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Amnistía Internacional denuncia el "contrato de impunidad"
entre gobierno colombiano y paramilitares
Amnistía Internacional
En noviembre de 2003 quedó oficialmente desmovilizado el Bloque Cacique
Nutibara (BCN), el principal grupo paramilitar que actuaba en la segunda ciudad
más importante de Colombia, Medellín. Entre los numerosos grupos paramilitares
respaldados por el ejército y vinculados a la agrupación paramilitar
Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), el BCN fue el primero en desmovilizarse.
Desde esa fecha, y según los informes, cerca de 8.000 paramilitares relacionados
con grupos vinculados a las AUC han sido desmovilizados en distintos lugares del
país en el marco de las "negociaciones de paz" con el gobierno del presidente
Álvaro Uribe Vélez.
Si bien todas las partes del conflicto armado que desde hace 40 años azota
Colombia –es decir, las fuerzas de seguridad, los paramilitares y los grupos
guerrilleros– han vulnerado reiteradamente las normas internacionales de
derechos humanos y del derecho internacional humanitario, en los últimos años,
la mayoría de los homicidios, las masacres, las "desapariciones" y los casos de
desplazamiento forzado y tortura se han atribuido a los paramilitares. El
"proceso de paz" no impide que estos sigan matando: más de 2.300 homicidios y
"desapariciones" se han atribuido a los paramilitares desde que las AUC
declararan el cese de hostilidades en diciembre de 2002.
El uso sistemático y generalizado de tácticas de terror contra la población
civil ha sido el trágico distintivo de la estrategia paramilitar. Las fuerzas de
seguridad, los narcotraficantes, los funcionarios estatales y los intereses
políticos y comerciales en el ámbito local también han sido cómplices de
promover política, militar y económicamente sus actividades. Durante demasiado
tiempo, los autores de abusos contra los derechos humanos han actuado con total
impunidad. Son pocos los paramilitares y, en particular sus líderes, o quienes
los apoyan, o los miembros de los grupos guerrilleros que han sido puestos a
disposición de la justicia por ese motivo.
Amnistía Internacional ha pedido repetidamente a los sucesivos gobiernos
colombianos que desmantelen los grupos paramilitares y rompan los vínculos que
existen entre ellos y las fuerzas de seguridad y otros funcionarios estatales.
Pero para garantizar una paz justa y duradera y un futuro en el que se respeten
y protejan los derechos humanos todo proceso de desmovilización debe respetar el
derecho de las víctimas a la verdad, la justicia y la reparación, y debe
garantizar que los combatientes son realmente apartados del conflicto, que se
elimina el control político, económico y criminal del paramilitarismo existente
en muchas zonas del país y que éste se sustituye por el Estado de derecho.
La Ley de Justicia y Paz recién aprobada, cuyo objetivo es regular el proceso de
desmovilización, no tiene en cuenta estos principios fundamentales, por lo que
no ayudará a asegurar que se pone fin a la crisis de derechos humanos. En
realidad, el gobierno colombiano parece estar inmerso en un proceso de
negociación de contratos de impunidad, que beneficiarán no sólo a los
paramilitares responsables de violaciones de derechos humanos, sino también a
quienes los respaldan política, económica y militarmente y, posiblemente en el
futuro, a los miembros de las fuerzas guerrilleras responsables de abusos contra
los derechos humanos.
En la década de 1980, Medellín se convirtió en sinónimo del comercio de cocaína.
La ciudad tiene también un largo historial de intentos de paramilitares y
narcotraficantes de captar y asimilar bandas criminales que actúan en los
barrios pobres. Esto, unido a la presencia de las milicias guerrilleras hizo que
Medellín se convirtiera en la ciudad con el índice de asesinatos per cápita más
alto del mundo.
Los paramilitares han tenido una fuerte presencia en Medellín desde finales de
los años 1990; primero, con el Bloque Metro y, después, con el BCN. En
colaboración con las fuerzas de seguridad, sustituyeron a la guerrilla como
grupo armado dominante en la ciudad. El éxito de la consolidación del
paramilitarismo en muchos de los barrios más pobres de Medellín –y la
neutralización de la guerrilla– convirtió a la ciudad en el escenario ideal para
la primera desmovilización en gran escala de los paramilitares, ya que ayudaba a
dar credibilidad al proceso nacional de desmovilización.
Y, sin embargo, Medellín es el doloroso ejemplo del fracaso de la estrategia de
desmovilización del gobierno. A la mayoría de los paramilitares se les ha
concedido una amnistía de facto, mientras siguen activos y ejerciendo un control
férreo sobre muchas áreas de la ciudad. Los civiles –y, especialmente los
defensores de los derechos humanos y los activistas comunitarios– siguen
recibiendo amenazas y siendo objeto de agresiones. La tasa de homicidios ha
descendido, pero el Estado de derecho no puede garantizarse en una ciudad en la
que cualquier intento de cuestionar o desafiar el control de las fuerzas
paramilitares puede tener y, tiene, como respuesta la violencia política.
El paramilitarismo, tanto en Medellín como en otros lugares de Colombia, no se
ha desmantelado; simplemente se ha "reinventado". Puesto que ya se ha arrebatado
a las guerrillas el control de muchas zonas de Colombia, y en muchas de ellas se
ha establecido un control paramilitar, ya no hay necesidad de contar con grandes
contingentes de paramilitares uniformados y fuertemente armados. En lugar de
eso, los paramilitares están empezando a contribuir como "civiles" a la
estrategia de contrainsurgencia de las fuerzas de seguridad en estructuras
legales, como empresas privadas de seguridad y "redes de informantes", que sean
más aceptables para la opinión pública nacional e internacional.
Si desean una copia del informe Colombia: Los paramilitares en Medellín:
¿desmovilización o legalización?, visiten http://web.amnesty.org/library/index/eslamr230192005