La soja transgénica en América Latina: Una maquinaria de
hambre, deforestación y devastación socio ecológica
Miguel A. Altieri y Walter A. Pengue
Ecoportal.net
Por noveno año consecutivo, la industria biotecnológica y sus aliados festejan
una continua expansión de los cultivos transgénicos, que llego a una tasa de dos
dígitos del 20 %, superando incluso la del 2003 del 15 %. El área global
estimada de cultivos liberados comercialmente en 2004 fue de 81 millones de
hectáreas, lo que se considera un triunfo ya que alcanzaron a 22 países y donde
lo que destacan es que los cultivos transgénicos lograron las expectativas de
millones de grandes y pequeños agricultores tanto en países industrializados
como en aquellos en vías de desarrollo. También resaltan que los cultivos
transgénicos han traído beneficios a los consumidores y a la sociedad en su
conjunto, al brindar comidas mejor elaboradas, alimento y fibras que requieren
menos agroquímicos y por tanto un ambiente más sustentable (James 2004).
Es difícil imaginar de qué manera esta expansión de la industria biotecnológica
está viniendo a resolver las necesidades de los pequeños agricultores o los
consumidores, cuando el 60 % del área global con plantas transgénicas (48,4
millones de hectáreas) está dedicada a la soja resistente a herbicidas (sojas
Roundup Ready), un cultivo sembrado mayormente por agricultores de gran
escala para exportación (y no de consumo local) y que por otro lado, es
utilizado en los países importadores para alimentación animal y producción
carnica que se consume principalmente por los sectores mas pudientes y mejor
alimentados de estos países.
En América Latina, los países productores de soja (transgénica y convencional)
incluyen a Argentina, Brasil, Bolivia, Paraguay y Uruguay. Esta expansión de la
soja está motorizada por los buenos precios internacionales, el apoyo de los
gobiernos y el sector agroindustrial y la demanda de las naciones importadoras,
especialmente China, convertida hoy en día en el mayor importador de la soja y
sus derivados, un mercado que impulsa la rápida proliferación de la producción
de esta oleaginosa.
La expansión del complejo sojero está acompañada por un aumento importante de la
logística y el transporte junto con grandes proyectos de infraestructura que
conllevan a una cadena de eventos que destruyen los hábitats naturales de
grandes áreas, además de la deforestación directamente causada por la expansión
de tierras para el cultivo de soja. En Brasil, los beneficios de la soja
justificaron la refacción, mejora o construcción de ocho hidrovías, tres líneas
ferroviarias y una extensa red de carreteras que traen insumos agropecuarios y
se llevan la producción agrícola.
El proceso atrajo a otras inversiones privadas para la forestación, minería,
ganadería extensiva y otras prácticas con severos impactos sobre la
biodiversidad, aun no contemplados por ningún estudio de impacto ambiental (Fearnside
2001). En la Argentina, el cluster agroindustrial de transformación de la
soja en aceites y pellets se concentra en la zona de Rosafé sobre el río
Paraná, el área más grande de transformación sojera a escala planetaria, con
toda la infraestructura asociada y los impactos ambientales que ello implica.
Para los años inmediatos, el sector agrícola argentino se ha planteado el
objetivo de alcanzar los 100 millones de toneladas de granos, lo que requerirá
del incremento del área sembrada con soja hasta los 17 millones de hectáreas.
Expansión sojera y deforestación
El área de tierra dedicada a la producción sojera ha crecido a una tasa anual
del 3,2 %, y la soya ocupa actualmente una superficie más grande que todo otro
cultivo en Brasil, con el 21% del total de la tierra cultivada. Desde 1995 el
área sembrada aumentó en 2,3 millones de hectáreas, a un promedio de 320.000
hectáreas por año. Desde 1961, el incremento en superficie creció 57 veces y el
volumen producido lo hizo 138 veces. La soja paraguaya, se sembró sobre más del
25 % de toda la tierra agrícola y en la Argentina el promedio sembrado alcanzó
en 2005 los quince millones de hectáreas con una producción de 38,3 millones de
toneladas.
Esta expansión se produce de manera drástica afectando directamente a los
bosques y otros hábitats relevantes. En Paraguay, una porción de la selva
paranaense, está siendo deforestada (Jasón 2004). En Argentina, 118.000
hectáreas han sido desmontadas en cuatro años (1998-2002) para la producción de
soja en el Chaco, 160.000 en Salta y un récord de 223.000 en Santiago del
Estero.
La "pampeanización", el proceso de importación del modelo industrial de
la agricultura pampeana sobre otras ecoregiones "que no son pampa" como el
Chaco, es el primer paso de un sendero expansivo que pone en riesgo la
estabilidad social y ecológica de esta ecoregión tan lábil (Pengue 2005 b). En
el noreste de la provincia de Salta en 2002/2003, el 51 % de la soja sembrada
(157.000 hectáreas) correspondía a lo que en 1988/1989 eran todavía áreas
naturales (Paruelo, Guerscham y Verón 2005).
En Brasil, los Cerrados y las sabanas están sucumbiendo victimas del arado a
pasos agigantados.
Soja, expulsión de pequeños agricultores y pérdida de la seguridad
alimentaria.
Los promotores de la industria biotecnológica siempre citan a la expansión del
área sembrada con soja como una forma de medir el éxito de la adopción
tecnológica por parte de los agricultores. Pero estos datos esconden el hecho
que la expansión sojera conlleva a extremar la demanda por tierras y a una
concentración de los beneficios en pocas manos. En Brasil, el modelo sojero
desplaza a once trabajadores rurales por cada uno que encuentra empleo en el
sector. El dato no es novedoso, ya que desde los setenta, 2,5 millones de
personas fueron desplazadas por la producción sojera en el estado de Paraná y
300.000 en Río Grande do Sul. Muchos de estos sin tierra, se movieron
hacia el Amazonas donde deforestaron selvas tropicales presionados por fuerzas
estructurales y el entorno. Por otro lado, en los Cerrados, donde la soja
transgénica está expandiéndose, el índice de desplazamiento es más bajo porque
el área no estaba ampliamente poblada previamente (Donald 2004).
En Argentina, la situación es bastante dramática ya que mientras el área
sembrada con soja se triplicó, prácticamente 60.000 establecimientos
agropecuarios fueron desapareciendo solo en Las Pampas. En 1988, había en
toda la Argentina, un total de 422.000 establecimientos que se redujeron a
318.000 en 2002 (un 24,5 %). En una década el área productiva con soja se
incrementó un 126 % a expensas de la tierra que se dedicaba a lechería, maíz,
trigo o a las producciones frutícola u hortícola.
Durante la campaña 2003/2004, 13,7 millones de hectáreas fueron sembradas a
expensas de 2,9 millones de hectáreas de maíz y 2,15 millones de hectáreas de
girasol (Pengue 2005).
A pesar que la industria biotecnológica resalta los importantes incrementos del
área cultivada con soja y más que la duplicación de los rendimientos por
hectárea, consideradas como un éxito económico y agronómico, para el país esa
clase de aumentos implica más importación de alimentos básicos, además de la
pérdida de la soberanía alimentaria, y para los pequeños agricultores familiares
o para los consumidores, esa clase de incrementos sólo implica un aumento en los
precios de los alimentos y más hambre (Jordan 2001).
La expansión de la soja en América Latina está también relacionada a la
biopiratería y el poder de las multinacionales. La manera en que en el período
2002-2004, se sembraron millones de hectáreas de soja transgénica en Brasil
(mientras existía una moratoria en contrario) hace que nos preguntemos como las
corporaciones se manejaron en esas instancias de prohibición para sin embargo
alcanzar tal expansión de sus productos en las naciones en vía de desarrollo.
En los primeros años de la liberación comercial de la soja transgénica en
Argentina, la compañía Monsanto no cobraba por el fee tecnológico a los
agricultores para utilizar la tecnología transgénica en sus semillas. Hoy en
día, que la soja transgénica y el glifosato se han instalado como insumos
estratégicos para el país, los agricultores quedaron atrapados, ya que la
multinacional está presionando al gobierno, haciendo reclamos por el pago de sus
derechos de propiedad intelectual. Esto, a pesar del hecho que Argentina es
signataria del convenio UPOV 78, que permite a los agricultores guardar semilla
para uso propio en la campaña agrícola siguiente. Por otro lado, los
agricultores paraguayos negociaron un acuerdo con Monsanto por el que pagaran a
la multinacional, US$ 2 por tonelada. La tendencia en el control de las semillas
que utilizan los agricultores está creciendo, a pesar que las compañías
prometían a principios de los noventa, no cobrar cargos por patentes a los
agricultores, momento en que el cultivo transgénico se estaba expandiendo.
El cultivo de soja y la degradación de los suelos
El cultivo de soja tiende a erosionar los suelos, especialmente en aquellas
situaciones donde no es parte de rotaciones largas. La pérdida de suelos alcanza
las 16 toneladas/ha en el medio oeste de los EE.UU., una tasa que podría llegar
a entre 19 a 30 ton./ha en Brasil o la Argentina, en función del manejo, la
pendiente del suelo o el clima. La siembra directa puede reducir la pérdida de
suelos, pero con la llegada de las sojas resistentes a los herbicidas, muchos
agricultores se han expandido hacia zonas marginales altamente erosionables o
son sembradas en forma recurrente año tras año, fomentando el monocultivo. Los
agricultores creen erróneamente que con la siembra directa no habría erosión,
pero los resultados de la investigación demuestran que a pesar del incremento de
la cobertura del suelo, la erosión y los cambios negativos que afectan a la
estructura de los suelos, pueden no obstante resultar sustanciales en tierras
altamente erosionables si la cobertura del suelo por rastrojo es reducida. El
rastrojo dejado por la soja es relativamente escaso y no puede cubrir
correctamente el suelo si no existe una adecuada rotación entre cereales y
oleaginosas.
La monocultura sojera en gran escala ha inutilizado los suelos amazónicos. En
lugares con suelos pobres, después de sólo dos años de agricultura, se necesitan
aplicar intensamente fertilizantes y piedra caliza. En Bolivia, la producción
sojera se expande hacia el este, haciendo que ya muchas de esas áreas de
producción estén compactadas o exhiban severos problemas de degradación de
suelos. 100.000 hectáreas de suelos exhaustos por la soja fueron dejadas al
ganado, que también bajo esta circunstancia es altamente degradante. A medida
que abandonan los suelos, los agricultores buscan nuevas regiones donde otra vez
volverán a plantar soja, repitiendo así el círculo vicioso de la degradación.
En Argentina, la intensificación de la producción sojera, ha llevado a una
importante caída en el contenido de nutrientes del suelo. La producción continua
de soja ha facilitado la extracción, sólo en el año 2003, de casi un millón de
toneladas de nitrógeno y alrededor de 227.000 de fósforo. Sólo para reponer, en
su equivalente de fertilizante comercial a estos dos nutrientes, se necesitarían
unos 910 millones de dólares (Pengue 2005). Los incrementos de N y P en varias
regiones ribereñas se encuentran ciertamente ligados a la creciente producción
sojera en el marco de las cuencas de varios importantes ríos sudamericanos.
Un factor técnico importante en la expansión de la producción sojera brasileña
se debió al desarrollo de combinaciones soja bacteria con conocidas
características simbióticas que le permitían la producción sin fertilizantes.
Esta ventaja productiva de la soja brasileña puede rápidamente desaparecer a la
luz de los reportes sobre los efectos directos del herbicida glifosato sobre la
fijación bacteriana del nitrógeno (Rhyzobium), que potencialmente
obligaría a la soja a depender de la fertilización nitrogenada mineral.
Asimismo, la práctica actual de convertir los pastizales hacia soja resulta en
una reducción económica de la importancia del Rhyzobium, haciendo
nuevamente que se deba recurrir al nitrógeno sintético.
Monocultura sojera y vulnerabilidad ecológica
La investigación ecológica sugiere que la reducción de la diversidad
paisajística devenida por la expansión de las monoculturas a expensas de la
vegetación natural, ha conducido a alteraciones en el balance de insectos plagas
y enfermedades. En estos paisajes, pobres en especies y genéticamente
homogéneos, los insectos y patógenos encuentran las condiciones ideales para
crecer sin controles naturales (Altieri y Nicholls 2004). El resultado es un
aumento en el uso de agroquímicos, los que por supuesto luego de un tiempo ya
dejan de ser efectivos, debido a la aparición de resistencia o trastornos
ecológicos típicos de la aplicación de pesticidas. Además, los agroquímicos
conducen a mayores problemas de contaminación de suelos y polución de aguas,
eliminación de la biodiversidad y envenenamiento humano.
En la Amazonia brasileña, las condiciones de alta humedad y temperaturas cálidas
inducen al desarrollo de poblaciones y ataques fúngicos, con el consiguiente
incremento en el consumo de fungicidas. En las regiones brasileñas dedicadas a
la producción sojera se incrementaron los casos de cancrosis (Diaporthe
phaseolorum) y del síndrome de la muerte súbita (Fusarium solani). La
roya asiática de la soja (Phakopsora pachyrhizi) es una nueva enfermedad
cuyos efectos se incrementan en Sud América, motorizados por las condiciones
ambientales favorables (por Ej., humedad) sumados a la uniformidad genética de
cultivos en monocultura.
Nuevamente la roya comanda el incremento en las aplicaciones de fungicidas.
Desde 1992, más de dos millones de hectáreas fueron afectadas por el nematodo
del quiste de la soja (Heterodera glycines). Muchas de estas enfermedades
pueden ligarse a la uniformidad genética y al aumento de la vulnerabilidad por
la monocultura sojera, pero también a los efectos directos del herbicida
glifosato sobre la ecología del suelo, a través de la depresión de las
poblaciones micorríticas y la eliminación de antagonistas que mantienen a muchos
patógenos del suelo bajo control (Altieri 2004).
El 25 % del total de agroquímicos consumidos en Brasil se aplican a la soja, la
que recibió en 2002 alrededor de 50.000 toneladas de pesticidas. Mientras el
área sojera se expande rápidamente, también lo hacen los agroquímicos, cuyo
consumo crece a una tasa del 22 % anual. Mientras los promotores de la
biotecnología argumentan que con una sola aplicación del herbicida es suficiente
durante la temporada del cultivo, por otro lado comienzan a presentarse estudios
que demuestran que con las sojas transgénicas, se incrementan tanto el volumen
como la cantidad de aplicaciones de glifosato. En EE.UU. el consumo de glifosato
pasó de 6,3 millones de libras en 1995 a 41,8 millones en el año 2000 (1
libra equivale a 0,4536 Kg.), siendo actualmente aplicado sobre el 62 % de
las tierras destinadas a la producción de soja. En la campaña 2004/5 en
Argentina, las aplicaciones con glifosato alcanzaron los 160 millones de litros
de producto comercial.
Se espera un incremento aún mayor en el uso de este herbicida, a medida que las
malezas comiencen a tornarse tolerantes al glifosato.
Los rendimientos de la soja transgénica en la región promedian los 2,3 a 2,6
ton/ha, alrededor de un 6 % menos que algunas variedades convencionales,
rendimiento sustancialmente mas bajo en condiciones de sequía. Debido a los
efectos pleiotrópicos (ej., quebraduras de tallos bajo stress hídrico), las
sojas transgénicas sufren pérdidas de un 25 % superior con respecto a sus pares
convencionales. En Río Grande do Sul, durante la sequía del 2004/5 se perdió el
72 % de la producción de soja transgénica, estimándose una caída del 95 % en las
exportaciones, con consecuencias económicas severas. Aproximadamente un tercio
de los agricultores quedaron endeudados y no pueden hacer frente a sus
obligaciones con el gobierno y las empresas.
Otras consideraciones ecológicas
Con la creación de cultivos transgénicos tolerantes a sus propios herbicidas,
las compañías biotecnológicas pueden expandir sus mercados para sus propios
agroquímicos patentados. En 1995, los analistas daban un valor de mercado para
los cultivos tolerantes a herbicidas de 75 millones de dólares que ascendieron a
805 millones en el año 2000 (un 610 % de aumento).
Globalmente, en 2002 las sojas resistentes al glifosato ocupaban 36.500.000
hectáreas, convirtiéndose en el cultivo transgénico número uno en términos de
área sembrada (James 2004). El glifosato es más barato que los otros herbicidas,
y a pesar de la reducción general en la utilización de estos, los resultados
obtenidos indican que las compañías venden más herbicidas (especialmente
glifosato) que antes. La utilización recurrente de herbicidas (glifosato,
llamado Roundup Ready, como marca comercial de Monsanto) sobre los
cultivos tolerantes al mismo, pueden acarrear serios problemas ecológicos.
Se encuentra bien documentado el hecho que un único herbicida aplicado
repetidamente sobre un mismo cultivo, puede incrementar fuertemente las
posibilidades de aparición de malezas resistentes. Se han reportado alrededor de
216 casos de resistencia en varias malezas a una o más familias químicas de
herbicidas (Rissler y Mellon 1996).
A medida que aumenta la presión de la agroindustria para incrementar las ventas
de herbicidas y se incrementa el área tratada con herbicidas de amplio espectro,
los problemas de resistencia se exacerban. Mientras el área tratada con
glifosato se expande, el incremento en la utilización de este herbicida puede
resultar, aún lentamente, en la aparición de malezas resistentes. La situación
ya ha sido documentada en poblaciones australianas de rye grass anual (Lolium
multiflorum), Agropiro (Agropyrumrepens), lotus de hoja ancha o
trébol pata de pájaro (Lotus corniculatus), Cirsium arvense y
Eleusine indica (Altieri 2004). En Las Pampas de Argentina, ocho
especies de malezas, entre ellas 2 especies de Verbena y una de
Ipomoea, ya presentan tolerancia al glifosato (Pengue 2005).
La resistencia a los herbicidas se convierte en un problema complejo, cuando el
número de modos de acción herbicida a las cuales son expuestas las malezas se
reducen más y más, una tendencia que las sojas transgénicas refuerzan en el
marco de las presiones del mercado. De hecho, algunas especies de malezas pueden
tolerar o "evitar" a ciertos herbicidas, como sucedió por ejemplo en Iowa donde
las poblaciones de Amaranthus rudis presentaron atraso en su germinación
y "escaparon" a las aplicaciones planificadas del glifosato. También el mismo
cultivo transgénico puede asumir el rol de maleza en el cultivo posterior. Por
ejemplo, en Canadá, con las poblaciones espontáneas de canola resistentes a tres
herbicidas (glifosato, imidazolinonas y glufosinato) se ha detectado un proceso
de resistencia "múltiple", donde ahora los agricultores han tenido que recurrir
nuevamente al 2,4 D para controlarla. En el nordeste de Argentina, las malezas
no pueden ser ya controladas adecuadamente, por lo que los agricultores recurren
nuevamente a otros herbicidas, que habían dejado de lado por su mayor toxicidad,
costo y manejo.
Las compañías biotecnológicas argumentan que cuando los herbicidas son aplicados
correctamente no producen efectos negativos ni sobre el hombre ni sobre el
ambiente. Los cultivos transgénicos a gran escala, favorecen aplicaciones aéreas
de herbicidas y muchos de sus residuos acumulados afectan a microorganismos como
los hongos micorríticos o la fauna del suelo. Pero las compañías sostienen que
el glifosato se degrada rápidamente en el suelo y no se acumula en los
alimentos, agua o el propio suelo.
El glifosato ha sido reportado como tóxico para algunos organismos del suelo –
sea controladores benéficos como arañas, ácaros, carábidos y coccinélidos o
detritívoros como las lombrices y algunas especies de la microfauna. Existen
reportes que el glifosato también afecta a algunos seres acuáticos como los
peces y que incluso actúa como disruptor endocrinológico en anfibios.
El glifosato es un herbicida sistémico (se desplaza por el floema) y es
conducido a todas las partes de la planta, incluidas aquellas que son
cosechables. Esto es preocupante ya que se desconoce exactamente cuánto
glifosato se presenta en los granos de maíz o soja transgénico, ya que los tests
convencionales no lo incluyen en sus análisis de residuos de agroquímicos. El
hecho es, que es sabido que este y otros herbicidas se acumulan en frutos y
otros órganos dado que sufren escasa metabolización en la planta, lo que genera
la pertinente pregunta acerca de la inocuidad de alimentos tratados,
especialmente ahora que más de 37 millones de libras del herbicida son
utilizadas solamente en los EE.UU. (Risller y Mellon 1996). Aún en el caso de
ausencia de efectos inmediatos, puede tomar hasta cuarenta años a un carcinógeno
potencial actuar en una suficiente cantidad de personas para ser detectado como
un causal..
Por otro lado, las investigaciones han demostrado que el glifosato parece
actuar, de manera similar a los antibióticos en la alteración de la biología del
suelo por un camino desconocido y produciendo efectos como:
Reducción de la habilidad de las sojas o el trébol para la fijación de
nitrógeno.
Tornando a plantas de poroto (frijol) a un estado más vulnerable a las
enfermedades.
Reduciendo el desarrollo de hongos micorríticos, que son una puerta de acceso a
la extracción de fósforo del suelo.
En evaluaciones de los efectos de cultivos resistentes a herbicidas
recientemente realizados en el Reino Unido, los investigadores demostraron que
la reducción de biomasa en malezas, floración y semillas, dentro y alrededor de
campos de remolacha y canola resistentes a herbicidas implico cambios en la
disponibilidad de recursos alimenticios para insectos, con efectos secundarios
que resultaron en la reducción sustancial de varias especies de chinches,
lepidópteros y coleópteros. Los datos dan cuenta también de una reducción de los
coleópteros predatores que se alimentan de semillas de malezas en campos
transgénicos. La abundancia de invertebrados que son fuente alimenticia de
mamíferos, aves u otros invertebrados se demostró más baja en campos de
remolacha o canola transgénica.
La ausencia de malezas en floración en campos transgénicos puede traer serias
consecuencias sobre los insectos benéficos (predatores de plagas y parasitoides)
los que requieren polen y néctar para sobrevivir en el agroecosistema. La
reducción de los enemigos naturales conduce inevitablemente a agravar los
problemas de plagas insectiles.
Conclusiones
La expansión de la soja en América Latina representa una reciente y poderosa
amenaza sobre la biodiversidad del Brasil, Argentina, Paraguay, Bolivia y
Uruguay.
La soja transgénica es ambientalmente mucho más perjudicial que otros cultivos
porque además de los efectos directos derivados de los métodos de producción,
principalmente del copioso uso de herbicidas y la contaminación genética,
requieren proyectos de infraestructura y transporte masivo (hidrovías,
autopistas, ferrovías y puertos) que impactan sobre los ecosistemas y facilitan
la apertura de enormes extensiones de territorios a prácticas económicas
degradantes y actividades extractivistas.
La producción de sojas resistentes a los herbicidas conlleva también a problemas
ambientales como la deforestación, la degradación de suelos, polución con severa
concentración de tierras e ingresos, expulsión de la población rural a la
frontera amazónica por ejemplo o áreas urbanas, fomentando la concentración de
los pobres en las ciudades.
La expansión sojera distrae también fondos públicos que podrían haber sido
destinados a la educación, la salud o la investigación de métodos agroecológicos
alternativos de producción.
Entre los múltiples impactos de la expansión sojera, se destaca la reducción de
la seguridad alimentaria de los países objetivo, al destinarse la tierra que
previamente se utilizaba para la producción lechera, granos o fruticultura y que
ahora se dedica a la soja de exportación.
Mientras estos países continúen impulsando modelos neoliberales de desarrollo y
respondan a las señales de los mercados externos (especialmente China) y a la
economía globalizada, la rápida proliferación de la soja seguirá creciendo y por
supuesto, lo harán también sus impactos ecológicos y sociales asociados.
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*Miguel A. Altieri: University of California, Berkeley, Walter A.
Pengue: Universidad de Buenos Aires, Argentina