos ganan por goleada" (Pedro Bordaberry).
Los burdos adjetivos descalificadores y la asociación con un partido de fútbol
son otra muestra de la irresponsabilidad de unos políticos que todavía no saben
por qué no tienen votos.
Hay un actor nuevo en esta historia, con el cual no están acostumbrados a tratar
la derecha (ya no lo supo hacer con los actores sociales tradicionales) y
tampoco la izquierda recién llegada al gobierno, que en muchos casos evidencia
rasgos autoritarios similares a los de la derecha. La salida de este conflicto
no depende ni siquiera de la disposición a dialogar de los gobiernos, si estos
no se avienen a crear instancias de participación para todos los actores.
La necesidad de participación en el desarrollo de las poblaciones vecinas a los
proyectos, ya sea en la forma de organizaciones comunitarias, indígenas,
ciudadanas, etc., no es una idea trasnochada de viejas concepciones
revolucionarias, como algunos quieren hacer creer para descalificar la
propuesta, sino que se encuentra en las recomendaciones más recientes sobre las
condiciones para asegurar un desarrollo social y ambientalmente sustentable.
Estas recomendaciones se pueden encontrar en los documentos oficiales de
prácticamente todas las organizaciones internacionales dedicadas al desarrollo
en la actualidad. Han sido acompañadas por gobiernos, instituciones financieras,
entidades empresariales, sindicatos, ONG y organizaciones comunitarias o
ciudadanas de base, en discusiones sobre la forma de superar el creciente
deterioro ambiental y el aumento de la pobreza en el planeta.
Poner en marcha procesos de amplia participación social para delinear, controlar
y evaluar los proyectos de desarrollo no es nada fácil, pero los apresuramientos
ejecutivos y técnicos, que buscan resultados económicos y políticos fáciles y
rápidos, ya se sabe adónde conducen. Lo que existe hoy también es una nueva
conciencia social, en donde las comunidades locales reivindican activamente su
derecho a decidir sobre su modelo de vida y su futuro.
El gesto presidencial avanza lentamente Desde el no reconocimiento formal de la
noticia cuando hacía horas que circulaba por el mundo, hasta las reticencias de
las empresas y autoridades para manifestar su opinión sobre el hecho, el gesto
político de los presidentes Kirchner y Vázquez en Santiago de Chile el 11 de
marzo último se abría paso con bastante dificultad en Uruguay.
Desde Bolivia, el lunes 13, Tabaré Vázquez declaró: "Queda bien claro que en
este diálogo le dijimos al Presidente de Argentina que para negociar -porque una
cosa es dialogar y otra cosa es negociar- se tienen que levantar los piquetes".
Hasta aquí se podía, si no aceptar, al menos comprender las condiciones de la
negociación.
Pero enseguida agregó que "el gobierno uruguayo no va a parar la construcción de
las plantas de celulosa por dos razones: una porque legalmente no lo puede hacer
y dos porque hemos actuado dentro del plano de derecho, y no tenemos nada que
nos esté obligando". Parecía volverse así al mismo impasse existente antes del
sábado.
En este contexto, las asambleas ciudadanas-ambientales de Gualeguaychú y de
Colón decidieron mantener los cortes en los puentes. No obstante, la cancillería
argentina y el gobernador Jorge Busti, formalizaron el martes ante los
asambleístas el pedido de que levantaran la medida para cumplir la tregua
acordada por Kirchner y Vázquez.
El mismo martes, el gobierno uruguayo trasladó también a Botnia y Ence el
acuerdo por el cual se les solicitaba un "gesto político" para suspender las
obras por 90 días. Según la agencia argentina DyN, la comunicación estuvo a
cargo de funcionarios uruguayos, pero "en ningún momento se trató de una
exigencia o pedido formal".
Tabaré Vázquez volvió a hablar sobre el tema desde Caracas, donde se encontraba
el martes, y manifestó su confianza en alcanzar una "pronta solución". En
Montevideo, la vicecanciller uruguaya expresó también una visión "positiva"
sobre el posible desenlace y remarcó que "son los presidentes quienes tienen el
tema en sus manos".
A cuatro días del encuentro presidencial, ya con la comunicación formal del
acuerdo, las empresas y los asambleístas consideraban el pedido. Mientras tanto,
los obreros de las plantas en construcción y el intendente de Fray Bentos, del
opositor Partido Nacional (blanco), organizaron una protesta contra la
suspensión de las obras.
Si el gesto de Santiago fue sólo un destello de lucidez, que no logra
materializarse, o algo más duradero, se verá recién en los próximas semanas.
(*) CARU, Comisión Administradora del Río Uruguay, órgano binacional encargado
de velar por el cumplimiento del Tratado del Río Uruguay y la preservación del
recurso natural.