Nuestro Planeta
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De Lisboa a Kyoto
Miguel Marín Bosch
El martes 1° de noviembre se cumplieron 250 años de uno de los
acontecimientos más importantes de la Europa del siglo XVIII: el terremoto de
Lisboa. De cerca de 9 grados en la escala de Richter y seguido de un tsunami,
ese desastre natural destruyó la capital portuguesa y sacudió moralmente al
resto de Europa.
Lisboa no era una ciudad cualquiera. Era un puerto cosmopolita y rico, una
capital que se codeaba con Londres, París y Nápoles. El terremoto de Lisboa tuvo
un fuerte impacto en la sique europea. La gente se planteaba cuestiones
existenciales. ¿Por qué fue destruida? Hubo explicaciones apocalípticas. Algunos
religiosos se preguntaron por qué se salvaron del temblor más burdeles que
iglesias. En Inglaterra hubo eclesiásticos que hablaron de una retribución por
la eliminación de tantos indígenas en América. Los pensadores de la Ilustración
tuvieron una visión más laica y razonada de lo ocurrido ese día de Todos los
Santos, pero muchos también hicieron planteamientos de contenido moral. Hubo un
sinnúmero de escritores, filósofos, poetas europeos, incluyendo a Voltaire,
Rousseau, Kant y Goethe, que reflexionaron sobre el significado del terremoto.
El terremoto ocurrió a las 9:30 de la mañana. Su epicentro se localizó a unos
200 kilómetros al sur de la ciudad. Parece increíble, pero tembló durante nueve
minutos. Se hundió el muelle, matando a unas 600 personas; muchas otras
perecieron atrapadas en los escombros de los edificios que se vinieron abajo.
Pero lo peor aún estaba por llegar y llegó en la forma de un tsunami
generado por el terremoto. La ola fue creciendo en la medida que se acercaba a
las aguas menos profundas de la boca del río Tajo y al llegar a Lisboa había
alcanzado los cinco metros. Superó el malecón y se internó unos 250 metros en la
ciudad, ahogando a casi mil personas. Luego empezarían los incendios que
destruyeron buena parte de la capital, cobrando otras 10 mil víctimas. La
pérdida de vidas se estima entre 10 y 60 mil (en una ciudad de 160 a 200 mil
habitantes).
Eso fue lo visible. Empero, según el científico Russell Wynn, del centro
oceanográfico de la Universidad de Southampton, hubo una enorme avalancha
submarina que transformó la costa portuguesa y cuya corriente acabó con todo
rastro de vida en los fondos marinos por varios centenares de kilómetros. Ahora
se empieza a tener una idea más precisa de la catástrofe de 1755. Nuestro
conocimiento de la destrucción de Lisboa estuvo basado en fuentes históricas,
incluyendo cartas de científicos, poemas y sermones religiosos. Gracias al
trabajo del doctor Wynn tenemos una idea más clara de los daños visibles y no
tan visibles, como los derrumbes gigantescos de tierra, avalanchas submarinas y
enormes oleadas.
Hace unos días el huracán Wilma dejó una estela de devastación a su paso
por la península de Yucatán. Vivimos una época un tanto extraña en materia de
fenómenos naturales. Uno tiene la impresión de que dichos desastres ocurren hoy
con mayor frecuencia que hace unas décadas. Piensen en el terremoto y los
tsunamis de diciembre del año pasado en el sudeste asiático o en el terrible
sismo de hace apenas unos días en Pakistán y la India. La semana pasada en
México y Centroamérica tuvimos el trancazo del huracán Stan, mientras en
Estados Unidos tardarán años en recuperarse de Katrina y Rita. La
primera causó daños que se calculan por encima de 150 mil millones de dólares.
Si bien hace 250 años se trató de explicar el cataclismo de Lisboa en términos
morales y religiosos, hoy hay quienes describen los desastres naturales en
función del calentamiento de nuestro planeta. Se nos dice, por ejemplo, que la
ferocidad de los huracanas recientes podría deberse al hecho de que la
temperatura del mar Caribe y el golfo de México ha aumentado en las últimas
décadas.
Hace un mes se dieron a conocer los resultados de un estudio, hecho por
científicos estadunidenses, sobre la capa de hielo del Artico. Esa capa suele
derretirse un poco durante los meses de verano para luego volver a crecer en el
invierno. Su tamaño ha sido estudiado desde 1978 a través de imágenes tomadas
desde satélites. Este año descubrieron que esa capa de hielo se había encogido
en 20 por ciento, área equivalente a dos veces el tamaño de Texas. Los
científicos atribuyeron el deshielo a una subida de temperatura que, a su vez,
podría ser producto del aumento de los gases de invernadero.
Según muchos expertos, el calentamiento global podría tener consecuencias
desastrosas al causar una subida del nivel del mar y mayor virulencia de
fenómenos naturales como los huracanes. De persistir el ritmo actual de
deshielo, en menos de un siglo el Artico podría carecer de hielo durante el
verano.
El cambio climático ha figurado en la agenda multilateral desde hace varias
décadas. En mayo de 1992 se aprobó la Convención marco de las Naciones Unidas
sobre el tema. En diciembre de 1997 se acordó en Kyoto un protocolo a dicha
convención. Ahí los 35 países más industrializados se comprometieron a reducir
para los años 2008-2012 las emisiones de bióxido de carbono y otros gases de
invernadero a niveles por debajo de 1990. En febrero pasado entró en vigor el
Protocolo de Kyoto. Sin embargo, algunos países, como Estados Unidos y
Australia, han optado por no ratificarlo.
Lisboa se recuperó gracias al empeño visionario del marqués de Pombal. En Asia
meridional el terremoto ha servido para aflojar las tensiones en Cachemira entre
los ejércitos de India y Pakistán, aunque la tragedia humana es de dimensiones
sin precedente en esos países. Pero a las víctimas de los huracanes aún les
queda un largo camino por recorrer. A diferencia de los terremotos, la fuerza de
los huracanes podría depender de lo que haga o deje de hacer el ser humano.
*Director del Instituto Matías Romero y ex subsecretario de Relaciones
Exteriores