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Uruguay
Opuestos
Rubén Olivera
Brecha
"(...) hay que elegir con decisión porque hay dos vidas y dos muertes posibles y porque hay diferentes maneras de pudrirse.
Y ustedes sin quererlo ayudan a elegir en todo el mundo (...)." Idea Vilariño
"Gritá ¡Viva Hitler!" "¡Muera Hitler!", gritó la muchacha. "Gritá ¡Muera
Fidel!" "¡Viva Fidel y la revolución cubana!", respondió. A Soledad Barret,
paraguaya de 16 años, la secuestraron en Montevideo en 1961 con algunos de los
procedimientos que después serían habituales: se apagó la luz, la arrastraron
del pelo, la encapucharon y la metieron en un auto. Como no lograron que gritara
lo que ordenaban, le tatuaron esvásticas en los muslos con una hoja de afeitar y
la tiraron a la calle. En un triste laberinto de opuestos, Soledad muere
asesinada en Brasil a partir de la delación de quien fuera su pareja, José
Anselmo dos Santos, el "cabo" Anselmo, infiltrado de los servicios policiales en
los grupos de izquierda que luchaban contra la dictadura.
Por su parte, la maestra desaparecida Elena Quinteros no llegó a conocer que
José Félix Díaz, su esposo y compañero de militancia en el Partido por la
Victoria del Pueblo, se transformó en uno de los principales colaboradores de la
represión.
Opuesta, con relación a muchos de sus jefes, es la situación de los casi cien
militantes montoneros que retornan a Argentina entre 1979 y 1980 en la llamada
"contraofensiva" contra la dictadura. Los que volvieron fueron
detenidos-desaparecidos prácticamente en sucesión a medida que llegaban.
Quienes los mandaron son hoy importantes empresarios como Roberto Perdía y Mario
Montoto, o declaran el éxito de la táctica empleada, como Mario Firmenich. Más
allá de la concepción binaria occidental, los opuestos están entre nosotros. Y
en nosotros.
*** Una rutina de la represión fue utilizar para sí locales incautados a grupos
de izquierda. Muchos de ellos pasaron a ser centros de torturas. Del Movimiento
de Liberación Nacional fueron usados, entre otros, ranchos ubicados en El Pinar,
la Cárcel del Pueblo de la calle Juan Paullier, la casa ubicada en la rambla de
Punta Gorda, llamada "Infierno Chico" por los militares.
Ricardo Percovich recuerda que en 1959 la Compañía de Jesús compró un predio a
medio construir para instalar el noviciado. Después de levantar paredes, plantan
alrededor los primeros pinos. Grande fue su desilusión cuando, tras ser
adquirido en 1968 por el Ministerio de Defensa, se transforma desde 1973 hasta
1985 en el Establecimiento Militar de Reclusión número 2, penal de Punta de
Rieles, centro de alta seguridad para detenidas políticas. Por allí pasaron unas
setecientas mujeres. Los pinos fueron cortados para controlar las inmediaciones.
Hasta el día en que los militares cubrieron las ventanas para que no se viera
hacia afuera -y no entrara luz solar-, el descampado era un recreo para las
presas que, de venir encapuchadas durante meses, podían disfrutar la maravilla
de "mirar lejos".
Ataliva Castillo, carpintero y cañero, trabajó por su parte en la confección de
las puertas de la cárcel de Artigas. Años después estuvo encerrado allí y
lamentaba haberlas hecho tan fuertes.
*** En las mazmorras checoslovacas de la Gestapo, un policía checo dio lápiz y
papel a Julius Fucik para que escribiera, en los meses que restaban para su
ejecución, lo que después fue un conmovedor libro.* Sara Méndez recuerda el
llanto en silencio de un soldado que veía sus heridas infligidas por la tortura
de los militares uruguayos en Argentina. El jesuita Luis "Perico" Pérez Aguirre
se descorrió la capucha pidiendo socorro para una detenida que había caído al
suelo desmayada. Vio entonces al joven custodio con lágrimas en sus mejillas.
Muchos soldados sacaron mensajes para familiares de detenidos, o se arriesgaron
con otros pequeños gestos, mostrando su diferencia. En cuanto a oficiales, casi
quinientos fueron los dados de baja e incluso torturados por oponerse a la
dictadura.
*** Para no declarar ante la justicia, el coronel torturador retirado Manuel
Cordero huyó a Brasil. Allí, su abogado explicó que su cliente no había
concurrido a una citación del juzgado cumpliendo con la orientación médica de
que no debía soportar emociones fuertes ni ser sometido a presión.
Pobre hombre, decía el marino argentino Adolfo Scilingo refiriéndose a su colega
Alfredo Astiz, ante la difusión pública que habían tomado sus crímenes durante
la dictadura. Le arruinaron la vida, agregaba, no puede ni ir a saludar a sus
padres a La Plata porque le gritan cosas.
Pérez Aguirre escribió que una vez en Jefatura, quizás ya anticipando la futura
impunidad, lo torturaron sin capucha. El policía reía cuando Perico decía que lo
perdonaba por lo que estaba haciendo. Ya en democracia, torturador y torturado
se cruzaron dos veces en la calle. En el primer encuentro, Perico, con perdón
infinito, le tendió la mano, que el otro no quiso estrechar. La segunda vez
llegó a preguntarle cómo andaba y esta vez escuchó al torturador confesar su
depresión por la difícil situación que atravesaba ante las investigaciones en
curso.
Patricia, militante montonera como su padre el escritor Rodolfo Walsh, rió con
una risa diferente. Dice el testimonio de un soldado: "El combate duró más de
una hora y media. Un hombre y una muchacha tiraban desde arriba, nos llamó la
atención porque cada vez que tiraba una ráfaga y nosotros nos zambullíamos, ella
se reía. De pronto hubo un silencio. La muchacha dejó la metralleta, se asomó de
pie sobre el parapeto y abrió los brazos. Dejamos de tirar sin que nadie dijera
o lo ordenara y pudimos verla bien. Era flaquita, tenía el pelo corto y estaba
en camisón. Empezó a hablarnos en voz alta pero muy tranquila. No recuerdo todo
lo que dijo. Pero recuerdo la última frase, en realidad no me deja dormir.
'Ustedes no nos matan. Nosotros elegimos morir.' Y se disparó un tiro en la
sien".** *** En 1972 el industrial Sergio Molaguero, secuestrado por la
Organización Popular Revolucionaria 33 Orientales y liberado después de unos
meses, denuncia haber recibido castigos. La OPR, indignada, llega a retener a un
periodista para hacer los descargos.
En 1999 Ulysses Pereira Reverbel edita el libro que escribió en 1971 durante su
segundo secuestro por parte del MLN. En el prólogo justifica la tardanza debido
a que muchas personas que habían leído el original consideraban como "una
condescendencia injustificable" el hecho de que fuese "objetivo". En el libro
describe la preocupación de los médicos que lo atendían ante el severo golpe
recibido en la cabeza al resistirse al secuestro. Cuenta cómo, para distraerlo
del encierro prolongado -catorce meses en una pequeña celda sin ver luz solar- y
ayudarlo en una depresión que padeció, sus captores jugaban a las cartas con él,
le enseñaban series de gimnasia, le daban libros y discutían de política "con
mutuo respeto". Cuenta que cuando lo liberan uno de los guerrilleros dice: "No
salgo. Antes de que me torturen prefiero morir". Por su parte, el colaborador
que llevó a los militares al lugar le pide a Pereira Reverbel que salga con él,
porque si no "me van a matar en el cuartel y después dirán que intenté escapar".
Pereira Reverbel responde "(...) que no debía temer, que sabía cómo actuaban las
fuerzas legales y estaba seguro de que nada le pasaría".
*** Algunos periodistas, a lo largo de estos años, repiten la misma pregunta a
los familiares de detenidos-desaparecidos y asesinados. ¿Hacen las cosas por
venganza? Ellos responden que no. No pedimos que a los asesinos se los mate.
O, para obligarlos a confesar, se los torture. No pedimos que se los queme, se
les arranquen las uñas, los violen, los ahoguen en tachos con excrementos, les
pongan electricidad en los genitales, los tengan parados desnudos sin comida ni
agua durante semanas, sentados en caballetes de metal o con los brazos atados a
la espalda colgados de las muñecas rozando el suelo, mientras médicos constatan
que se puede seguir. Eso lo hacen ellos, confirmando lo que son. Lo que queremos
es que no se olvide. Por amor a los que murieron en sufrimiento. Por amor a las
nuevas generaciones, ya que la impunidad los preserva como futura carne de
tortura y desaparición. Queremos que los que hicieron todo lo que decían querer
evitar sean juzgados. Y que nunca más.
Hablan como testigos de época. No como víctimas. Quien actúa como víctima sigue
dándole poder al victimario, y un buen título de poema reza: "Queda prohibido
llorar sin aprender".*** * Reportaje al pie del patíbulo, Julius Fucik.
Ediciones Casa de Cultura, 1985.
** El tren de la victoria. Una saga familiar, Cristina Zuker, Sudamericana,
2003, primera edición.
*** Pablo Neruda.