Latinoamérica
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El viaje de Tabaré Vázquez a Washington: La diplomacia de la rodilla firme
Samuel Blixen
El viaje de Tabaré Vázquez a Washington y Nueva York revela el estado actual
de las relaciones con Estados Unidos y la impronta netamente latinoamericana que
adquiere la diplomacia uruguaya, aderezada con un discurso franco y directo.
Es posible deducir que el presidente de Estados Unidos, chapoteando en los
problemas que le reducen su popularidad, añore el estilo carnal de aquel
presidente uruguayo que era su mejor amigo, que le firmaba contratos secretos y
le hacía los mandados para los jueguitos de desaires en eventos internacionales.
Más aun: aquel amigo ponía arena en los engranajes de la integración
latinoamericana a efectos de beneficiar la otra integración, la simplemente
"americana" del ALCA; y era capaz de demostrar el necesario sigilo para impulsar
un convenio que, para usar la definición de Guillermo Waksman, consagra la
igualdad entre desiguales (véase BRECHA, 27-V-05). "Lindo tiempo aquél canejo/
en que entuavía me amabas/ y a los bailongos llegabas/ en ancas de mi azulejo."
Este presidente de hoy no es como el de ayer, tan funcional al pragmatismo
globalizado; por lo tanto, habrá dicho George W Bush, es preferible eludir el
contacto, abortar cualquier situación que cambie el estado de cosas. Así, pese a
las reiteradas expresiones de interés, el inquilino de la Casa Blanca prefirió
suspender el encuentro solicitado por Tabaré Vázquez, en la primera visita de un
presidente izquierdista uruguayo a Estados Unidos.
Hizo bien: Vázquez estaba decidido a discutir mano a mano la necesidad de
introducir modificaciones en el tratado de promoción y protección recíproca de
inversiones, algunas de cuyas cláusulas, particularmente lesivas para la
soberanía, están dilatando la ratificación parlamentaria. Y al presidente de
Estados Unidos –que nunca suscribiría un documento de ese tenor– no le
interesaba esa discusión; le resulta más conveniente utilizar la excusa de la
tragedia en Nueva Orleáns, aun sabiendo que el desaire podía fortalecer las
tendencias que apuntan a un relacionamiento político y diplomático de Uruguay
con Estados Unidos esencialmente diferente al que prevaleció hasta el presente.
Quizás no se esperaba el tono de la reacción que prevaleció, en la delegación
visitante y en las principales autoridades uruguayas, tras la cordialidad de las
sonrisas. En particular esa odiosa e inoportuna reivindicación de la figura de
Hugo Chávez (véase nota aparte).
Signos sugerentes
La suspensión de la entrevista entre los dos presidentes se apoya en una excusa,
porque la no realización del encuentro había sido adelantada, informalmente, a
la cancillería uruguaya antes de que el huracán Katrina devastara las costas del
golfo de México y colateralmente pusiera en evidencia la indiferencia de Bush
ante la tragedia. Tan esperada era esa entrevista, que algunos periodistas
especularon con la posibilidad de que los dos mandatarios tuvieran un encuentro
en la sede de las Naciones Unidas, en ocasión de la participación en la Asamblea
General (véase página 38), o, si más no fuera, un breve tête á tête en un
cóctel, o algún intercambio de palabras visto que ambas delegaciones, por
razones de alfabeto, se sientan una junto a la otra en la Asamblea.
No se trata de escasez de oportunidades. En realidad, las relaciones entre
Estados Unidos y Uruguay enfrentan algunos escollos importantes. El primero de
ellos, el propio tratado de inversiones, agravado por el limitado tacto que
evidenció el ex embajador Martin Silverstein cuando vinculó la ratificación del
documento a las compras estadounidenses de carne uruguaya. Silverstein estaba
chantajeando, amenazando con una posible reducción de las cuotas de carne
uruguaya en el mercado estadounidense si la ratificación se trancaba en el
Parlamento. De paso, ejemplifica sobre cuáles pueden ser las represalias
comerciales en aplicación de un tratado supuestamente referido al ámbito de las
inversiones.
Pero también resultan un escollo las presiones estadounidenses (Silverstein otra
vez) para entorpecer las relaciones entre Uruguay y Venezuela, y –para señalar
sólo los episodios relevantes– la pretensión del Departamento de Defensa de que
Uruguay otorgue inmunidad a las tropas estadounidenses que se despliegan en
América Latina.
Si la parquedad es una medida del desagrado, entonces Vázquez estaba realmente
molesto cuando comentó en Punta del Este el intempestivo anuncio del secretario
de Defensa, Donald Rumsfeld, cancelando, sin explicaciones, su visita a Uruguay,
a mediados de agosto último. Rumsfeld no recogía en Montevideo ningún apoyo, no
ya a la inmunidad para eludir la competencia de la Corte Penal Internacional
ante cualquier delito cometido por soldados estadounidenses, sino al descarado
proyecto de instalación de una base militar en el Chaco paraguayo, a 200
kilómetros de la frontera con Bolivia, donde la acción de las organizaciones
populares ha derribado presidentes privatizadores y ha rescatado el control de
la producción y comercialización del petróleo.
La cancelación de la visita de Rumsfeld tiene la misma lectura que la
cancelación del encuentro de los presidentes. Expresa una forma muy directa y
poco cortés del gobierno de la nación más poderosa de decir que no le gusta la
conducta de un gobierno díscolo. Por esa razón, tras la partida del embajador
Silverstein, el Departamento de Estado sigue demorando la designación de un
nuevo embajador, en tanto que ha designado ya a un nuevo encargado de negocios.
Las inversiones como herramienta de presión. En su momento el presidente Vázquez
reaccionó airadamente cuando, en el tramo final de la campaña electoral, se
enteró de que el presidente Jorge Batlle había firmado con Estados Unidos el
tratado de inversiones sin consultar a las fuerzas políticas, y generando una
situación de hecho que condicionaría al próximo gobierno. De la misma forma
reaccionó cuando, dos días antes de abandonar el Edificio Libertad, el
presidente divertido envió el tratado al Parlamento para su ratificación,
cortando cualquier posibilidad de desandar el camino.
La intención de Batlle cuadraba con los intereses de la Casa Blanca: el tratado
introducía por lo menos tres aspectos negativos para la soberanía y los
intereses uruguayos. Por un lado, la aplicación de los términos del concepto de
"nación más favorecida" implicaba otorgar a Estados Unidos los mismos beneficios
que Uruguay recibiría o concedería en el marco del MERCOSUR, lo que supone una
manera de distorsionar el sentido político y económico de la integración
regional. Por otro, otorga a Estados Unidos la potestad de tomar represalias
cuando una empresa uruguaya, estatal o privada, se asocie con empresas de países
que la Casa Blanca considere enemigos o con los que no mantenga relaciones
diplomáticas. En lo concreto, esa cláusula introduce un elemento de distorsión
en las relaciones de Uruguay con Cuba y con Venezuela. Y finalmente deposita en
tribunales estadounidenses las decisiones sobre controversias.
Las particularidades del tratado –heredadas de la administración anterior con
una condicionalidad: el documento no puede modificarse en la instancia de
ratificación parlamentaria; se aprueba o se rechaza como un todo– dividieron las
opiniones en el EP-FA. En particular el vicepresidente Rodolfo Nin y el ministro
de Economía, Danilo Astori, son partidarios de aprobar el texto; el mpp, el
Partido Comunista, el Partido Socialista y la Vertiente Artiguista han derivado
hacia una posición de rechazo en los términos actuales y se inclinan por una
negociación de "enmiendas" que eliminen los aspectos más lesivos.
El presidente Vázquez había evitado pronunciamientos públicos tajantes sobre el
tema. Hasta ahora. Su insistencia en concretar una reunión con Bush explica la
necesidad uruguaya de modificar los términos del tratado con vistas a mantener
aquellos aspectos que se estiman positivos para el flujo de inversiones. Es que
existe una nueva realidad que puede verse afectada directamente por el tratado.
La implícita prohibición de asociaciones con capitales de países "enemigos"
influye directamente –si el tratado se ratificara tal como está– en las
negociaciones comerciales que el gobierno uruguayo está realizando con el
gobierno venezolano. En particular, el tratado introduce una contradicción
insalvable si prosperan las negociaciones en curso para una asociación de PDVSA,
la petrolera estatal venezolana, con ANCAP, que apunta, por un lado, a la
inversión para multiplicar la capacidad productiva de nuestra empresa y, por
otro, a la explotación directa, por parte de ANCAP, de pozos petroleros en la
nación caribeña.
Un nuevo estilo
Fuentes de la delegación uruguaya que acompaña al presidente Vázquez en Estados
Unidos no dejaron traslucir mayor optimismo tras la supuesta receptividad de
Peter Allgeier, adjunto del Departamento de Comercio, y de Regina Vargo,
encargada comercial para las Américas, sobre la propuestas de introducir
enmiendas en el texto del tratado a efectos de viabilizar su ratificación antes
de diciembre.*
El tono de los discursos pronunciados por Vázquez revelaba otra cosa. En el
Centro de Estudios Internacionales y Estratégicos, el presidente criticó las
políticas proteccionistas y reclamó transparencia en el intercambio comercial.
Dijo: "Los países del mundo desarrollado demandan de los otros que no pongan
subsidios ni políticas proteccionistas. Nosotros hemos cumplido abriendo
nuestras puertas y ventanas, no desarrollando políticas proteccionistas,
eliminando los subsidios. Hemos encontrado en el mundo desarrollado que ellos,
que nos piden que nosotros hagamos esto, nos fijan cuotas, subsidian sus
productos agrícolas, nos cierran los mercados. Cuando nuestros pueblos se alzan
pidiendo justicia social, lo que están pidiendo es igualdad de oportunidades".
Reiteró la voluntad de mantener las buenas relaciones con Estados Unidos, pero
advirtió que no renuncia a "profundizar las relaciones bilaterales con otros
países, con otros gobiernos, porque en eso no hay contradicción entre ser
uruguayo y sentirse latinoamericano".
La relación entre pobreza y discriminación comercial fue reiteradamente
utilizada por Vázquez en un estilo que introduce la franqueza, que reclama un
tratamiento igualitario y que alerta sobre las consecuencias políticas de esa
desigualdad. "Cada pueblo tiene el derecho de su autodeterminación, de elegir su
gobierno, de su forma de gobierno", dijo, al rechazar un concepto de
diferenciación entre izquierdas buenas e izquierdas malas en América Latina. Se
refirió implícitamente a Venezuela cuando afirmó que un escenario
latinoamericano complejo "puede llegar a ser más complejo aun si (una potencia)
ignora, excluye o agrede a alguno de sus integrantes".
Se trata de un nuevo estilo que anuncia la definición de una nueva política
exterior. Un estilo que rompe con las prácticas anteriores y que es capaz de
decir, como dijo la subsecretaria de Relaciones Exteriores Belela Herrera en
Pekín, horas antes de la llegada de Vázquez a Washington: "No estamos de acuerdo
con guerras preventivas y apoyamos el fortalecimiento de la Organización de las
Naciones Unidas para que tenga mayor voz. Si el Consejo de Seguridad hubiera
tenido fuerza, Irak no se encontraría en el estado actual".
* Las enmiendas en negociación refieren básicamente a tres aspectos: al de
arbitraje de controversias (notoriamente favorable a los intereses
estadounidenses en la redacción actual del tratado), al concepto de "nación más
favorecida" (que iguala el tratamiento de inversiones del Norte a las que
provienen del MERCOSUR) y al artículo 17 (que lesiona la soberanía uruguaya).