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Oxy y el cuento de la seguridad jurídica
Alberto Acosta*
Diario hoy
Difícilmente se puede encontrar una persona que niegue la falta de seguridad
jurídica en Ecuador. Sus instituciones están pulverizadas. Basta con recordar
que desde diciembre de 2004 hasta la fecha no hay prácticamente Corte Suprema de
Justicia, ni Tribunal Constitucional; que la Fiscalía funciona con un subrogante
desde hace meses y que, desde hace un par de años, se registra una situación
similar en la Contraloría General de la Nación; incluso en la Defensoría del
Pueblo no existe titular.
Desde todos los ámbitos de la vida nacional hay razones para exigir
instituciones jurídicas sólidas y confiables. Los solemnes reclamos por la
seguridad jurídica, sin embargo, se transforman en una tomadura de pelo cuando
casos jurídicos en donde sólo hay lugar para decisiones jurídicas, se los quiere
llevar al campo económico y político. Este es el caso de la caducidad del
contrato con la compañía petrolera Occidental (OXY).
La ley es clara. No da lugar a interpretaciones. Tampoco hay margen para
negociaciones, menos aún espacio para cálculos de costo-beneficio. No se
requiere un gobernante salomónico. Simplemente hay que garantizar la seguridad
jurídica. Y eso exige un juez probo. De eso se trata. OXY ha violado y sigue
violando la Ley de Hidrocarburos y el contrato suscrito con el Estado. Estas
violaciones son causales suficientes para declarar la caducidad del contrato:
sea por el traspaso del 40% de derechos y obligaciones del contrato de OXY a
Encana sin que previamente se cuente con la autorización expresa del ministro de
Energía y Minas; por no haber realizado las inversiones mínimas comprometidas
contractualmente; por insistir en infracciones al ordenamiento legal y
reglamentario en casi todos los ámbitos del contrato. Los incumplimientos
continúan: en junio OXY no estaba al día en la entrega completa del porcentaje
de participación que le corresponde al Estado, debe más de 1,5 millones de
barriles de petróleo.
Cumplida la ley, si se puede hacer un análisis de costo-beneficio propio del
mundo de los negocios. Entonces se podría escoger entre entregar los campos a
otra empresa o permitir que Petroecuador (preferentemente a través de una unidad
ejecutora) asuma el funcionamiento de la ex-OXY en Ecuador. Y en esta
definición, pensando en el interés nacional, no conviene que una empresa privada
se lleve los campos de OXY, que produce más de 100 mil barriles al día y que le
deja al país menos del 15% de la renta petrolera (TEXACO, en los años 70 y 80,
dejaba el 95%). Y que no se siga desinformando, diciendo que Petroecuador no ha
podido subir sus niveles de producción por culpa de sus sindicatos, pues para
destruir sistemáticamente al ente estatal, entre 1994 y 2004, entre otras
trabas, no le entregaron 1.460 millones de dólares para todas las inversiones
necesarias en el campo de la producción de crudo, lo que provocó pérdidas para
Ecuador por 4.580 millones de dólares. Sobre estas cuentas y negociaciones
podemos discutir más adelante. Lo que interesa ahora es simplemente el
cumplimiento de la ley.
Darle la razón a la OXY, por miedo al garrote imperial, ratificaría que este
pequeño país andino no es más que una colonia y que el discurso de la seguridad
jurídica es una falacia.
*ALBERTO ACOSTA: Economista e investigador ecuatoriano. Columnista del Diario
Hoy y de otras publicaciones periódicas. Asesor de varios movimientos populares.