Argentina: La lucha continúa
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La destitución de Aníbal Ibarra grafica el destino del ‘progresismo’.
Un artículo de Alberto Lapolla
`El jacobino que actúa como conservador da la razón a su adversario y está
maduro para ser reemplazado por el conservador auténtico' Ernesto Palacio
La crisis continúa
La destitución constitucional del jefe de gobierno porteño Aníbal Ibarra
debe ser interpretada como un hecho más de la nueva etapa histórica abierta por
la rebelión popular de diciembre de 2001, tal cual señaláramos al producirse la
tragedia de Cromanón. En ese sentido no puede ser entendida como un triunfo del
macrismo tal cual sugieren algunos escribas del progresismo vacuo de
algunos medios y en particular de Página 12, con excepción de Verbitzky, que una
vez más muestra la esencia de lo que ocurre. La mayoría de los hoy oficialistas
e ibarristas puros del diario fundado por Jorge Lanata, -al igual que otros
progresistas de distinta procedencia- tienden a señalar como un hecho grave para
la democracia, la destitución legal, constitucional y legítima de un Jefe de
Gobierno, por ser considerado responsable político de los graves hechos que
llevaron a la muerte trágica de 194 jóvenes y niños. Se lo acusa de grave
negligencia en el cumplimiento de las tareas de control gubernamental. Dichos
‘progresistas’, organizaciones de Derechos Humanos, así como el mismo grupo
íntimo de Ibarra, sostuvieron tan malos argumentos que terminaron por
predisponer a la mayoría del cuerpo Legislativo en contra del jefe destituido.
Algunos de ellos llegaron a hablar del chantaje de las víctimas en la Argentina
actual, lo cual conspiraría contra la democracia. La democracia vacía, se
olvidan de decir. Lo que acaeció es una expresión más del rol directo jugado por
las masas, el pueblo mismo, desde la rebelión de dicie mbre y que ha hecho que
la Argentina no sea la misma de antes. Por lo tanto los espacios políticos
tampoco pueden ser los mismos, aun cuando el enorme movimiento social
reivindicativo que transita la nación, aún no haya podido generar una nueva
expresión política que continúe la marcha histórica de los argentinos.
‘El pueblo delibera pero no gobierna’.
Aquellos que ven en la destitución de Ibarra un ‘golpe de Estado’, ‘un
deterioro de las instituciones’, ‘un debilitamiento de la democracia’, etc., es
porque abrevan en un concepto de democracia delegada en el corpus
político y no creen en la Soberanía Popular. Eso que Lincoln llamó ‘el
gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo’. Frase olvidada por
cierto, principalmente en los propios EE.UU. La Constitución de la Ciudad de
Buenos Aires es una de las más avanzadas del país. Permite por ejemplo la
representación popular propo rcional sin piso alguno más que el correspondiente
a la distribución de las bancas. Este hecho ha permitido que prácticamente el
conjunto de las fuerzas políticas del distrito se alternen en la representación
legislativa, alentando un florecimiento de gran cantidad de agrupaciones
legítimamente representadas. Nuestra vecina, la Provincia de Buenos Aires por
ejemplo, posee un sistema representativo de los más limitacionistas y
restrictivos del país, llevando a concentrar las bancas en dos, a lo sumo tres
partidos, alentando el florecimiento de la corrupción, el clientelismo, la
persistencia de las mafias político-empresariales-narcotraficantes del
conurbano, dificultando cuando no negando, la posibilidad de la renovación
política de las instituciones. El padrón provincial por otra parte es una
verdadera caja de sorpresas que debería ser depurado en una cifra no menor al
millón de votantes. Pero claro eso bajaría el piso restrictivo y ni el PJ ni la
UCR desean que tal cosa ocurra. Por el contrario la Constitución de la Ciudad
fue una construcción política y jurídica colectiva, con una fuerte inserción de
elementos de la Democracia Participativa, que respeta a la pluralidad
democrática que caracteriza al distrito. Fue así que en 1999 ante la crisis del
Frepaso la izquierda existente accedió con 5 legisladores a la Legislatura
porteña. Este hecho hizo expresar a una de las actuales ministras del gobierno
nacional: ‘Les dije a los muchachos del Frente Grande en la Estatuyente que
había que poner piso electoral para que no se filtrara la izquierda, pero no me
hicieron caso.’ Por supuesto, la izquierda hizo tan bien las cosas que hoy
no posee ningún legislador que la represente, pero eso no es culpa de la
Constitución de la Ciudad. De la misma forma la Ciudad tiene estipulado un
sistema de Audiencias Públicas y una serie de arbitrios Constitucionales que
permiten el ejercicio directo de la soberanía popular. Cuestión ésta
especialmente limitada en nuestro sistema político nacional. Recordemos por
ejemplo que los constituyentes de 1853 plasmaron en nuestra Carta Magna tan
meneada, la necesidad de contar con jurados populares en el Poder Judicial, sin
embargo esta medida nunca fue reglamentada en 153 años. ‘-No sea cosa que los
negros se nos metan en la Patria Judicial’. Tampoco están reglamentados el
referéndum, la consulta popular, el plebiscito, ni ninguna de las formas de la
democracia directa que las distintas reformas incluyeron. Esto es así pues
nuestra ‘clase política’ –es decir quienes gerencian el poder neocolonial
actual- sigue pensando en los términos elitistas y aristocratizantes de quienes
pergeñaron en su momento las Constituciones de 1819 y 1826, manteniendo dicho
espíritu en 1853. Es decir, siguen sosteniendo pese a que ser un concepto del
siglo XVIII, ‘que el pueblo no delibera ni gobierna, sino a través de sus
representantes’ (Art., 22 de la Const. Nac.). Pues bien cada tanto desde
1780 –Revoluci ón del Inca Túpac Amaru-, el pueblo argentino-americano se
subleva y sacude a los gobernante para recordarles exactamente lo contrario. Es
decir el pueblo delibera y gobierna a través de sus representantes y de sus
acciones y peticiones concretas y directas, aunque los conservadores y también
los ‘progresistas’ se escandalicen. Cabe aclarar que éstas son además, las
formas que la nueva Democracia Participativa, incorpora. Nueva forma de
representación política que parece ir adquiriendo la reformulación del
Socialismo y el Nacionalismo Popular en el siglo XXI. En particular en América
Latina. La constitución de la Ciudad también establece fuertes controles del
Poder Legislativo sobre el Ejecutivo y de la ciudadanía sobre ambos poderes.
Medidas éstas correctas pero complejas de manejar. Sobre todo cuando quien
diseña las leyes pasa del Legislativo al Ejecutivo. Cuando la Constitución fue
establecida el Frepaso controlaba el Legislativo, mientras el Ejecutivo estaba
en manos de De la Rúa. Luego vino la Alianza. Claro, cuando Ibarra exigió dichas
leyes jamás pensó que serían usadas exactamente contra él, pero así son los
vericuetos de la historia.
Un hombre de suerte
Ibarra fue un gobernante afortunado, de hecho lo sigue siendo: al no haber
sido inhabilitado en su destitución, así como están las cosas, podría ganar
cómodamente la segunda vuelta de las elecciones de 2007, a no ser que Jorge
Telermann desarrolle una excelente gestión, cosa que también puede ocurrir.
Decimos afortunado, porque debió enfrentar primero a Cavallo y luego a Macri. Es
decir dos exponentes de la derecha más recalcitrante, ambos beneficiarios y
constructores de la Argentina colonial que vivimos después de 1989. Por lo que
en segunda vuelta recibió el respaldo de la mayoría d votos de manera casi
obligada. Está claro que a excepción de algún momento especial, la ultraderecha
no puede en la Ciudad de Bue nos Aires superar el 40-45% de los votos. Es más
Macri quedó anclado en la última elección en una cifra inferior al 36%, lo cual
hace prácticamente imposible que pueda ganar en segunda vuelta en el 2007, a
menos que su rival fuera Scioli. Cabalgando sobre esta situación y su
predilección mediática, Ibarra flotó sobre la ciudad como un benefactor que sólo
estaba obligado a estar presente en los actos, y recordar permanentemente su
compromiso con los defensores de los derechos humanos –del pasado-no así de los
derechos sociales actuales de los pobladores pobres carenciados e indigentes de
la Ciudad. Y esto fue así en tanto y en cuanto la política estaba gobernada por
‘la gente’ al decir de Graciela Fernández Mijide o Chacho. Es
bueno recordar que fue gracias a la predilección que los medios masivos de
comunicación tuvieron con Chacho contra el no reconvertido Pïno
Solanas, que Chacho pudo en poco tiempo transformar a la herramienta de
unidad popu lar y Liberación Nacional constituida alrededor del Frente del Sur,
en el anodino e inofensivo Frepaso. Claro después debió beber la misma medicina
ante Bordón, para garantizar al poder posterior a los acuerdos de Madrid
–refrendados por el Pacto de Olivos- que ganara quien ganara en 1995 o más
adelante las reformas de retorno al modelo colonial impuestas por el riojano y
Cavallo no se tocarían. Cumplida su misión Bordón retornó al PJ y le dejó a
Chacho su insulso partido, para que cumpliera la otra parte del trato y
devolviera a la UCR a la Rosada para cumplir el Pacto de Olivos. En ese juego
Aníbal Ibarra era la frutilla del postre y el niño mimado de los medios.
Prolijo, pintón joven, medido, denunciante de la corrupción menemista –el único
límite que toleraba el poder en la crítica- originado en la izquierda.
Reconvertido; no se oponía al control de las multinacionales a la economía, ni
al dominio que las empresas privatizadas, la corporación inmobiliaria, las
corporaci ones de la construcción, de recolección de basura y las empresas
concesionarias de servicios públicos ejercen sobre la Ciudad. Sabían que Ibarra
ni siquiera se iba a atrever a reestatizar el Zoológico, cuestión que casi
realiza De La Rúa ante los gravísimos hechos allí ocurridos, denunciados por el
Dr., Sazaroli. Ni siquiera cuando su amigo Daniel Grimbank, denunció que el
Zoo lavaba dinero del narcotráfico se animó a hacer algo. Simplemente como
hizo siempre, miró para otro lado. No era cuestión de meterse con la mafia
armada por Carlitos, Gerardo Sofovich y el Cártel de Miami. Tampoco iba a
extender el horario de los subtes, ni siquiera al que poseían cuando era
estatal, lo cual permitiría aprovechar mejor la ola turística que invade Buenos
Aires desde la devaluación, crear un turno de empleo genuino, favorecer a los
comercios del centro y permitir mayor seguridad a los habitantes y a la gente
que pernocta en la Ciudad al aire libre. Nada de eso, y mucho menos favorecer a
l os pobres. Tampoco se le ocurrió resolver el escandaloso tema de la basura,
que la Constitución de la Ciudad dice que debía reciclarse totalmente desde el
año 2000 e Ibarra siguió renegociando con las empresas que nos cobran para
enterrar recursos necesarios y productivos para el ciclo económico. Es decir les
pagamos pagamos a un grupo de empresas –entre ellas al propio Macri- inventado
por los genocidas Cacciatore e Ibérico Saint Jean para que contaminen el
conurbano y destruyan productos reciclables para la producción, que podrían
recuperarse a mínimo costo, generando ingreso y empleo para varios miles de
personas. Nada hizo para disminuir el número de los innumerables hípermercados
que destruyeron miles de puestos de trabajo en la Ciudad, tal cual proponía el
programa frepasista, por el contrario permitió su expansión. Tampoco se interesó
en construir las miles de viviendas que necesita la Ciudad ni en recuperar su
perfil industrial. Tampoco se le ocurrió usar los enormes su peravits de la
Ciudad para dar créditos baratos a la pequeña, mediana empresa o invertir
masivamente en salud, educación e infraestructura. No garantizó que de noche
hubiera transporte público adecuado, que los trenes funcionen toda la noche como
corresponde. Tampoco le preocupó que los hospitales –los más importantes del
país ya que los construyó la nación- brinden un servicio eficiente y correcto
las 24 horas del día. No sólo en los servicios de guardia. Un turno normal puede
demorar 90 y 120 días y debe ser pedido en colas que se inician a las 2-3 de la
madrugada para ser atendidos a partir de las 8 horas, en hospitales que sólo
funcionan normalmente hasta las 12-13hs. Esto en una ciudad que posee 7000
millones de pesos para 3 millones de habitantes. Tampoco se crearon refugios
definitivos para la gente que vive en la calle, ni comedores populares abiertos
que permitieran comer dignamente a los miles de hambrientos que transitan la
ciudad en busca de pan. Eso sí se gastan dinerale s en enrejar las palazas para
eliminar a los pobres de la ciudad y consentir un reclamo del imaginario
fascista de la clase media urbana que una vez recuperados sus ahorros y lavado
el cerebro por la campaña de seguridad de los medios reclama ‘-que saquen a
los negros de la Ciudad. Esos pobres que andan juntando y comiendo basura porque
no quieren hacer otra cosa.’
La fiesta se acaba
Para Ibarra gobernar era fácil: ¿había muchos chicos tomando cerveza a la
noche? se prohíbe vender alcohol en los quioscos. ¿El pueblo ensucia las plazas
y monumentos? Hay que enrejarlos, ¿a ver si se creen que son de ellos?. ¿Hay
gente durmiendo en las plazas y parques, haciendo sus necesidades allí, porque
no tienen donde vivir? Se enrejan las plazas. Cuando Juanjo Álvarez
intervino la Ciudad, después de Cromañón, echó a patadas a todos los pobres que
dormían bajo los puentes y autopistas al mejor e stilo Bussi en Tucumán. Lo
mismo hizo con los vendedores ambulantes y las trabajadoras sexuales. Parecía
que Macri gobernaba bajo el mandato de Ibarra. ¿Quién habrá dicho que las plazas
y parques pertenecen a los vecinos que las rodean y no a toda la ciudad?. Y en
el caso de Buenos Aires a todo el país. Es la idea de ‘ciudad country’ que
tienen muchos de los ‘progresistas’ que integran el gobierno de Ibarra y sus
círculos áulicos. Es la Ciudad de la exclusión. Es la Ciudad Puerto Madero
–donde muchos restaurantes embolsan sus restos de comida con vidrios rotos para
que los pobres no puedan comerlos de la basura-, en un país donde la mitad de la
población está bajo la línea de pobreza y un cuarto en la indigencia. ¿Qué
pasaría si las encuestas dijeran que la clase media manipulada por Tinelli,
Haddad, Mirta, Gerardo, Ávila, Grondona y demás ideólogos de la muerte
reclamaran el retorno de la esclavitud, o el exterminio abierto de los pobres?
¿Los ‘progresistas’ estarían dispuestos a cumplir dichas demandas para sostener
un resultado electoral posible?
Cuando estalló la rebelión de diciembre todo cambió, pero Ibarra no fue
afectado, pese a que cogobernaba con el delarruismo. El actual cruzado macrista,
Jorge Enríquez era entonces un defensor a ultranza de las políticas de Ibarra.
Sin embargo en medio del marasmo creado por el jefe Radical nadie reparó en
Ibarra. Por el contrario a diferencia de algunos de sus ministros que salían a
la calle disfrazados, Ibarra era casi el único político que podía andar a cara
descubierta por la calle en los tiempos que Luis Zamora parecía el Perón de la
clase media. Su hombre para las tareas sucias de entonces, Ariel Schiffrin se
daba el lujo de enviar punteros provocadores para atacar taxistas intentando
desprestigiar a piqueteros y asambleístas populares que pululaban como hongos
por la Ciudad pidiendo ‘que se vayan todos’. Ibarra fue fundamental para
contener y desarticular la rebelión popula r objetivo que se propusieron todos
los partidos del sistema. El gobierno de la Ciudad compró gran cantidad de
dirigentes de asambleas, de derechos humanos, asociaciones, mutuales, grupos
piqueteros, mientras el gobierno nacional cooptaba grandes corrientes nacionales
como la de la de D’Elía o Barrios de Pie y otros grupos menores que se sumaban
por cooptación propia y alegre. Mientras tanto Ibarra combinaba el enrejamiento
-a medida que la devaluación devastaba a enormes sectores sociales-, con el
gasto social clientelístico y punteril, mientras seguía flotando, sobre la
Ciudad. Claro que el país ya había cambiado de manera considerable. Aquello que
el Frepaso y el menemismo consideraban muerto para siempre: el Pueblo y el
Estado, volvían a estar en el centro de la escena. En la elección de 2003 se
percibió su problema: salió segundo en primera vuelta y ganó en segunda porque
Macri es la P2 y el menemismo, más Cavallo sumados. Pero comenzó su larga
sucesión de errores basados en una soberbia que lo llevó al desastre. Destruyó
su partido, quedándose sin estructura, convencido que sólo con la televisión y
los empresarios de los medios culturales y festivos le bastaba para estar a
flote. Profundizó el perfil elitista de su gobierno, así como la compra de
voluntades y la no gestión de cuestiones centrales de la Ciudad como política.
Dudó en sumarse al kirchnerismo y fue eliminando uno tras otro a sus viejos
compañeros: Jozami, Fatala y Schiffrin fueron siendo despedidos junto a una
enorme cantidad de cuadros y militantes que le habían brindado su apoyatura.
Ibarra hasta Cromañón estaba convencido en lo que Chacho había
instituido: la militancia no sirve más, la política actual se hace en los
medios. Hasta Cromañón Ibarra era el más probable candidato a vicepresidente del
más que seguro segundo mandato de Kirchner. Cromañón lo dejó desnudo y lo quitó
de su sueño de flotabilidad. Sin embargo no lo destruyó, dado la ausencia de
alternativa de un nuevo movimiento popular aun vacante y en ese marco y dada la
composición social de la Ciudad, Ibarra es aun un buen candidato de ese sector
‘progresista’ que quiere que todo siga igual pero que se hable de cosas ‘progres’.
Todo mal
La tragedia de Cromañón mostró las graves limitaciones del gobierno de
Ibarra: murieron 194 jóvenes, niños y bebés en un boliche, donde debía haber a
lo sumo 900 personas pero había casi 5000. Las puertas que debían estar abiertas
estaban cerradas con cadenas. El agua de las canillas cerradas, para que los
pibes consuman la mierda alcohólica que le vende el boliche. En el baño
funcionaba una guardería de bebés que murieron calcinados o ahogados. El
conjunto se caracterizaba por distribuir y lanzar bengalas y bombas de estruendo
en un lugar cerrado y el techo del lugar era de goma espuma y media sombra
negra. Es decir materiales altamente inflamables al contacto con e l fuego. Peor
aun: el lugar debía estar clausurado hacía 15 días y estaba plenamente abierto.
Peor aun, Ibarra no se hizo presente en el lugar del hecho, lo cual seguramente
dada su alta imagen lo habría salvado de la catástrofe posterior. Pero Ibarra no
sólo no concurrió a los llamados desesperados que su entonces amigo Milcíades
Peña le hacía desde su celular. Al día siguiente dijo que era un problema,
policial. Luego que era un tema de los bomberos. Las víctimas pasaban ya los
190. Mostrando su concepción sobre el pueblo y de qué lado estaba, a los pocos
días de la tragedia con miles de personas marchando por las calles en su contra
-reprimidas ferozmente para impedir un final como el De a Rúa- en lugar de
reunirse con los familiares, Ibarra realizó una conferencia de prensa con los
empresarios de espectáculos públicos. Es decir los colegas de Chabán, provocando
aun más a los padres, familiares y amigos de la víctimas. Aquí quedó claro que
Ibarra –cuya cara delataba el pánico- no entendía qué había ocurrido, ni tenía
la menor idea de lo que era el poder. Tampoco entendía que el país –y
particularmente Buenos Aires- no era el mismo de antes de diciembre de 2001. Los
padres y la comunidad que se movilizó alrededor de la tragedia de Cromañón no
dejarían de ejercer el nuevo poder político que el 19 y 20 les había otorgado.
Su suerte estaba echada. Su desatino lo llevó a la más absoluta soledad. Luego
de las elecciones de 2005, siendo ya un hierro caliente para un gobierno que no
sabía como sacárselo de encima, todo su capital político quedó reducido a una
legisladora sobre 60. Era absolutamente imposible que su cargo resistiera tamaña
realidad política. Es destacable su escaso olfato político y su sentido elitista
casi congénito: alumno del Nacional Buenos Aires, miembro del Poder Judicial y
militante ‘tapado’ de la FJC en los 70. Cualquier dirigente político habría
atinado casi instintivamente a concurrir al lugar del hecho en el momento de la
tragedia a colabor ar con la gente. A bancarse las puteadas, pero a estar con
las víctimas, lo cual seguramente hubiera hecho que la bronca disminuyera o se
canalizara hacia otro lado. En una situación similar Carlos Reutemman
responsable directo de las graves inundaciones del Salado en Santa Fe, se subió
a una lancha y concurrió todos los días de la inundación a rescatar víctimas,
soportando insultos, escupitajos y puteadas. Sin embargo estuvo allí. Y su
persistencia política sigue casi intacta, para desasosiego de los argentinos.
Ibarra por el contrario se reunió con los representantes de los criminales de
quienes violando todas las normas y buscando sólo el máximo beneficio económico,
no les importó poner en riesgo –y liquidar- las vidas de casi 200 miembros del
pueblo.
Suerte echada
A partir de allí su suerte estaba echada y fue un error más de su parte
desgastar su gobierno en esta larga etapa hasta el juicio. Es verdad que Macri
obtiene su destitución casi como una venganza personal, pero no es el vencedor
de esta lid, ya que la caída de Ibarra no lo favorece para poder superar el 36%
que obtuvo en 2005. Difícilmente los votantes de Ibarra, Carrió, Bielza y mucho
menos los de la izquierda vayan a sus siniestras arcas. Tal vez Carrió si se
decide a jugar en la Ciudad recoja los éxitos de haber abandonado y traicionado
a su aliado Ibarra. Pero sin duda la destitución de Ibarra es un triunfo de la
movilización popular, del pueblo de la Ciudad que ha hecho cumplir su
Constitución y ha puesto una vez más desde diciembre de 2001 límites claros a la
gerencia política del régimen neocolonial. Aun no hemos podido generar un nuevo
movimiento que exprese esta situación, pero más temprano que tarde madurará. Tal
vez esta nueva situación permita pensar algo diferente de cara a las elecciones
de 2007. También es un llamado de atención para el gobierno nacional, que más
allá de ‘mi amigo Aníbal ’ entendió que lo mejor que podía hacer era
desprenderse de una carga inútil y pesada. Tal vez Alberto Fernández haya
perdido algo más que su soñada jefatura de la Ciudad. Telermann tiene la
posibilidad cierta -la Ciudad es el distrito más rico y fácil de gobernar del
país-, y puede llevar adelante una gestión que en los dos años restantes aborde
los graves problemas estructurales de la Ciudad y comience a dar las repuestas
que la acuciante situación social plantea. Telermann puede invertir el sentido
social ‘desenrejando’ la Ciudad abriendo la Capital Federal al pueblo.
Reconstruyendo su aparato productivo. Saneando su ambiente y mejorando la vida
de sus ciudadanos, para lo cual sólo necesita ganas de hacerlo y colaboradores
eficaces ya que recursos le sobran. En síntesis, de ninguna manera la
destitución de Aníbal Ibarra constituye un avasallamiento de los derechos
Constitucionales de los porteños. Tampoco es un triunfo de la derecha. Por el
contrario la destitución del resp onsable político de la tragedia de Cromañón
–producida por la corrupción y el no cumplimiento de las normas existentes en a
Ciudad, no por una catástrofe natural o una guerra- es un triunfo del pueblo
movilizado y vigilante en la defensa de sus derechos. El futuro dirá quien
capitaliza esta victoria.