Argentina: La lucha continúa
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Gambetas
Carlos del Frade
Argenpress
Puentes generacionales.
La historia argentina, desde el dolor y el amor.
El amor y la rebeldía peleando contra la muerte y el poder.
Crónicas existenciales que surgieron hace rato y se continúan en el presente.
Pasado abierto en el presente.
Por impunidades varias y sueños colectivos inconclusos.
Gambetas.
La burla del amor al odio.
Las calles de Rosario, las paredes de sus calles, tienen una bicicleta pintada.
Un número que hace fracción sobre otro, 350. Esta cifra, dicen, es la suma de los desaparecidos de la ciudad.
La idea del artista era reflejar la continuidad en la historia cotidiana de la marcha de su hermano, uno de los 350 que ya no están en el bullicio diario.
Cuando en diciembre de 2001, la Santafesina SA masacró a siete rosarinos, la bicicleta fue montada por la memoria popular. Le cargaron un nuevo pasajero.
Era uno de los siete asesinados. Claudio Pocho Lepratti, educador popular, hacedor de guisos, militante cristiano de base, compañero gremialista y ferviente ciclista que decía creer en un mundo donde quepan todos los mundos.
Otro artista popular dibujó al Pocho con alas y el pueblo callejero instaló el ángel sobre la bicicleta de Traverso, uno de los 350 desaparecidos rosarinos.
Síntesis histórica: Pocho sigue andando el camino de los sueños de aquellos que imaginaban una Argentina para todos, los ausentes de los años setenta.
El camino es el mismo y la bicicleta es igual.
Siempre por las calles rosarinas, desde hace treinta años, andan los soñadores de mundos nuevos, distintos, mejores.
Gambeta del amor contra el odio, de la memoria sobre el olvido.
Los 350 están en Pocho y todos siguen pedaleando por el mismo sendero hacia el futuro.
Sólo es cuestión de tiempo.
El 4 de setiembre de 1976, Alejandra nació en la ex Maternidad Martin, en San Luis y Moreno, también en el centro de la geografía rosarina.
Su mamá, Marta, estaba esposada a una camilla y desde la puerta la vigilaban buitres armados con fusiles.
Desde Villa Devoto, con una aspirina a falta de tiza, Marta escribió un poema sobre una de las paredes del calabozo saludando la ocurrencia del sol al colarse por entre los barrotes y aquellos asesinos.
Letras que premiaban la risa de Alejandra.
Treinta años después Alejandra enseña a cantar a los pibes de barrios empobrecidos y su mamá insiste en hacer pensar, en producir espíritus libres en las facultades del sur santafesino.
No pudieron con tanto amor, con tanta vida...
Los papás de Matías se fueron de Rosario ya sabiéndose perseguidos.
Le dejaron una planta a un matrimonio amigo, militantes cristianos de abajo, del fondo mismo del profundo oeste rosarino.
A los pocos meses la planta empezó a morir.
Era el reflejo de lo que estaba pasando con el cuerpo de los papás de Matías.
Hasta que la maceta apenas anidaba los restos de la planta.
Nunca más se supo del destino de los dueños de la planta.
Pero un día, dicen los actuales depositarios del vegetal, desde un misterioso lugar de la tierra de aquella maceta de los papás de Matías, comenzó a crecer, de manera tímida y frágil al principio, un nuevo retoño.
Hoy, dicen los amigos de los papás de Matías, esa planta es la más grande y fuerte del jardín de los sobrevivientes.
Para ellos, en realidad, esa nueva planta es Matías.
El muchacho que acaba de parir una revista para que se expresen los internos en el penal de Coronda, el mismo que también intenta que los recluidos en un hospital psiquiátrico también digan lo que sienten.
Matías es ese retoño.
Es cierto lo que dicen los amigos de los papás de Matías.
En la quinta de Funes, lugar hoy comprado por uno de los mayores oculistas de la ciudad de Rosario, fueron desaparecidos una treintena de personas e incluso nacieron un par de chicos cuyo destino todavía hoy se sabe cuál fue.
Uno de los militantes revolucionarios que estaba en "La Argentina", así se llamaba aquella casa sobre calle San José y Ruta 9, era Eduardo Toniolli, cuadro montonero.
Galtieri los quería convertir en su vanguardia política hasta que uno de ellos, Tulio Valenzuela, se escapó el 13 de enero de 1978 hacia México.
Después no se supo más nada de todos ellos.
Hoy, Eduardo Toniolli hijo, acaba de ser aceptado como becario del CONICET para investigar los orígenes del nacionalismo en la Argentina.
No hubo manera de sacarle la pasión por el origen, por los sueños del país que todavía no los hizo realidad y allí anda, Eduardo, hijo de desaparecido, escrutando el alma colectiva de la nación que todavía no es.
A Cecilia, maestra de toda la vida, le secuestraron su compañero y lo llevaron a la Quinta de Funes.
Ella salvó su vida gracias al compromiso de varias trabajadoras sexuales de Santa Fe que se negaron a delatar su presencia en sus modestas casas de los arrabales de la ciudad capital de la provincia, del segundo estado santafesino.
Cecilia tenía mucho amor para dar y decidió quedarse.
Siempre buscó la verdad y la justicia y gracias a su trabajo, junto a muchos más, hizo que hoy la "causa Guerrieri o Funes" sea una de las más avanzada en los tribunales federales rosarinos.
Pero Cecilia, maestra, productora de amor, libertad y belleza para los más pibes, cuando volvió a Rosario hacia 1980 decidió seguir su lucha.
Y fundó un jardín de infantes al que llamó "La Nube".
Hoy, veinticinco años después, "La Nube" gradúa a nenas y nenes de cuatro años con sus títulos que los habilita sabedores de rondas, canciones, actividades prácticas, areneros y trencitos.
Tampoco pudieron con Cecilia.
A treinta años del inicio del terrorismo de estado, es necesario saber que no hay relación posible entre las vidas de los que no están y la de los asesinos que mataron para robar.
Que las gambetas del amor sobre la muerte y el poder muestran los puentes existenciales que juntan los sueños colectivos inconclusos.
Y que semejantes desaires a la prepotencia y la brutalidad solamente son posibles por la memoria y la esperanza.