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Sudán: un nuevo viaje al infierno del olvido
Oscar Mateos
www.elcorresponsal.com
Sudán ha regresado de nuevo al ostracismo internacional. Si bien la voces de
alarma emitidas por el Secretario General de la ONU hace algo más de un año
sobre la situación en Darfur convirtieron al gigante africano en motivo de
portada de numerosos periódicos y de declaraciones cotidianas de la diplomacia
internacional, el paso de los meses ha recolocado a este país en el lugar que
internacionalmente se viene asignando a aquellos contextos que no suscitan el
interés ni la atención de medios y Gobiernos. Cabe preguntarse, a pesar de este
destierro, qué sucede hoy día en Sudán, quién es el principal damnificado de
esta situación y cuál es la respuesta internacional conferida hasta el momento.
El tratamiento mediático de la conflictividad armada actual suele ser presa de
la inmediatez y lo que es más grave, de la simplificación. Sudán no ha escapado
de esta perversa lógica, que condiciona la actuación y la respuesta ofrecida
desde las instituciones internacionales. Y es que pocos aseverarían que este
país alberga actualmente tres contextos de conflicto y tres procesos de
negociación abiertos.
Un primer escenario es el de Darfur (oeste), donde desde principios de 2003 se
enfrentan al gobierno de Omar al-Bashir dos grupos armados de oposición, el
Sudan Liberation Army (SLA) y el Justice Equality Movement (JEM), que
reivindican el fin de la histórica marginación que la población negroafricana ha
sufrido a manos de Khartum. Éste, a su vez, se ha servido de milicias
paramilitares, conocidas como las "Janjaweed", que durante los últimos tres años
se han dedicado a sembrar el miedo y el horror entre la población civil. La
presión realizada por algunos gobiernos africanos, sin embargo, ha posibilitado
el desarrollo de un proceso de paz que por el momento ha dejado seis rondas de
negociación y resultados poco palpables. La falta de voluntad política de las
partes, especialmente en lo relacionado con el desarme, así como las profundas
divisiones internas que han aparecido en el seno del SLA, han dado al traste con
los esfuerzos diplomáticos liderados por la Unión Africana.
Un segundo contexto es el que acontece en el sur del país, donde el Gobierno
central (árabo-musulmán) y el grupo armado de oposición independentista Sudan
People Liberation Army (SPLA), de base cristiana y animista, firmaron el pasado
mes de enero un acuerdo de paz que puso fin a 22 años de enfrentamiento armado.
El esperanzador compromiso de paz, próvidamente impulsado por la organización
regional IGAD y por Naciones Unidas, ha desembocado en la formación de un
Ejecutivo unitario que gobernará durante los próximos seis años, para finalizar
con la celebración de un a priori complejo referéndum sobre la independencia del
sur. Aunque muchos han dado por finiquitado este conflicto y han celebrado sin
miramientos esta nueva etapa, sin desmerecer lo que de histórico tiene, lo
cierto es que son legión las incertidumbres que se ciernen todavía sobre el
futuro de esta región. Primeramente, porque el acuerdo sólo abre las puertas a
un arduo y largo proceso de construcción de paz que t endrá sus principales
escollos en la implementación íntegra de los puntos pactados y en la resolución
de las causas de fondo que precipitaron el conflicto. Segundo, porque la
existencia de otros conflictos internos, la complejidad étnica existente en el
sur o la accidentada y súbita muerte del histórico líder del SPLA, John Garang,
son sólidos y potenciales elementos de desestabilización a tener muy en cuenta.
Un tercer y último contexto de conflicto es el que tiene lugar en el este del
país, de raíz muy similar al de Darfur y con la dinámica centralista y
excluyente de Khartum como causa de fondo. En este sentido, la multiplicidad de
grupos enfrentados al gobierno sudanés, bajo el paraguas del National Democratic
Alliance (NDA), no ha decrecido a pesar del acuerdo firmado en junio de 2005,
mediante el que varios grupos aceptaron integrarse en el proceso de transición
pactado con el SPLA en el sur. De este modo, varios sectores de la región,
principalmente pertenecientes a la comunidad Beja y frecuentemente acusados de
contar con la complicidad del gobierno de Eritrea para sus acciones, han
amenazado en varias ocasiones con dinamitar el proceso actual si sus demandas de
mayor inclusión no se tienen en cuenta.
La población civil, en el punto de mira
Los conflictos armados de la Posguerra Fría han convertido a la población civil
en el principal objetivo y víctima de los beligerantes. Sudán es, sin duda, el
paradigma por excelencia de esta preocupante dinámica. A los más de dos millones
de víctimas mortales provocados por la contienda bélica en el sur, cabe sumar
los 300.000 muertos que hasta el momento ha dejado el conflicto en Darfur.
Además, la violencia en ambos contextos ha provocado el desplazamiento de más de
seis millones de personas (casi una quinta parte de la población), otorgando a
Sudán el lamentable récord de ser el país con mayor número de personas
desplazadas internas, en su mayoría mujeres y menores. Nada de esto se explica
sino es por las brutales estrategias de guerra utilizadas por los actores
armados, quienes han convertido la quema de poblados, la creación de hambrunas o
los abusos sexuales en una práctica bélica usual, y al Derecho Internacional
Humanitario en un inhumado instrumento.
Las consecuencias humanitarias de esta violencia han sido especialmente
evidentes en Darfur, que incluso llegó a ser catalogada por Naciones Unidas como
"la crisis humanitaria más grave del mundo", y donde las organizaciones
humanitarias han debido enfrentar todo tipo de desafíos. Y es que los
trabajadores humanitarios también se han erigido, particularmente en el oeste
sudanés, en un objetivo premeditado de los grupos armados y de las milicias
progubernamentales, fruto del creciente desdibujamiento de la tradicional
neutralidad humanitaria. El ataque sistemático a los convoyes, el saqueo del
suministro humanitario y el secuestro e incluso asesinato de decenas de
efectivos de organizaciones locales e internacionales ha impedido de forma
frecuente el acceso de dichos organismos a la población afectada y, en
ocasiones, ha supuesto su retirada indefinida.
¿Palabras sin hechos?
Aunque el desembarco humanitario internacional tanto en Darfur como en el sur
del país no ha sido desdeñable, el papel de la comunidad internacional está
marcado por la ambivalencia y la falta de voluntad. A pesar de las fuertes
críticas emitidas incluso por EEUU, que catalogaron en su día al Ejecutivo
sudanés de "genocida" y de existir contundentes resoluciones aprobadas por el
Consejo de Seguridad de la ONU en las que señalaba la existencia en Darfur de
"crímenes de guerra", lo cierto es que el Gobierno de Omar al-Bashir se ha
burlado sistemáticamente de las presiones internacionales y de la demanda de
contribuir al desarme de las Janjaweed. La influencia de Rusia (que mantiene
importantísimos contratos armamentísticos con Khartum) y de China (con
formidables concesiones petrolíferas en el sur) para tratar de aliviar la
presión sobre el régimen sudanés o el recelo de la UE y de EEUU a desbaratar el
proceso de paz en el sur, son algunos de los factores que explican que a día de
hoy al-Bashir y los suyos hayan esquivado lo proclamado por Nueva York,
Washington o Bruselas.
Por otra parte, si bien el "Plan de Trabajo para Sudán 2005 de Naciones Unidas"
proponía un considerable llamamiento humanitario para el proceso de
rehabilitación del sur y para hacer frente a la crisis en Darfur, hasta el
momento, el "efecto tsunami" ha barrido del mapa la atención de occidente no
sólo hacia Sudán sino hacia las más de treinta crisis humanitarias que tienen
lugar en África Subsahariana. Del mismo modo, el envío de tropas a la misión de
mantenimiento de la paz de la Unión Africana en Darfur (AMIS) está siendo del
todo insuficiente si se pretende que los actualmente siete mil efectivos
protejan a la población de una región del tamaño de Francia.
Después de lograr una cierta atención por parte de la comunidad internacional
durante algunos meses del 2004 y a pesar de la grave escalada de la violencia
que sufre nuevamente la población de Darfur, Sudán ha vuelto a descender a los
infiernos del olvido, donde se encuentran aquellos conflictos de segunda o de
tercera que, a diferencia de Iraq, no acaparan debates ni portadas, pero que
diariamente condenan a miles de personas a la amargura de la guerra. ¿Qué hace
falta para que este país sea una verdadera prioridad en la agenda internacional?
La fuente: el autor es investigador de la Escuela de Cultura de Paz de la
Universidad Autónoma de Barcelona.