Argentina: La lucha continúa
|
Marzo de 1976: Dinero y fusiles "rehaciendo" a la sociedad argentina
Daniel Campione
A treinta años del golpe de estado del 24 de marzo de 1976, una de las
preguntas que debe plantearse es acerca de las razones que impulsaron a las
FF.AA y sus aliados, no sólo a dar el golpe, sino a desarrollar el tipo de
políticas que pusieron en práctica.
Sin duda una vía de comprensión se encuentra en el contexto mundial de la época.
En los últimos años 60 y primeros 70, tocaba a su fin un cuarto de siglo signado
en el mundo capitalista por el crecimiento económico sostenido, por la vía del
desarrollo del mercado interno y los altos salarios. Los empresarios tenían
obstáculos crecientes para seguir incrementando la productividad frente a
sindicatos unificados y poderosos; y masas trabajadoras que habían aprendido a
convertir los condicionamientos del "fordismo" en medidas para la defensa de sus
intereses. La universalización de las prestaciones sociales comenzaba a ser
vista como una amenaza para la rentabilidad de las empresas...
El incremento explosivo de los precios del petróleo desencadenado por la "cartelización"
de los proveedores tercermundistas del fluido, y el déficit de la balanza
comercial norteamericana contribuyeron a hacer más complejo el panorama.
La segunda posguerra había sido marcada por sucesivas victorias de movimientos
de liberación nacional, muchos de ellos definidos luego como socialistas; de
China a Argelia, pasando por Cuba.
Esa tendencia se había acentuado en los sesenta y primeros setenta (el que se
sintetiza como el "Mayo Francés"), para culminar con un movimiento que si bien
no desembocó en un proceso revolucionario triunfante, sacudió las bases
políticas y culturales del orden social tradicional en el mismo centro del poder
capitalista, y alentó una renovación en el campo de la izquierda mundial.
Las usinas de pensamiento del poder mundial comenzaron a movilizarse buscando el
sendero para una contraofensiva que sacara al orden capitalista de su situación
de crisis cada vez más integral, de su pérdida de prestigio en todos los
órdenes. Desde los teóricos militares que delinearon la estrategia de "guerra
contrarrevolucionaria" poniendo énfasis en las batallas en el terreno de la
cultura, pasando por las doctrinas económicas que sólo años después comenzarían
a llamarse "neoliberalismo", y las concepciones de Samuel Huntington en cuanto a
la necesidad de "restringir" los límites de la democracia de modo de socavar las
bases de movimientos contestatarios, germinaba una respuesta que pretendía
restaurar a pleno la vigencia de los postulados originales del capitalismo, al
tiempo que infligir una derrota estratégica a quienes militaban por una
revolución socialista.
En América Latina se vivía ese momento histórico con particularidades y tiempos
diferentes. En Chile y Uruguay; dos procesos que parecían marcar la posibilidad
de una transición socialista por vía pacífica dieron lugar a golpes militares
que triunfaron, sin enfrentar resistencias eficaces, e impusieron dictaduras
sanguinarias. Las guerrillas de los 60' habían terminado casi todas en derrotas
sangrientas.
En Argentina el proceso de radicalización estaba vigente, pero dando síntomas
tanto de debilidad propia, como de la decisión y carencia de límites por parte
de sus enemigos. La Doctrina de la Seguridad Nacional estaba alcanzando un nuevo
estadio de aplicación, con EE.UU alentándolo, consciente del riesgo de
catástrofe. El "estado de bienestar", las políticas dirigistas de tipo
keynesiano, y más en profundidad, toda la organización "fondista" de la
producción y el consumo empezaban a ser cuestionadas, aún en la versión precaria
y periférica que habitaba a países como Argentina.
Tampoco puede comprenderse la dictadura iniciada el 24 de marzo, sin tomar en
cuenta sucesos desencadenados durante el gobierno anterior. Se marchaba a una
confrontación cada vez más abierta entre proyectos diferentes; que se
simplifican y radicalizan en la medida que el encarnado en José Gelbard y el
propio Perón, de retomar la senda de crecimiento relativamente autónomo
emparentada con el primer peronismo aparece como inviable y buena parte de sus
sostenedores se pliegan a una perspectiva regresiva y represora. La "misión"
Ivanissevich y el rectorado de Ottalagano en la UBA fueron, ya en 1974, el
preámbulo de las políticas educativas y culturales de la dictadura. Los planes
económicos de Celestino Rodrigo y luego de Adolfo Mondelli, señalaron el
comienzo de los intentos de imponer la "economía de mercado", que Martínez de
Hoz llevaría a cabo poco después, ya en dictadura. La Triple A y otras
organizaciones paramilitares iniciaron una masacre de militantes populares que
el decreto del presidente interino Luder disponiendo la "aniquilación" de los
"subversivos" convirtió en política pública.
El antes y el después de 1976 vinieron a articularse como parte de una embestida
contra los trabajadores y las clases populares, la que rebasó lo coyuntural para
proyectarse en una perspectiva estratégica, que pretendía atacar a la
"subversión" no en sus efectos sino en sus causas, incluyendo al frente de estas
últimas la existencia de una clase obrera numerosa, concentrada espacialmente, y
con altos niveles de organización; a la que se pretende dispersar, debilitar y
neutralizar en términos políticos e ideológicos. La dictadura no se instaura
sólo para realizar el plan del ministro de Economía Martínez de Hoz, sino que
pretende realizar una "reestructuración" de la sociedad argentina en la que la
política económica, la represión y la expansión de una concepción del mundo
reaccionaria y "despolitizadora" se articulaban complejamente. Lo que el plan
económico tiene de destrucción de presupuestos objetivos para el desarrollo del
movimiento obrero y otros sectores contestatarios, contribuyó decisivamente a
cumplir los objetivos políticos y culturales de la dictadura. La destrucción
violenta de cualquier forma de resistencia prestó un clima de "paz social"
indispensable para que medidas que iban de forma evidente contra los intereses
de la mayoría de la población lograran imponerse.
Los apoyos y los silencios frente a estas políticas llegaron mucho mas allá del
núcleo liberal-conservador predispuesto desde el vamos a acoger con beneplácito
a los golpes militares, sin excluir a ninguno de los partidos políticos con
alguna significación electoral. La dictadura fue activa desde el primer día en
promover una suerte de "derechización" radical en el conjunto social, ejerciendo
a un tiempo una pedagogía del terror ("El silencio es salud", "¿usted sabe donde
está su hijo?), y la búsqueda consciente de activar impulsos autoritarios;
actitudes ultraindividualistas y elementos conservadores del sentido común
tradicional. Así se generaron amplias cadenas de complacencia e incluso
complicidad en los más variados ámbitos sociales.
Además del "éxito" de una desmovilización general que sólo se iría revirtiendo
con mucha lentitud, la coalición que dio sustento a la dictadura logró implantar
la desvalorización de las políticas de tipo "populista" y de "estado
benefactor"; amén del aislamiento político y cultural de corrientes de izquierda
radical, con las organizaciones armadas en primer término. Pueden señalarse
fracasos de la dictadura en varios de sus objetivos más específicos, pero el
capital concentrado y diversificado que se reforzó ampliamente durante la
dictadura, pasó a constituir un dato permanente, y fue factor de poder
fundamental en la posterior "transición a la democracia".
La conciencia de las clases subalternas quedó marcada en profundidad, no sólo
por el terror, sino también por la adopción, incluso inconsciente, de ciertos
postulados ideológicos predicados durante el "Proceso".
La repulsa generalizada a las prácticas de la dictadura y el desprestigio
ilevantable de los militares en función política que sobrevinieron sobre todo de
1983 en adelante, con todo el valor que poseen, albergaron una evaluación
parcial y sesgada del proceso dictatorial. Se criticaron los métodos de la
represión, pero no siempre se comprendieron sus propósitos estratégicos; los
resultados de la política de Martínez de Hoz, pero no las bases del discurso
neoliberal y antiestatista. La impronta individualista, desvalorizadota de la
militancia y la acción colectiva, se demostraría persistente hasta nuestros
días. Todo se integró en una "visión del mundo" que vendría a ser luego fuente
fundamental del apoyo que recogieron las políticas de "reformas estructurales"
de los 90', las que pueden ser interpretadas como un éxito post mortem de la
dictadura, en tanto que expresión de una reacción del gran capital cuyos caminos
fueron allanados por el poder destructivo y de cooptación desplegados por los
verdugos de 1976.
La superación completa de las herencias económicas, políticas y culturales del
golpe de 1976 está todavía pendiente para la sociedad argentina. Y constituye
una invitación a vincular el repudio de la masacre con las apuestas a futuro.