Argentina: La lucha continúa
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Un silencio atronador
Mario Wainfeld
Imagen: Télam
Página 12
La discusión acerca del Consejo de la Magistratura, opinó días atrás este
cronista, es demasiado estridente, lo que conspira contra su audibilidad y su
avance. Lo antedicho no niega pertinencia al interés creciente por la calidad
institucional, que a medida que cesa la emergencia se torna más acuciante.
El exceso de decibeles no favorece un debate serio, que debería ser pluralista.
Tampoco lo robustece el marcado silencio que acompañó a dos hechos amenazantes
para la ecología institucional ocurridos en los últimos días: las amenazas de
muerte a dos jueces y la feroz represión sucedida en el Chaco. El factor común
de ambos sucedidos es que los actores no fueron el gobierno nacional, sino
ciudadanos particulares y un gobierno provincial opositor. Así las cosas, la
oposición, autoerigida como adalid de las libertades públicas, eligió callar, de
modo por demás expresivo.
La golpiza a familias enteras, incluyendo mujeres y chicos, tuvo amplia
repercusión en medios electrónicos. Pero no estimuló a ninguna fuerza política a
formular una reflexión, ni qué decir un reproche a "las fuerzas del orden" o a
la administración radical de la provincia. Dado que los reprimidos estaban
acusados de intrusar propiedades, hasta podría admitirse que la derecha nativa
(muy despreciativa de las movilizaciones populares) justificara la acción
policial. O, si se permite un modesto sarcasmo, que Jorge Sobisch o Mauricio
Macri conjeturaran que los uniformados, que repartieron como para que hubiera,
se quedaron cortos.
Es intolerable que un atentado contra la integridad física de ciudadanos
inermes, pobres para más datos, no diera pie a un comentario, así metiera un
poco de ruido en la Arcadia opositora.
También fue unánime la pasividad política ante las amenazas a los camaristas
María Laura Garrigós de Rébori y Gustavo Bruzzone proferidas por un grupo
minoritario de familiares de víctimas de Cromañón. Quienes consideran fascista
que se reduzca la representación corporativa de magistrados y abogados en el
Consejo omitieron hacerse cargo de un apriete a dos jueces intachables, que fue
informado por este diario y luego corroborado por otros medios.
Nada justificaría las amenazas, ni siquiera una supuesta inconducta de los
magistrados, que debería sustanciarse con otros modales y por otros carriles.
Pero, aunque sobreabunde, valga subrayar que ha sido marcada la independencia
con que se condujeron Bruzzone y Garrigós de Rébori en la causa Cromañón. Tanto
que su decisión de excarcelar a Omar Chabán motivó furibundas invectivas del
gobierno nacional y cuestionamientos del gobierno de la ciudad. El peronista
Jorge Casanovas intentó forzar su juicio político, pero el Consejo lo desechó,
con intervención activa de la diputada del ARI Marcela Rodríguez. Ese correcto
proceder se contradice con la falta de acción, de palabra, de solidaridad, con
los jueces amenazados.
Si la independencia y la tranquilidad de los magistrados es un valor tan
sentido, las amenazas contra su vida o las de sus hijos deberían erizar a la
oposición un poco más que una transfugueada de un tránsfuga crónico como Eduardo
"Borocotó" Lorenzo.
Es imaginable que la cautela opositora tenga que ver con un cálculo político.
Quizá se presuma impopular cuestionar en público actitudes de los familiares de
las víctimas y, en estos días, cualquier movida en ese sentido puede ser
emparentada (sin razón) con una defensa oblicua de Aníbal Ibarra. Callar,
entonces, sería un modo mezquino de maximizar posiciones del espacio opositor
sin enemistarse con nadie. Como poco, de ahorrarse eventuales costos que, a
veces, insume la coherencia.
Más allá de resaltar que los familiares que quisieron amedrentar a los jueces no
representan al conjunto ni a su mayoría (aunque sus pares no se distanciaron de
ellos esta vez, como sí hicieron cuando la agresión a Estela Carlotto), una
especulación de esa naturaleza es mezquina en términos políticos y culturales.
Ni un comunicado, ni una reunión ni mucho menos una conferencia de prensa
ameritó un magno apriete a dos jueces.
Es ocioso presumir cuál hubiera sido la reacción si algo similar o menor hubiera
tenido como sujeto activo a algún funcionario o a algún militante oficialista. O
si la represión hubiera tenido sede nacional o bonaerense.
En un país con marcadas carencias institucionales, es siempre esencial mirar qué
hace el gobierno nacional al respecto y celar para evitar sus excesos. Pero es
sesgado atribuir al oficialismo de turno el monopolio del autoritarismo, la
violencia, los derrapes o las desprolijidades. Los riesgos acechan, pero no
están sólo en la Casa Rosada o en el peronismo. Esa tendencia gobiernocéntrica
permite que la oposición (incluido el ARI) proponga como paradigma moral a
cualquier crítico del Gobierno, así sea el obispo Jorge Bergoglio, de infausta
conducta durante la dictadura.
Más como un rizo que como una digresión, vale redondear esta columna repitiendo
lo desdichado y anacrónico del esquema "peronismo– Unión Democrática" que
parecen procurar (más allá de cómo lo proponen discursivamente) oficialismo y
oposición. Lo que ambos bandos parecen anhelar es una regresión que seguramente
es imposible y que indiscutiblemente es indeseable.
La sociedad argentina es ahora más compleja, más exigente, más fragmentada, más
desigual, más pluralista y (aunque su dirigencia no termine de expresarlo) más
consciente de lo que valen las libertades públicas. En esa diversidad, es de
libro que la amenaza autoritaria anida en muchos corazones. Y que las banderas
democratizantes y progresistas no son monopolio de partido alguno.
La cristalización entre "republicanos" y "populistas" olvida demasiado. De un
lado, que el peronismo cayó en 1955 tras años de decadencia, transformado en una
parodia de sí mismo, aquejado de sus peores lacras, odiado por enardecidos
sectores de clase media a quienes maltrató de modo innecesario. En momentos en
que se propagan mausoleos para Arturo Jauretche, vale la pena recomendar a sus
apologistas que lo relean. El forjista explicó y lamentó la agresión excesiva
que el primer peronismo propinó a quienes debían ser sus aliados o al menos sus
vecinos en buena convivencia.
A su vez, la oposición debería preguntarse si vale la pena incurrir en las
desmesuras de ayer, cuando los "contreras" se amucharon en un conglomerado "suma
todo", sólo unido por el antagonismo con la mayoría electoral. Su victoria
resultó pírrica para muchos de ellos, para los mejor intencionados. Su interna
inevitable, que acallaron en su brega contra la contradicción principal, germinó
cuando desplazaron al peronismo. Luego se dilató durante casi dos décadas,
conservando como único factor común y perdurable la proscripción del adversario
en nombre de las libertades políticas.