Medio Oriente - Asia - Africa
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Los problemas de Siria tras el informe Mehlis
«Annus horribilis» para el líder Sirio
Ricard Boscar
Gara
2005 está siendo, utilizando el término regio, el «annus horribilis» de Bashar
Al Assad. Sometido a fuertes presiones desde el exterior, a causa de las
presuntas actividades sirias en Líbano e Irak, así como desde el interior, con
unas demandas latentes de apertura y cambio político, el régimen de Damasco
intenta maniobrar en un entorno cada vez más hostil. A medida que pasa el
tiempo, el cerco se va estrechando en torno a Siria, sus aliados son cada vez
más escasos y a la sazón también forman parte de la «lista negra» de EEUU.
El 21 de octubre, se presentaron los resultados de la comisión internacional que
investiga el asesinato de Rafiq al Hariri y que dirige el fiscal alemán Detlev
Mehlis. Como era de esperar, el informe extiende sus acusaciones sobre numerosos
altos cargos sirios y libaneses, alcanzando a la propia familia de al Assad. El
bloque mayoritario en el Parlamento libanés, liderado por el hijo del mártir,
Saad Edine al Hariri, bajo el lema «La verdad», y respaldado por la
Administración Bush, no ha tardado en declarar que Siria debe rendir cuentas, y
de solicitar que las acusaciones se sustancien en un tribunal internacional.
EEUU, Francia y Gran Bretaña ya están preparando acciones en el Consejo de
Seguridad de la ONU.
Pocos días antes de la presentación del informe, la agencia oficial de noticias
de Siria, Sana, informaba del suicidio del ministro de Interior y ex jefe de la
inteligencia militar siria en Líbano, Ghazi Kanaan, en su despacho del barrio de
Marje, en Damasco. Tanto él como su sucesor, Rustom Ghazali, estaban siendo
interrogados por Mehlis, sus bienes congelados por el departamento del tesoro de
EEUU, y sus cuentas bancarias abiertas a los investigadores internacionales. La
prontitud y discreción con la que Damasco ha pasado página no acrecienta la
teoría del complot, tan extendida en Oriente Medio, que ve a Kanaan como cabeza
de turco del régimen.
Pero el informe Mehlis va más allá, determinando que el asesinato de Hariri
precisó de una larga planificación y un amplio despliegue operativo, e
implicando, entre otros, al propio cuñado de Al Assad, Asef Sawkat, director de
los servicios secretos, y al ministro de Exteriores Farouq Sharaa, a quien acusa
de obstaculizar la investigación. El presidente libanés, Emile Lahoud, tampoco
ha quedado libre de sospecha. Uno de los presuntos autores del atentado, Ahmad
Abdel-Al, miembro del grupo sufí Ahbash, aliado de Siria, presuntamente llamó a
su teléfono privado pocos minutos antes de la explosión. En cuanto a la
operativa, el informe apunta también a la participación de miembros del Frente
Popular de Liberación de Palestina (FPLP), con amplia presencia en los campos de
refugiados libaneses.
La reacción oficial siria, en boca de su ministro de Información, Mehdi
Dakhlallah, ha sido de total rechazo a las conclusiones del informe. Por su
parte, el rais sirio Bashar al Assad ha declarado repetidamente que su país no
está directamente implicado en la muerte de Hariri. En una reciente entrevista
concedida a la CNN, al Assad insistió en la inocencia de su Gobierno y señaló
que, en caso de que hubiera ciudadanos sirios implicados, «serían considerados
traidores y deberían ser llevados a la justicia, siria o internacional». No
obstante, dado el alcance de las acusaciones del informe Mehlis, parece difícil
que el Gobierno se avenga a sacrificar a todos los acusados sin presentar
batalla legal y mediática, ante un hipotético tribunal internacional. En todo
caso, es probable que acabe teniendo que hacer algunas concesiones como pago por
sus desmanes en el Líbano.
En apoyo al régimen sirio, Hezbollah, los grupos palestinos y ciertas facciones
libanesas han achacado un claro sesgo político al informe, advirtiendo de que no
permitirían que sea utilizado en detrimento de su aliado de Damasco, y
considerando que el asunto debe dirimirse internamente, sin intervención
extranjera, en clara alusión a EEUU.
Apoyo a la guerrilla iraquí
Pero al Assad tiene abiertos otros frentes. Siria, que comparte una frontera
de casi 1.000 kilómetros con Irak, en su mayor parte desértica y apenas
controlada, está siendo acusada repetidamente por EEUU de permitir que
yihadistas sirios e internacionales la crucen para unirse a la resistencia a la
ocupación de Irak. Las refriegas entre los marines y los insurgentes alcanzan en
los últimos tiempos peligrosamente la frontera entre ambos países, en una clara
advertencia por parte de Washington.
Desde que EEUU lanzó su guerra «contra el terror», Siria se esfuerza por limpiar
su imagen de «estado malvado», aunque con poco éxito. Las relaciones entre ambos
países están enturbiadas desde que Washington considerara a Siria una «amenaza
para la seguridad de la región», y ya en 2004, el Congreso estadounidense
aprobaba sendas leyes que establecían sanciones económicas para el país. Las
vagas acusaciones de apoyar el «terrorismo internacional» aluden al respaldo de
Damasco a grupos considerados «terroristas» por EEUU, como Hezbollah o diversas
milicias palestinas, y castigan sus agrias relaciones con Israel.
No obstante, las acusaciones vertidas relacionando al régimen sirio con los
movimientos islamistas recuerdan a las que recibía Arafat, o se hicieron contra
Saddam Hussein. Aunque las actividades del ubicuo y temible Mujabarat sirio son
oscuras y probablemente tenga contactos con varios grupos armados, Al Assad es
un claro enemigo de la extensión del islamismo, puesto que éste constituye una
amenaza para su propio Gobierno.
De hecho, Siria ha cooperado abiertamente con EEUU en esta materia, ofreciendo
información y recursos desde el 11 de septiembre. Ya en la primera Guerra del
Golfo, se alineó con Bush padre en contra del enemigo, aunque camarada
ideológico, Saddam Hussein. En los últimos meses, al Assad ha hecho intentos de
congraciarse con Washington en un plano diplomático a través de la mediación de
terceros países, y ha redoblado la vigilancia en la frontera iraquí, aunque
resulta difícil contener la solidaridad que despierta el país vecino en gran
parte de la población siria.
Demandas de apertura
El régimen baasista de Bashar al Assad, inspirado en el socialismo y el
nacionalismo árabe, dirige con mano de hierro el país, y argumenta en su favor
la envidiable estabilidad que ha conseguido en la convulsa región de Oriente
Medio. La sociedad goza de una gran libertad religiosa, aunque ciertamente la
población está fuertemente controlada por la Policía política.
Al Assad y su Gobierno pertenecen a una de las minorías de la zona, los alawitas,
escisión del chiísmo, y cuya supervivencia depende en gran medida de la libertad
religiosa en un país de mayoría sunnita, aunque con importantes comunidades
cristianas. Los intentos de tomar el poder por parte de grupos islamistas han
sido aplastados sin miramientos. En 1982, la Hermandad Musulmana (grupo islámico
originario de Egipto y hoy ilegalizado en Siria) mantuvo un tour de force con el
gobierno que acabó en la batalla de Hama, donde artillería y blindados del
Ejército arrasaban la ciudad acabando con la vida de, al menos, 10.000 personas.
Desde entonces no ha habido otra revuelta.
Recientemente los grupos opositores internos (todos ellos de izquierdas y de
corte laico, puesto que los partidos basados en etnia o religión están
prohibidos), consensuaron la Declaración de Damasco, que solicitaba una mayor
apertura política, así como la derogación del estado de emergencia, en el que
vive el país desde la toma del poder de los baasistas en 1963. Aunque hasta
ahora el Gobierno ha dado negativas a la oposición, argumentando que no puede
respaldar a partidos inspirados en el extranjero (en clara alusión a ciertos
grupos opositores financiados por EEUU), se hace necesario que el régimen ceda
un poco, tal y como ha hecho con las tímidas aperturas de ciertos sectores
económicos, si no quiere que se extienda el descontento social.
Washington continúa con su estrategia de «extender la democracia» en Oriente
Medio mientras Israel mantiene un ruidoso silencio ante la caída en desgracia de
su archienemigo. Pero la conservadora y orgullosa sociedad siria no es amiga de
intervenciones extranjeras, y en el fondo teme la debilidad del régimen, que
conllevaría una peligrosa inestabilidad para toda la región. Es posible que los
sirios acaben pagando por sus excesos durante los largos años de ocupación de
Líbano, pero queda por demostrar su culpabilidad directa en el magnicidio, así
como la vaga acusación de fomentar el «terrorismo internacional». En todo caso,
a ojos de la opinión pública internacional, al Assad ya ha sido condenado. -
(*) Ricard Boscar es colaborador del Gabinete Vasco de Análisis Internacional (GAIN).