Argentina: La lucha continúa
|
La deuda, el FMI y las ilusiones de la nueva economía
Gustavo Lahoud
Idicso
La decisión adoptada por el gobierno del Presidente Kirchner –el pago integral
de la deuda vigente con el Fondo Monetario Internacional el pasado jueves 15 de
diciembre de 2005- ha generado expectativas, opiniones y debates en los que han
participado economistas, políticos, dirigentes sindicales y empresariales y ese
conjunto entre amorfo e inasible, conocido con el nombre de opinión pública.
Uno de los primeros señalamientos que es pertinente realizar, está vinculado con
la complejidad del escenario internacional, regional y nacional que sirve de
contexto socio-político y económico-financiero en la presente coyuntura,
surcada, entre otras cosas, por la fluidez, instantaneidad y sobreabundancia de
la información que, bajo la égida de la globalización –entendida como proceso
tautológico, que se explica en sí y por sí mismo- termina reforzando, sin
solución de continuidad, una cadena de confusiones, desinformaciones y equívocos
que llevan a que sea virtualmente imposible comprender esa misma complejidad que
está detrás de la decisión tomada por el Ejecutivo argentino.
En efecto, comenzando por una somera referencia al contexto internacional en el
que esta medida ha sido adoptada, es pertinente recordar, en primer lugar, que
la mismísima Administración estadounidense del Presidente Bush ha manifestado en
reiteradas ocasiones que los organismos internacionales de crédito, debían
adoptar políticas más duras y enérgicas con los países subdesarrollados que
tuvieran su crédito público fuertemente comprometido con los referidos
organismos, cuya naturaleza político-institucional es –cabe recordarlo-
intergubernamental, ya que tanto el FMI, como el Banco Mundial y el BID, son
organizaciones de carácter público internacional que han surgido como
consecuencia de la coyuntura histórica de la segunda posguerra con claros
objetivos vinculados a la estabilidad monetaria, financiera, cambiaria y a la
promoción del desarrollo económico y social a escala mundial. En tal sentido, la
construcción institucional pergeñada en ese momento histórico formó parte de un
conjunto complejo de alianzas, organizaciones con vocación universal y regional
y sistemas de cooperación regionales en materia económico-comercial y de
seguridad que permitieron consolidar un escenario de certidumbre internacional,
en un contexto de guerra fría y de lucha interhegemónica global liderada por los
Estados Unidos y la ex Unión Soviética.
Pero, transcurrido el período de enfrentamiento territorial-ideológico y en el
marco de la así denominada posguerra fría, los organismos de crédito
internacional comenzaron a consolidar un tipo de accionar político-institucional
que tuvo su origen en fuerte cambios normativos en las estructuras
institucionales de los organismos internacionales que, durante los años ’70,
incorporaron las denominadas condicionalidades, que se transformaron en
auténticos cepos a la decisión económica soberana de los países endeudados con
los organismos, ya que básicamente establecían que los créditos podían liberarse
a cambio del estricto cumplimiento de un conjunto de medidas de política
económica que incidieron, de hecho, en la propia conducción de las economías de
los países subdesarrollados.
En este complejo escenario, la actual administración de los Estados Unidos, tal
como se afirmó anteriormente, comenzó a presionar con el objetivo de lograr
cambios estructurales en el funcionamiento actual del sistema de crédito público
internacional encarando, a tales efectos, una muy fuerte ofensiva en pos de
remodelar la estructura de las finanzas públicas globales, en un escenario
regido por el persistente deterioro de las instituciones internacionales y por
la difuminación de la presencia de lo público, de las estructuras de regulación
estatales y, fundamentalmente, de la representación política como auténtica
estructura de mediación, articulación y combinación de intereses en toda
sociedad democrática que se precie de tal. En efecto, en estas manifestaciones
de crisis de institucionalidad, parece pergeñarse un tipo de política que estima
necesario disminuir el peso específico de estructuras internacionales que, como
en el caso del Fondo Monetario, han sido los permanentes interlocutores en todos
los escenarios de negociaciones de deuda que se han instrumentado en los últimos
treinta años.
Entonces, ante la conmocionante y ensordecedora vocinglería que ha acompañado el
anuncio realizado por la administración del Presidente Kirchner, es necesario
detenerse un instante y plantear algunas preguntas vinculadas con el contexto
internacional que se ha descrito sucintamente en los párrafos precedentes. En
primer lugar, ¿se está asistiendo a un cambio de paradigma organizativo a escala
global no sólo de las finanzas mundiales sino de la arquitectura del sistema
internacional y de las mismas relaciones económicas internacionales? Es siempre
pertinente plantearse interrogantes que permitan explicar, de la manera más
compleja posible, el por qué y el para qué de un conjunto de decisiones
políticas y económicas que ocurren en un contexto histórico temporal y
espacialmente delimitado.
En segundo lugar, las decisiones efectivamente tomadas tanto por la Argentina
como por Brasil, ¿implican sin más un gesto político fuertemente ligado a la
reafirmación de un espacio propio de decisión en términos de soberanía política
y económica o son, en sí mismas, el producto de una compleja trama de presiones
y modificaciones mundiales cuya finalidad, objetivos y configuraciones de
fuerzas e intereses no pueden ser todavía convenientemente visualizados?
En cualquier caso, lo cierto es que ambos gobiernos se han encargado de difundir
una lectura notablemente optimista de la decisión política adoptada, en un
contexto en que, no sólo en Brasil y Argentina, sino en el conjunto de América
Latina, el sesgo estructural de las políticas económicas implementadas desde el
denominado Consenso de Washington permanece incólume e intocado en sus
fundamentos políticos e ideológicos, lo cual no hace más que devolver –cual
imagen vista a través de un espejo difuso- un escenario político-institucional
en el que el diseño de las políticas económicas en los planos fiscal, monetario,
cambiario, financiero y comercial parecen reforzar las ya devaluadas capacidades
de poder –cristalizadas en pérdida creciente de autoridad, control ciudadano y
legitimidad de los sistemas democráticos representativos- de los sistemas
políticos de la región. Entonces, los propios esquemas de poder internos
muestran –en un contexto de permisividad muy acotado- que la "desaparición
formal" de la tutela financiera del Fondo Monetario en materia de decisiones de
política económica, no necesariamente se traduce en ganancias de márgenes de
maniobra en términos de capacidad de acción autónoma, más aún cuando son las
mismas administraciones argentinas y brasileñas las que están adoptando, sin más
trámite ni debate público, las decisiones estratégicas que terminan por
condicionar las capacidades de poder de los Estados. Es por ello que, cuando se
logra detener, aunque sea por un momento, la fluidez de la sobreabundancia
informativa que todo lo confunde, lo que aparece en el terreno público y que por
ello se hace visible, es el entramado complejo de procesos tanto internos como
externos que deben ser puestos en análisis dinámico con el mismo sino de
desorden creativo y desafiante que tiene la misma realidad política, económica y
social.
Aquí es pertinente citar una sugerentes palabras del analista internacional
Oscar Raúl Cardoso, quien refiriéndose al carácter de la decisión adoptada por
los gobiernos de Brasil y Argentina, decía que "No son pocos los ángulos
críticos y, por cierto escépticos, que es posible concebir para cuestionar estos
pagos, pero todos ellos parecen pasar por alto el central. Las decisiones de
Lula y Kirchner no parecen explicarse en sí mismas; precisarán de otras,
futuras, para salvarse o condenarse en la historia." Es decir, no es posible
realizar afirmaciones profundamente asertivas sin tener en cuenta el pasado
reciente que condiciona respuestas en función de las políticas adoptadas y,
menos aún, sin tener presente la configuración de un escenario a corto y mediano
plazo que si bien podría reconocer en este gesto político adoptado por ambos
países el comienzo de una "primavera de reivindicación de soberanía política y
autonomía económica", chocaría ineluctablemente con la realidad estructural de
sociedades divididas, duales y fragmentadas si es que no se toman medidas que
permitan ensanchar los grados de libertad estratégicos de las administraciones a
partir de una línea coherente de continuidad en materia de políticas públicas
que persigan como eje estructurante la consolidación de un espacio nacional y
regional relativamente autónomo.
Es por ello que, al observar críticamente la realidad compleja y muchas veces
caótica de los países latinoamericanos, la cuestión de la deuda pública aparece
permanentemente cruzada por descripciones y explicaciones que, amén de ser
incompletas, adolecen de serios defectos argumentales que tienen la poco
apreciable aunque eficiente "virtud" de no hacer visible jamás la cadena de
acontecimientos y hechos que han jalonado los procesos de endeudamiento de los
países de la región, entre ellos, el caso más que alarmante de la República
Argentina. En ese contexto argumental profundamente ahistórico y, como tal,
atemporal, el papel desempeñado por el Fondo Monetario Internacional en la
Argentina ha sido, con todo, uno de los fenómenos socio-políticos y económicos
menos estudiados con la profundidad que el momento crítico de la Nación
argentina merece. En razón de la síntesis que este artículo pretende
salvaguardar, es necesario hacer referencia a un hecho histórico reciente que
señaló –con una contundencia precisa- el carácter del "tutelaje" que el FMI ha
desarrollado en su accionar político-institucional en la Argentina.
En efecto, uno de los aspectos que no aparecen prácticamente en ningún análisis
sobre la decisión adoptada por el gobierno argentino, es el que refiere al
origen más que dudoso que ha tenido el endeudamiento contraído por la Argentina
ante el FMI, cuyo momento culminante acaeció en los meses previos a la implosión
de la convertibilidad y el tipo de cambio fijo como patrón de relaciones
financieras, monetaria y cambiaria dominantes durante los años ’90. En tal
situación, el país recibió del FMI una suma de 12.500 millones de dólares, que
fueron parte del denominado mecanismo de "blindaje" que fue aprobado por el FMI
para asistir financieramente al gobierno de Fernando de la Rúa en un contexto de
crecientes vulnerabilidades fiscales, comerciales y financieras que terminaron
en un derrumbe socio-político y económico a fines del año 2001. En verdad, esa
suma debió emplearse para dotar de solvencia al sistema monetario a fin de
frenar el proceso de crisis, pero, en realidad, las sumas recibidas por la
Argentina permitieron "financiar" un enorme proceso de fuga masiva de capitales
que terminó por desmoronar el sistema bancario argentino, dejando a miles y
miles de pequeños y medianos ahorristas en una situación de despojo
institucionalizada. Los economistas Eric Calcagno y Alfredo Eric Calcagno
manifestaban, en esta línea argumental, que "Ese préstamo fue otorgado en
violación de la Carta Constitutiva del FMI, que prohíbe los préstamos que
financien la evasión de capitales (art. VI, sec. 1); y precisamente esa fuga fue
la única aplicación que tuvo ese préstamo."
Esta situación, como parte de una cadena de acontecimientos que, con una
metodología profundamente histórica, permiten explicar mejor el conjunto del
proceso y comprender, así, el actual escenario en el que se ha tomado la
decisión de pago al FMI, no sólo está ausente del debate público, sino, además,
no aparece ya en los análisis políticos, económicos y sociales cuya matriz de
explicación está básicamente afincada en un perpetuo presente que oscurece y
obtura la necesaria claridad político-estratégica que un decisor debe tener en
función de la reconstrucción del proceso en su pasado reciente y su mejor y más
aguda comprensión en el dinámico y fluido presente en orden a proyectar una
decisión política que esté en condiciones de dar cuenta de la compleja trama de
intereses y fuerzas que están detrás de los acontecimientos y fenómenos
sociales, políticos y económicos.
Entonces, ¿qué es lo que ha desaparecido irremediablemente del contexto
explicativo en el vínculo FMI- Argentina?. Justamente, la posibilidad de alegar
la profunda ilegitimidad de la deuda contraída con el FMI en las circunstancias
históricas que han sido descritas. Ciertamente, esa factibilidad se esfumó en el
mismo momento en que la estrategia argentina para la renegociación de la deuda
con los acreedores privados se recostó tácticamente en la decisión de
privilegiar la relación con las instituciones internacionales de crédito, que,
así las cosas, sirvieron -en ese momento- para ensanchar el margen de maniobra
argentino utilizando al FMI como interlocutor para establecer el vínculo con los
negociadores privados. Obviamente, es justo decir que, en la estrategia del ex
ministro de Economía Roberto Lavagna, el rol desempeñado por las instituciones
de crédito fue concebido como un espacio de negociación que permitió operar en
un contexto de profunda atomización del universo de los acreedores, aunque ello
no invalida, de ningún modo, el carácter ilegítimo del endeudamiento contraído
con el FMI en función de los sucesos antes explicados.
Por cierto, podrá decirse que se tomó la mejor decisión posible en una coyuntura
crítica de la Argentina, pero, el devenir de los acontecimientos, devuelve, otra
vez una imagen borrosa, difusa, en la que las descripciones y explicaciones
adolecen nuevamente de defectos que, a la vez que la convierten en un poderoso
instrumento de comunicación de un gesto político sin más, la vacían literalmente
de contenido, ya que, una vez más, la idea central –si es que hay alguna en pie-
es sobreactuar, sobreinformar y, de paso, bloquear nuevamente las instituciones
de la República como instancias de control y participación ineluctables en una
democracia que se precie de tal. Aquí se hace referencia, "in totum", al
Congreso Nacional, a los alicaídos partidos políticos y a las organizaciones de
cuño diverso que son manifestaciones de intereses, valores y creencias en una
comunidad política , todos ellos elementos de mediación que brillan por su
ausencia.
Asimismo, las explicaciones de orden técnico-económico, si bien son importantes
en toda comprensión de un fenómeno de estas características, no parecen poner el
foco en una cuestión que, sin bien puede ser controlable en el corto y el
mediano plazo, abre una angustiante perspectiva en lo que respecta a la
volatilidad y fragilidad implicadas en la decisión de tomar casi 10.000 millones
de dólares de reservas del Banco Central y disponerlas para el pago de la deuda
con el FMI. Si bien "…el BCRA cedió dólares que le rendían 3% anual y a cambio
recibirá un bono que le devengará una tasa de no menos del 9% anual" , con lo
cual podría pensarse en una excelente operación, teniendo en cuenta que las
reservas que constituyen el respaldo integral al dinero circulante –en el orden
de los 18.000 millones de dólares- no han sido tocadas, también debe decirse
que, en su política sistemática de compra de dólares, el Banco Central ha
intentado neutralizar la excesiva cantidad de pesos en el mercado a través de la
colocación de Letras, pases y otros instrumentos constituyendo así un stock de
letras que ya supera los 25.000 millones de pesos que significan endeudamiento
permanente para sostener la dinámica monetaria y financiera actual. Y, a su vez,
lo que debe evaluarse con cuidado, son las condiciones de todo este
endeudamiento no sólo para el Banco Central, sino para el mismo Tesoro nacional,
teniendo en cuenta las necesidades de financiamiento que Argentina deberá seguir
garantizando hacia el futuro para el cumplimiento de los pagos de la deuda con
acreedores privados en un contexto de aumento de inflación.
En definitiva, la consecuencia de todo este proceso de desquicio institucional y
de explicaciones a medias se observa, una vez más, en el episodio que ha sido
motivo del presente artículo.
Finalmente, algunos interrogantes:
¿Estaremos en condiciones de observar, alguna vez, todos los aspectos de un
fenómeno político, social o económico?
¿Podremos, como sociedad consumida por el individualismo autorreferencial,
manifestar públicamente que debe ponerse un límite al abuso criminal de las
instituciones y a la destrucción en fase continuada de la República?
¿Estamos asistiendo a una progresiva desinstitucionalización de las
organizaciones intergubernamentales que han servido de pilares financieros,
comerciales y monetarios en los pasados cincuenta años?
Y la pregunta más inquietante:
¿Qué está ocurriendo con la democracia, el principio de representación política,
los controles republicanos y la participación ciudadana en un contexto de
cristalización de una sociedad desigual, fragmentada y polarizada?
Las respuestas no son monopolio de nadie, pero el compromiso institucional es
asunto de todos los ciudadanos.
* Gustavo Lahoud es Licenciado en Relaciones Internacionales de la U. del
Salvador. Investigador del área de Recursos Energéticos y Planificación para el
Desarrollo del IDICSO; colaborador del MORENO.