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Argentina: La lucha continúa

Latitud Barrilete

Martín Flores

El arte es débil cuando solamente emerge como una manifestación lúdica o estética, o como otro artículo de consumo orientado a las vulgares vidrieras de los shoppings. Y ni siquiera llega a ser débil cuando descansa en una dimensión que recrea una supuesta locura ante los tibios que hacen la plancha en una gelatinosa piscina de comodidades burguesas. Dejemos esas parodias a la farsa de salones mercenarios y galerías mercantiles, a los centros culturales y escenarios afines que aplauden nombres influyentes, marionetas con chapa y firmas de doble apellido.
Cuando el arte es verdadero se enarbola como una manifestación sagrada de la condición humana, como un bastión de dignidad y resistencia de todos aquellos que no quieren ser cómplices de un sistema que atenta contra el hombre, es el rincón donde lo más humano de la especie se niega a ser degradado.
El arte cobra fuerza cuando es capaz de sacudir del letargo y cuando brinda herramientas que permiten entender, pensar y comprender lo que nos pasa y lo que somos en esta compleja realidad social que nos rodea y atraviesa. Es así que la expresión artística se transforma en testimonio inapelable del mundo en que vivimos, en el reflejo de las problemáticas que nos aquejan y las ilusiones que nos perduran. Es por eso que ningún arte profundo conforma una esfera por sí mismo. Lo que lo hace grande e importante es el inseparable lazo que lo vincula con otras esferas de la sociedad a la que pertenece. ¿Cómo entender la creación desentendida de su propia sociedad? ¿Qué tipo de arte es aquel que se desvincula de las tragedias y los sueños, las desventuras y las esperanzas de la gente de su tiempo?
Los artistas de las comunidades indígenas americanas y de las sociedades tribales africanas ni siquiera eran considerados como tales. Sus apellidos no trascendían como lo hacen hoy en Occidente, porque aquellos creadores reflejaban en sus obras las metáforas colectivas de su pueblo, y se consideraban voceros de sus semejantes ante los dioses o la naturaleza. Esa es la función del creador. Su significado subyace en la capacidad de interpretar, representar y sangrar la realidad que vive, en la capacidad de sufrir el dolor ajeno y de sentir como propio el sentir del otro.
Durante los '60 y los '70, la poesía, el arte y la creación en general, no conformaron una dimensión aislada de anacoretas escapados del mundo o encerrados en una torre de marfil. Por el contrario, se erigieron en herramientas de pelea, de lucha y resistencia para las generaciones que buscaron construir una sociedad diferente.
La década del '80 fue la explosión del ámbito under. El under fue todo un refugio donde se abrigó la poesía derrotada en las décadas anteriores. El escenario de la creación estuvo maravillosamente descentralizado, con todas sus ramificaciones vinculadas y algunas capitales donde latía aquello que sucedía en los restantes puntos de la ciudad. Cientos de creadores se agrupaban en galpones y casonas, garages y reductos, tabernas, sótanos y antros. Bandas de rock, grupos de teatro y escritores recreaban un mágico mundo donde todo podía y debía suceder.
Los '90 fueron años durante los cuales se impusieron escribas y fariseos. Las editoriales y compañías discográficas se adueñaron de todo y centralizaron en una cumbre existista a los artistas elegidos. Las publicidades construyeron el altar de los triunfadores, cuyos rostros invadieron el espacio público en todo tipo de formato, desde remeras hasta vasos, desde cartucheras y posters hasta etiquetas de gaseosas y tapas de revistas. El under se dividió y perdió fuerza. Las tribus se multiplicaron y el mundo del arte quedó fragmentado en múltiples esferas que se desconocían entre sí.
Estas grandes compañías de discos y libros trazaron una imaginaria frontera entre lo que debía ser divulgado y lo que no. Miles de talentosos creadores vieron truncada la posibilidad de difundir lo que hacían, y las grandes empresas, cegadas por buscar éxitos masivos, se vieron esterilizadas por su propio afán mercantilista y ya no fueron capaces de reconocer nuevos artistas. Su propia ineptitud fue impulsando la creación de otras propuestas e iniciativas que crecerían al margen y darían lugar a un nuevo movimiento expresivo.
Hacia fines de la década, el acceso masivo a la tecnología informática permitió que numerosos creadores comenzaran a lanzar su arte de manera independiente y autogestionada. La difusión de Internet y su popularización, por decirlo de algún modo, permitieron el surgimiento de la otra globalización: aquella que permite a las personas juntarse con fines humanos, el conocimiento de la realidad de boca en boca, la comunicación y la información que permitía desarticular el monopolio de las grandes empresas y corporaciones. Las discográficas perdieron cifras millonarias, y numerosas editoriales ya no fueron la puerta de ingreso al cielo. Los intrusos que habían sido lanzados por la proa, volvieron a subirse por la popa para hacer temblar el barco, para denunciar a un sistema que los excluía.
Luego del cimbronazo que nos atravesó en 2001, comenzaron a tomar cuerpo nuevas manifestaciones que ya se venían gestando desde antes como genuinas y necesarias expresiones sociales, primero individualmente, luego juntando voluntades para conformar movimientos que crecían y se consolidaban creando espacios, cubriendo los vacíos existentes.
Así surgió la Feria del Libro Independiente, hija legítima de los tiempos que corren. Agrupa escritores que editan sus propios libros y salen a venderlos cada día por las calles y los bares de la ciudad. Esta feria tiene una especial convocatoria, porque existe un amplio público que comienza a desconfiar de las costosas publicidades, los supuestos concursos literarios y los grandes lanzamientos editoriales. Y más allá de los éxitos que el mercado librero necesita imponer, y los escritores que necesitan posicionarse y vender; y más allá de la feria oficial, que se ha transformado en otro espectáculo fagocitado por el capital y pide miles de dólares a quienes deseen adquirir un stand para participar; y más allá de los suplementos culturales que se han convertido en burdos y obsecuentes catálogos empresariales... existe un hormiguero que va creciendo con el esfuerzo de numerosos individuos que trabajan para conformar este espacio de expresión autogestionado que tanto hacía falta en una ciudad donde se multiplican los solitarios buscadores de ideas y propuestas originales.
Hey... empresarios televisivos, corporaciones multimedios! ¿Qué pasa que la gente se junta sin ustedes? ¿Qué pasa que la gente crea a pesar suyo? ¿Qué pasa que la gente se vincula, se encuentra, se busca más allá de los palurdos referentes que ustedes promocionan?
Algo está pasando en Buenos Aires. La Feria del Libro Independiente da fiel testimonio de ello.

Para más información visitar http://www.poesiaurbana.com.ar/mambourbano/ y http://www.elasunto.com.ar/     

Fuente: lafogata.org