Fundamentalismo islámico: ¿Religión o cortina de humo?
Marcelo Colussi Rebelión
"CIA = policía = Al Qaeda" Leyenda aparecida en un muro de un barrio de inmigrantes árabes en Madrid
Ante todo es necesario hacer dos precisiones preliminares: por un lado debe
aclararse que el presente escrito está hecho por un occidental y dirigido,
fundamentalmente, a occidentales. Es importante decirlo porque el fenómeno a
estudiar está lejos de nuestra cotidianeidad, de nuestro ámbito de intereses
inmediato, y por tanto –es obligado reconocerlo– guardamos con él una cierta
distancia, lo cual puede ser "científicamente sano", pero también nos coloca en
la situación de estar ante algo bastante desconocido: hablaremos desde nuestra
cosmovisión sobre otra cosmovisión que no nos ese familiar. Por otro lado, lo
que aquí presentamos pretende ser, básicamente, una lectura política de un
fenómeno que comporta diversas e intrincadas facetas: políticas y también
sociales, psicológicas, históricas, lo que nos alerta, desde el primer momento,
de lo puntual del análisis propuesto: estamos hablando de una cara de un
problema infinitamente complicado. Es decir: hablamos en términos políticos y
como occidentales de un proceso no occidental y más complejo que lo sólo
político.
Hechas estas consideraciones –necesarias tanto en nombre de la corrección
académica como de la equidad en términos éticos– debemos dejar claro que el
objeto de estudio en cuestión es, hoy por hoy, uno de los temas más
popularizados, por tanto más banalizados, y por ello mismo más sujeto a
equívocos. En realidad no hay un gran esfuerzo académico por circunscribirlo
sino, curiosamente, su tratamiento es más bien mediático: es un
tema-idea-problema impuesto por los medios de comunicación de masas, sin dudas
con una agenda política por detrás. Aunque no se sepa bien qué significa, el
término "fundamentalismo" ha pasado a ser de uso común. Y más aún el de "fundamentalismo
islámico". Para adelantarlo de una vez: según el imaginario colectivo que los
medios han ido generando en Occidente, el mismo es sinónimo de atraso, barbarie,
primitivismo, y se une indisolublemente a la noción de terrorismo sanguinario.
Como primera aproximación podríamos decir que, de un modo quizá difuso, está
ligado a fanatismo, ortodoxia, sectarismo. De alguna manera está en la antípoda
de un espíritu tolerante y abierto. En general suele asociárselo –lo cual es
correcto– con el ámbito religioso. En sentido estricto, el término "fundamentalismo"
tiene su origen en una serie de panfletos publicados entre 1910 y 1915 en
Estados Unidos; con el título "Los Fundamentos: un testimonio de la Verdad", los
documentos escritos por pastores protestantes se repartían gratuitamente entre
las iglesias y los seminarios en contra de la pérdida de influencia de los
principios evangélicos en ese país durante las primeras décadas del siglo XX.
Era la declaración cristiana de la verdad literal de la Biblia, y las personas
encargadas de su divulgación se consideraban guardianes de la verdad. De tal
modo, entonces, fundamentalismo implicaría: "retorno a las fuentes, a los
fundamentos".
Existen distintas definiciones y sinónimos para el fundamentalismo religioso.
Para tomar alguna, por ejemplo, podríamos citar la que propone Ernest Gellner:
"la idea fundamental es que una fe determinada debe sostenerse firmemente en su
forma completa y literal, sin concesiones, matizaciones, reinterpretaciones ni
reducciones. Presupone que el núcleo de la religión es la doctrina y no el
ritual, y también que esta doctrina puede establecerse con precisión y de modo
terminante, lo cual, por lo demás, presupone la escritura".
Todas las religiones, en mayor o menor medida, pueden comportar rasgos
fundamentalistas. En Occidente, por ejemplo, el cristianismo ha conocido
momentos de fanatismo e intolerancia increíbles; la Santa Inquisición abrasó en
la hoguera a quinientas mil personas en nombre de la lucha contra el demonio, y
si bien eso no sucede en la actualidad, la ortodoxia llevada a extremos
delirantes persiste. Sólo para muestra: durante la guerra en Bosnia el Papa Juan
Pablo II mandó una carta abierta a las mujeres que habían quedado embarazadas
después de ser violadas, en la que les pedía que no se practicaran un aborto y
que cambiaran la violación en un acto de amor haciendo a ese niño carne de su
carne. Una primera hipótesis que esto nos plantea es que el "salvajismo"
fundamentalista, en todo caso, no es patrimonio islámico como la verdad
mediática nos lo presenta cotidianamente.
El Islam (palabra árabe que significa "entrega a Dios, sumisión a su voluntad")
no es sólo una religión; es, más precisamente, un proyecto sociopolítico de base
religiosa. El Islam se define a sí mismo como una ideología que engloba
religión, sociedad y política y que se basa en un texto sagrado: el Corán. Por
tanto, el Corán no es un libro exclusivamente religioso. El profeta Mahoma,
entre los años 622 y 632, organizó la sociedad musulmana con numerosas reglas
sociales. La tarea de un gobierno musulmán es organizar toda la vida social
según esas normas y expandir el Islam lo máximo posible. Todo debe ser
islamizado: desde lo que se habla por los altavoces de las mezquitas hasta los
periódicos, la televisión, la escuela, las relaciones interpersonales.
Para el presente análisis es imprescindible partir de la base que la actual y
difundida hasta el hartazgo caracterización de la cultura musulmana como
intrínsecamente "atrasada", "bárbara" –visión sesgada y ahistórica por cierto–
borra tiempos de grandeza inconmensurable, hoy ya idos. El Islam desplegó por
siglos un poderoso potencial creativo, filosófico y científico-artístico,
superior en su época al del Occidente cristiano; ahí están su colosal
arquitectura, el álgebra, los avances médicos, su arte, como testigos de un gran
momento de esplendor. Sin embargo la moderna revolución científico-técnica de la
era industrial no surgió en suelo islámico sino que ha irrumpido en éste desde
fuera, la mayoría de las veces bajo el signo del colonialismo. Hoy por hoy –es
la cruda realidad– el mundo árabe no marca la delantera cultural del planeta; su
lugar en el concierto mundial se ve relegado, al menos para la lógica que
imponen los centros internacionales de poder, a ser productores de materia
prima, petróleo fundamentalmente. Riquezas naturales que sólo contribuyen a
mantener dinámicas sociales pre-industriales, con corruptas monarquías feudales
enquistadas en estados muchas veces dictatoriales, que usufructúan la
explotación de esos recursos y a cuya sombra vegetan mayorías empobrecidas,
desesperadas en muchos casos.
En este contexto surge el fundamentalismo islámico, en tanto movimiento
político-religioso que preconiza la vuelta a la estricta observancia de las
leyes coránicas en el ámbito de la sociedad civil. Deriva su nombre de la
aspiración de volver sobre las fuentes, es decir, el Corán, la Sunna (la
tradición del Profeta, los dichos y hechos de Mahoma) y la Ley Revelada. Dentro
de sus planes están el rescate de los valores propios e intrínsecos al Islam, la
restauración del Estado Islámico y la oposición a todo lo que haya entrado en la
sociedad musulmana como innovación. En el seno de este amplio movimiento se
encuentran tendencias diversas, antagónicas incluso: sunnitas, chiitas,
wahabitas, el Yihad islámico, los Hermanos musulmanes de tendencia sunni,
surgidos a finales de los años veinte e implantados fundamentalmente en Egipto
pero también en otros paises del occidente musulmán (Sudán, Yemen, Siria,), el
movimiento Hamas, la red Al Qaeda, la secta nigeriana Maitatzine, etc.
Si bien está extendido en modo difuso por buena parte de Africa y Asia contando
entre sus seguidores a millones de personas, es muy difícil encontrar un hilo
conductor único que reúna a todo este movimiento. No obstante, a pesar de la
amplísima pluralidad, existen varios aspectos inmutables del derecho islámico
que podemos ver transversalmente en todo el amplio arco del fundamentalismo: el
rechazo a admitir el matrimonio de la mujer musulmana con el no musulmán, el
rechazo a la posibilidad de que un musulmán pueda cambiar de religión
reconociendo su derecho a la libertad de conciencia, el rechazo a admitir la
legalidad de los sindicatos para los trabajadores, la pena capital por
apostasía, la aceptación de los castigos corporales, y tres desigualdades
inmodificables: la superioridad del amo sobre el esclavo, del musulmán sobre el
no-musulmán y del varón sobre la mujer, la que es sometida al proceso de
ablación clitoridiana a partir del supuesto que no debe gozar sexualmente (el
placer debe ser sólo varonil).
El fundamentalismo apegado al Islam primigenio no establece distinción entre
política y religión. Por ello en algunos casos, como en Irán, los líderes
islamistas suponen que la dirección política de la sociedad debe recaer en los
ulemas o líderes religiosos. Para el fundamentalismo la restauración del Islam
originario es la única alternativa viable, la respuesta religiosa frente a los
fracasos, las crisis y el secularismo en el que Occidente es el principal
causante de los males.
En esta línea, para los fundamentalistas muchos problemas del mundo árabe actual
son achacables al abandono de la fe islámica. Por tanto, lo esencial es volver a
las fuentes de la fe, depurar todas las escorias y deformaciones provenientes y
resultantes de siglos de decadencia (entienden que la pobreza, el atraso
económico, la dominación extranjera, se deberían al abandono del Islam), y
recuperar así una edad de oro vista hoy como paraíso perdido.
Este fundamentalismo se ha difundido principalmente entre los estratos más
pobres y explotados de las sociedades donde se arraiga, tales como asalariados,
campesinos expropiados y empujados a emigrar a la ciudad, trabajadores y pequeña
burguesía que gira alrededor de la economía de los bazares, y una parte del
clero islámico; pero muy especialmente: en la juventud. Dato importante: el 60 %
de la población musulmana de menores de 20 años está desocupada y con un
porvenir incierto.
Difundido entre los estratos más pobres de la sociedad, entonces, el
fundamentalismo es un movimiento interclasista que, incluso mediante acciones
violentas y de terrorismo, se opone a la "modernidad laica" en vez de oponerse a
la explotación capitalista y al injusto sistema de comercio internacional (hoy
en su versión neoliberal globalizada), verdaderas causas de los actuales
sufrimientos de las masas oprimidas. Como en el Corán está escrito que quienes
mueran en la defensa de su fe tendrán bienaventuranza eterna, los
feligreses-ciudadanos se ven inducidos a los mayores sacrificios para alcanzar
las ambiciones terrenales de sus líderes, hábilmente parapetadas detrás de los
textos sagrados y de los ideales religiosos. Esto explica el terrorismo
autoinmolatorio de los fundamentalistas, tan difícil de entender desde la
cosmovisión occidental. Cuando un joven islámico se lanza cargado de explosivos
contra un objetivo tiene la convicción de que lo hace porque esa es la "voluntad
de Dios" y que después de su muerte irá directamente al paraíso para estar junto
a Alá.
En el contexto de miseria económica, desempleo y pobreza, las masas de los
países musulmanes se encuentran en un callejón sin salida. La arrogancia y
desprecio de los monarcas y dictadores en el mundo islámico y árabe añade más
combustible al odio y la cólera de las masas. Visto entonces el fenómeno en esta
dimensión sociopolítica, la razón principal para entenderlo está dada por el
enorme vacío creado por la falta de propuestas alternativas que se da en estas
sociedades, y por la manipulación de las poblaciones apelando a un fanatismo
fácil de exacerbar. Es ahí donde deben empezar a vislumbrarse las respuestas a
las preguntas: ¿a quién beneficia este fundamentalismo? ¿Es realmente un camino
de liberación para las grandes masas? La religión, entonces, ¿es el opio de
los pueblos?
Como dijera el politólogo pakistaní Lal Khan: "este virulento fundamentalismo
es la culminación reaccionaria de las tendencias que en la época moderna,
caracterizada por la política y la economía mundiales, intentan recuperar el
islamismo. En los años cincuenta, sesenta y setenta en el mundo musulmán
existían corrientes de izquierda bastante importantes. En Siria, Yemen, Somalia,
Etiopía y otos países islámicos, se produjeron golpes de estado de izquierdas, y
el derrocamiento de los regímenes capitalistas-feudales corruptos llevó a la
creación del bonapartismo proletario o estados obreros deformados. En los demás
países también hubo movimientos de masas importantes encabezados por dirigentes
populistas de izquierda. En el clima de la Guerra Fría algunos de estos
dirigentes, como Gamal Abdel Nasser, incluso desafiaron al imperialismo
occidental y llevaron a cabo nacionalizaciones y reformas radicales. A partir de
ese momento, una de las piedras angulares de la política exterior estadounidense
fue organizar, armar y fomentar el fundamentalismo islámico moderno como un arma
reaccionaria contra la insurrección de las masas y las revoluciones sociales."
(...) "Después de la derrota de Suez los imperialistas dieron prioridad a
esta política. Gastaron ingentes sumas de dinero en operaciones especiales
dirigidas por la CIA y el Pentágono. Suministraron ayuda, estrategia y
entrenamiento a estos fanáticos religiosos. La mayor operación encubierta de la
CIA en la que ha estado implicado el fundamentalismo islámico ha sido en
Afganistán."
La principal fuente de finanzas del fundamentalismo islámico procede del tráfico
de drogas ilegales. Este proceso fue iniciado por el imperialismo
estadounidense, pero ahora esta economía negra está interrumpiendo el
funcionamiento del propio capitalismo. Se ha convertido en parte de la política
de la CIA el uso de las drogas y otras formas de crimen para financiar la
mayoría de las operaciones contrarrevolucionarias en las que participa. Esta
política de drogas en Afganistán ha tenido un impacto desastroso en la juventud
de todo el mundo. Hoy el 70 % de la heroína mundial procede de la mafia
afgano-pakistaní. Los modernos laboratorios en la frontera de Afganistán y
Pakistán (donde se transforma el opio en heroína) fueron instalados con la ayuda
de la CIA.
En sociedades donde los Estados son incapaces de proporcionar los servicios
básicos a su población (salud, educación y empleo), el fundamentalismo islámico
ha utilizado estas privaciones para construir sus propias fuerzas. Con grandes
cantidades de dinero la propuesta fundamentalista ha creado escuelas religiosas
(madrassas o escuelas coránicas) para entrenar y desarrollar fanáticos
desde muy temprana edad, que después se convertirán en materia prima de la
locura religiosa.
Según el economista egipcio Samir Amin este resurgimiento del fundamentalismo no
es casual. "Imperialismo y fundamentalismo cultural marchan juntos. El
fundamentalismo de mercado requiere del fundamentalismo religioso. El
fundamentalismo de mercado dice: 'subviertan el Estado y dejen que el mercado en
la escala internacional maneje el sistema'. Esto se hace cuando los estados han
sido desmantelados completamente. Sin estados nacionales, las clases populares
son minadas por la carencia de su identidad de clase. El sistema puede
gobernarse si el Sur está dividido, con naciones y nacionalidades peleando entre
sí. El fundamentalismo étnico y el religioso son instrumentos perfectos para
propiciar y dirigir el sistema político. Estados Unidos, como muestra el caso de
Arabia Saudita y Pakistán, siempre ha apoyado el fundamentalismo islámico".
Definitivamente en el clima de desesperación de grandes masas de musulmanes –y
más aún de su juventud– la salida violenta puede aparecer siempre como una
tentación. En ese complejo caldo de cultivo, entonces, hunden sus raíces los
movimientos integristas, y la muerte no tarde en campear: estamos así en el
campo de la acción armada, en la estrategia terrorista. Pero ante ello se repite
la pregunta: ¿a quién beneficia este fundamentalismo con visos violentos? ¿Es
realmente ése un camino de liberación para las empobrecidas y postergadas masas
musulmanas?
Retomando lo dicho al principio del presente artículo, la idea generada por las
usinas mediáticas del poder en Occidente –con Washington a la cabeza– une
fundamentalismo islámico con terrorismo, insistiendo tanto en esta prédica que,
hoy por hoy, el mensaje ha terminado por instalarse. El nuevo peligro que acecha
al mundo, según esta ingeniería comunicacional, ya no es el comunismo ni el
narcotráfico: es el terrorismo internacional, más aún aquél de cuño
islámico. Ahí aparecerá entonces la diabólica figura del nuevo ícono con ribetes
hollywoodenses: Osama Bin Laden.
En términos que no dejaron duda, quien fuera asesor de Seguridad Nacional
durante la presidencia de Ronald Reagan y coautor de los ultra derechistas
documentos de Santa Fe, el polaco nacionalizado estadounidense Zbigniew
Brzezinski, describió la política de su país en una entrevista con el periódico
francés Le Nouvel Observateur, en 1998, admitiendo que Washington
deliberadamente había fomentado el fundamentalismo islámico para tenderle una
trampa a la Unión Soviética buscando que ésta entrara en guerra. "Ahora
tenemos la oportunidad de darle a la URSS su propia guerra de Vietnam",
aseguró. Cuando se le preguntó si lamentaba haber ayudado a crear un movimiento
que cometía actos de terrorismo por todo el mundo, desestimó la pregunta y
declaró: "¿Qué es lo más importante para la historia mundial, los talibanes o
el colapso del imperio soviético? ¿Varios musulmanes fanáticos o la liberación
de Europa Central y el fin de la Guerra Fría?".
En realidad no estamos ante un "choque de civilizaciones" Islam-Occidente como
cínicamente ha presentado en su análisis de la situación mundial el catedrático
Samuel Huntington, con lo que, en definitiva, se pavimenta el camino para la
supremacía militarista de Washington, autoerigido como campeón en la defensa de
la paz mundial. Si hoy día el "terrorismo islámico" es el nuevo demonio (con Bin
Laden como su estrella principal), eso no es sino un maquiavélico montaje
mediático. La relación entre el imperialismo estadounidense y el terrorismo del
fundamentalismo islámico es simbiótica. La llamada "guerra antiterrorista" no es
más que una cubierta para la violencia militar para lograr los objetivos
estratégicos mundiales de los Estados Unidos; y sólo creará más reclutas para
los movimientos fundamentalistas islámicos. Y nuevos actos de terror contra
objetivos estadounidenses y occidentales serán la excusa para mayor agresión por
parte de los Estados Unidos en todo el mundo. Empezó con los avionazos sobre las
Torres Gemelas en New York y el ataque al Pentágono en Washington, en 1991.
Luego Madrid con los bombazos en la estación de Atocha, después cualquier ciudad
europea... luego cualquier ciudad del mundo. El clima de terror que se va
creando es exactamente un montaje cinematográfico al mejor estilo de Hitchcock.
La paranoia ha invadido Occidente, y una población aterrada es lo más fácilmente
manejable.
En la agenda de la inteligencia militar estadounidense Bin Laden obedece a dos
tipos de construcciones. Una verdadera, asociada con las redes secretas del
terrorismo, y otra fabricada para consumo mediático. En la primera, se indica
que su formación de soldado terrorista proviene de los sótanos de entrenamiento
de la CIA. Y en la segunda, las evidencias lo señalan como un espectro fantasmal
sobre el cual se montan innumerables campañas de prensa internacional. Los
resultados son siempre funcionales a los intereses estratégicos de Washington.
De la misma manera que lo utilizó para sus operaciones encubiertas en Asia y en
Los Balcanes, ahora la CIA se vale de su imagen para fabricar psicosis
terroristas que le sirven a los Estados Unidos para justificar sus nuevas
invasiones militares en el rediseño planetario que está poniendo en marcha con
los halcones de la Casa Blanca. La simple emisión de un documental donde aparece
su figura dos días antes de las últimas elecciones en Estados Unidos, sin dudas
terminó de inclinar la balanza en los aterrados ciudadanos estadounidenses a
favor de una propuesta de "mano dura antiterrorista"; y el plan de los
republicanos y el complejo militar-industrial-petrolero pudo seguir adelante sin
contratiempos.
Una vez más entonces: ¿a quién beneficia este "fundamentalismo terrorista
sanguinario"? ¿Es realmente un camino de liberación para las grandes masas?
¿Apuntan a producir algún cambio real en la estructura del poder los bombazos y
avionazos habidos y por venir? (porque todo hace prever que vendrán más).
La actual super estrella de la función (del nuevo demonio llamado terrorismo
islámico) es la red Al Qaeda y su líder, el –según se dice– ex agente del
servicio secreto de los Estados Unidos Osama Bin Laden. Investigaciones
realizadas por el FBI y el organismo antilavado Financial Crimes Enforcement
Network, determinaron las conexiones del clan Bush con Salem Bin Laden (el padre
de Bin Laden) y el Bank of Credit & Commerce (BBCI). La investigación reveló que
los sauditas estaban utilizando al BCCI para realizar lavado de dinero, tráfico
de armas y canalización de los fondos para las operaciones encubiertas de la CIA
en Asia y Centroamérica, además de manejar los sobornos a gobiernos y de
administrar los fondos de varios grupos terroristas islámicos. El jefe de Al
Qaeda es un ejemplo arquetípico de ese proceso de laboratorio de las nuevas
puestas en escena mediáticas. Hijo de millonarios, educado en el selecto colegio
Le Rosey, en Suiza, su juventud fue la de un play-boy del jet set, en medio de
lujos y escándalos en las capitales occidentales y en Arabia Saudita, pasando a
ser posteriormente el referente de Washington en la nueva estrategia de
manipulación de los fundamentalismos, jugando luego un papel clave en la
avanzada anticomunista en Afganistán. Evidentemente el engendro dio resultado:
la Unión Soviética encontró su Vietnam. Y hoy día el papel que sigue jugando es
absolutamente funcional a la nueva estrategia del completo militar-industrial y
las petroleras estadounidenses: un monstruo feroz y ávido de sangre amenaza
Occidente (¿será posible que con miles de soldados buscándolo por todos lados no
aparezca?), la civilización humana, la especie toda. Ahí está Bin Laden poniendo
bombas por todos lados, ahí están esos fanáticos fundamentalistas musulmanes
constituyéndose en enemigos de la humanidad, y ahí están las fuerzas armadas del
gran país teniendo la justificación universal para su proyecto de defensa
planetaria. El miedo está instalado; ahora hay que perpetuarlo.
"Debemos ser honestos con nosotros mismos y con el pueblo norteamericano acerca
del mundo en que vivimos", dijo George Tenet, ex director de la CIA. "Un éxito
completo contra esa amenaza es imposible. Algunos atacantes alcanzarán sus
fines, a pesar de nuestros decididos esfuerzos y las defensas que
establezcamos". Vivimos en alerta, asustados. El único camino, entonces, es
terminar con esta fiera feroz que acecha de continuo. ¡Gracias Estados Unidos
por defendernos!
Valga agregar que con la estructura económico-social que presenta nuestra aldea
global –no muy justa, por cierto– actualmente se dan a nivel planetario 6.000
muertes diarias por diarrea, 11.000 muertes diarias por hambre, 3.800 personas
mueren a diario por la infección de VIH/SIDA, mientras que cada día 150 fallecen
por consumo de drogas y otros 720 seres humanos mueren por accidentes
automovilísticos, en tanto que el siempre mal definido "terrorismo" produce, en
promedio, 11 muertos diarios. Aún a riesgo de ser reiterativos: ¿quién se
beneficia de este despertar fundamentalista musulmán? ¿Algún musulmán quizá?
¿Algún ciudadano de a pie de alguna parte del mundo?
Todo indicaría, así las cosas, que esta "religiosidad" en juego en el mundo
musulmán, lo que menos tiene es, justamente, religión.