Argentina: La lucha continúa
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Más de 30 años de memoria argentina
Hugo Alberto de Pedro
En el año 1976, a 165 años de la muerte del revolucionario Mariano Moreno, el
primer asesinato político producido en lo que después sería la República
Argentina, se producía un golpe de Estado que durante más de siete años impuso
silencio, persecución, exilio, cárcel, torturas, desapariciones forzadas de
personas y decenas de miles de muertos.
Aquel 24 de marzo el autodenominado Proceso de Reorganización Nacional terminó
con el gobierno democrático peronista que había instalado en su seno a los
personajes y sectores más reaccionarios de la derecha, y que ya había comenzado
con las prácticas fascistas de persecución y muerte con los grupos
parapoliciales y la paraestatal funesta Triple A. Los generales, almirantes y
brigadieres genocidas tuvieron a su cargo el diseño del terrorismo de Estado
mientras los sectores concentrados del poder industrial, agropecuario y
financiero participaban y diseñaban el camino la destrucción de la industria
nacional, de la entrega al capital extranjero y la instauración de la
especulación financiera.
Vastos sectores de la sociedad nacional acompañaron, de una u otra forma, el
período más triste y oscuro de la historia argentina; para muchos connacionales
la desaparición de niños, jóvenes, y adultos; estudiantes, trabajadores,
militantes políticos, científicos, artistas, periodistas, religiosos e
intelectuales encontraba la cómplice respuesta en el "Por algo será". Vaya si
por algo sería. Porque gran parte de la juventud argentina, ese generación que
hoy hace falta, se oponía al modelo económico, cultural y social impuesto, el
que dejaba tras de sí a muchos años de trabajo argentino, de su educación, de su
cultura y de encuentros entre ciudadanos.
El contexto latinoamericano por aquellos tiempos no era muy diferente al
nacional y los diferentes gobiernos militares contaban con la colaboración,
ayuda económica e instrucción militar para la muerte y el miedo de parte de los
EE.UU. haciendo que el continente se convirtiera en una terrible cárcel dirigida
desde el instaurado Plan Cóndor. No importaba la nacionalidad de los muertos y
desaparecidos porque solamente tenía como consigna terminar con aquellos
"imberbes", "díscolos", "delincuentes subversivos", cuando en realidad se
trataba de revolucionarios dispuestos a impedir con su vida ese nefasto plan
continental, que era la impronta de la Doctrina de Seguridad Nacional. Ese mismo
modelo que durante los años siguientes fue llevado a los extremos inmorales por
todos conocidos, que hundieron en la pobreza y la exclusión social a las
mayorías de los 400 millones de hermanos latinoamericanos.
La democracia instaurada en el año 1983, reconociendo algunos de los avances
producidos en materia de los Derechos Humanos, no supo -y tampoco quiso-
revertir las prácticas económicas y sociales que aún perduran en Argentina. Los
avances y retrocesos producidos en el proceso democrático en estos últimos 23
años así lo confirman, y así lo padece el pueblo argentino.
La dependencia del exterior verificada a través de los organismos
internacionales de crédito, la destrucción de las empresas nacionales por las
concesiones y privatizaciones llevadas adelante durante el menemismo y los
gobiernos que le sucedieron, las políticas económicas de entrega y sumisión al
capital económico y financiero concentrado en pocos grupos empresarios, junto
con el abandono total de las políticas educacionales y de salud hicieron posible
llegar al actual estado de pobreza e indigencia, como asimismo a la pérdida de
millones de fuentes de trabajo digno.
Esa criminal y aciaga dictadura del terror, más allá de todo lo mencionado, tuvo
por finalidad terminar con un estado de movilización y acción política-social
que se venía gestando desde la década del 60. Muchos políticos fueron cómplices
y acompañaron a las diferentes Juntas Militares socavando el accionar de los
militantes que por diferentes razones se fueron alejando de la participación
política. Las consecuencias están a la vista por quienes representaron luego a
los partidos políticos, personajes vacíos de principios, desconocedores de
dogmas, carentes de ideologías, faltos de luchas, adoradores del bienestar
económico y del que brinda el poder, de la corrupción, etc., etc., etc.
Fundamentalmente por el agotamiento de los militares en el ejercicio del poder
usurpado y la absurda -desde el punto de vista militar y político- guerra contra
Inglaterra, EE.UU. y la OTAN en las Islas Malvinas Argentinas, se llegó a una
nueva etapa democrática que solo adquirió el carácter representativo de hecho y
de derecho. Así se posibilitó que las cúpulas políticas sobrevivientes se
hicieran cargo del centro de la acción partidaria, y en consecuencia de la
política nacional con los resultados nefastos en lo humano, social, laboral,
cultural, educacional y salud pública que se mantienen hasta nuestros días.
Las marchas y contramarchas en materia de los Derechos Humanos, los acuerdos y
pactos con los militares y con los sectores reaccionarios, la connivencia con la
derecha vernácula por parte de los partidos mayoritarios, el mantenimiento de
las políticas económicas que fueron el sostenimiento del andamiaje y las
prácticas de la entrega del patrimonio nacional y la especulación financiera,
entre otras cosas más, no han sabido dar tributo en lo más mínimo a nuestros
desaparecidos, muertos y torturados que lucharon por otra Argentina muy
diferente. Esas luchas que debemos recuperar para que nuestros sueños de
liberación nacional y continental se hagan realidad.
Por ello que en estos 30 años desde el golpe militar del terror y la muerte el
diseño de la dependencia, la injusticia en la distribución del ingreso, la renta
y las riquezas, el hambre y la indigencia, el desempleo, el descalabro del
sistema educativo, el abandono de la cultura nacional y popular y las políticas
de seguridad social han confirmado todo aquello comenzado por el peronismo de
derecha que traicionó el voto popular del año 1973 y que diera pie al "Proceso",
Una cuestión que hay que volverla a remarcar. No estuvo ausente la complicidad
de los líderes sindicales que se mantuvieron en sus sitiales aún después de
1983, cuando poco tiempo atrás habían entregado a cuanta comisión gremial
interna pudieron, y con ello la vida de miles de delegados de base, con la
consabida ayuda y agradecimiento de la oligarquía nacional interesada y de las
empresas multinacionales que veían peligrar sus negocios y negociados.
Las banderas y las luchas de nuestros desaparecidos y vilipendiados hoy siguen
vigentes y no permitiremos que sean bajadas, aún a pesar de esta democracia
representativa y mentirosa que pretende día a día tapar todas y cada una de
nuestras miserias impuestas hasta el hartazgo. Porque tapar es simplemente
mantener los criterios de dependencia y sumisión más allá de los discursos de
ocasión tan mendaces como impúdicos, y que sólo persiguen seguir ganando tiempo.
No debemos dejarnos llevar y dejarnos cautivar por quienes hoy nos quieren hacer
creer que fueron luchadores y que se jugaron en todo y por todos en cualquier
momento. Porque sabemos que sus historias, comportamientos y oportunismos
políticos en nada hacen honor a quienes hoy no están junto a nosotros en vida.
Nosotros no necesitamos de monumentos, museos, feriados ni de discursos baratos
y mediáticos para encontrarnos unidos en la lucha y los ideales con aquellos que
respetamos, extrañamos, necesitamos y que nunca olvidaremos.
Tener memoria sirve para no olvidar cada una de las entregas perpetradas durante
los últimos 30 años. Para no olvidarnos de las leyes de obediencia debida y
punto final ni de los indultos a los genocidas. Es indispensable esa memoria
para los que luchamos y militamos por otra Nación, Indoamericana sin dudas, más
justa, equitativa, igualitaria y solidaria que los argentinos tenemos la
obligación de construir todos los días.
Tener memoria es imprescindible para no seguir sometidos a las mentiras y
falacias del aquel peronismo, de la asesina y salvaje dictadura y la mezquina
democracia representativa sobreviniente y actual. Ésta que cierra política y
socialmente cualquier camino de la ciudadanía hacia un esquema participativo en
el poder y las decisiones nacionales y provinciales.
Tener memoria es insistir sobre nuestro derecho de participación, el que no por
casualidad se conculcó al aplicar los delitos de lesa humanidad contra decenas
de miles, con la muerte, la desaparición, el miedo impuesto, los arreglos de las
cúpulas políticas partidarias para hacer posible que hoy estén los que están. No
es menor la cuestión y no necesita más análisis que recorrer las nóminas de
funcionarios y legisladores, las de ayer y las de hoy, a lo largo y ancho de
nuestro país.
Tener memoria es necesario para estar atentos de lo que está sucediendo y puede
suceder si se mantienen los procesos populares en Latinoamérica, que hoy están
intentando romper con años de la lógica imperial capitalista sostenida por las
"democracias representativas" y de cuyo devenir muchos estamos esperanzados en
que generará una estructuración en Indoamérica donde los pueblos ocuparán el
centro de la acción y definición de un nuevo orden de cosas.
Tener memoria es justamente decir ¡Nunca Más!
Tener memoria es exigir sobre los que nos han robado nuestras vidas más queridas
y nuestros sueños más profundos su ¡Juicio y Castigo!
Tener memoria es seguir sosteniendo ¡Compañeros Presentes, ahora y siempre!