Estamos hablando del primer muerto del tiempo K durante una manifestación
social, de que el muerto es policía y de que ocurrió nada menos que en la
provincia del jefe de Estado. Sin embargo, antes que de eso estamos hablando de
que prácticamente sólo se habla de eso.
La referencia central no es ésa sino la puja por la distribución del ingreso en
un país cuyos números de macroeconomía muestran una recuperación acelerada con
la contrapartida de que la brecha entre pobres y ricos no sólo no se achicó: se
acentuó. Una expresión santacruceña de esa realidad acaba de revelarse en Las
Heras, con el fondo de empleados y obreros del petróleo que, a valores reales,
si se quiere ganan menos que durante la crisis del 2001, gracias a una forma de
calcular el impuesto a las ganancias que no tomó nota ni del mínimo no imponible
ni de la inflación. Cuando se trata de patronales, ese cálculo sólo significa
una afectación de los manejos contables. Pero cuando, como en este caso, se
trata de quienes están en relación de dependencia, hablamos de que los
trabajadores llegan a perder hasta un salario por año. Ese, que es el fondo
estructural de la cosa en tanto símbolo del debate que continúa pendiente (a
quiénes se afecta para repartir la riqueza de un modo más justo), es presentado
por la inmensa mayoría de los medios de comunicación como la forma. Y la forma,
que por muy antipático y hasta revulsivo que suene decirlo fueron los hechos de
balacera y muerte, se ofrece como el fondo.
Con excepción del delirio –o la falacia– sobre la participación armada del PO,
el resto de las especulaciones, una parte o alguna de ellas pueden estimarse
dudosas, contradictorias e incluso forzadas. Pero nunca inverosímiles. Todas
podrían ser veraces. Y en consecuencia, la (muy benévola) explicación de por qué
tanta prensa dedicada al efecto y no a la causa. Se dirá que eso es lo habitual,
pero en hechos similares es al revés. La policía o la variante uniformada que
fuere siempre aparecen como responsables claros. Y en Las Heras no. El que cayó
fue un policía, y la derecha se relame. El policía muerto, aunque no le siente
bien a cierta ortodoxia de los manuales de izquierda, era un laburante. Otra
víctima de este sistema de mierda, digamos. Hay que decirlo. Si no se lo dice,
al cohete e injustamente uno queda haciéndole el juego a Macri, Sobisch, la
prensa más reaccionaria y a un conjunto de desgraciados y tontos de derecha y
adyacencias.
Esta es una visión del episodio propiamente dicho. Lo que resta es señalar el
fondo que esa misma mayoría comunicacional oculta o relativiza a sabiendas o por
desidia, que a los efectos prácticos es igual. Es un resto y es un fondo mucho
más puntual, y seguramente incompleto, que extenso. En Santa Cruz se llama
conflicto gremial en pos de que el sentido vuelva a ser común porque, poco
menos, en proporción los trabajadores pagan más de Ganancias que la patronal. En
Buenos Aires, en cualquier momento puede volver a llamarse laburantes del subte,
los trenes, la salud. En Catamarca puede tratarse de las explotaciones mineras a
mansalva, en Río Negro de los docentes, en Salta de poblaciones que quedan
aisladas del mundo porque se cae un puente, y en el lugar que sea, de los pobres
e indigentes que no volvieron al mapa. En algunos casos el punto es que quienes
tienen trabajo, visto en escala, muerden cada vez menos respecto de la torta de
los que volvieron a estar de fiesta. En otros, consiste en que la foto quedó
congelada en 2001/2002 y, da la sensación, no se toma en cuenta –al margen de
los cambios en la representación política– que lo que vivió este país al cabo de
la rata no es lo que vivió sino lo que sigue viviendo, en números de excluidos,
por más que el consumo de la clase media sugiera lo contrario.
La buena noticia para el Gobierno sigue siendo que toda esa masa de
conflictividad real y potencial no tiene articulación política, ni por derecha
ni por izquierda. Para bien o para mal, la única protagonización conductiva de
la Argentina es el kirchnerismo, o como se le quiera llamar al pequeño grupo que
dirige institucionalmente el país. Y por eso es que apenas si se menta a la
inflación como única negrura del horizonte, si es por la marcha de la economía.
La mala es que hay Las Heras eventuales por todas partes, a la vuelta de la
esquina, más o menos dramáticas, más o menos repercutidas. Y la pregunta es si
se tratará de amainarlas bajo el criterio de darles connotación de violencia
recortada, de hecho más policial que político, de bandas sueltas. O si será cosa
de resolver estructuralmente (tender hacia ahí, de mínima) lo que, vale repetir
hasta el cansancio, la Argentina continúa siendo. Un país cada vez más desigual
en la distribución de su riqueza, que a su vez ya proviene de una desigualdad
consolidada.
Por ejemplo: ¿hacía falta un muerto para discutir quiénes pagan impuesto a las
ganancias?