Argentina: La lucha continúa
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Socialismo o Neodesarrollismo
Claudio Katz
La convocatoria a construir el socialismo del siglo XXI que formuló Chávez ha replanteado los debates sobre caminos, tiempos y alianzas para forjar una sociedad no capitalista. Esta discusión reaparece cuándo el grueso del progresismo se había acostumbrado a omitir cualquier referencia al socialismo. La recuperación de la credibilidad popular en este proyecto no es aún visible, pero la meta emancipatoria se debate nuevamente en las organizaciones populares que buscan un norte estratégico para la lucha de los oprimidos. ¿Cuál es el significado actual de un planteo socialista?
CINCO MOTIVACIONES
América Latina se ha convertido en un escenario privilegiado para esta
reconsideración por varias razones. En primer lugar, la región es el principal
foco de resistencia internacional al imperialismo y al neoliberalismo. Varias
sublevaciones populares condujeron en los últimos años a la caída de presidentes
neoliberales (Bolivia, Ecuador y Argentina) y afianzaron una contundente
presencia de los movimientos sociales.
En un cuadro de luchas -que incluye reveses o
represión (Perú, Colombia) y también reflujo o decepción (Brasil, Uruguay)-
nuevos contingentes se han sumado a la protesta popular. Estos sectores aportan
un renovado basamento juvenil (Chile) y modalidades muy combativas de
autoorganización (Comuna de Oaxaca en México). El socialismo ofrece un propósito
estratégico para estas acciones y podría transformarse en un tema de renovada
reflexión.
En segundo término, el socialismo comienza a
lograr cierta presencia callejera en Venezuela. Esta difusión confirma una
proximidad ideológica del proceso bolivariano con la izquierda que estuvo
ausente en otras experiencias nacionalistas. En la época de la Unión Soviética,
algunos mandatarios del Tercer Mundo adoptaban la identidad socialista con fines
geopolíticos (contrarrestar las presiones norteamericanas) o económicos (obtener
subvenciones del gigante ruso). Como este interés ha desaparecido, el rescate
actual del proyecto tiene connotaciones más genuinas.
El resurgimiento del socialismo se comprueba
también en Bolivia en los planteos de varios funcionarios y está presente en
Cuba, al cabo de 45 años de embargos, sabotajes y agresiones imperialistas. Si
el desmoronamiento que arrasó a la URSS y a Europa Oriental se hubiera extendido
a la isla, nadie postularía actualmente un horizonte anticapitalista para
América Latina. El impacto político de esa regresión hubiera sido devastador.
El socialismo constituye, en tercer lugar, una
bandera retomada por la oposición de izquierda a los presidentes
socio-liberales, que abandonaron cualquier alusión al tema para congraciarse con
los capitalistas. Bachelet, Lula y Tabaré Vázquez desecharon todas las
referencias al socialismo en sus discursos, renunciaron a introducir reformas
sociales y se han ubicado en un terreno opuesto a las mayorías populares.
Bachelet ni recuerda el nombre de su partido cuándo preside la Concertación que
recicla el modelo neoliberal.
Lula se ha olvidado de su coqueteo juvenil con el socialismo para privilegiar a
los banqueros y Tabaré repite este mismo patrón, cuándo tantea los acuerdos de
libre comercio con Estados Unidos. En los tres países el socialismo es un
estandarte contra esta deserción, que reaparece en un marco regional muy
distinto al predominante en los años 90.
La etapa de uniformidad derechista ha concluido y
los personajes más emblemáticos del neoliberalismo extremo salieron de la
escena. El militarismo golpista ha perdido viabilidad y a través de la
movilización se han conquistado grandes espacios democráticos Por eso los
mandatarios conservadores coexisten con presidentes de centroizquierda y con
gobiernos nacionalistas radicales.
En América Latina se insinúa, en cuarto lugar, un
cambio de contexto económico que favorece el debate de alternativas populares.
En varios sectores de las clases dominantes tiende a despuntar un giro
neo-desarrollista en desmedro de la ortodoxia neoliberal, luego de un traumático
período de concurrencia extra-regional, desnacionalización del aparato
productivo y pérdida de competitividad internacional.
El viraje en curso es "neo" y no plenamente
desarrollista porque preserva la restricción monetaria, el ajuste fiscal, la
prioridad exportadora y la concentración del ingreso. Solo apunta a incrementar
los subsidios estatales a la industria para revertir las consecuencias del
libre-comercio extremo. La vulnerabilidad financiera de la región y la atadura a
un patrón de crecimiento muy dependiente de los precios de las materias primas
induce a ensayar este cambio. Pero este giro afecta a todos los dogmas
económicos que dominaron en la década pasada y abre grietas para contraponer
alternativas socialistas al modelo neo-desarrollista.
En América Latina se verifica, en quinto lugar,
una generalizada tendencia a concebir programas nacionales en términos
regionales. Esta actitud predomina también entre las organizaciones populares
que perciben la necesidad de evaluar sus reivindicaciones a escala zonal. Este
nuevo espíritu permite encarar el debate sobre el ALCA, el MERCOSUR y el ALBA
con reformulaciones regionalistas del socialismo. Los tres proyectos de
integración en danza incluyen propósitos estratégicos de relanzamiento del
neoliberalismo (ALCA), regulación del capitalismo regional (MERCOSUR) y
gestación de formas de cooperación solidaria compatibles con el socialismo
(ALBA).
El contexto latinoamericano actual incita, por lo
tanto, a retomar los programas anticapitalistas en varios terrenos. Pero estas
orientaciones se plasman en estrategias diferentes. Una vía posible implicaría
desenvolver la lucha popular, alentar reformas sociales y radicalizar las
transformaciones propiciadas por los gobiernos nacionalistas. Este curso
exigiría desenmascarar las duplicidades de los mandatarios de centroizquierda,
cuestionar el proyecto neo-desarrollista y fomentar el ALBA como un eslabón
hacia la integración regional pos-capitalista. Hemos expuesto algunos
lineamientos de esta opción en un texto reciente[2].
Otro rumbo plantea una secuencia diferente.
Auspicia preceder la construcción del socialismo por un largo un período
capitalista previo.
Promueve desarrollar esta fase con políticas proteccionistas, a fin de mejorar
la capacidad competitiva de la zona. Por eso observa con simpatía el actual giro
neo-desarrollista, alienta el MERCOSUR y avala la expansión de una clase
empresaria regional. Convoca a forjar un frente entre los movimientos sociales y
los gobiernos de centroizquierda (Bloque Regional de Poder Popular) e imagina al
socialismo como un estadio posterior al nuevo de capitalismo regulado[3].
EL PROBLEMA DEL COMIENZO
En ningún aspecto del debate está en juego la instauración plena del
socialismo. Solo se discute el debut de este proyecto. Construir una sociedad de
igualdad, justicia y bienestar sería una ardua y prolongada tarea histórica, que
requeriría eliminar progresivamente las normas de la competencia, la explotación
y el beneficio. No es una meta a realizar en poco tiempo.
Especialmente en las regiones periféricas como
América Latina, este proceso presupondría la maduración de ciertas premisas
económicas que permitan mejorar cualitativamente el nivel de vida de la
población. Estos logros se desarrollarían junto a la expansión de la propiedad
pública y la consolidación de la auto-administración popular. Como esta
evolución exigiría varias generaciones, el debate inmediato está únicamente
referido a la posibilidad de iniciar este proceso.
Comenzar la erección del socialismo implicaría
sustituir la preeminencia de un régimen sujeto a las reglas del beneficio por
otro regulado por la satisfacción de las necesidades sociales. Desde el momento
que un modelo económico y político -guiado por la voluntad mayoritaria de la
población- asuma estas características, empezaría a regir una forma embrionaria
de socialismo[4].
Este debut es la condición para cualquier avance
posterior. Una sociedad post-capitalista no emergerá nunca, si el giro
socialista no se concreta en algún momento del presente. Los opresivos
mecanismos de la ganancia y la concurrencia deben quedar drásticamente
neutralizados, para que una nueva forma de civilización humana comience a
despuntar.
El punto de partida de esta transición socialista
sería completamente opuesto a la gestación de un modelo neo-desarrollista. Ambas
perspectivas son radicalmente contrarias y no pueden conciliarse, ni
desenvolverse en forma simultánea. La competencia por el beneficio impide la
gestación paulatina de islotes colectivistas al interior del capitalismo, ya que
la concurrencia distorsiona a mediano plazo todas las modalidades cooperativas
de estos emprendimientos. Los dos proyectos de sociedad tampoco podrían convivir
pacíficamente entre sí, hasta que uno demostrara mayor eficiencia y aprobación
general. Solo erradicando el capitalismo podrán abrirse las puertas hacia una
emancipación social. La gran pregunta es si en América Latina puede comenzar a
desenvolver este cambio.
¿ETAPA O PROCESO?
La tesis pro-desarrollista responde negativamente al interrogante clave del período actual. Estima que en la región "no existen condiciones para una sociedad socialista"[5]. Pero no aclara si estas insuficiencias se verifican en el plano económico, tecnológico, cultural o educativo. ¿Qué le falta exactamente a la zona para inaugurar una transformación anticapitalista?
América Latina ocupa un lugar periférico en la estructura global del
capitalismo, pero cuenta con sólidos recursos para comenzar un proceso
socialista. Estos cimientos son comprobables en distintos terrenos: tierras
fértiles, yacimientos minerales, cuencas hídricas, riquezas energéticas,
basamentos industriales. El gran problema de la zona es el desaprovechamiento de
estas potencialidades.
Las formas retrógradas de acumulación que impuso
la inserción dependiente en el mercado mundial han deformado históricamente el
desarrollo regional. No hay carencia de ahorro local, sino exceso de
transferencias hacia las economías centrales. El retraso agrario, la baja
productividad industrial, la estrechez del poder adquisitivo han sido efectos de
esta depredación imperialista. El principal drama latinoamericano no es la
pobreza, sino la escandalosa desigualdad social, que el capitalismo recrea en
todos los países.
La hipótesis de la inmadurez económica está
desmentida por la coyuntura actual, que ha creado un gran dilema en torno a
quién se beneficiará del crecimiento en curso. Los neo-desarrollistas buscan
canalizar esta mejora a favor de los industriales y los neoliberales tratan de
preservar las ventajas de los bancos. En oposición a ambas opciones, los
socialistas deberían propugnar una redistribución radical de la riqueza, que
mejore inmediatamente el nivel de vida de los oprimidos y erradique la primacía
de la rentabilidad. Los recursos están disponibles. Hay un amplio margen para
instrumentar programas populares y no solo condiciones para implementar cursos
capitalistas.
Es cierto que el marco objetivo que rodea a los
distintos países es muy desigual. Las ventajas que acumulan las economías
medianas no son compartidas por las naciones más pequeñas y empobrecidas. La
situación de Venezuela difiere de Bolivia y Brasil no carga con las
restricciones que agobian a Nicaragua. Pero ha perdido vigencia la evaluación de
un cambio socialista en términos exclusivamente nacionales.
Si las clases dominantes conciben sus estrategias
a nivel zonal, también cabe imaginar un proyecto popular a escala regional. Los
opresores diagraman su horizonte en función de la tasa de beneficio y los
socialistas podrían formular su opción en términos de cooperación y
complementariedad económica. Este es el sentido de contraponer el ALBA con el
ALCA o el MERCOSUR.
No existe ninguna limitación objetiva para
desenvolver este curso igualitarista. Es un error suponer que la región deberá
atravesar por las mismas etapas del desarrollo que recorrieron los países
centrales. La historia siempre ha transitado por senderos inesperados, que
mixturan diversas temporalidades. América Latina se desenvolvió con un patrón
discordante de crecimiento desigual y combinado, que tiende a determinar también
los desenlaces socialistas.
¿QUIÉN PAGARÁ LOS COSTOS?
La tesis que propone preceder el socialismo por un modelo capitalista se
asemeja a la "teoría de la revolución por etapas". Esta concepción -que tuvo
muchos adherentes en la izquierda- postulaba "erradicar los resabios feudales"
de Latinoamérica antes de iniciar cualquier transformación socialista. Para
lograr esta primera meta proponía recurrir al auxilio de las burguesías
nacionales de cada país.
La nueva versión introduce un matiz regionalista
en el mismo enfoque.
No se limita a fomentar los grupos capitalistas nacionales, sino que convoca a
forjar un empresariado zonal. El primer esquema no prosperó durante todo el
siglo XX y existen grandes limitaciones para materializar su complemento zonal
en la actualidad.
Una burguesía sudamericana sería efectivamente
más fuerte que las balcanizadas fracciones que la precedieron, pero enfrentaría
también una competencia más ardua. En vez de rivalizar solo con las
corporaciones norteamericanas, inglesas o francesas debería también lidiar con
bloques imperialistas regionalizados y contrincantes financieros globalizados.
Quiénes apuestan a la revitalización del
capitalismo latinoamericano suponen que en las próximas décadas prevalecerá un
contexto internacional multipolar. Sólo en este marco podrían florecer procesos
de acumulación perdurables en las regiones periféricas. Este presupuesto
considera, además, que América Latina será un protagonista ganador en ese
escenario. ¿Pero quiénes serán entonces los perdedores? ¿Las grandes potencias
imperialistas? ¿Otras zonas dependientes? Los estrategas del capitalismo
regionalista eluden las respuestas. No auguran -como los neoliberales- una
prosperidad generalizada, ni tampoco presagian un derrame de beneficios
compartidos por todo el planeta. Simplemente avizoran grandes éxitos para el
capitalismo latinoamericano en un marco global indefinido.
Este enfoque da por sentado que las clases
dominantes sudamericanas abandonaran sus antecedentes centrífugo y trabajarán en
común bajo la disciplina del MERCOSUR. De hecho, supone que se repetirá un curso
semejante al seguido por la unificación europea, a pesar de la evidente
disparidad que existe entre ambas regiones. La desnacionalización que predomina
en la economía latinoamericana tampoco es vista como un gran obstáculo para la
formación del empresariado regional. Ni siquiera la intensa asociación que
mantiene cada grupo capitalista local con sus socios foráneos es percibida como
un impedimento para el neo-desarrollismo regional.
En realidad, la concreción de este proyecto no es
totalmente imposible, pero es altamente improbable. El capitalismo contemporáneo
está suscitando ciertas sorpresas (China), pero el ascenso conjunto y exitoso de
un bloque periférico latinoamericano es muy poco factible. Las especulaciones
sobre esta posibilidad pueden ser infinitas, pero las víctimas y beneficiarios
de este proceso están a la vista. Cualquier desenvolvimiento capitalista será
costeado por las mayorías populares porque los banqueros e industriales
exigirían ganancias superiores a la media internacional para embarcarse en esa
iniciativa. Como los explotados u oprimidos cargarían con todas las pérdidas,
los socialistas bregamos por un modelo anticapitalista.
En cualquiera de sus variantes el MERCOSUR
neo-desarrollista sería un proyecto incompatible con reformas sociales
significativas y con mejoras perdurables del nivel de vida de la población. Se
sostendría en una concurrencia por el beneficio que implicaría atropellos contra
los trabajadores. Estas agresiones podrían ser atemperadas durante cierto
período, pero resurgirían con más brutalidad en la etapa subsiguiente.
Ninguna regulación estatal permitiría contrarrestar indefinidamente las
presiones ofensivas del capital.
Esta certeza debería conducir a todos los
socialistas a preocuparse menos por la factibilidad de uno u otro modelo burgués
y a prestar más atención a las oportunidades de un curso anticapitalista. Al
posponer indefinidamente este rumbo, los teóricos favorables al MERCOSUR
neo-desarrollista no ofrecen ningún indicio del socialismo. Presagian la
erección de un empresariado regional, sin aportar ninguna sugerencia sobre el
inicio del proyecto emancipatorio durante el siglo XXI.
El esquema pro-desarrollista es concebido con
criterios gradualistas, etapas preestablecidas y estrictas conexiones entre la
madurez de las fuerzas productivas y las transformaciones sociales. Por eso abre
muchos espacios para hablar del capitalismo y deja poco lugar para sugerir algo
concreto sobre el socialismo.
LA TESIS DEL ENEMIGO PRINCIPAL
El auspicio de un modelo neo-desarrollista se traduce en el sostén al eje
político centroizquierdista que en Sudamérica lideran Lula y Kirchner.
Sus promotores estiman que estos gobiernos representan al industrialismo contra
la especulación financiera y al progresismo contra la derecha oligárquica.
Observan el proyecto socialista como una etapa ulterior a la derrota de la
reacción y conciben a esta victoria como una condición insoslayable del
socialismo del siglo XXI[6].
¿Pero es tan contundente la división entre
neo-desarrollistas y neoliberales? ¿No existen innumerables vínculos entre los
industriales y los financistas? Las conexiones entre ambos sectores han sido muy
estudiadas y sorprende su omisión, a la hora de apostar a un choque entre los
dos grupos.
La amalgama es tan fuerte, que un líder natural del pelotón neo-desarrollista
como Lula ha mostrado -hasta ahora- mayor afinidad con el capital financiero,
que con los sectores industriales.
Pero incluso aceptando un escenario de fuerte
oposición entre ambas fracciones capitalistas cabe otra pregunta: ¿En qué medida
el apoyo a los neo-desarrollistas aproximaría a los oprimidos a su meta
socialista? Se podría argumentar que el modelo industrialista creará empleo,
mejorará los salarios y fortalecerá la lucha de los trabajadores por su propio
proyecto.
Pero si el capitalismo fuera capaz de asegurar estos resultados, la batalla por
el socialismo no tendría mucho sentido. Bajo el régimen actual, las ganancias de
los poderosos nunca se difunden hacia el conjunto de la sociedad. Solo generan
más competencia por la explotación y tormentosas crisis, que se descargan sobre
los oprimidos.
Otra justificación del sostén neo-desarrollista
podría destacar los efectos positivos de este curso sobre la correlación de
fuerzas que opone a los trabajadores con los capitalistas. Pero si los
explotados apuntalan un proyecto que no les pertenece pierden capacidad de
acción. Jamás podrían mejorar sus posiciones trabajando a favor del sistema que
los oprime. Por ese camino conspiran contra sus propios intereses.
La carencia de agenda propia es el principal
obstáculo que afrontan los oprimidos para luchar por el socialismo. La política
pro-desarrollista acentúa esta falta de autonomía, al subordinar las
reivindicaciones de los asalariados a las necesidades de los capitalistas. En
lugar de aumentar la confianza de las masas en su propia acción, esta
orientación refuerza las expectativas en el paternalismo burgués.
Algunos teóricos igualmente afirman que el sostén
al neo-desarrollismo será transitorio. ¿Pero que lapso se le concede a ese
período? ¿Varios años o varias décadas? Un modelo industrialista no madura en
poco tiempo. Para lograr cierto desenvolvimiento necesita transitar por una
larga etapa de acumulación a costa de los explotados. Durante esa fase el modelo
solo se estabilizaría si los capitalistas avizoran un horizonte de ganancias que
los induzca a invertir. Y esta predisposición -en el contexto competitivo
internacional- exigiría un grado de disciplina laboral incompatible con
cualquier perspectiva anticapitalista.
El socialismo solo avanzará por el camino opuesto
de acciones reivindicativas y conquistas sociales que tiendan a desbordar el
marco capitalista. Y esta batalla solo será exitosa si los oprimidos asimilan
ideas revolucionarias a partir de una crítica radical al sistema actual. Los
elogios a la opción neo-desarrollistas van a contramano de esta maduración
política.
EL SENTIDO DE LAS ALIANZAS.
Quiénes observan el futuro económico regional en función del choque entre
neo-desarrollistas y neoliberales tienden a considerar que las únicas
alternativas políticas posibles se limitan a la centroizquierda y la
centroderecha[7]. Pero del seguimiento de este conflicto no surge ninguna pista
para el socialismo d el siglo XXI. En un tablero dominado por la disputa entre
Lula, Kirchner o Tabaré con sus contendientes derechistas, no hay resquicio para
imaginar qué sendero podría recorrer un proceso anticapitalista. Este bloqueo es
aún mayor, si ubica a Chávez y a Morales dentro del mismo bloque
centroizquierdista y se le asigna a la izquierda el silencioso rol de acompañar
a esta alianza.
Esta estrategia presupone que las organizaciones
populares y los gobiernos de centroizquierda tienden a converger naturalmente,
como si los intereses de las clases dominantes y los movimientos sociales fueran
espontáneamente coincidentes. Este empalme exigirá en realidad un arduo trabajo
de ablandamiento previo de todas las reivindicaciones mayoritarias.
Los frentes destinados a sostener modelos
capitalistas presentan otro problema: tienden invariablemente a girar hacia la
derecha. Sus promotores siempre registran la aparición de algún nuevo enemigo
oligárquico, cuya derrota requiere mayores concesiones al establishment. Este
corrimiento también obliga a revestir de virtudes progresistas a muchos sectores
que anteriormente eran identificados con la reacción. Las propuestas de
aproximar nuevos aliados al MERCOSUR para reforzar la batalla contra el ALCA es
un ejemplo típico de esta política. A veces incluso el "subimperialismo español"
es visto como candidato a participar de esta coalición[8]. Por este camino
pierden relevancia todos los cuestionamientos al saqueo que realiza Repsol y se
entierran en pocos segundos las denuncias acumuladas durante años.
La estrategia de alianzas crecientes contra la
oligarquía conduce a preservar el status quo. Es el sendero que empujó a Lula,
Tabaré y Bachelet hacia el social-liberalismo y es el curso que actualmente
tiende a recorrer Daniel Ortega. El nuevo presidente de Nicaragua ya no guarda
ningún parecido con su viejo origen revolucionario. Avala las privatizaciones,
defiende la supervisión del FMI y acepta la continuidad del tratado de libre
comercio con Estados Unidos (Cafta)[9].
Sobre estos pilares no puede erigirse ningún
Bloque de Poder Regional que contribuya al socialismo. El social-liberalismo y
la centroizquierda no sólo impiden este avance, sino que también obstruyen las
tendencias antiimperialistas y las reformas sociales que promueven los gobiernos
nacionalistas radicales. Un gran objetivo de los conservadores del MERCOSUR es
justamente diluir el ALBA.
El neo-desarrollismo es el programa de Petrobrás
para preservar la expoliación del gas en el Altiplano. Es también la plataforma
del convenio comercial con Israel que Kirchner promovió mientras Chávez
denunciaba las matanzas de los palestinos. Un modelo capitalista regional exige
atemperar todos los conflictos con el imperialismo para crear un clima favorable
a los negocios en la región. Por eso en Venezuela y Bolivia se localizan las
grandes disyuntivas del momento.
LAS ENCRUCIJADAS DE VENEZUELA
Desde la derrota propinada hace cuatro años a los golpistas, Venezuela se ha
convertido en un terreno fértil para desenvolver un proceso socialista. La
derecha ha sufrido varios reveses electorales y quedó debilitada. Ensayó algunos
contragolpes (intentos secesionistas, provocaciones armadas, campañas
internacionales), pero carece de un plan viable para desplazar a Chávez.
Este triunfo popular se ha proyectado a escala
internacional en la sucesión de irreverencias que debió aceptar Bush en el
frente diplomático (ONU, No Alineados), petrolero (OPEP), geopolítico (Irán,
Medio Oriente, provisión de armamento ruso) y económico (acuerdos con China).
Estados Unidos necesita el abastecimiento petrolero de Venezuela y no puede
embarcarse en otra aventura bélica, mientras afronte el desastre de Irak. La
figura de Chávez se ha potenciado y por eso muchos analistas evalúan el ajedrez
electoral de la región, en función de los aliados que logra o pierde el
presidente venezolano.
El dilema socialismo versus neo-desarrollismo se
procesa en este país por medio de una disputa entre tendencias a la
radicalización y al congelamiento del proceso bolivariano. Es el conflicto que
han afrontado otros procesos nacionalistas y que tuvo un desemboque positivo en
la revolución cubana y desenlaces regresivos en muchos otros casos. Este choque
en Venezuela opone a los partidarios de profundizar las reformas sociales con
los defensores del orden capitalista. La población percibe este enfrentamiento
como un conflicto entre el liderazgo progresista de Chávez y las presiones de
los grupos más conservadores de la burocracia estatal.
Profundizar el proceso bolivariano implicaría
complementar las mejoras sociales (reducción de la pobreza, aumento del consumo
popular, gasto en misiones) con una estrategia de utilización productiva de la
renta petrolera. Esta política debería tender a expandir la industrialización,
crear empleo productivo y multiplicar las cooperativas. Por esta vía se lograría
erradicar la atrofia que padece una economía muy dependiente de las
importaciones y muy corroída por los subsidios que capturan las clases
dominantes.
La perspectiva socialista exigiría anular estas
subvenciones, transformar las relaciones de propiedad (especialmente en el
campo) y generalizar formas de cogestión obrera ya ensayadas en compañías
estatales (Alcasa) y empresas recuperadas (Invepal).
El programa neo-desarrollista apunta hacia la
dirección opuesta.
Tiende puentes con los grupos capitalistas que se aproximan al gobierno para
desenvolver negocios lucrativos (grupos Mendoza y Polar) y promueve un nuevo
empresariado, que ya emerge entre ciertos grupos del chavismo. Si este curso se
afianza, tenderán a profundizarse los desequilibrios que ha creado la
administración de una floreciente coyuntura, sin estrategias de transformación
radical (aumento de las importaciones, rebrote de la inflación, ausencia de
inversiones privadas, consumismo sin correlato productivo)[10].
En esta perspectiva se inscriben proyectos tan
cuestionables como el gasoducto, controvertidos contratos petroleros (empresas
mixtas, apertura al capital extranjero) y el malgasto de los recursos públicos
en cancelaciones de la deuda externa que favorecen a los grandes bancos.
En Venezuela chocan los proyectos
neo-desarrollistas de la burguesía con una perspectiva socialista que debería
sostenerse en la movilización.
Esta presencia popular se ha reforzado en los últimos años con el surgimiento de
una nueva base militante en los organismos juveniles, femeninos, campesinos y
cooperativas. El intenso proceso de afiliación a una nueva central sindical (UNT)
con gran incidencia de la izquierda es un aspecto central de este progreso[11].
Cuánto mayor sea la autonomía y solidez organizativa que logren los movimientos
populares, más peso tendrán los sujetos que podrían protagonizar un avance hacia
el socialismo.
LAS DISYUNTIVAS EN BOLVIA
Con un formato diferente las mismas encrucijadas que se observan en Venezuela
están presentes en Bolivia. También aquí el socialismo del siglo XXI ha
irrumpido como meta en los debates del movimiento popular[12]. Varias
insurrecciones (2000, 2003 y 2005) tumbaron en el Altiplano a los mandatarios
neoliberales con demandas muy radicales en el plano político (asamblea
constituyente), económico (nacionalización de los hidrocarburos) y social
(inmediatas mejoras para todos los oprimidos).
El triunfo de Morales representa una severa
derrota para la derecha, que busca revertir este retroceso auspiciando diversas
conspiraciones (sabotajes a la Asamblea Constituyente, paros patronales en
Oriente, amenazas de secesión en Santa Cruz, campañas de la Iglesia). Las elites
presionan también dentro del gobierno para neutralizar los proyectos
reformistas.
En este gabinete conviven empresarios
conservadores, intelectuales de clase media y dirigentes de los movimientos
sociales. El gobierno del MAS no cuenta con una estructura política preparada
para lidiar con la presencia popular en la calle y los complots derechistas, en
un país caracterizado por conflictos muy acelerados y violentos. Hasta ahora
Morales implementa políticas contradictorias y emite mensajes de moderación y
radicalización[13].
La antinomia entre neo-desarrollismo y socialismo
está condicionada por el balance de fuerzas entre la derecha y las masas.
Algunos centroizquierdistas desconfían del carácter persistente de las demandas
sociales, sin registrar que el futuro del proyecto popular depende de esta
capacidad de los maestros, mineros y pobladores para hacer valer sus reclamos.
Los oprimidos que han esperado cinco siglos para vivir dignamente, no quieren
aguardar ni un minuto más y esta decisión alimenta la lucha por el socialismo.
La disputa social en juego también depende del
perfil que asuma la nacionalización de los hidrocarburos. Si el estado se
apropia del 70% de la renta petrolera, el fisco acumularía recursos suficientes
(67.000 millones del dólares en las próximas dos décadas) para erradicar la
miseria (el 67% de la población no cubre las necesidades básicas). Solo por la
aplicación de las leyes que elevan los impuestos y las regalías, el estado
recibirá inmediatamente el triple de lo recaudado en los últimos años. La
nacionalización ha servido para reconquistar la renta petrolera que embolsaban
las compañías multinacionales, pero al precio de convalidar la presencia de
estas empresas en el país[14].
Hasta ahora solo ha concluido el primer round de
una larga batalla que definirá el monto de los recursos. Pero más importante aún
será la asignación de estos fondos. En un contexto económico favorable -y
exactamente inverso al endeudamiento e hiperinflación que carcomió a Siles Suazo
en los años 80- el nuevo excedente puede servir para ensayar un modelo
neo-desarrollista o para solventar las mejoras populares.
El sendero capitalista exigiría canalizar la
renta hacia la consolidación del latifundio de la soja, la privatización de los
yacimientos de metales y la ortodoxia monetarista. Un rumbo socialista
sostendría la reforma agraria, los aumentos de salarios, la re-nacionalización
de la minería y un proceso de industrialización sin subsidios al capital. Como
en el resto de la región, estas dos opciones son antagónicas.
EL IMPACTO SOBRE CUBA
La estabilización de modelos capitalistas en América Latina o un giro hacia
la izquierda incidirían directamente sobre el futuro de Cuba. Hasta ahora la
revolución ha desmentido todos los pronósticos fatalistas que auguraban su
desplome. Frente a un inédito colapso económico y una agobiante presión
imperialista, la población cubana sostuvo al régimen. Este antecedente debería
moderar a los analistas que tanto especulan sobre la forma que asumirá la
restauración cuando fallezca Fidel. La doble identidad nacional y socialista que
sostiene a la revolución (orgullo antiimperialista y defensa del igualitarismo)
es un enigma incomprensible para quiénes celebran (o se resignan) a la regresión
capitalista[15].
La convocatoria venezolana a construir el
socialismo del siglo XXI ofrece una alternativa frente a este retroceso, en un
marco muy distinto a los años 90. Durante ese período Cuba afrontó incontables
conspiraciones (planes de la CIA para asesinar a Fidel), en un clima de
aislamiento regional y hostigamiento neoliberal. En cambio en la actualidad,
Bush está aislado, la derecha perdió varios gobiernos y la diplomacia cubana
recuperó influencia. La autoridad de Fidel y la memoria del Che están presentes
en los movimientos sociales de la región y la solidaridad bolivariana ha
permitido atenuar muchas dificultades de la isla.
Se ha estabilizado el crecimiento y los
padecimientos energéticos decrecieron con los ingresos del turismo, las nuevas
exportaciones y los convenios con China. Existe también la posibilidad de
comenzar a utilizar productivamente las ventajas de calificación que detenta la
población cubana.
Pero el país afronta un momento crucial porque
-según reconoció Fidel en un importante discurso de noviembre del 2005- la
revolución puede auto-destruirse. Frente a esta amenaza hay rumbos que
facilitarían la renovación del socialismo y caminos que conducirían al retroceso
capitalista. El contexto latinoamericano contribuiría a uno u otro desenlace.
Si en América Latina se afirman los modelos
neo-desarrollistas la presión capitalista persistirá aunque se afloje el
bloqueo. El dinero ya no buscará penetrar en la isla por medios militares, sino
a través de los grandes negocios. La revolución ha debido coexistir en los
últimos años con las desigualdades sociales creadas por las remesas y la
implantación de un enclave dolarizado. Los neo-desarrollistas del MERCOSUR
buscarán reforzar está fractura y promoverán a todos los aspirantes a conformar
la nueva burguesía de la isla. La resistencia social, el crecimiento de la
izquierda y el despunte del socialismo en América Latina operarían en la
dirección opuesta.
Cuba no puede, ni debe, aislarse. El búnker
norcoreano es la peor opción y es por eso necesario recurrir a disposiciones
mercantiles y asociaciones con inversores que serían desechadas en otras
circunstancias.
Pero conviene explicitar cuál es el camino posible de la restauración. Este
curso no anida tanto en los pequeños mercados, el comercio informal y el trabajo
independiente, como en las conexiones internacionales de las elites interesadas
en comandar un modelo social-demócrata (concertado con Europa) o un esquema
autoritario (afín al precedente chino). El neo-desarrollismo latinoamericano es
un socio potencial de ambas alternativas.
Una etapa de acumulación empresaria regional
también influiría sobre dos problemas recientemente subrayados por varios
líderes de la revolución: el consumismo y la corrupción. Cuánto más solidez
presente el vecindario capitalista, mayor será la presión disolvente de los
principios de solidaridad colectivista que se promueven en Cuba. En lugar de
facilitar la adopción de un patrón de consumo consensuado colectivamente -en
función del nivel de recursos y carencias- se estimularía un individualismo
devastador[16].
La corrupción es un problema más grave porque
conviene recordar el antecedente de la URSS y Europa Oriental. Allí los grupos
restauradores se nutrieron del maltrato, el robo y la depredación de los
recursos del Estado.
La desidia frente a la propiedad pública suele reflejar que un sector de la
población visualiza a esos recursos como bienes ajenos y esta actitud no se
supera sólo con exhortaciones, especialmente si coexiste con signos de apatía
entre la juventud. El único antídoto efectivo es la participación popular, en un
sistema político crecientemente democratizado.
Conciliar la defensa de la revolución con debates
más abiertos, alineamientos políticos más diferenciados, libertades sindicales y
medios de comunicación modernizados es la gran asignatura pendiente para una
renovación del socialismo en Cuba. El neo-desarrollismo latinoamericano es un
manifiesto enemigo de esta evolución.
DOS TRADICIONES
Todos los partidarios del socialismo del siglo XXI subrayan acertadamente que
la liberación latinoamericana no será una copia de esquemas ensayados en otras
latitudes. Destacan que la batalla por una sociedad igualitaria converge en la
zona con tradiciones antiimperialistas propias. Una línea histórica de
nacionalismo radical -que se expresó en Martí, Zapata o Sandino- comparte los
cimientos del proyecto emancipatorio con varias corrientes del marxismo.
Este legado conjunto conforma un cuerpo de
tradiciones muy distante del nacionalismo conservador en el terreno patriótico y
muy alejado del librecambismo socialdemócrata (que inauguró Juan B Justo) en el
plano socialista El nacionalismo antiimperialista es opuesto al chauvinismo
militarista y la izquierda radical es la antítesis del social-liberalismo de la
Tercera Vía.
Este empalme de dos pilares del socialismo se
manifiesta en Latinoamérica en un caudal de símbolos (rechazo a los yanquis),
figuras (el Che) y realidades (la revolución cubana), que ejercen gran
influencia sobre las nuevas generaciones. Por esta razón el proyecto
emancipatorio ha sido retratado como una síntesis de varias trayectorias
regionales[17]. Esta amalgama también incluye la rehabilitación de la cultura
andina y la reivindicación de tradiciones indigenistas que fueron silenciadas
durante siglos de opresión étnica y cultural.
El socialismo del siglo XXI es una fórmula
universal con fundamentos zonales. Propicia una mixtura que retoma el
enriquecimiento y la diversificación del programa comunista. Un ideal surgido a
mitad del siglo XIX en Europa Occidental asumió otro significado durante su
intento de materialización en Rusia, Asia o Europa Oriental. Esta asimilación
regional también determinó las singularidades intelectuales que ha presentado el
marxismo en Oriente y Occidente[18].
Reconocer esta variedad es importante para
superar la visión simplificada de muchos críticos de la izquierda
latinoamericana, que observan a este sector como un conglomerado corroído por el
conflicto entre positivas tendencias autóctonas y negativas influencias
europeizantes. Esta caracterización omite que todas las vertientes son
tributarias de mixturas locales y extranjeras.
Las fuentes extra-regionales no son patrimonio
exclusivo de los teóricos de la izquierda más influidos por concepciones
foráneas. También los pensadores que desenvolvieron una teoría del socialismo
nacional (o regional) -como Jorge Abelardo Ramos- se inspiraron en tesis
concebidas en Europa y aplicadas en Asia o Estados Unidos. Postularon que la
nación (o la zona) constituye una entidad prioritaria de la vida social, más
gravitante que las clases y los antagonismos sociales.
El único aspecto latinoamericano de esta visión
es el ámbito geográfico reivindicado. Aborda todos los problemas con los mismos
presupuestos esgrimidos por los teóricos nacionalistas de otros rincones del
planeta. Su universalismo solo difiere del postulado por los internacionalistas
por el tipo de síntesis que propone entre fundamentos nacionales y extranjeros
de la lucha popular.
Esta divergencia presenta incontables matices y
no define por sí misma ninguna divisoria de aguas significativa en el plano
político. Lo que determina, en cambio, una separación contundente en la
izquierda latinoamericana es el grado de consecuencia en la lucha por el
socialismo.
La mayor o menor afinidad con el pensamiento europeo es un problema secundario,
en comparación a la propuesta de recrear o superar la opresión capitalista.
Lo que distingue la herencia de Jorge Abelardo
Ramos del legado de teóricos marxistas como Mella o Mariategui es la defensa y
crítica respectiva de una etapa capitalista anticipatoria del socialismo. Esta
polémica es el aspecto esencial del debate contemporáneo. El primer pensador
buscó próceres desarrollistas entre las burguesías locales y los segundos
apostaron a la acción socialista de las masas. Ambos caminos reaparecen en el
siglo XXI como dos opciones políticas contrapuestas[19].
La tradición de Mariategui y Mella es
particularmente contrapuesta a la herencia de Haya de la Torre. Los socialistas
que introdujeron el marxismo en Perú y Cuba promovían una estrategia socialista
ininterrumpida, mientras que el fundador del APRA auspiciaba la unificación
capitalista de la región, como peldaño insoslayable hacia cualquier futuro
igualitario[20].
El debate en curso del socialismo como un proceso anticapitalista o como una
etapa posterior del MERCOSUR actualiza esa vieja controversia.
DOS ACTITUDES
Postular que el socialismo puede ser iniciado en un período contemporáneo
conduce a defender sin ocultamientos la identidad socialista.
Favorecer en cambio una etapa neo-desarrollista induce al titubeo en la lucha
contra el capitalismo. Para transitar por un camino en común con los
industriales y los financistas hay que adoptar un comportamiento moderado,
demostrar responsabilidad frente a los inversores y colocar todas las
intenciones socialistas en un disimulado segundo plano.
El proyecto del socialismo del siglo XXI plantea
también serios problemas a los teóricos que gustan estudiar los desequilibrios
del capitalismo, sin preocuparse por avizorar algún camino hacia otra sociedad.
El socialismo es un tema molesto para quiénes interpretan el mundo sin buscar
cambiarlo, porque plantea problemas que sacuden su contemplativa mirada del
universo circundante.
La ausencia de proyectos socialistas en la
izquierda es mucho más nociva que cualquier desacierto en los diagnósticos del
capitalismo contemporáneo. Por eso resulta indispensable retomar el uso del
término socialismo, sin prevenciones, ni sustituciones. Este concepto no es un
vago sinónimo de "lo social". Alude concretamente a un sistema emancipado de la
explotación y no a genéricos inconvenientes de cualquier agregación humana.
No bastan las difusas referencias al "post-capitalismo" para esclarecer cómo
debería construirse una sociedad futura. Hay que exponer programas alternativos.
Algunos analistas estiman que el socialismo no
puede difundirse luego del colapso sufrido por la URSS. Consideran que la noción
cayó en desuso y perdió prestigio. Pero el repentino resurgimiento del concepto
en Latinoamérica debería inducirlos a reconsiderar el réquiem que ya han
pronunciado.
Muchos términos sufrieron un manoseo semejante al
padecido por el socialismo. La democracia ha soportado por ejemplo distorsiones
equivalentes. Fue el estandarte de los peores atropellos imperialistas durante
el último siglo y esta deformación no indujo a su reemplazo por ninguna otra
palabra. Nadie ha postulado otro término para definir la soberanía popular, ya
que para denotar ciertos fenómenos hay nociones irreemplazables.
La vigencia del socialismo debe ser evaluada con
cierta perspectiva histórica porque que ha estado sometida a un vaivén semejante
al sufrido por la democracia. La invención contemporánea de este último ideal se
produjo en 1789, pero el principio de igualdad política solo conquistó autoridad
en el curso de un largo período posterior. Al cabo de este tiempo fue aceptado
como principio superador de las jerarquías medievales, que en el pasado eran
identificadas con la propia existencia humana.
Con la invención del socialismo ocurrirá algo
parecido. El debut de 1917 quedará como un gran precedente de la gesta humana
por alcanzar la igualdad social y liberar al individuo de las cadenas del
mercado. El comienzo del siglo XXI permite empezar a plasmar ambos objetivos.
Buenos Aires, 28-11-06
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-Valdés Gutiérrez Gilberto. "Desafíos de la
sociedad más allá del capital". www. Emancipación .org, 11-8-06
----------------------------------- [1]Economista,
Profesor de la UBA, investigador del Conicet, miembro del EDI (Economistas de
Izquierda). Su página web es: [2] Katz
Claudio. El rediseño de América Latina, Alca, Mercosur y Alba. Ediciones
Luxemburg, Buenos Aires, 2006.
[3] Este planteo desarrolla: Dieterich Heinz.
Hugo Chávez y el socialismo del siglo XXI, Editorial Por los caminos de América,
Caracas, 2005, (especialmente el capítulo 6).
[4] Este criterio expone: Lebowitz Michael. "El
socialismo no cae del cielo". Colección Ideas Claves, Caracas, 2006. Hemos
expuesto varios aspectos de este proceso en: Katz Claudio. El porvenir del
socialismo. Ed.
Herramienta e Imago Mundi, Buenos Aires, 2004.
[5] Dieterich Heinz. Entrevista, Interpress
Service, (BI-Red solidaria de la izquierda radical, n 9268, 21-1-06.)
[6] Dietrich Heinz. "Quién ganará. Ofensiva oligárquica y contraofensiva
popular". Argenpress, 19-10-06.
[7]Es la mirada que presenta Dietrich Heinz.
"Demanda el bloque regional de poder popular debate publico con los presidentes
de la cumbre sudamericana de naciones". Argenpress, 1-11-06
[8] -Dietrich Heinz "Triunfa el bloque regional de poder. Falta construir el
bloque de poder popular".Rebelión 22-7-06
[9] Ortega llega a la presidencia con una mochila de actos de corrupción y
despojos a la propiedad pública. Se ha rodeado de hombres que actuaron en la
"contra" y en la CIA, ha concertado pactos de impunidad con presidentes que
encubren narcotraficantes y acordó con la jerarquía eclesiástica la penalización
del aborto. Baltodano Mónica. "¿Nicaragua sin izquierda?", Rebelión 1-11-06.
Cardenal Ernesto "Los Sandinistas no deben confundirse". Rebelión, 27-1-06.
[10] Mieres presenta un diagnóstico de estos
desajustes. Mieres Francisco. "Notas para el simposio sobre deuda". Primer
Simposio Internacional sobre deuda pública, auditoria popular y alternativas de
ahorro e inversión para los pueblos de América Latina". Centro Internacional
Miranda, 22-.24 de septiembre 2006, Caracas.
[11] Guerrero retrata esta irrupción. Guerrero
Modesto Emilio.
"Constitución, dinámica y desafíos de las vanguardias en la revolución
bolivariana. Herramienta n 33, octubre de 2006, Buenos Aires.
[12]El análisis de la "alianza entre estados y
movimientos sociales.como representación del socialismo del siglo XXI" fue un
tema de la reciente Cumbre social de Sucre. Ortiz Pablo. "Cumbre social para
hablar del socialismo que viene". Página 12, 29-10-06, Buenos Aires.
[13] Varios analistas describen este curso.
Stefanoni Pablo, Do Alto Hervé. La revolución de Evo Morales, Editorial Capital
Intelectual, Buenos Aires, 2006. Aillon Orellana Lorgio. "Hacia una
caracterización del gobierno de Evo Morales". OSAL n 19, enero-abril 2006.
Campione Daniel. "O los caminos se abren". RSIR, n 9276, 23-1-06.
[14] Todavía falta la letra chica de los
acuerdos, que definirá la duración de los contratos, los precios finales y las
normas de litigio internacional. Cualquiera sea el resultado de estas
escaramuzas, las compañías tienden a permanecer en el país porque avizoran un
horizonte de rentabilidad. Ya no podrán mantener la relación entre beneficios e
inversiones que a escala internacional se situaba en tres a uno y en Bolivia
alcanzaba diez a uno. Pero seguirán ganando y ejercitando la capacidad de
presión que exhibieron recientemente al imponer la renuncia forzada del ministro
Solíz Rada.
Dos balances muy diferentes del proceso de
nacionalización presentan Montero y los redactores de Econoticias. Montero Soler
Alberto. "Bolivia y la nacionalización de los hidrocarburos: tantas cosas que
aprender".
Rebelión, 3-11-06. Redacción Econoticias: "Borrón y cuenta nueva".
www.econoticiasbolivia.com, 29-10-06.
[15] Algunos analistas como Farber combinan el
pronóstico fatalista con la insólita expectativa de construir un proyecto de
izquierda luego del desplome de la revolución. Otros autores -como Dilla-
estiman que el proyecto socialista ya quedó sepultado, cualquiera sea el curso
que adopte la sucesión de Fidel. Farber Samuel. "Cuba: la probable transición y
sus políticas". Herramienta n 33, octubre de 2006. Dilla Alfonso Haroldo. "Hugo
Chávez y Cuba: subsidiando posposiciones fatales" Nueva Sociedad, n 205,
septiembre-octubre 2006, Buenos Aires.
[16] Dietrich plantea aquí importantes y
acertadas observaciones: Dietrich Heinz. "Cuba: tres premisas para salvar la
revolución". Herramienta n 33, octubre de 2006.
[17] "Un socialismo latinoamericano y caribeño
que recoja nuestras raíces históricas y nuestra espiritualidad". Soto Héctor.
"Revolución bolivariana socialista: ¿un descubrimiento? A Plena Voz, n 15,
agosto, 2005, Caracas.
[18] El estudio clásico sobre este tema fue
realizado por: Anderson, Perry. Consideraciones sobre el marxismo occidental.
Siglo XXI, México 1979.
[19] Cuándo se reivindican ambas trayectorias sin
aclarar las divergencias en juego el proyecto socialista pierde contenido. Es el
error que comete. Bossi Fernando Ramón. "Reflexiones sobre el socialismo del
siglo XXI". www red bolivariana, 25-7-05.
[20] Vitale, Kohan y Lowy presentan un detallado
análisis de estas discusiones. Vitale Luis. De Bolivar al Che, Cucaña ediciones,
Buenos Aires 2002. (cap 5, 6, 9 y 10). Kohan Nestor. "La gobernabilidad del
capitalismo periférico y los desafíos de la izquierda revolucionaria". La Haine,
26-11-06. Lowy Michael. El marxismo latinoamericano, ERA, México, 1980.