Latinoamérica
|
Zumbi
Kintto Lucas *
1695. El negro viejo de pelo blanco, fuma su pipa recostado contra una pared
de madera. Fuma y mira los negritos que corren por la plaza ser reprendidos por
sus madres. Fuma y recuerda... "Cien años ya que se fundó Palmares. A sabiduría
do Exu, a força de Ogún y a astucia de Oxosse nos faz viver... Y nosos irmaos
siguen chegando... "Como hace cien años, cincuenta o veinte, ayer varios
negros han llegado a Palmares...
Y llegan queriendo ser gente. "No somos cosas, tenemos nuestra historia" suelen
decir. Escapan del maltrato en los ingenios de caña de azúcar que se extienden
por el nordeste brasileño. Tierra de sol quemante: selva, sertao y sierras. No
quieren seguir dejando el corazón y el alma en los trapiches. Se hacen
cimarrones y caminan a la sierra en busca de la libertad de esta nación negra
comunitaria de seis pueblos: Macacos que es la capital, Subupira, Dambrabanga,
Obenga, Tabocas y Arotirene. Cada uno es dirigido por un jefe y en las plazas
las asambleas populares definen rumbos.
Cosechan feijao, maíz, mandioca y tabaco; crían gallinas y porcos. La palma
africana que cubre la sierra les regala su nobleza: las hojas son techo, pared y
cama; las fibras material para tejer ropas y canastos; la pulpa del fruto
alimento y el carozo da el aceite. Son treintamil libres, dueños de su propio
mundo. Trabajan para ellos... y también descansan porque "o branco nao vem cá,
si vem o diabo levará y a garrotazos sairá". Al son de maracas, tambores y
campanillas cantan y bailan; veneran a sus orixás, defienden con armas las
conquistas... y por las noches tocan fogo nos cañaverales... "Cuando amanece
desde a praia, la de longe, se ve a fumaza", piensa el preto velho, y sonríe con
cierta ironía, soltando bocanadas de humo...
Los portugueses están preocupados: en cien años, más de treinta expediciones
militares intentaron acabar con Palmares... no pudieron. Unas veces los
soldados-cazadores de negros, terminaron enloquecidos, tragados por la floresta,
otras quemaron pueblos vacíos creyendo haber vencido...
Siempre imaginan vencer... tan solo vencen la sombra que aparece y desaparece.
Ni los holandeses que ocuparon Pernambuco durante muchos años, ni los
portugueses, han podido con Palmares... Cuando lograron algún prisionero: los
holandeses lo crucificaron y los portugueses lo mutilaron para dar temor a los
que todavía eran esclavos. "Cuando los holandeses invadieron -recuerda el
viejo-, los portugueses querían darnos la libertad para que combatiéramos con
ellos. Creyeron que aceptaríamos...
esa guerra no era nuestra, cualquiera que triunfara nos seguiría esclavizando".
Algunas de las expediciones contra Palmares estaban comandadas por negros
esclavos a los que se daba la libertad por liquidar a sus hermanos... Otras
cruzadas iban dirigidas por mestizos engreídos como aquel capitán que en 1677
dijo a sus tropas antes de partir: "La naturaleza hizo a los esclavos para
obedecer y no podrán resistir. Si terminamos con ellos habrá tierras para
plantar caña de azúcar nuestra, negros para el trabajo y honor para todos".
Volvió derrotado... Y como la victoria no llega, los portugueses inician
conversaciones de paz... Al año siguiente en Recife el gobernador de Pernambuco
representa la corona portuguesa, el jefe Ganga Zumba al pueblo de Palmares, y el
obispo hace de intermediario. Hay acuerdo: "Los santuarios de Palmares serán
desalojados. Se declara libres todos los que allí nacieron. Los que llevan la
marca de fuego candente vuelven a ser propiedad privada de sus amos". De los
treinta mil palmarinos solo cinco mil aceptan el trato. "Traidor, merecía la
muerte, ese grande diabo de Ganga Zumba", piensa el negro viejo y sus ojos se
iluminan. Zumbí, jefe de Macacos y sobrino de Ganga no acepta lo que cree
traición. "No creo en la palabra de mis enemigos, ni entre ellos mismos se
creen", dice al pueblo que se queda... "Han pasado diecisiete años y la
resistencia se mantiene. Zumbí sigue aplicando la justicia del fuego en los
cañaverales", piensa el viejo. Y mientras el recuerda y se regocija con sus
pensares, en Recife se prepara la mayor expedición militar de que se tenga
memoria.
Jorge Domingos, un mestizo que había sido contratado por la corona portuguesa
para exterminar indígenas sublevados en el sertao de Pernambuco y Río Grande do
Norte, cumplidor de su trabajo, fue llamado para destruir Palmares. Tierras,
negros para vender, órdenes religiosas y grados militares, son los
ofrecimientos. Se vacían cárceles y pobres de todos los rincones vienen a
engrosar el ejército más grande que se haya formado en Brasil. Diez mil hombres:
indios, negros y mestizos -los europeos mandan no pelean-, atraviesan la selva y
suben la sierra donde están las fortificaciones negras.
Varios días duran los cañonazos que logran destruir la triple muralla de madera
y piedra. Tras el combate cuerpo a cuerpo son miles los muertos, otros al
intentar huir resbalan por el despeñadero al vacío; también están los que se
arrojan al precipicio prefiriendo la muerte a la esclavitud; unos pocos logran
escapar... El preto velho cae con lágrimas en los ojos pidiendo a los orixás que
protejan a Zumbí de la saña enemiga... Desde la costa se puede ver el humo que
surge de la sierra mientras las llamas se tragan Palmares. El jefe Zumbí ha
logrado escapar y se interna en la selva reuniendo a sus hermanos. Allí estará
tiempo reconstruyendo los sueños... Entre los esclavos se corre la voz: "A Zumbí
la muerte no lo toca"... Pero un día, cuando el sol está naciendo llega un negro
a la floresta, amigo en Macacos. Zumbí lo abraza, el traidor le hunde su puñal
en la espalda.
Los soldados lo degollan y clavan la cabeza en una lanza. La llevan a Recife
para exhibirla en la plaza: "Así aprenderán que Zumbí no es inmortal", gritan.
El viento ya camina rápido por las ruinas de Palmares. El fuego se ha comido
todo... creen los que han vencido que con Zumbí han muerto la memoria de
Palmares... Y como antes, se equivocan. Dicen sus hermanos que el jefe sigue
caminando entre los espíritus y a veces decide bajar. Mientras un hombre explote
a otro, él andará por acá, entre las palmas, cantando el canto de las araras,
danzando el ruido de los tambores, dirigiendo a su pueblo entre el cielo y la
tierra...
Los jefes de las rebeliones que vendrán seguirán llamándose Zumbí...
Hoy cuando mil o dos mil agricultores sin tierra del nordeste ocupan un
latifundio o toman un pueblo saqueando depósitos de alimentos hay quienes
recuerdan a Zumbí. El anda caminando, baja en los templos de candomblé, sale a
la calle y dirige las revueltas fumando seu charuto. Hasta que un hombre explote
a otro, andará revelándose por los tiempos...
* Esta semblanza pertenece al libro de Kintto Lucas Rebeliones indígenas y
negras en América Latina, Editorial Abya Yala, Quito, 1992, varias ediciones.