Latinoamérica
|
El día en que el PT murió
Valerio Arcary
Rebelión
"¿El fin justifica los medios? Esa doctrina contradictoria,
psicológicamente inconcebible, fue malignamente atribuida a los jesuitas por sus
adversarios, protestantes – y a veces católicos – que, a su vez, poco se
preocupaban con escrúpulos en la elección de los medios para llegar a sus
propios " fines"(...) Los jesuitas, a su vez rivalizando con los protestantes,
se adaptaron cada vez más al espíritu de la sociedad burguesa y al de los tres
votos – pobreza, castidad y obediencia – conservaron solo apenas el úl¬timo,
aunque de forma bastante atenuada. Desde el punto de vista del ideal cristiano,
la moral de los jesuitas cayó considerablemente, tanto, que alcanzó su nivel mas
bajo cuando ellos cesaron de ser jesuitas. De guerrilleros de la Iglesia,
pasaron a ser burócratas y, como todos los burócratas, unos estafadores de
primera".
León Trotsky [1]
Releer los clásicos, cuando estamos ante acontecimientos que, sugieren cambios
de dimensiones históricas, es una de las tradiciones de la izquierda, que se
perdió y que debemos recuperar. El epígrafe de Trotsky nos remite a dos de los
temas candentes de la coyuntura brasileña: la relación entre los fines y los
medios para una estrategia socialista, además de los procesos de adaptación
social y deformación política de organizaciones que se transformaron en lo
contrario, de lo que pretendían ser cuando fueron creadas.
Trotsky admite que la Compañía de Jesús nació como una respuesta medieval a la
Reforma Protestante, por lo tanto, históricamente, reaccionaria, pero que con el
tiempo, se adapto a las presiones sociales del capitalismo. Los jesuitas, hasta
para poder permanecer en el Vaticano, dejaron de ser jesuitas. El proceso de
evolución histórica del PT llego, también a una encrucijada: a lo largo de los
veinte años que nos separan del fin del régimen militar, para legitimarse como
un partido electoral, resignado a los estrechos limites del régimen democrático
liberal de Brasil, el PT debió dejar de ser petista. Fue un proceso de
readecuación política, el renegar de su origen, pero también, de transformación
social, fue una ruptura con las bases sociales de su constitución, apoyado en la
CUT y en el MST.
Son dos también, los argumentos de este artículo. El primer tema se refiere a la
constatación indudable, pero que encuentra previsibles resistencias, de que la
crisis del PT es terminal. El segundo, es la defensa de la lucha contra la
corrupción, como una bandera democrática innegable del programa de la revolución
brasileña, tema polémico, por lo tanto, vital, para la reorganización sindical y
política en curso, con el colapso de la CUT y del PT. Estas dos premisas se
articulan para defender que la izquierda no puede dudar ante la lucha, como
medio para derrumbar al gobierno Lula. Lo que nos vuelve a la discusión sobre
los fines y los medios.
Capitalismo y corrupción
Recordemos, para comenzar a hablar, lo que la historia y el marxismo nos dejaran
como fundamentos "graníticos" sobre la corrupción. Nunca existió capitalismo sin
corrupción. Capital y Estado estuvieron siempre unidos a través de las más
variadas complicidades. Desde el inicio de las pioneras Repúblicas italianas,
cuando Europa recupero del Islam el control de las lucrativas rotas comerciales
del Mediterráneo, pasando por la conquista de América por las Coronas ibéricas,
sin olvidarnos los casi ciento cincuenta años de disputa entre Londres y Paris
por la supremacía del mercado mundial: la corrupción estaba ya allí en todos los
puertos, en todos los tribunales, en todas las Cortes, en todas las lenguas. La
corrupción nunca fue privilegio de los latinos, ni de los chinos, ni de los
árabes. Desde el siglo XIX habló más que cualquier otro idioma el latín moderno
o el inglés. Comprando favores, dislocando a su competencia, eludiendo las
leyes, sobornando autoridades, obteniendo cargos. Significó la fuerza del dinero
abriendo los cajones del poder, y el dominio del Estado favoreciendo los cofres
de la riqueza.
Cuando argumentamos que capitalismo es corrupción, que siempre caminaron dados
de las manos, muchos nos preguntan ¿si la corrupción no sería inevitable en
cualquier sociedad?, ya que nadie ignora que al final tanto en la URSS, como en
China las burocracias estatales se regocijaron en privilegios eludiendo sus
propias leyes. ¿La corrupción no es expresión de las incoherencias sombrías de
la naturaleza humana? Los socialistas defienden que no existe fatalismo en la
condición humana que nos condene a la corrupción. Que así como existieron
sociedades que no conocieron la explotación del hombre por el hombre, también
ignoraron la corrupción. La corrupción es una enfermedad económico-social, y se
explica en función de circunstancias históricas.
La percepción de que en Brasil, la apropiación privada del Estado por el mundo
de los negocios, tuvo siempre su raíz en la impresionante desigualdad económica
y social, es fundamental para mantener el sentido de las proporciones ante el
colapso del PT. Al transformarse, a partir de 1988, en un partido que se
formalizaba preparándose para la gestión del Estado, sin amenazar al
capitalismo, el PT selló de esta forma su destino. Con un programa de adaptación
política a un capitalismo que no crece, en una sociedad en que la desigualdad no
deja de aumentar, y en la cual la movilización social viene disminuyendo desde
hace un cuarto de siglo, o sea, un reformismo sin reformas, no podría evitar la
degeneración metodológica y ética. Cuenta la sabiduría oriental que el pez muere
por la cabeza. Ya el Padre Antonio Vieira decía que el pez, se pudre por la
cabeza. El marxismo alerta que la cabeza no es inmune a la presión del piso, que
los pies pisan.
El PT eligió el camino de la social democratización que ya había sido recorrido
en América Latina por muchos otros, hasta por organizaciones que encabezaron
revoluciones democráticas, como los sandinistas. Si, aún los partidos que se
formaron en la severidad de las condiciones de la lucha armada contra dictaduras
– como el FSLN, o los Tupamaros o el Farabundo Marti – cuando aceptaron
transformarse en partidos electorales, resultaron vulnerables ante la presión
política y social de la democracia liberal, parece increíble que el PT, que ya
nació como un partido electoral, sea presa fácil de la corrupción endémica del
Estado brasileño. Solo era en el fondo, una cuestión de tiempo, para que el PT
evolucionara del financiamiento legal de los monopolios – en práctica desde 1994
- para un sistema de caja dos – a ejemplo de los partidos tradicionales - y,
luego hacia la transferencia de recursos recaudados para los partidos aliados,
el sistema del " mensalão" (una contribución mensual que recibía cada diputado
para apoyar las propuestas del gobierno en el Congreso, y que culminó con el
enriquecimiento ilícito de sus burócratas).
El dominio del Capital siempre fue la asociación legal o ilegal, por lo tanto,
siempre ilegítima e inmoral, de la riqueza con el poder. Todos los partidos
comprometidos con el régimen democrático-electoral y, por eso, financiados por
el capital, fueron fomentados, en todos los tiempos y lugares, por la fuerza del
dinero. En los últimos cien años, a escala mundial, la inmensa mayoría de los
instrumentos de representación política de los trabajadores, cuando se
consolidaron regimenes democráticos, ya sea en el centro o en la periferia,
fueron absorbidos por la presión del electoralismo. La social democracia europea
antes de la 1ª Guerra, o los partidos eurocomunistas luego de los años 60, mucho
antes del PT, confirmaron que es difícil, políticamente, y compleja, social y
organizativamente, la construcción de reservas o filtros de inmunidad ante la
presión de fuerzas sociales hostiles. Degeneraron, absorbiendo además de los
métodos del electoralismo, sus vicios. Sus dirigentes, del SPD en Alemania, y
del Labour en Inglaterra, o del PCF en Francia y del PCI italiano,
experimentaron, primero con los Parlamentos, luego con el ministerialismo, un
proceso de ascensión económica y de acomodación social irrecuperable.
Adaptación política y degeneración burocrática
Admitamos, que los privilegios de los aparatos social-demócratas fueron el
ante-sala de aberraciones aún más graves. Y como si no bastasen las
despreciables excentricidades de la burocracia rusa, como la colección de
automóviles de Brejnev, o la cómica sucesión de tipo monárquico, en nombre del
socialismo, del régimen totalitario en Corea del Norte; la izquierda del siglo
XX vivió la degradación del asalto de los sandinistas a las mansiones en
Nicaragua. Por lo tanto, presiones sociales en sociedades desiguales nunca deben
ser, subestimadas: los que se dejan confundir políticamente, asimilan los
métodos de la política burguesa – en la que todos son mercaderías, incluyendo el
voto – y, finalmente, se rinden a un modo de vida de ostentación. Esto es lo que
confiesan los principales líderes petistas cuando, de manera casi grotesca,
invocan absolución porque estaban actuando de acuerdo con las "reglas del
juego".
Claro, ahora el PT murió. Murió, comparativamente, al igual que el estalinismo
murió con la caída del muro de Berlín. Está dándose lo que los dialécticos
denominan el salto de cantidad en cualidad. Cuando el publicista que creo el
Lulita paz y amor confeso sus pecados, ironía de la historia, clavó una navaja
en el corazón del PT. Relacionado con cualquier análisis, el marco histórico
parece imposible de ser contorneado, dado que se puede sucumbir a los
impresionismos de coyuntura. Solamente una perspectiva más amplia podrá permitir
explicar, como el partido político que fue la expresión electoral del movimiento
obrero sindical y de la mayoría de los movimientos sociales brasileños, de los
años ochenta, se transformo, a partir de su más alta dirección, en
irrecuperablemente este, una espantosa amalgama de arrivistas y estafadores.
El tema de la burocratización, de los partidos de los trabajadores asalariados
en sociedades urbanas, permanece siendo un fenómeno polémico. Al analizar a la
socialdemocracia de cien años atrás, Lenin recurrió al concepto de aristocracia
obrera para intentar explicar la creciente diferenciación social en el mundo del
trabajo en el transcurso de el siglo XIX para el XX, e intentar comprender
porque una mayoria de las bases sociales y electorales de la socialdemocracia
apoyó sus respectivos gobiernos, al inicio de la guerra de 1914. Mientras tanto,
se recuerda mucho menos que Lenin previo que ese apoyo seria efímero, aún entre
los sectores de la clase trabajadora que obtuvieron concesiones en la etapa
histórica anterior. La aristocratización de un segmento de la clase obrera era
comprendido por la izquierda marxista como un fenómeno, esencialmente, económico
y social, en cuanto el agigantamiento del aparato sindical y de las fracciones
parlamentares absorbidas por el Estado, era discutido como un proceso,
esencialmente, político. Aristocracia obrera y burocracia obrera no eran
identificadas como el mismo fenómeno social, porque la aristocracia, un concepto
relativo a las condiciones materiales y culturales de existencia de la clase
trabajadora de cada país, permanecía siendo un sector de clase, aunque
privilegiado, en cuanto a la burocracia sindical ye parlamentaria de los
aparatos socialdemócratas seria una casta exterior al proletariado.
La Crisis terminal del PT y el debilitamiento del gobierno Lula
Estamos desde hace dos meses frente a dos crisis que, no siendo iguales, corren
paralelas y son indisociables, la crisis terminal del PT y la crisis política
del gobierno Lula. El PT, tal como fue en los últimos veinticinco años, no podrá
resistir. Estamos acompañando una revolución mental en la cabeza de millones de
trabajadores y jóvenes, un proceso de importancia histórica. El PT podrá,
talvez, subsistir como un partido electoral, aun así, tiene que expulsar gran
parte de su dirección histórica, pero jamás podrá ocupar el papel que tuvo junto
a los sectores organizados de las clases trabajadoras y los movimientos
sociales. Será un partido electoral con otra base social. Se engañan aquellos
que subestiman la actual crisis del petismo. El desmoronamiento de la autoridad
del PT – y en menor medida, del propio Lula – que se aguantó en la cuerda floja
los primeros treinta meses de gobierno, aún con una política antipopular, tiende
a ser vertiginoso.
Lo que no impide que las parcelas mas atrasadas, desinformadas y, sobretodo,
desorganizadas de la población, aquellas que fueron las últimas en girar
electoralmente hacia el apoyo a Lula, puedan continuar exprimiendo durante
algunos meses, o hasta mas tiempo, su intención de voto en Lula para el 2006.
Fueron los últimos en desplazarse en el apoyo a Lula, porque nunca tuvieron
referencia en el PT o, a lo sumo, en cualquier partido, y serán los últimos en
romper. Ese proceso profundo y más lento no será, con todo, relevante para el
destino del PT. El futuro del PT está siendo decidido en las grandes fábricas,
como en las ensambladoras automotrices y en las siderúrgicas, en las refinerías
de la Petrobrás, en las Universidades, entre las clases medias de alta
escolaridad y bajos salarios, por fin, en las grandes ciudades y en los
movimientos sociales que siempre fueron su retaguardia social.
Aunque el gobierno Lula todavía no acabó – no se apoyaba solamente en el PT – a
pesar de que se encuentra muy fragilizado. Estuvo pendiente en estos treinta
meses del apoyo del imperialismo, de la banca, de las constructoras, de los
medios, por fin, de las instituciones, como el Congreso, el Poder Judicial y las
FFAA, aunque no fuera la opción preferencial de la burguesía en las elecciones
del 2002. Su manutención, aunque de forma agonizante, bajo la formula de un
gobierno Palocci/Lula interesa a las fuerzas sociales y políticas comprometidas
con la preservación del orden. No es para sorprenderse que estén apuradísimos en
la articulación de un "acuerdazo" que preserve a Lula - y al propio congreso -
de un impeachment, de la toma de posesión de Alencar o de elecciones
anticipadas. Mientras tanto, la crisis permanece abierta. El Gobierno Lula/Dirceu/Palocci
de los últimos dos anos y medio ya no existe. El gobierno Lula vive, por
supuesto, una profunda crisis política desde que se precipitó la denuncia de que
el PT había transferido fondos para los partidos de "alquiler" (Nota del
Traductor: como son conocidos los partidos que apoyan gobiernos a cambio de
prebendas) como el PL, PP y PTB, reconocidas por el propio Roberto Jefferson
como mercenarios, y que le garantizaron una mayoría en el Congreso Nacional,
como ya lo hacían en el gobierno de FHC.
No es secreto para nadie bien informado que desde hace muchos años, por lo menos
desde 1994, el PT es financiado en sus campañas con millonarias contribuciones
de los principales monopolios brasileños. Pero, a pesar de estas evidencias, la
dirección del PT mantuvo la imagen de su integridad moral intacta frente a la
mayoría de sus bases sociales. Argumentaba que aceptar el dinero de las grandes
corporaciones era parte de las "reglas del juego", o sea, que los fines
justificaban los medios.
Las denuncias del pago de mensualidades conocidos como "mensalão" pueden llegar
a ser, incluso, decisivas para confirmar lo que ya se sospechaba desde hace
mucho: (a) que el PT mantiene, también, tal cual los partidos burgueses, una
caja dos, para financiamiento electoral; (b) que el PT, al estar en el Gobierno
federal – y también cuando participó en los gobiernos estaduales y municipales -
favoreció a empresas privadas, como las contratistas que compitieron por los
contratos millonarios de recolección de basura, o las de publicidad; (c) que se
dieron desde 1988, de los procesos simultáneos e indivisibles:
profesionalización de un aparato de varios millares de cuadros que se turnaban
nacionalmente por los puestos en la municipalidades y administraciones
estaduales, todo esto asociado al enriquecimiento ilícito de una parte de su
dirección.
La cuestión decisiva para la izquierda anticapitalista social y política es
ayudar a unir estas dos crisis que se dan en ritmos distintos: pelear para que
la pérdida de confianza en la CUT y en el PT se transforme en una ruptura
política con el gobierno Lula. Ayudar a que vayan mas allá de la tristeza y del
desanimo, los millones que formaron a lo largo de los últimos veinticinco años
la base social del petismo, y construir una movilización que traiga un sector de
masas, al inicio, un sector mas avanzado y, posiblemente, mas joven, para las
calles. Lo que no avanza, retrocede. Ya sabemos que, se no existe presión
popular, la crisis se resolverá por adentro de las instituciones con algunas
derogaciones de mandatos de diputados - y con algunas, pocas, expulsiones del PT
- y que Lula buscará reubicar a su gobierno frente a la burguesía, prometiendo
la reforma política, sindical, y la joya mas codiciada de todas, la reforma
laboral.
No hay que temer por el debilitamiento del gobierno y, su posible, derrumbe. El
gobierno Lula no es un gobierno de izquierda. Quien dijo esto fue nada menos…que
el propio Lula. Generó el más grande superávit presupuestario de la historia del
país, transfiriendo mas de R$150 billones de reales (o US$ 75.000 MM) por año
para los rentistas de los intereses de la deuda interna, sacrificando la
educación y la salud pública. No hay dude que, José Serra, el candidato que
disputó con Lula, no hubiera podido realizar la Reforma antipopular de la
Previdencia Social, tal cual lo hizo Lula. El gobierno Lula es un gobierno
socialmente burgués, económicamente neoliberal, políticamente reaccionario.
La naturaleza del gobierno Lula alimentó, con todo, innumeras confusiones en la
izquierda. El marxismo se distingue como corriente teórico-política, justamente,
por el esfuerzo de hacer caracterizaciones sociales de los fenómenos políticos.
Gran parte de la intelectualidad petista, y la izquierda del PT – y el propio
MST - invocaron la fórmula elíptica de un gobierno en disputa, un híbrido
social. Pero, con el tiempo, se quedó claro que la mano era otra. Es muy
razonable que todo gobierno puede tener un ala izquierda, en el sentido de que
el ministerio puede ser heterogéneo, pero, finalmente, hay una dinámica que se
impone. El gobierno Lula no permite paralelo, por ejemplo, con el gobierno
Chávez, que era el grande temor de una parcela del gobierno norte americano,
tranquilizada por la embajadora de Washington en Brasilia. El gobierno de Chávez
nos remite a las experiencias del Gobierno Cárdenas en México de los años
treinta, y a los gobiernos Perón en Argentina y Vargas en Brasil, en los años
cincuenta. Después de la crisis de 1929, cuando la supremacía inglesa ya había
sucumbido, y una nueva hegemonía estaba en abierto, una onda revolucionaria
sacudió Europa – España, Francia y Alemania – y la crisis mundial favoreció el
surgimiento de gobiernos que buscaban un margen de mayor autonomía en el sistema
mundial de Estados. Trotsky sugirió el concepto de semibonapartismo o
bonapartismo sui generis para explicar el gobierno Cárdenas.
"En los países industrialmente atrasados el capital extranjero juega un rol
decisivo. De ahí la relativa debilidad de la burguesía nacional en relación al
proletariado nacional. Esto crea condiciones especiales de poder estatal. El
gobierno oscila entre el capital extranjero y el nacional, entre la
relativamente débil burguesía nacional y el relativamente poderoso proletariado.
Esto le da al gobierno un carácter bonapartista sui generis, de índole
particular. Se eleva, por así decirlo, por encima de las clases. En realidad,
puede gobernar o bien convirtiéndose en instrumento del capital extranjero y
sometiendo al proletariado con las cadenas de una dictadura policial, o
maniobrando con el proletariado, llegando incluso a hacerle concesiones, ganando
de este modo la posibilidad de disponer de cierta libertad en relación a los
capitalistas extranjeros." [2]
El concepto de bonapartismo es especialmente complejo porque cuestiona la idea
simples de que habría una correspondencia directa entre las clases y el Estado.
Surgió en el marxismo para intentar explicar gobiernos en los cuales el Estado
arbitraba entre distintas clases propietarias, apoyándose en sectores no
propietarios. Napoleón III tendría se apoyado en el campesinado para aislar el
proletariado, y movilizar bajo la bandera de la unidad nacional en favor del
mundo de las finanzas, y Bismarck hizo concesiones al naciente proletariado,
para maniobrar en contra de la burguesía de los principados occidentales
anexados en favor de los junkers del Este. Adaptado a la experiencia de un país
semicolonial, y reformulado como semibonapartismo para definir el gobierno
Cárdenas, que suspendió el pago de la deuda externa, y realizó una reforma
agraria, reconociendo a los ejidos – la posesión de tierras comunales - buscaba
explicar el alcance de una política nacionalista que se apoyaba en las clases
populares, arbitrando nuevas condiciones con el imperialismo, aunque en los
limites del capitalismo.
Pero, Lula no es Chávez, ni tampoco un Cárdenas del inicio del siglo XXI. En la
política, como en la vida, lo que no se debilita, se fortalece. El gobierno Lula
sólo podría fortalecerse, en las actuales circunstancias, si diese un giro a la
derecha más antipopular, aplicando el plan de un superávit nominal cero, o sea,
una rebaja del pago de los intereses, próxima al 10% del PBI. Un gobierno Lula/Delfim
Neto seria, para los trabajadores y el pueblo una catástrofe nacional. Por lo
tanto, un gobierno Lula más débil resulta, mucho mejor que un gobierno Lula
fuerte. Y, si es posible movilizarse para derrumbarlo, no tenemos porque dudar,
aún si hoy no se vislumbra la posibilidad de la lucha directa por el poder por
las fuerzas anticapitalistas. Un gobierno Alencar seria aún más frágil. Ya que
la anticipación del calendario electoral exigiría un enorme grado de
improvisación por parte de la burguesía dado que no cuenta con candidatos
fuertes – tanto el PSDB como el PFL tienen cuentas que rendir y explicar – esto
disminuiría en gran medida la posibilidad de un PT reciclado con otro candidato,
abriendo espacio para una recomposición de la izquierda sobre nuevas bases
políticas y metodológicas. Una candidatura de izquierda socialista, construida
ya, sea desde abajo hacia arriba por el sindicalismo clasista, por los
activistas independientes del movimiento popular y estudiantil, sea desde un
acuerdo maduro y paciente del PSTU, PSOL y Consulta Popular con un programa
antimperialista y anticapitalista, podría ser el inicio de una nueva etapa de la
izquierda, sobre todo, si es forjada a partir de una experiencia de frente único
en la lucha contra el Gobierno Lula.
Las tareas democráticas y la revolución socialista
Muchos socialistas honestos se preguntan si la denuncia da corrupción, que
significa una bandera democrática, no debería ser secundarizada porque, al
final, la prioridad de una política de izquierda precisaría tener como identidad
fundamental la presentación, ante todos los grandes acontecimientos, de una
salida de clase, por lo tanto, anticapitalista. Esta discusión tiene dos
dimensiones, una programática y otra ética. La dimensión programática es la
compresión que el programa de la revolución socialista debe asumir,
concientemente, tareas democráticas.
La revolución social anticapitalista contemporánea ha sido un proceso simultáneo
de varias revoluciones. Sobre esta cuestión programática existieron dos
posiciones simétricas, en el pasado, ambas equivocadas. La primera y más
influyente fue la del PCB que defendía que, siendo Brasil un país atrasado en
relación a los centros capitalistas, la revolución brasileña seria una
revolución nacional y democrática, teniendo como centro un programa de
industrializaciones y crecimiento económico. La etapa democrática era presentada
en oposición a una ruptura socialista y, por eso, fueron criticados,
correctamente, como etapistas. Los sujetos sociales interesados en ese programa,
según la dirección liderada por Prestes, serian la burguesía industrial aliada a
las clases medias urbanas. Quedaba reservado a los trabajadores y al pueblo
pobre de la ciudad y del campo un papel de presión sobre una fracción de las
clases propietarias contra otras, sacrificado su independencia política. Esta
elaboración explicaba el seguidísimo político del PCB de cara al gobierno Jango.
La otra posición, que influencio a Polop, reconocía que Brasil era un país
atrasado en que las tareas agrícolas, de distribución de la propiedad de la
tierra, por ejemplo, estaban pendientes, pero afirmaba que, siendo el conflicto
entre el capital y el trabajo lo más marcante y eje ordenador de todas las otras
luchas, la revolución brasileña seria socialista, punto, y que su sujeto social
seria el proletariado.
La historia probó que ambas de estas elaboraciones eran unilaterales, o estaban
directamente erradas, aún si admitiéramos, por justicia intelectual, que la
primera se demostró más equivocada. En los países periféricos como Brasil,
acompañamos un proceso de lucha social en que las tareas democráticas,
históricamente burguesas, no pudieron ser realizadas por las clases
propietarias. Pero eso no significa que hayan perdido importancia, y que no esté
colocada, por hacer, una revolución democrática, aún luego de la caída de la
dictadura hace veinte años atrás. Hasta hoy, Brasil permanece con una espantosa
concentración de tierras en poquísimas manos, en cuanto millones no tienen
tierra alguna. Hasta hoy, Brasil continúa con una inserción dependiente del
mercado mundial, exportando capitales a través del pago de la deuda externa,
vendiendo muy barato sus materias primas, y comprando caro los productos
manufacturados, pagando fortunas de royalties. Hasta hoy, vivimos en una
República que no es república, devorada por la corrupción y por la impunidad,
porque riqueza y poder se protegen, recíprocamente, y la ley está muy lejos de
ser igual para todos. Esto fue así y permanecerá así, porque las clases
propietarias temen, por encima de todo, a la movilización independiente de las
masas trabajadoras de la ciudad y del campo.
La revolución brasileña será, por lo tanto, un proceso simultáneo de varias
revoluciones, como ya ocurrió, en los últimos años en América Latina. El "que se
vayan todos" de Argentina en el 2001 y de Ecuador en el 2005, expresaban la
radicalidad democrática del programa que permitió la alianza del mundo del
trabajo con las clases medias. ¿Qué es lo que pretendia marcar? Las masas
estaban votando con los pies, marchando por millones, y diciendo que los
políticos profesionales burgueses y sus aliados reformistas no podrían más
candidatarse. Por eso, eran "escrachados" y desmoralizados, y no podían salir
más de sus casas.
En Bolivia, la bandera de lucha contra la violenta represión que dejó decenas de
muertos, y que llevó a la caída de "El Gringo" Gonzalo de Losada en el 2003, y
la bandera del "Gas es nuestro", que llevo al derrocamiento de Mesa en el 2005,
dejaron ver claramente la unidad de las reivindicaciones nacionales
antimperialistas con la justa ambición democrática de justicia para la mayoría
de la población que es indígena y campesina, y que siempre fueron considerados
por los propietarios descendientes de europeos, como bolivianos de segunda
clase. Los Febreros recurrentes latinoamericanos desde el 2000 – Ecuador en el
2000 y 2005, Argentina en el 2001, Venezuela en el 2002 Bolivia en el 2003 y
2005, las revoluciones democráticas que permanecen incompletas, que derrumban
gobierno tras gobierno, pero que no se plantean la cuestión del poder, confirman
procesos de revolución socialista, aún si se parte de niveles de conciencia y
organización insatisfactorios, están en marcha.
La revolución brasileña no será diferente. Será un proceso de movilización en
permanencia en que a las banderas de lucha anticapitalista, como la
nacionalización del sistema financiero, por ejemplo, se unirán a las banderas
democráticas radicales como la lucha contra la corrupción, por el fin de los
sigilos bancarios, fiscales y telefónicos de los corruptos y corruptores, por la
expropiación de sus bienes, por el fin de los paraísos fiscales, etc... Será una
revolución nacional contra el imperialismo, una revolución agraria contra el
latifundio, una revolución democrática contra la corrupción, una revolución
negra contra el racismo. Será, con todo, una revolución socialista, porque
tendrá en los trabajadores asalariados, la columna vertebral de la alianza
popular con las capas medias, y no se detendrá ante la propiedad privada del
capital. El fenómeno del sustitucionalismo social ya adquirió formas increíbles
- como revoluciones agrarias que se desdoblan en socialistas como la China - y
preparémonos para nuevas sorpresas: tareas democráticas elementales, hasta
republicanas - como aprecia tanto la izquierda petista – solo pudieron ser
realizadas con métodos revolucionarios, por las clases que tienen intereses
anticapitalistas. Es la revolución permanente.
Los fines y los medios
La dimensión ética nos remite a la relación entre los fines y los medios, que
ajustició en el pasado remoto a los jesuitas - y en el siglo pasado a los
bolcheviques – y encontró eco en el movimiento socialista. El debate sobre
estrategia y táctica, cualificando los diferentes tiempos de la política, dio
una nueva vida al problema, en la medida que crecientemente, la mayoría de las
corrientes que se reivindicaron socialistas en el siglo XX, fueron abandonando
la perspectiva anticapitalista, adoptando diferentes variantes de programas
reformistas. Se establecieron en relación al tema, a groso modo, tres posiciones
fundamentales en la izquierda contemporánea, aunque con variaciones
intermediarias:
(a) la posición que defiende que los fines justifican los medios. Sus defensores
argumentaban que, al final, con la perspectiva del tiempo, serian absueltos. La
social democracia francesa y alemana justificaron los genocidios de la Primera
Guerra, esgrimiendo que actuaban en complicidad con sus clases dominantes, en
nombre de la defensa de la patria. El estalinismo no dudo, por ejemplo, en
defender hasta el pacto Ribbentrop/Molotov, o sea, acepto un acuerdo diplomático
con el nazismo que no impidió que, dos años después, la URSS fuese invadida por
una Alemania inmensamente fortalecida. Los "realistas" se olvidaron, que medios
indignos distancian o hasta comprometen los fines, porque los fines precisan,
también, ser permanentemente, reafirmados, confirmados y justificados. Cometen,
en nombre del realismo político, el error simétrico de los moralistas. Pero,
dividen con ellos el criterio absurdo de que medios y fines son independientes
unos de los otros;
(b) la posición de los moralistas que los medios son todo, y los fines, nada.
Afirmada, originalmente, por el reformismo "a la Bernstein", se transformo en un
coqueluche internacional con el crecimiento de los Foros Sociales Mundiales y la
popularidad de las ONG’s. La estrategia de la lucha se agotaría en la táctica,
vaciando la política de invención. Porque todo son tácticas que, erráticamente,
se suceden. No hay horizontes, no hay proyectos, no hay programas. La política
queda reducida al tiempo del presente. La dimensión utópica del combate
socialista, que solo puede adquirir significado en la revolución mundial, se
pierde. La historia, del proceso de venir a ser, pasa a ser un eterno presente,
comprometiendo, por lo tanto, una perspectiva de lucha por el poder. Esta
posición aparece, frecuentemente, camuflada con el argumento empirista de que el
camino se construye caminando, cuya consecuencia es volver absoluto los
criterios morales imperativos y universales. El límite, consiste en una
subordinación de la política a la moral, una versión que puede ser más o menos
laicizada (bajo la forma de valores ahistóricos de la "naturaleza humana").
Remite, en último análisis, al principio teológico de que la moral es
independiente de la historia, por lo tanto, de la sociedad y de los conflictos
de clases en su interior. Siendo los imperativos categóricos kantianos
inaplicables, tanto bajo las presiones de la vida cotidiana, como cuanto en la
arena de la lucha de clases como cuando esta se exacerba, los valores morales
universales pasan a ser un principio sagrado irrevocable, por lo tanto inútil;
(c) la posición que defiende que los medios y los fines tienen entre sí una
relación indisoluble y, en una sociedad dividida, el combate político es también
un combate moral. Sólo serian admisibles, por lo tanto, aquellos medios que
estén al servicio de la supresión del poder de una minoría sobre la mayoría: los
medios que inflaman la indignación de los oprimidos, que exaltan su unión y
confianza en sí mismos, que confirman lo justo de sus luchas. Es obligatorio
concluir que ni todos los medios son permisibles. Deben ser condenados como
indignos, por ejemplo, todos los procedimientos que alimenten ilusiones en los
enemigos de clase y desconfianza entre los trabajadores; los métodos de los
burócratas que cambian confidencias con los patrones y mienten, descaradamente,
a sus bases; los artificios de los que lanzan un sector del pueblo oprimido
contra otro; o que estimulan el seguidísimo ciego de los jefes; y, más que todo,
el repugnante servilismo ante de las autoridades, y el correspondiente desprecio
por la juventud y los explotados y sus opiniones; pero, reconoce, también, que
no existe un catecismo que defina como mandamientos lo que es consentido, y lo
que es impensable.
_________________________________
Notas
[1] TROTSKY, León. Moral e Revolução: a nossa moral e a deles. 2ª ed. Rio de
Janeiro, Paz y Terra. p. 9/11.
[2] TROTSKY, León. "La industria nacionalizada y la administración obrera" en
____ Escritos latinoamericanos, 2ª edición. Buenos Aires: Centro de Estudios,
Investigaciones y Publicaciones León Trotsky (CEIP León Trotsky), 2000,,
pp.163-164.
(*) Autor de Las Esquinas Peligrosas de la Historia, situaciones
revolucionarias en la perspectiva marxista. Fue miembro del Directorio Nacional
del PT a partir de 1987, y de la Ejecutiva Nacional del PT a partir de 1989. Fue
expulsado del PT en el proceso de exclusión de Convergencia Socialista en 1992.
Actualmente es miembro de la dirección nacional del PSTU (Partido Socialista de
los Trabajadores Unificado). Miembro del consejo editorial de las revistas:
Marxismo Vivo y Outubro