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100 clanes familiares son dueños de Bolivia
Econoticiasbolivia.com
Dueños de vidas y haciendas, cerca de 100 poderosos clanes familiares se han
apoderado de las tierras más fértiles de Bolivia y han levantando gigantescos
latifundios, mientras millones de campesinos están sumidos en una virtual
hambruna y en el minifundio.
El más reciente Informe sobre Desarrollo Humano del Programa de Naciones Unidas
para el Desarrollo (PNUD), difundido hoy, establece que la distribución de la
tierra es tan desigual en el país, que menos de 100 familias son propietarias de
25 millones de hectáreas, mientras que dos millones de familias campesinas—casi
todas indígenas— apenas si tienen acceso a este recurso natural y trabajan en
cinco millones de hectáreas.
Esto quiere decir que las 100 familias de poderosos oligarcas, que tienen
fuertes lazos con el poder político y económico y están asentados en todo el
país y en especial en el oriente, disponen de cinco veces más de tierras que los
campesinos pobres, que subsisten a duras penas en los minifundios, degradados
por la sobreexplotación agrícola y la baja productividad.
La aguda desigualdad en el acceso a las tierras aptas para la agricultura y
ganadería explica, en parte, la cruel ironía que vive Bolivia, al contar con un
territorio extenso y extremadamente rico, dotado de grandes riquezas naturales y
una envidiable diversidad, y una mayoría de su población extremadamente pobre.
Según el informe de Naciones Unidas, esta aguda desigualdad, entre unos pocos
que tienen mucho y los más que casi no tienen nada, es el motor de los
constantes conflictos que vive el país y la causa principal de su inestabilidad
política y social. Los especialistas advierten, además, que la persistencia de
estas desigualdades torna inviable la democracia y la convivencia pacífica.
La oligarquía terrateniente
A despecho de 50 años de reforma agraria, el agro boliviano está partido en dos,
parcelado entre los gigantescos latifundios, la mayor parte de ellos
improductivos, y cientos de miles de pequeñas propiedades campesinas que ya no
abastecen para los agricultores indígenas. Pese a ello, la economía campesina
aporta más alimentos y producción agrícola al mercado local, que la producción
de los latifundios que prefiere la exportación de soya y los cultivos de arroz,
azúcar, algodón y la depredadora explotación de maderas preciosas.
Según los datos recogidos por Econoticias, hay al menos 250 mil campesinos sin
tierra, que deambulan en los barrios más pobres de las ciudades y que
constantemente ocupan tierras de los latifundistas, de las que son desalojados a
bala y látigo por los mercenarios contratados por los terratenientes y por el
Ejército y la Policía, que resguardan los mismos intereses, aunque sin costo
alguno.
Y es que los clanes familiares que se han apoderado de las tierras más fértiles
de Bolivia tienen enorme poder en las instituciones públicas y entidades
privadas. Así, han mantenido una poderosa e invariable influencia en el
Ministerio de Agricultura, en la Superintendencia Agraria y en el Instituto
Nacional de Reforma Agraria, controlando la concesión de tierras y propiedades.
Estas familias también tienen enorme peso en los partidos políticos de derecha y
casi siempre han controlado el Congreso y el Gobierno.
Sin embargo, su mayor influencia está en las asociaciones empresariales de
agropecuarios y productores agrícolas del oriente como la Cámara Agropecuaria
del Oriente (CAO), la Cámara de Industria y Comercio (CAINCO) y el Comité Cívico
Pro Santa Cruz, desde donde controlan el poder regional y tejen alianzas con las
empresas transnacionales del petróleo y el gas.
No es casual, por ello, que el poder latifundista y petrolero maneje a su antojo
la región más rica de Bolivia como es Santa Cruz, y desde allí articule un
proyecto secesionista en contra de las organizaciones sociales, laborales y
populares del país que pugnan por la nacionalización de los hidrocarburos y por
una nueva y genuina reforma agraria.
Estas dos consignas (nacionalización y reforma agraria) ya emergieron con fuerza
en las revolucionarias jornadas de octubre del 2003 y de mayo-junio del 2005,
que culminaron con el derrocamiento de los ex presidentes neoliberales Gonzalo
Sánchez de Lozada y Carlos Mesa, fervorosos defensores de las petroleras y de
los latifundistas.
Hambre de tierra
Entre campesinos e indígenas, la consigna mayor es la recuperación de las
tierras y la segunda reforma agraria, expropiando a los grandes latifundistas.
Con un 90 por ciento de la población indígena y campesina sumida en la pobreza,
la sed de tierra está generando actualmente la ocupación de extensos latifundios
improductivos, que están en manos de empresarios, militares y adherentes a las
dictaduras de las décadas del 70 y 80, y del esquema neoliberal de los 90.
"Esas tierras las vamos a ocupar, si es que el gobierno no tienen la capacidad y
la voluntad política de revertir estas propiedades que no cumplen ninguna
función económica y social, y sólo sirven para negocios y tráfico de tierras",
dijo a Econoticias hace un tiempo el líder de los campesinos sin tierra, Angel
Durán.
"Estas concesiones a propietarios grandes no son trabajadas agrícolamente (más
del 95 por ciento están sin trabajar) y se encuentran generalmente en manos de
especuladores, que guardan esas buenas tierras agrícolas para venderlas
posteriormente, cuando el Estado las beneficie con caminos y otro tipo de
infraestructura", dice convencido de que el único camino viable para que haya
paz y progreso en el campo es la reforma agraria.
Las autoridades de la Superintendencia Agraria y del Ministerio de Agricultura
avalan, con datos precisos, que la mayor parte de estos neolatifundios se
levantaron en base a concesiones ilegales y prebendales de tierras.
Minifundio empobrecedor
En cambio, en el occidente del país, la tierra va perdiendo su fertilidad y ya
no abastece para los campesinos, que están transitando dolorosamente del
minifundio al "surcofundio".
"El proceso de fragmentación extrema de la tierra en el altiplano y los valles,
en superficies cada vez menores, presenta problemas para la aplicación de
tecnologías más eficientes, las cuales posibilitarían la generación de
excedentes y la acumulación de capitales", señala un informe oficial al que tuvo
acceso esta agencia
El minifundio y la crisis productiva están condenando a la ruina a la economía
campesina del altiplano y los valles, donde predomina una bajísima
productividad, reina la pobreza y crece el descontento.
A 50 años de la reforma agraria, que intentó redistribuir equitativamente la
tierra en Bolivia, se generó un proceso de fragmentación de la tierra tan
extremo y acelerado en estas regiones que, según un informe del Ministerio de
Agricultura, surgen cada año 16 mil nuevos minifundios, lo que dificulta los
procesos productivos y los torna inviables en muy corto tiempo.
Hoy, en promedio, cada campesino del altiplano y los valles tiene mucho menos
tierra que antes, por lo que se está dando también un acelerado proceso de
abandono de las áreas tradicionales y una fuerte migración del campo a las
ciudades y del occidente al oriente.
El resultado de este proceso es el ensanchamiento de los cinturones de pobreza y
marginalidad en las principales ciudades y crecientes conflictos por la posesión
de tierras especialmente en el oriente, según establecen diversos estudios.
Diferencias abismales
En los últimos años, esta extrema desigualdad e inequidad existente en área
rural ha potenciado las abismales diferencias de ingresos en el área urbana y en
todo el país. El Informe del PNUD establece que el ingreso del 10 por ciento más
rico de la población supera 90 veces al ingreso del 10 por ciento más pobre.
Estas diferencias basadas en la riqueza son el primer eslabón de un ciclo de
desigualdad que persigue a la gente durante toda su vida, apunta el estudio. Y
esto se repite de manera dramática en todas las esferas de la vida de los
bolivianos. Las mujeres de hogares pobres tienen mucho menos probabilidad de
recibir atención prenatal y en el parto por personal médico especializado y sus
hijos tienen también menos probabilidad de sobrevivir y completar la
escolaridad, y los niños que no la completan tienen más probabilidades de
percibir menores ingresos. Así, el ciclo de privaciones se transmite de una
generación a otra, señala el documento.
Respecto de la educación, se informa que si bien en promedio los bolivianos
tienen entre cinco años y cinco años y medio de escolaridad, existe una
diferencia de siete años de escolaridad media entre el 20 por ciento más rico y
el 20 por ciento más pobre de la población.
La tasa de pobreza, que había disminuido a 48,7 por ciento en 1999, aumentó a
61,2 por ciento en 2002. La cifra es más alarmante si se considera a la
población indígena: el 88 por ciento es pobre.
Las cifras también reflejan las desigualdades entre las zonas rurales y las
urbanas. Por ejemplo, "las tasas de mortalidad son 1,9 veces mayores entre los
niños del campo que entre los que viven en la urbe".