Argentina: La lucha continúa
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Un espejo molesto que se llama Jorge Julio López
Carlos Aznárez
¿Qué nos está pasando como sociedad? Han transcurrido ya dos meses
desde que desapareciera el compañero Jorge Julio López y pareciera que estamos
envueltos en un sopor que no nos permite reaccionar como debiéramos. Y no me
refiero precisamente a quienes sobreponiéndose a esta enrarecida atmósfera de
somnolencia sí se están movilizando, como lo han hecho en otras oportunidades.
Esos que no preguntaron nunca si era uno o eran mil los represaliados,
torturados, prisioneros o desaparecidos, y salieron a la calle a gritar su
protesta.
Hablo en cambio, de todos los otros y otras a quienes no les parece
conmocionante que otra vez las patotas parapoliciales o policiales (¿quién si
no?) nos hayan arrebatado a otro hermano revolucionario.
Con el paso de los días. el nombre de Jorge Julio López -no sólo su cuerpo- fue
desapareciendo también de la superficie. Los medios de comunicación comenzaron a
ignorarlo, ya no en sus primeras planas (porque nunca se las dieron) sino
también en sus páginas interiores.
Junto con ello se produjo otro fenómeno inquietante: extrañas elucubraciones
sobre la personalidad de la víctima, sutiles dudas sobre su comportamiento,
perturbadoras señales de que "este caso no es como otros". Todo esto fue
apuntalando el actual momento en el que dos meses después, casi nadie habla de
López ni de su paradero.
¿Quién es Jorge Julio López? Más allá de las notas morbosas y amarillentas de
medios que abrevaron siempre en la pusilanimidad, podemos decir que se trata de
un compañero revolucionario y combatiente. Revolucionario porque en los 70
abrazó esa causa y la llevó con dignidad en las buenas y en las malas.
Peronista, que como tantos otros, reivindicó lo mejor de ese Movimiento y se
desmarcó de las componendas que lo fueron convirtiendo en un partido más.
Montonero de abajo, de los que no necesitaban encuadramientos ni cargos ni
distintivos especiales, para jugarse al lado de su pueblo agredido. Obrero
albañil, que hizo de sus herramientas de trabajo un arma, ya que detrás de los
muros levantados construyó su propia atalaya para ir conociendo a quienes serían
los verdugos de sus compañeros y de su propia osamenta. Hombre de pocas palabras
pero que a la hora de cumplir con tareas militantes (todos lo que recuerdan su
paso por la Unidad Básica Juan Pablo Maestre, hablan con cariño de su
compromiso) no le sacaba el cuerpo a los sacrificios y muchas veces callaba con
humildad, ante el discurso altisonante de algunos "super militantes" que cuando
arreció el temporal pusieron primera y literalmente se rajaron.
A la hora de ser secuestrado por primera vez, López aguantó con entereza las más
brutales torturas (esas que dejaron marcas imborrables en su cuerpo y en sus
recuerdos). No dio un solo nombre a los esbirros de la picana, no quebraron ni
un ápice su fortaleza a pesar de que vio y escuchó todos los horrores y todas
las sevicias. En un rinconcito de su cerebro construyó -él que era albañil- un
sólido compartimento para guardar cada uno de los datos, nombres, números,
rostros, impresiones, huellas, gritos, silencios y manchas de sangre producidos
por la Bestia. Y gracias a esa precaución, López fue mucho más que un simple
testigo a la hora de enterrar en una cadena perpetua al comisario
Etchecolatz, uno de los tantos genocidas que horadaron el cuerpo de quien ahora
sigue desaparecido.
¿Por qué dudar entonces de López? ¿Por qué esta campaña extraña que pareciera
querernos convencer que el desaparecido se cansó de dar testimonio y se fue de
viaje? O lo que es peor, generar una rara incertidumbre de que a lo mejor está
escondido con el recuerdo de sus horrores, ocultándose de propios y extraños,
incluso de su familia a la que protegió hasta el hartazgo tratando de no
involucrarlos en lo que significaba su banco de datos sobre la represión, o de
los compañeros a quienes se había acercado para ofrecerse como testigo.
No cierran por ningún lado estas versiones. Nadie que hizo lo que López
desarrolló en el juicio contra el comisario asesino, arriesgando el pellejo
frente a las amenazas de los mismos que operaban en aquellos años de plomo,
luego se borra sin dejar huellas.
Tampoco parece lógico que esta nueva desaparición pudiera formar parte -como se
insinuó en cierto momento- de una conspiración para jaquear al gobierno de
Kirchner. Para lograr eso, ni siquiera hubiera ido a declarar y con ello habría
posibilitado sin dudas, que el acusado pudiera salir ileso de semejante juicio.
No, no nos caben estas elucubraciones muy tiradas de los pelos.
Lo que realmente ocurre es que como sociedad estamos fallando. Y lo peor es que
esto ocurre en un país que ya debería haber aprendido de la triste experiencia
del pasado cercano. Sólo 30 años atrás los López se contaban por miles y el
miedo era tan destructivo que no había tiempo de sobreponerse.
Pero ahora, ¿cuál es la excusa para tanto inmovilismo?. ¿Qué extraño virus ha
penetrado en el cuerpo social, que en vez de protestar masivamente y en la calle
por esta nueva desaparición -eso es lo que corresponde en tiempos de democracia-
la mayoría opta por mirar a un costado y en el mejor de los casos poner cara de
"¿y qué más se puede hacer?".
Jorge Julio López nos pone obligatoriamente frente a un espejo molesto. ¿Qué
estamos esperando para reaccionar? ¿Qué haya más López? ¿No son suficientes las
decenas de amenazados y amenazadas que por estos días -y sobre todo desde que
López desapareció- están recibiendo mensajes perturbadores en sus teléfonos, en
sus casas, en sus cuerpos? ¿Estamos tan ciegos y tan débiles que no nos damos
cuenta que si no nos movilizamos por López, naturalmente les ampliamos la luz
verde a sus secuestradores? ¿Puede ser posible que desde el Gobierno, más aún,
desde la Presidencia, se insista en que "López tiene que aparecer", como si este
viejo roble de setenta y pico de años estuviera jugando a las escondidas? ¿Puede
ser aceptable que desde fuentes oficiales se deje entrever que no se tiene una
pista, y que todo indicaría que se trata de "gente de la bonaerense sobre la que
no se tiene control"? La sola descripción de estas y otras increíbles
excusas nos ponen al borde del precipicio en materia de la protección que el
Estado puede ofrecer a cada uno de sus ciudadanos. Y lo más lamentable es que
seguimos como si no nos enteráramos. O damos rienda suelta a la peor de
las frivolidades, que es la de burlarse de la tragedia -algo tan habitual en
cierto periodismo progre- como esta misma semana hizo ese pasquín llamado
"Barcelona", cuando en título catástrofe marcó en su tapa: "Jorge Julio López
¿En Cuba con los dólares montoneros?". ¿De qué se rien estos hijos de mil
putas? ¿De las torturas, del horror de estar desaparecido, de la muerte, de
nuestra tragedia de ser un país donde se premia a los miserables y se ningunea a
los luchadores?.
A dos meses de tu tercera desaparición (la primera fue en los 70, la segunda el
18 de septiembre del 2006 y la tercera, cuando una mano negra motorizada por
cómplices de todo pelaje decidió matarte con el silencio), compañero Jorge Julio
López, hombre digno, rebelde inclaudicable, montonero corajudo, buen tipo, hecho
en la forja donde se moldea la gente humilde de este pueblo, los que no te
olvidamos seguiremos dando testimonio de que movilizarse por tu aparición con
vida y el castigo a los culpables de tanto y repetido horror, es algo más que
una consigna. Se parece bastante a una acción indispensable de autodefensa como
Nación.
Fuente: lafogata.org