Medio Oriente - Asia - Africa
|
Después de Arafat, ¿Arafat II?
Immanuel Wallerstein
Mahmoud Abbas fue elegido presidente de la Autoridad Palestina para suceder a
Yasser Arafat. ¿Hará esto alguna diferencia? ¿Está más cercana la creación de un
Estado palestino? ¿Hay más posibilidades de un acuerdo Israel-Palestina? Muchos
esperan eso, pero hay pocas probabilidades.
Desde 2001, cuando hubo nuevos gobiernos en Israel y Estados Unidos, tanto Ariel
Sharon como George W. Bush se negaron a entablar contacto alguno con Yasser
Arafat. Argumentaron que representaba un obstáculo insuperable para la paz. En
efecto, Sharon lo confinó a un virtual arresto domiciliario e intentó evitar que
cualquiera de los representantes de otros gobiernos lo visitara (y en gran
medida lo logró). Sin embargo, cuando Abbas fue elegido sucesor de Arafat,
recibió llamadas telefónicas de Bush y Sharon, felicitándolo. Se levantó
entonces la prohibición total de hacer contacto con el líder de la Autoridad
Palestina. Ahora, ¿qué? El conflicto Israel/Palestina es uno de esos prolongados
conflictos donde cada bando representa un grupo con intereses profundamente
opuestos, a tal punto que no hay forma de que ambos puedan lograr sus máximos
objetivos. Esto significa que, a menos de eliminar totalmente al otro bando, la
única solución es un arreglo político en extremo doloroso. Es por eso que estos
conflictos duran tanto.
Hace 20 años, estuve en una reunión en la que se comparaban los conflictos de
Israel/Palestina y de Sudáfrica. Dije ser medianamente optimista acerca del
primero, pero que en Sudáfrica no había posibilidad alguna de arribar a un
arreglo político. Obviamente mi visión era incorrecta. Ocurrió exactamente lo
opuesto. Entre principios de 1990 y finales de 1994 se consiguió, de hecho, un
arreglo en Sudáfrica. Durante este mismo periodo, el conflicto Israel/Palestina
resultó ser mucho más empecinado.
En situaciones así, siempre es útil revisar cuáles son los máximos miedos de
cada parte. En el bando israelí, el miedo es que el Estado de Israel sea abolido
en su carácter de Estado judío. En el bando palestino, el miedo es que un Estado
Palestino viable nunca llegue a crearse. Así, la cuestión es: ¿puede haber una
solución que implique dos Estados, donde ambos sean viables y estén dispuestos a
vivir en verdadera paz con el otro? En los intentos de los últimos 20 años por
arribar a una solución, hay tres aspectos que producen la mayor dificultad: las
fronteras entre ambos Estados, Jerusalén y el derecho de retorno de los
refugiados palestinos.
El rostro continuo de la violencia no ha sido el obstáculo para una solución; es
la consecuencia de la falta de soluciones. Los israelíes han insistido en que
debe terminarse totalmente con la intifada antes de negociar, y que la
Autoridad Palestina suprima directamente a quienes la continúen. Los palestinos
insisten en que el Estado israelí cese su ocupación de las áreas que en teoría
están ya bajo la jurisdicción de la Autoridad Palestina, cese la expansión de
los asentamientos y libere a los prisioneros. Ningún bando ha cedido en sus
demandas, que en efecto están encaminadas a dar pasos hacia negociaciones
reales.
No es nada realista que en los conflictos prolongados ambos bandos exijan que el
otro se desarme significativamente. Nunca harán esto antes de llegar a una
conciliación. Pero un arreglo requiere que los líderes de cada bando sean lo
suficientemente fuertes como para atraer a la vasta mayoría de sus simpatizantes
en el momento de hacer compromisos dolorosos. Esto fue lo que hizo posible el
arreglo en Sudáfrica. Mandela y el Congreso Nacional Africano pudieron asegurar
que la gente que representaban aceptara los acuerdos a los que arribaron. Y De
Klerk y el Partido Nacional realmente aseguraron que la población blanca y las
fuerzas armadas aceptaran tales medidas. Quienes se opusieron fueron marginales.
Esto es exactamente lo que falta en el conflicto Israel/Palestina. Aun si
Mahmoud Abbas y Ariel Sharon llegaran a discutir con total buena fe, es bastante
dudoso que alguno de ellos pudiera garantizar que sus poblaciones aceptaran
algún arreglo por compromiso. La prensa ensalza a Abbas diciendo que es alguien
cuyo estilo y perspectiva es diferente de la de Arafat. Estilo, sí; perspectiva
probablemente no. Si Abbas, que no era alguien particularmente popular en las
encuestas palestinas hace seis meses, ganó con tal facilidad, es porque Fatah -la
organización más grande de la lucha palestina- quiso presentar un frente
unificado y minimizar cualquier excusa para que Sharon (y Bush) no negociaran.
Hamas entró en la jugada, absteniéndose de la elección, por las mismas razones.
Pero Abbas tiene corta la traílla. Debe producir resultados serios, y con
prontitud. Para los palestinos, eso significa que debe lograr la creación de un
Estado en la Franja de Cisjordiana, en Gaza y en Jerusalén oriental (o casi en
todas esas zonas). Debe ser un Estado con plena soberanía. Y debe obtener alguna
concesión sobre el derecho de retorno de los refugiados, aunque sea mínima. Por
supuesto, esto es exactamente lo que Arafat intentaba. No pudo lograrlo, pero
continuó teniendo el crédito de ser el líder histórico del movimiento palestino,
de ser alguien que siempre lo intentó. Abbas, pese a ser militante de Fatah
desde el principio, y ser desde hace mucho un líder importante, no es Arafat y
no puede depender de su gloria.
Sharon construyó su carrera oponiéndose a entregar a los palestinos la mayor
parte de la Franja de Cisjordania y Jerusalén oriental, y nunca jugó con la idea
de reubicar a los refugiados, ni siquiera simbólicamente. Es evidente que su
traílla es todavía más corta que la de Abbas. Aunque desde el punto de vista
palestino, su plan de una retirada unilateral de Gaza sea, a lo sumo, una
concesión menor, en Israel este plan enfrenta una fiera resistencia. Y no parece
factible que pueda conseguirlo. La idea de que pueda llegar acceder a unas
fronteras de un Estado Palestino que incluyan toda la Franja de Cisjordania y el
Jerusalén oriental, desafía la lógica política del momento.
Así que, ¿dónde estamos? Tal vez ocurran algunas vagas negociaciones que no
llegarán a ningún lado. Sharon continuará insistiendo en que Abbas arreste a
todos aquellos que se involucren en actos de violencia. Abbas se negará a
hacerlo, y limitará sus esfuerzos a intentar persuadir a Al Aqsa, Hamas y a
otros a que se comprometan a un tregua indefinida. Cuando esto no se logre, y no
es probable lograrlo, Sharon comenzará a acusar a Abbas de ser Arafat II. O si
Abbas no hace lo que quiere Sharon, en vez de conseguir un Estado para los
palestinos, cuyas fronteras sean aceptables, perderá la legitimidad perentoria
con que cuenta y se quedará aislado de su pueblo.
Una intervención externa es una quimera. La única potencia que puede intervenir
es Estados Unidos, y el gobierno de Bush no quiere un rompimiento de tal
magnitud con Sharon. Y esto se debe a muchas razones, entre las cuales -y no es
la menor- está la fuerza al sionismo cristiano entre los simpatizantes de la
derecha cristiana del gobierno de Bush.
Por supuesto, los milagros ocurren de vez en vez. Y se supone que la Tierra
Santa es el locus de los milagros. Pero un análisis político secular de
la situación no da pie a grandes esperanzas por el momento. Después de Arafat,
casi es seguro que llegue Arafat II.
Traducción: Ramón Vera Herrera
© Immanuel Wallerstein