Millones de trabajadores multiplican sus reclamos por la suba del piso de los
mínimos no imponibles del impuesto a las Ganancias.
El repudio por los hechos de violencia sucedidos en Santa Cruz en las ultimas
horas, no debe dejar de lado un reclamo que miles de trabajadores y sus familias
realizan, no únicamente en Las Heras, sino en todo el país, el aumento del
mínimo no imponible del impuesto a la ganancia, situación que ha minado el
bolsillo del trabajador, golpeado desde hace décadas por cuanta medida económica
se ha aplicado
Pero la no modificación del aumento del mínimo no imponible encierra una
cuestión paradigmática de fondo. Mientras el gobierno nacional decide cancelar
toda la deuda don el FMI, y dice que se inicia así una instancia de "manos
libres" para implementar las política de distribución de la riqueza, la no
modificación del mínimo pasa a constituirse en un freno de esas políticas tantas
veces anunciadas en el discurso.
¿Qué oculta esta contradicción?
El mínimo no imponible del impuesto a las ganancias es de 22.020 pesos anuales o
1.835 mensuales para personas físicas solteras de la cuarta categoría, en su
mayoría personal en relación de dependencia, y 26.820 anuales o 2.235 mensuales
para trabajador con familia tipo. Esos valores no fueron adecuados después de la
devaluación.
Números tentadores que parecen justificar el silencio del gobierno desvelado por
las exigencias de caja para mantener el superávit primario y, cuando de esto se
habla (no debemos olvidarnos los sueños reeleccionarios puestos en marcha luego
de las elecciones de octubre, ante un panorama que indica que la panacea del
crecimiento económico sostenido empezaría a resentirse desde marzo del 2007),
pareciera no importar que esos valores agudizan la carga tributaria sobre
salarios que otrora se podían considerar medios, pero que ahora ya están
entrando en niveles medianamente bajos.
Otra pregunta que se impone, luego de los repetidos anuncios al respecto y con
un saldo favorable en caja record, de casi 20 mil millones de pesos, es si no
sería más justo y equitativo que, en este contexto de superabundancia, se tomen
medidas más audaces. La suba del mínimo no imponible en el impuesto a las
Ganancias, la rebaja del IVA, al menos para los rubros más sensibles para la
economía de los hogares, y la mejora de las jubilaciones, parecen no ser las
medidas que contemple un gobierno que sigue coqueteando con las políticas
económicas de los 90.
Para este año, las pautas son similares a las que fijaba en 2005. Se proyectó un
superávit primario de 19.350 millones de pesos, equivalente a l 3,5 puntos del
PIB. Sin embargo, un informe de la CTA, dirigido por el diputado Claudio Lozano,
puso bajo tela de juicio esa proyección. En el trabajo se concluyó que el 2006
dejará un excedente de nada menos de 11.000 millones de pesos por sobre la pauta
de superávit fiscal.
La conclusión toma como base que la economía crecerá un poco más que lo
presupuestado: 5,6 por c iento y no 4,0. El informe afirma que esa es la
expansión que figura en documentos internos del Ministerio de Economía. Si a
este mayor crecimiento, que dejaría en las arcas un adicional de 2.919 millones
de pesos, se le agregan otros dos puntos: lo que ya no habrá que pagarle al FMI
(1196 millones de pesos en intereses y otros 4829 millones en concepto de
capital) y una corrección en la elasticidad recaudación producto, Lozano
concluyó que existe una subvaloración de recursos por un total de 11.066,5
millones de pesos.
De acuerdo con sus estimaciones, esa masa de dinero serviría para:
- Una asignación de 70 pesos para los 13,8 millones de menores de 18 años.
- Una ayuda escolar anual de 130 pesos para los 9,4 millones de chicos de entre
6 y 18 años.
Estas iniciativas tendrían un impacto favorable sobre los niveles de pobreza e
indigencia: mientras la tasa de pobreza caería de 38,5 a 32 por ciento, la de
indigencia caería a menos de la mitad: de 13,6 a 6 por ciento.
La distribución de la riqueza duerme un sueño que los trabajadores no
esperaremos que sea eterno. Por más discurso retrógrado que quiera atar nuestro
bienestar al de la inflación.