Argentina: La lucha continúa
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Argentina: El FMI y el progresismo ajustador
Luis Becerra
Revista Herramienta
El enésimo acuerdo, recientemente firmado entre el gobierno argentino del
peronista Kirchner y el Fondo Monetario Internacional (FMI), ha sido mostrado
por los medios de información masiva como un "gran logro", ya que la Argentina,
por primera vez, "habría impuesto" sus condiciones.
El efecto mediático estuvo acompañado por la demora en el pago de 2.900 millones
de dólares de los Estados Unidos a ese organismo, en el tramo final de una
campaña electoral, donde el doctor K comenzó a jugar su proyecto político
en la ciudad de Buenos Aires y el peronismo se consolidaba en la provincia del
mismo nombre. Pocos días más tarde de su vencimiento se hizo efectivo el pago
con reservas del Banco Central (BCRA) y, a pesar de que se anunció que sería
compensado por desembolsos futuros a efectuar por el FMI, el pago neto será de
800 millones de dólares.
El "gran logro" incluyó otra "pequeña" concesión, de nada más ni nada menos que
el 3 por ciento (unos 13.000 millones de pesos) del producto bruto interno (PBI)
para el año entrante, que el pueblo deberá generar para pagar los servicios de
la deuda pública que no se encuentran al presente en default. El monto
del que hablamos deberá obtenerse como superávit primario consolidado (2,4 por
ciento el Estado nacional y 0,6 por ciento las provincias), que es la diferencia
entre los ingresos y los gastos del Estado, previo al pago de intereses.
Esta concesión "progresista" es, en términos reales, más del triple del promedio
registrado en el decenio del noventa, cuando el superávit primario fue inferior
al 1 por ciento del PBI. Esa época -que por lo que hemos padecido bajo el
gobierno devaluacionista del peronista Duhalde[1]
parece ya lejana- estuvo marcada por los procesos de ajuste continuo del modelo
neoliberal de otro peronista, el ex presidente Carlos Menem, y seguidos a pie
juntillas por el gobierno de la Alianza (De la Rúa-Álvarez). El resultado fue la
exclusión de millones, el hambre generalizado, cifras de desempleo y subempleo
superiores al 35 por ciento y niveles de pobreza que superan el 50 por ciento de
la población.
Sin embargo, el gobierno se jacta de no haber cedido en algunos terrenos: no
aceptó algunas compensaciones a los bancos por los amparos contra la
pesificación y no garantizó un cronograma de aumento de tarifas de los servicios
públicos privatizados. No obstante incluyó un tipo aún indefinido de
reestructuración de los bancos Nación y Provincia de Buenos Aires[2],
aunque no difícil de imaginar dadas las experiencias previas.
En este análisis se omite la realidad de los países capitalistas avanzados, que
recurren sistemáticamente al déficit para salir de las crisis, justamente al
revés de lo que nos inculcan aquí.
En este proceso, el FMI fue presa de embates de dos frentes internos: por un
lado los países europeos, con marcados intereses en la Argentina por sus
empresas ligadas a la producción y distribución de energía, agua, gas y
petróleo, al negocio de las telecomunicaciones y otras inversiones menores y con
cientos de miles de tenedores particulares de bonos defolteados; y por el
otro el gobierno de Bush, que presionó para que se firmara casi de cualquier
modo un acuerdo con la Argentina, por los efectos políticos que una ruptura del
país con ese organismo podría aparejar. Contra algunas objeciones europeas,
triunfó la posición del gendarme mundial, y el FMI se avino a firmar un acuerdo
parcial, con revisión de metas a mediados del año próximo.
Si bien es un acuerdo por tres años, se fijó la meta de superávit sólo para 2004
(revisable en septiembre) ya que, en caso de arribar a un acuerdo con los
acreedores, el peso de la deuda en default hará imposible su pago con
sólo el 3 por ciento de superávit (casi cuatro veces lo que se gasta en el plan
de ayuda a los desocupados). Si se incluían las metas para todo el trienio
hubiera quedado claro para la opinión pública que el ajuste fiscal será de un
nivel sin precedentes.
Hay que recalcar que el acuerdo firmado con el FMI exige un superávit primario
mínimo exclusivamente para pagar a los organismos internacionales y la nueva
deuda que fue emitida para auxilio de bancos y ahorristas mediante la entrega de
distintas series de bonos Boden y los préstamos garantizados pesificados
derivados del último canje de deuda (realizado por el ex ministro Cavallo a
fines de 2001, que aseguró con recaudación fiscal el pago de títulos previo al
default). No está incluido en ese 3 por ciento la refinanciación de la
deuda en default que supera los 100.000 millones dólares.
Recientemente, el ministro de Economía Roberto Lavagna, en la reunión anual del
FMI en Dubai, anunció una oferta a los acreedores privados para regularizar la
deuda en cesación de pagos, consistente en el perdón absoluto de los atrasos de
intereses (por alrededor de 11.000 millones de dólares y una reducción del 75
por ciento del capital de la deuda, por alrededor de 93.000 millones de
dólares). En síntesis, una quita de aproximadamente 80.000 millones de dólares,
además de una extensión de plazos aún no definida y una baja en las tasas de
interés. Esa oferta es el resultado directo del acuerdo con el FMI, por el que
el gobierno pretende no superar la meta del 3 por ciento de superávit.
Indudablemente, hubo algo que jugó a favor del gobierno: el paso del tiempo sin
definiciones claras (más de veinte meses de default), ya que la dilación
de las negociaciones hizo que los tenedores de bonos pensaran seriamente en un
importante descuento de sus acreencias, aunque no de tamaña magnitud.
Se sabe que esta es una posición de máxima del gobierno y que seguramente se
terminará en un acuerdo con una quita menor, aunque seguramente el proceso será
prolongado y por lo tanto durante 2004 no habrá ningún pago de la Argentina por
la parte defolteada, pero aún así la deuda pública es tan abultada que el
pago de sólo una porción de la misma hace inviable el crecimiento y la
distribución equitativa del ingreso y también pone en riesgo el propio pago
futuro de esa deuda.
Si, por casualidad, se incluye alguna hipótesis de una quita del 70 por ciento
sobre los bonos externos, el superávit primario para asegurar el pago debería
ascender del 3 por ciento a alrededor del 4 o 4,5 por ciento del PBI, un
verdadero fiasco para la "popularidad" del señor K. Esta es la razón por
la que en el "acuerdo victorioso" no se mencionan las pautas para 2005 en
adelante, puesto que se supone que en ese año se deberá empezar a pagar algo de
la refinanciación que todavía está en veremos.
No hay que descartar en este proceso disputas interburguesas entre los
acreedores despechados y los organismos multilaterales, que no sufren ningún
descuento, ni tampoco el efecto demostración que en otros países deudores puede
darse como consecuencia de semejante quita de deuda. En este sentido, la
propuesta argentina, que no fue producto de una convicción política del ministro
Lavagna sino de una necesidad derivada de la quiebra fiscal, se posiciona como
un punto de inflexión en la relación entre los acreedores y los países deudores.
Las cifras, al medirlas en relación con el PBI, encubren el tamaño real del
ajuste fiscal. Si consideramos que la recaudación impositiva que recibirá el
Estado, según el proyecto de presupuesto de 2004 es de sólo el 19 por ciento del
PBI, un superávit del 4 al 4,5 por ciento comprometido por 20 años en las
cuentas estatales implica que más del 20 por ciento del ingreso fiscal será
girado a los acreedores para el pago de deuda durante todo ese lapso. En 2001
las finanzas públicas mostraban un guarismo similar de intereses presupuestados,
que fue reducido drásticamente con el megacanje y, sin embargo, la economía
explotó.
Generar todos los años un 20 por ciento de superávit presupuestario sería
equivalente, en las empresas capitalistas, a asegurar una tasa de ganancia
positiva en moneda constante del 20 por ciento anual, cuando las ganancias
corporativas internacionales no llegan a un dígito porcentual y la tasa de
interés internacional no supera el 1,5 por ciento anual. Siendo irónicos,
podemos afirmar que cualquier capitalista compraría un negocio que rinda ese
resultado, aunque "cuando la limosna es grande hasta el santo desconfía". En
rigor, un superávit primario de esa magnitud es políticamente impracticable dada
la situación social desesperante y, además, es económicamente inviable.
Las tarifas de las privatizadas y los salarios
Respecto de las tarifas de los servicios públicos, es un tema que, incluido o no
en el acuerdo con el FMI, el gobierno deberá encarar y tendrá que resolver.
Si no se aumentan las tarifas a pesar de las presiones internacionales, muchas
empresas dejarán con el tiempo las concesiones cuando la situación de
depreciación del parque industrial sea evidente, puesto que por el momento las
ganancias de "caja" no se destinan en absoluto a inversión reproductiva, sino a
pagos corrientes y fuga de capital. Los niveles actuales de tarifas
aparentemente no son suficientes para generar nuevas inversiones.
Para los capitalistas, las ganancias no tienen memoria, siempre calculan los
beneficios futuros. Bajo la lógica del capital no es posible pedirles a los
empresarios "esfuerzos para adelante", por las superganancias que han tenido en
el pasado. Como ejemplo, Telecom France, ante la posibilidad de no mantener su
tasa de ganancia en los niveles de los noventa ya vendió parte de sus acciones
al grupo capitalista argentino Werthein (dueño, entre otras cosas, del Grupo
Caja), que por sus lazos con el poder ejercerá renovadas presiones para subir
las tarifas (y sus ganancias).
Por el contrario, si se aumentan las tarifas, además de ser una medida
impopular, crecerá el riesgo de incobrabilidad puesto que los salarios en
general están congelados y la gente no podrá pagar los aumentos. Esto es
reconocido por los propios voceros de las empresas privatizadas.
Respecto de los salarios de los empleados públicos, al igual que las
jubilaciones y los salarios docentes, el presupuesto "progresista" para el año
que viene no fija ningún tipo de aumento, a pesar de la inflación proyectada del
7 por ciento, con lo cual continuará la caída de los ingresos reales, ya
depreciados en más del 30 por ciento. En materia de salarios privados, el nivel
de desempleo y de superexplotación garantizan por el momento los niveles
bajísimos de ingreso de los ocupados. Adicionalmente, la pobre dinámica de lucha
que la clase obrera está manteniendo no permite avizorar un futuro inmediato de
recomposición salarial.
Es claro en este punto que el gobierno, con la excusa del no aumento de tarifas,
encubre el objetivo solapado del mantenimiento de los salarios en niveles de
hambre, para garantizar la extracción de plusvalor a una escala inusitada -sobre
todo en los sectores ligados a la exportación-, que le permita concretar el
proyectado crecimiento del orden del 3 por ciento al 4 por ciento anual,
acordado con el FMI.
Sin embargo, y a pesar del empeño del gobierno por mantener achatados los
ingresos populares, además del superávit debe lograr un genuino ingreso de
divisas por la vía del comercio exterior. En este punto, resulta evidente que un
modelo generador de divisas para el pago de deuda estatal por el 3 o el 4
por ciento del PBI más otros 1 o 2 por ciento para el pago de la deuda de
empresas privadas impide el crecimiento sostenido o, más bien lo retrae, máxime
si continúa la fuga de capitales por vías non sanctas.
Un futuro tortuoso para el sistema bancario y de pensiones
Después de la debacle provocada por la devaluación, la fuga de depósitos al
exterior y el corralito, los grandes medios de difusión subidos a la "ola
K"[3] suelen referirse al sistema financiero
argentino en términos de recuperación parcial de depósitos e incremento de la
participación de los bancos oficiales con respecto a los bancos privados, pero
omiten un dato esencial: en la medida en que no da crédito, el mercado
financiero argentino no sirve.
El discurso económico dominante sostiene que no habrá reactivación real sin
crédito, que la recuperación de los depósitos es un síntoma de que en poco
tiempo habrá nuevos préstamos, y que así volveremos al crecimiento (aunque esto
no sea compatible con un superávit primario creciente y la fuga legal o ilegal
de divisas).
Hay dos razones fundamentales por las cuales los bancos no prestan, que están
ligadas básicamente a la demanda de crédito.
En primera instancia, el crédito para inversión al sector empresario aparece
como muy riesgoso, en la medida que la producción y el consumo no repuntan en la
medida suficiente como para garantizar el repago del capital prestado. En
realidad, si una empresa no tiene negocios para proyectar (dada la depresión del
mercado interno y los niveles salariales) nunca va a demandar crédito. Los
sectores ligados a la exportación tradicional primaria no demandan crédito
porque tienen tasas de ganancia suficientes como para sustentar sus propias
inversiones (y seguir fugando capital).
En segundo lugar, el crédito para consumo no permite que familias con ingresos
menguados por el desempleo y la inflación acumulada garanticen el pago de las
cuotas. En este sentido, si no aumentan fuertemente los salarios no se
expandirán ni la demanda ni el crédito. La realidad de este país empobrecido
marca que desapareció la capacidad de ahorro de los estratos altos de la clase
media hacia abajo. Por lo tanto, nadie se puede endeudar y, aunque quisiera
hacerlo, tampoco calificaría como para que un banco le preste.
La salud del sistema financiero es extremadamente endeble. Extraoficialmente se
sabe que el sistema tiene pérdidas operativas que rondan los 1.000 millones de
pesos anuales, dato que tiene correlación directa con el patrimonio neto real
del sistema que alcanza un valor negativo de 10.000 millones de pesos. Esto es
reconocido en voz baja por propios y extraños e inclusive circuló el dato de que
las pérdidas de 2002 fueron de alrededor de 3.500 millones de pesos.
Sólo los artilugios contables apañados por el Banco Central permiten que el
sistema sobreviva. En cualquier país capitalista "normal", con estrictas normas
de control bancario, muchos de los bancos de renombre ya habrían sido cerrados.
Si se realiza una valuación de los bienes de los bancos a valor de mercado (como
se hace en cualquier parte del mundo) y no sobre su valor contable, como se hace
aquí, el sistema está técnicamente quebrado.
Los flujos de fondos negativos y, por lo tanto, las perdidas operativas
millonarias que fueron señaladas anteriormente se producen porque los bancos
están tomando o renovando depósitos y no están prestando, y básicamente porque
los pasivos bancarios tienen un costo mayor que el rendimiento de los activos
bancarios (constituidos en alrededor del 60 por ciento por títulos públicos con
tasas reducidas o en default).
La sobrevida del sistema se mantiene así por pura magia contable, que les
permite a los bancos sobrevaluar sus bienes. Además, han recibido una ayuda muy
fuerte a través de los redescuentos del Banco Central, o sea de la emisión
monetaria. Sin duda, desde el punto de vista de las finanzas públicas hubiera
resultado más productivo emitir para generar proyectos de empleo que para
sostener a los bancos y evitar su quiebra.
La reducción del valor nominal de la deuda pondrá al sistema en una situación
patrimonial que implicará la emisión de más redescuentos, la quiebra directa de
algunas instituciones o su nacionalización forzosa por parte del Estado burgués,
que asumirá todas las pérdidas.
La situación de la otra gran pata del sistema financiero, que son las AFJP[4],
no es más halagüeña, ya que con la quita proyectada del 75 por ciento sobre los
bonos asumirán pérdidas directas que hoy pueden calcularse en alrededor de
11.000 millones de dólares. El sistema de pensiones no quebrará técnicamente,
puesto que hoy tiene acumulados muchos activos por los aportes de los
trabajadores de los últimos nueve años y pocos pasivos, puesto que hay
relativamente escasa cantidad de beneficiarios para jubilarse, pero la pérdida
patrimonial volverá insignificantes las jubilaciones futuras.
El rol del FMI en la reestructuración bancaria
Una de las exigencias del FMI frente a la quiebra evidente del sistema es que el
gobierno "sincere" la bancarrota, imponga requisitos y cambie las normas ¿Por
qué al FMI le interesa que se haga ese ajuste y se reestructure el sistema
financiero? Porque exige que los recursos que hoy se destinan a sostener a los
bancos sólo tengan como finalidad la compra de divisas y el pago de la deuda
externa.
Si se hiciera lo que el FMI está demandando en el sistema bancario grandes
bancos estatales y privados deberían cerrar sus puertas. No es un dato menor que
el país tuviera 80 mil millones de dólares en depósitos en 2001 y hoy llegue a
escasos 25 mil millones. El negocio quedó reducido al 30 por ciento y, por lo
tanto, la sobredimensión no permite la rentabilidad. Indudablemente en ese
proceso de desbancarización hubo responsabilidad de los propios bancos, que
obraron como canal de fuga de miles de millones de dólares de los capitalistas,
pero también de los gobiernos de la Alianza y del peronismo, que por su
ineptitud no evitaron que eso ocurriera. Actualmente, siguen fugándose grandes
cantidades de dólares aunque no sea a través del sistema financiero.
En el terreno de las exigencias también figuraban las compensaciones bancarias
que implicaban unos 4.000 millones de pesos por la diferencia entre CER y CVS[5]
(fueron "achicadas" por los diputados a 2.800 millones de pesos), y alrededor de
2.400 millones de dólares por los amparos judiciales que los bancos tienen
"activados", y a los cuales temporariamente el gobierno del doctor K ha
dicho que no. A esto deben sumarse las compensaciones ya efectuadas por 11.000
millones de dólares y los redescuentos otorgados por cerca de 20.000 millones de
pesos. Como se señaló anteriormente, también se pretende una reestructuración de
parte de la banca pública, aunque por el momento no hay señales claras en ese
sentido.
Como las compensaciones se harán vía emisión de deuda pública, eso implica que
en el futuro habrá que contar con los recursos presupuestarios para pagarla,
mediante el aumento de los impuestos o la reducción de gastos. En síntesis,
habrá que pagarlas con parte del superávit primario. Si no se pagan, se les
producirá otro quebranto a los bancos, que deberán bajarlos de su patrimonio.
Ese es el caso de los amparos judiciales pagados por la pesificación.
En el mismo sentido de blanqueo del sistema apunta la reforma de la Carta
Orgánica del Banco Central. El objetivo central es permitir que el BCRA financie
al gobierno en un porcentaje mayor de lo que lo hace actualmente, con el único
fin de pagar por la vía de la emisión monetaria (y compra de divisas) a los
organismos internacionales (Fondo Monetario Internacional, Banco Interamericano
de Desarrollo y Banco Mundial).
La ampliación de la capacidad de emisión del Banco Central para financiar al
Tesoro en el pago de la deuda, refrendada recientemente con una ley del
Congreso, no impidió que a la hora de pagarle recientemente al FMI los 2.900
millones de dólares se afectaran directamente las reservas, ya que no había
superávit primario suficiente.
Entre las otras leyes aprobadas por el parlamento a pedido del FMI también se
encuentra la inmunidad para los funcionarios del Banco Central que participen en
la reestructuración del sistema bancario. La fantasía que se juega en muchos
medios de comunicación es que esa inmunidad sirve para encubrir la corrupción.
La inmunidad no necesariamente es un manto protector para cometer actos de
corrupción y su ausencia no impidió que se cometieran en gran cantidad. En
realidad, el hecho de que hasta hoy la dirección del Banco Central haya carecido
de la misma fue una de las razones por las cuales no se ha realizado aún el
ajuste bancario pedido por el FMI.
En muchos países del mundo los directores gozan de inmunidad, porque es lo que
realmente les da la "independencia" que exige la buena letra neoliberal. Nunca
cerrarían un banco que está quebrado si luego van a tener que padecer los
juicios personales de miles de ahorristas.
En la Argentina está probado que no se necesita inmunidad para ser corrupto.
Valgan los casos de Pou en su momento y actualmente de un ex senador peronista y
ahora banquero central, acusado por sus propios colegas de ser uno de los
cobradores por "banelco"<a href="#_ftn7" name="_ftnref7" title=""[6] de las
coimas de De la Rúa para sacar leyes laborales contra los trabajadores. Otro
banquero central, que oficia como superintendente de bancos es conocido por
haber sido el contador de las finanzas negras de Duhalde y Pierri[7].
Resulta curioso el silencio de publicaciones "progresistas", como el diario
Página/12, ya que el reclamo de inmunidad patrocinado por el FMI que aprobó
el Congreso era el mismo que exigía Pedro Pou y que nunca le fue otorgado. En
ese momento la no inmunidad a Pou parecía estar bien, porque era un
representante del neoliberalismo, sin embargo el caso de Prat Gay (ex
funcionario de la banca Morgan) y su cercanía a Kirchner hacen, que para ese
diario, actualmente la inmunidad sea algo políticamente correcto y no
cuestionable.[8]
Propuestas
En numerosos documentos de los Economistas de Izquierda (EDI) he suscripto que,
para recomponer la economía popular se debe llevar a cabo la expropiación sin
indemnización de las empresas privatizadas para garantizar las inversiones y una
tarifa social, sobre la base de un plan de mejora sistemática de los ingresos
populares.
Asimismo, suscribí que no debe pagarse la deuda externa ni acordarse con el FMI,
por los padecimientos que el pueblo ha sufrido y que, de continuar así, seguirá
sufriendo.
Por sus encadenamientos internos y externos, el no pago de la deuda en forma
total o parcial afectará fuertemente a los activos de los bancos que ya están en
quiebra y también al sistema de pensiones, que en este contexto no puede
asegurar la jubilación de nadie, por lo que la solución desde una perspectiva
socialista y en el marco de un plan general más abarcativo es la nacionalización
de la banca y subsidiariamente del régimen de AFJP.
Estas nacionalizaciones o más claramente socializaciones (para no caer en los ya
conocidos procesos burocráticos, clientelistas y fracasados) deben hacerse no
para quedarse con los "muertos" de un sistema quebrado sino para garantizar el
crédito que reconstruya la economía y garantice al mismo tiempo el mantenimiento
reordenado de miles de puestos de trabajo del sector y las jubilaciones de
millones de trabajadores.
Eso es posible mediante la creación de un sistema único de banca pública con
control popular, que la haga independiente de la burguesía local e internacional
(que arruinó al sistema crediticio permitiendo la fuga de divisas por parte de
los capitalistas y la expropiación a miles de ahorristas) y del FMI como
expresión arquetípica del imperialismo.
Lejos están nuestras propuestas del peronismo aggiornado, que cubre su
cara ajustadora con la máscara de consignas progresistas.
Luis Becerra es economista, colaborador de Herramienta, integrante de
Economistas de Izquierda (EDI).
[1] Eduardo Duhalde fue entre 1991 y 1999 gobernador
de la provincia de Buenos Aires y en 2002, después de la caída de De la Rúa, fue
designado presidente interino. Una de sus primeras medidas como tal fue la
devaluación del peso, saliendo del sistema de convertibilidad que regía desde
1991. (N. de la R.).
[2] Son los dos principales bancos estatales del país
(N. de la R.).
[3] Es un uso generalizado en la prensa argentina
identificar todo lo que se refiere al presidente Kirchner con la letra K
(N. de la R.).
[4] Sigla de Administradoras de Fondos de
Jubilaciones y Pensiones, empresas que administran el sistema de jubilación
privada (N. de la R.).
[5] Se trata de dos sistemas de actualización del
valor de préstamos bancarios, cuyos importes se redujeron en términos reales por
la devaluación de enero de 2002 (N. de la R.).
[6] En el año 2000, el entonces ministro de Trabajo
del presidente De la Rúa, Alberto Flamarique, aseguró que no le preocupaba la
posibilidad de que los senadores negaran su voto a la reforma laboral, porque
para ellos tenía "la Banelco", nombre de una de las más difundidas tarjetas
bancarias de pago. La revelación de la compra de votos de los senadores y la
difusión de la frase del ministro causaron una grave crisis política, una de
cuyas consecuencias fue la renuncia del vicepresidente (y titular del Senado)
Carlos "Chacho" Álvarez (N. de la R.).
[7] Alberto Pierri fue uno de los principales
colaboradores políticos de Duhalde mientras éste estuvo al frente de la
provincia de Buenos Aires (N. de la R.).
[8] Pou fue presidente del Banco Central durante la
presidencia de Menem. Alfonso Prat Gay ocupa el mismo cargo desde la presidencia
de Duhalde y continúa ocupándolo con Kirchner.