El despilfarro de la energía y materias primas, anuncian el
final de la revolución insdustrial y agrícola
El ocaso de la revolución
industrial y agrícola
Miguel Ángel Llana Rebelión
El conocimiento de la ciencia y de la tecnología junto con la utilización de
enormes cantidades de materias primas y de energía, abrieron una nueva era
social y económica para unos pocos países. Los recursos de las colonias, el
crecimiento de las ciudades -de sus suburbios- y una abundante y barata mano de
obra fueron el complemento necesario. Los aspectos sociales de la explotación
laboral, que sobrepasó lo imaginable, es más conocido, en cambio, las materias
primas y los productos energéticos, no se han relacionado suficientemente con el
proceso.
La máquina de vapor, el motor de explosión y el motor eléctrico, aportan la
fuerza -la energía - para realizar las transformaciones y trabajos necesarios;
transporte de las materias primas, de las mercancías producidas y de los propios
trabajadores. La cuestión es que todo ello se basa principalmente -y cada vez
más- en la importación de esas materias primas y de la energía necesaria. Los
llamados países industriales ya hace tiempo que agotaron sus recursos y llevan
años dependiendo de proveedores, que son precisamente los países del tercer
mundo, los llamados subdesarrollados, que lo son -y han de seguir siéndolo- para
mantener "nuestro" desarrollo.
La energía es el componente más sensible sobre el que está montado el sistema
productivo, incluido el agrícola. No se concibe nada sin que su participación
sea absolutamente imprescindible, e incluso la energía fósil, es también
utilizada como materia prima para la obtención de gran cantidad de productos
derivados del petróleo y gas. La revolución agrícola que se origina con la
mecanización de los cultivos; siembra, cosecha y almacenamiento, utiliza
petróleo y gas para la obtención de abonos y pesticidas, sin los que la
agricultura no podría subsistir. Esta "revolución", dependiente del petróleo y
gas, está abocada a un inminente declive vinculado a la escasez y al agotamiento
de los yacimientos, que han sido el ahorro generado, durante millones de años,
por la fotosíntesis. Ni el biodiesel ni la biomasa podrán ser sustitutos
energéticos pues, la fotosíntesis que los origina es limitada, y habrá de
utilizarse, prioritariamente, como sustitutos de los actuales fertilizantes y de
la actual mecanización agrícola.
El incremento del consumo energético -ineficiencia energética- es mayor que el
crecimiento económico y peor aún en lo agrícola, pues los cultivos intensivos
reducen los acuíferos, agotan los nutrientes, aumentan las plagas, lo que se
traduce en un mayor consumo de fertilizantes y pesticidas, para un rendimiento
por hectárea decreciente. En la agricultura intensiva, para obtener una caloría
es necesario consumir algo más, y en algunos vegetales, transportados miles de
kilómetros, bastante más. Si hablamos de proteína animal, por cada caloría
obtenida, necesitamos de cinco a diez calorías; según qué animales, crecimiento
y engorde. Dicho de otro modo, hemos de gastar de cinco a diez unidades de
petróleo o gas, para obtener sólo una.
El objetivo razonable e inmediato debería ser la reducción drástica del consumo
energético. Las fuentes alternativas sólo pueden sustituir una pequeña parte del
actual consumo. Los transportes de cientos o de miles de kilómetros de cualquier
mercancía, es un disparate energético, y lo mismo que los restantes usos masivos
de energía, que habría que limitar y optimizar. La gran revolución que se
avecina será la de comenzar a escatimar su uso y a darle el valor que tiene y
es, un bien muy escaso. Se habla del inicio de la crisis energética para esta
misma década, o como mucho, en unos pocos años más. Así se acabarán, al menos,
las políticas de huida hacia delante y de crecimiento cuantitativo insostenible.
Puede que así no vivamos mejor, pero seguro que más tranquilos sí. Será el final
de sangre por petróleo y del choque de civilizaciones o del choque Norte-Sur.