Argentina: La lucha continúa
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A 30 años, Argentina y la memoria negra de la dictadura
Fue una vez en el estadio Wankdorf de Berna
Homenaje a la solidaridad internacional
Por Sergio Ferrari
desde Suiza
El pitazo inicial y 22 jugadores en busca de la pelota, la mitad de
ellos con ansias de revancha, los otros intentando mantener una supremacía
ganada apenas un año atrás.
Al fin de cuenta, era mucho más que un simple partido de fútbol de clase mundial
el que se jugaba la tarde del 22 de mayo de 1979, en el hoy ya demolido
Estadio Wankdorf de Berna. Se cumplían los 75 años de la FIFA y
Argentina-Holanda habían sido convocadas para la gala principal. Reeditando en
la capital suiza la final que un año antes, en la cancha de River Plate de
Buenos Aires, coronó a la selección sudamericana como campeona del mundo luego
de un 3-1, en un país triturado entre fanatismo futbolístico y presos,
campos de concentración y desaparecidos.
Esa tarde del 22 de mayo del 79 en Berna, sin embargo fue distinta. Tan solo
comenzar el partido y las cámaras que transmitían en directo para Argentina y
para otros tantos países del mundo, no pudieron obviar las múltiples pancartas
de denuncia. En uno de los costados del estadio, donde estaba la barra argentina
y latinoamericana, cada vez que se acercaba la pelota y los reflectores la
seguían con detenimiento, se erguía un retrato del dictador Videla, acompañado
de 13 otras pancartas individuales. Cada una con una letra, las que levantadas
al unísono por otros tantos portadores voluntarios, daban un claro:
"V-i-d-e-l-a A-s-e-s-i-n-o".
Y para la suerte de los denunciantes, muchas fueron las veces que el caprichoso
balón, por esas cosas del destino, se acercaba al sector de la discordia. Subida
y bajada, Videla arriba, Videla abajo. Asesino arriba, asesino abajo. En todo
caso, arriba o abajo: ¡ASESINO! Centenares, si no miles de
refugiados argentinos, chilenos, uruguayos, bolivianos de toda Europa, se habían
dado cita en el Wankdorf Stadium. Y muchos suizos/suizas solidarias. Todos
juntos. Con consignas estruendosas, volantes de denuncia y la bronca acumulada
por lo que vivía ese país sudamericano tomado como rehén tres años antes,
el 24 de marzo de 1976, por una de las más brutales dictaduras de las que tenga
memoria el continente.
En la cancha, un partido, tibio, desganado. En las tribunas, otro, el jugado por
esa tropa de militantes del exilio que habían encontrado el huequito
mediático para lanzar desde miles de kilómetros una voz categórica de denuncia
que, a la postre, no pasaría desapercibida entre los televidentes argentinos.
Varios minutos y el mismo ejercicio. Pancartas arriba, pancartas abajo, casi
rutinario. Sin embargo, de repente y sin previo aviso, una cincuentena de
policías y "Securitas" (policía privada), la mayoría de civil, aparecieron desde
un rincón y se lanzaron brutalmente con la intención de apropiarse de las
pancartas. Luego se sabría que los representantes de la embajada argentina,
presentes en el estadio, habían dado un ultimátum a los organizadores: o
se aniquilan las pancartas u obligan al equipo argentino a retirarse de la
cancha.
La ofensiva a paso redoblado y con borceguíes militares. Con aerosoles de gases
y pimienta, algunos bastones y la prepotencia del lacayo se avalanzan hacia los
portadores, ante la sorpresa generalizada de la fanaticada latinoamericana.
Logran así recuperar algunas de las letras de "V-i-d-e-la". Escasos segundos
hasta que la reacción de los militantes del exilio explota mancomunadamente, con
puños apretados, alguna que otra cadena revoleada al viento, sangre hirviente y
la decisión de "pancarta o muerte".
Escenas casi dantescas de un duelo desigual entre los que *cumplían
órdenes* (a la mejor manera que los milicos latinoamericanos) y los
militantes del exilio. La retirada en estampida de los agresores -muchos de
ellos sangreando, maltrechos y desdentados- fue tan brutal como su misma
entrada traicionera. Ante una tribuna latinoamericana que explotaba festejando
un triunfo extra-deportivo contundente a 10 mil kilómetros del continente
martirizado.
Adentro, el partido continuaba deslucido y por compromiso. Afuera, en el sector
latinoamericano, nadie impedía que el retrato del dictador Videla junto a las
pancartas con las letras "A-S-E-S-I-N-O-" fueran izadas cada vez que
la pelota aliada se acercara hacia el sector de la denuncia.
Fue una tarde de mayo del 79. Tres años antes, los militares habían dado
un golpe cruento que cambiaría la fisonomía y el destino de Argentina. Con
30 mil desaparecidos, cerca de 15 mil presos políticos, más de un millón de
exiliados externos e internos. Un país convertido en campo de concentración y en
paraíso para la "patria financiera", antecedente directo - o tal vez, punto de
partida- del modelo neo-liberal que terminaría de destruir la nación. Una
Argentina condenada durante 7 años al martirio cotidiano a pesar de la dignidad
de la resistencia de muchos de sus actores sociales.
Este 24 de marzo se cumplen los 30 años de ese Golpe de Estado. Y la memoria
colectiva vuelve a ser en el país sudamericano fuente de rebeldía.
"No a la impunidad, no al perdón" exigen las Madres de Plaza de Mayo, las
Abuelas, los HIJOS, los ex - presos y los refugiados retornados. No al olvido,
gritan las nuevas generaciones 22 de mayo del 1979. En el Wankdorf de
Berna terminaba el partido, deslucido adentro, apasionado en las tribunas.
También se había combatido al olvido y a la impunidad. El resultado
deportivo era una simple anécdota que no le interesaba a nadie, ni a los propios
jugadores. 8 a 7 para Argentina y por penales, luego de 120 minutos de un
aburrido empate.
"Videla asesino" para arriba y para abajo. Trece pancartas y un retrato.
Arriba o abajo, ¡Videla siempre asesino!