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El turno de la justicia - nuevo giro en derechos humanos
Samuel Blixen
Brecha
La opinión presidencial habilita el inicio de dos investigaciones sobre
asesinatos, uno, el de Roberto Luzardo, cometido días antes de la disolución del
Parlamento en junio de 1973 -fecha de inicio para la aplicación de la ley de
caducidad-, y otro, el de la estudiante Nibia Sabalsagaray, ocurrido en junio de
1974, pero en el que participaron elementos civiles que no se benefician de la
ley. A estos dos casos se suman las instancias judiciales por los asesinatos de
Zelmar Michelini y Héctor Gutiérrez Ruiz y la reapertura del archivado "caso
Gelman".
El pronunciamiento presidencial también jerarquizó otras dos iniciativas,
referidas a crímenes cometidos antes del golpe de Estado: los asesinatos de Luis
Martirena e Ivette Giménez, ocurridos el 14 de abril de 1972; y la desaparición
de Héctor Castagneto, el estudiante víctima del Escuadrón de la Muerte que fue
secuestrado en agosto de 1971 (véase nota en página 4). Y es posible que el
nuevo criterio impulse otras denuncias que podrían ser investigadas, de casos
ocurridos antes de 1973, además de otros de los cuales las Fuerzas Armadas no se
hicieron responsables, como el de los cinco militantes del MLN cuyos cuerpos
acribillados fueron encontrados en las cercanías de Soca, en diciembre de 1974,
en un procedimiento tan deleznable como los asesinatos de Rosario Barredo y
William Withelow: si éstos fueron ejecutados a los efectos de sostener la
acusación de que Michelini y Gutiérrez Ruiz eran tupamaros (lo que al parecer
justificaba el crimen), aquellas víctimas de Soca fueron ultimadas para reforzar
la falsa afirmación de que el coronel Ramón Trabal había sido muerto en París
por el MLN, con lo que se encubría la autoría militar de aquel ajuste de
cuentas.
La nueva dinámica sobre los derechos humanos adquiere otra trascendencia
política, porque sobreviene cuando, una vez más, ciertas expectativas originadas
en el seno de las Fuerzas Armadas quedan en nada. El comandante en jefe del
Ejército, Ángel Bertolotti, había promovido una investigación interna para
facilitar al gobierno la información sobre el destino de los cuerpos que fueron
enterrados y después exhumados en el Batallón 13. Quizás a la espera de esa
información, el secretario de la Presidencia, Gonzalo Fernández, retuvo la
información sobre la aparición de un conjunto de huesos hallados en los predios
del cuartel por el equipo de científicos que relevan el terreno. El hallazgo fue
inesperado y provocó inquietud en la oficialidad, que apostaba a que los
científicos no iban a encontrar nada en sus excavaciones, con lo que la
resolución del misterio dependería de lo que resultara de la "investigación"
militar. Algo de eso señaló el inefable Carlos Ramela, representante del
gobierno de Batlle en la Comisión para la Paz, al afirmar que no tenía sentido
excavar en el Batallón 13, un concepto que ya había adelantado el propio
Fernández en un artículo publicado en BRECHA en marzo de 1997: "Remover tumbas
por los cuarteles es una utopía jurídica (.) enrarece el clima y obstruye una
salida política".
Ahora, después de que trasciende que los mandos militares encuentran
inexplicables dificultades para obtener la información a causa de la poca
colaboración de quienes guardan los secretos (algo poco creíble si se descuenta
que los mandos deben haber dictado órdenes al respecto, y las órdenes, soldado,
se cumplen), la documentación sobre los huesos y la actuación de los científicos
fue finalmente entregada al juez Juan Carlos Fernández Lechini, en cuyo juzgado
está radicado el expediente sobre la desaparición de Elena Quinteros que dio
lugar a la indagación sobre el cementerio clandestino en el Batallón 13. Después
de pasados 46 días del hallazgo de los huesos, se sabe que no existe aún un
dictamen oficial sobre si son de origen humano o animal. El perito del Instituto
Técnico Forense Mario Echenique señaló, según información de El Observador, "que
no pudo determinar si son humanos y afirmó que es necesario aplicar otras
técnicas para llegar a un resultado concluyente". Sugestiva incapacidad: en el
propio Instituto Técnico Forense y en la Facultad de Ciencias se afirmó que el
examen es de fácil realización y que no requiere técnicas sofisticadas. Otra
cosa es el estudio del ADN, asunto más complejo desde el punto de vista técnico,
y más delicado desde el punto de vista político, porque esos huesos pueden
esconder la identidad de alguien que no integra la lista de las 26
desapariciones "resueltas" por la Comisión para la Paz, y que por lo tanto no
debería "aparecer" en el Batallón 13 para complicar la historia oficial según el
guión dictado por Jorge Batlle.
LAS DERIVACIONES DEL VUELCO.
Cualquiera sea la razón de esa "desaparición" de los huesos durante un mes y
medio (en su momento se dijo que fueron enviados al exterior para su análisis),
todo el escenario sufrió un vuelco con la determinación presidencial: los huesos
recalaron finalmente en el juzgado, que aparentemente retomaría la conducción de
las investigaciones, mientras otros magistrados avanzan con sus respectivas
actuaciones. No es menor el hecho de que el coronel retirado Carlos Calcagno
haya concurrido, sin que se produjeran problemas, al despacho del juez Rolando
Vomero para declarar sobre las circunstancias de los asesinatos de la calle
Amazonas, en abril de 1972. Calcagno, un oficial involucrado en la desaparición
de Gustavo Inzaurralde y Nelson Santana, en Paraguay, en 1977, estuvo presente
cuando el comisario Hugo Campos Hermida asesinó a sangre fría a Ivette Giménez y
Luis Martirena, después de que éstos habían sido detenidos en el interior de su
casa de Malvín; Calcagno no está involucrado directamente en esos asesinatos,
pero su testimonio puede ser decisivo para desmontar la historia de que el
matrimonio murió durante un enfrentamiento.
Vomero también investigará la desaparición de Castagneto, un caso en el que no
se aplica la ley de caducidad por haber ocurrido antes del golpe de Estado y que
puede desembocar en el procesamiento de sus responsables, porque la desaparición
forzada es un delito continuado. En cambio, la apertura de las otras dos
investigaciones, la de los asesinatos de Luzardo y Sabalsagaray, plantean
algunos problemas jurídicos que seguramente explotarán los abogados defensores.
Tratándose de asesinatos, el plazo para el castigo, es decir la prescripción, se
completó el 1 de marzo último, exactamente el día en que Vázquez anunciaba su
nueva política de derechos humanos. Descontados los años de dictadura, en que no
existían garantías para el ejercicio de la justicia, el 1 de marzo de 2005 se
cumplieron los 20 años que facilitan la prescripción. Los magistrados deberán
decidir, entonces, dos cuestiones: una, la obligación de investigar, determinar
los hechos y las responsabilidades, antes de proclamar la prescripción del
castigo (porque primero hay que demostrar el crimen y fundamentar la
culpabilidad de los implicados); y dos, la responsabilidad de resolver un
conflicto que se viene dilatando y que se refiere a la aplicación de las normas
internacionales convalidadas por el Estado uruguayo; se trata de definir estos
delitos cometidos en aplicación del terrorismo de Estado como crímenes de lesa
humanidad y, como tales, imprescriptibles e inamnistiables.
Sería una forma de compensar el silencio y la inacción que la justicia evidenció
durante estos 20 años de democracia.
En el caso de la desaparición de María Claudia García de Gelman, que el
presidente Vázquez se apresta a declarar fuera del alcance de la ley de
caducidad, se instalará seguramente otro contencioso, porque el fiscal de la
causa, Enrique Moller, ya ha adelantado que mantendrá su opinión inicial en el
sentido de que el caso está amparado por la caducidad. Así se entablaría una
paradoja, puesto que el Estado, en la opinión del presidente de la República,
sostiene lo contrario que el fiscal. Moller, un magistrado que se arrogó el
derecho de interpretar el espíritu de los legisladores a efectos de ampliar la
caducidad más allá del texto de la ley, se ha revelado, en el episodio de la
desaparición de María Claudia y el secuestro de su hija María Macarena, como un
incondicional protector del ex presidente Batlle. El ex mandatario había
confesado al senador Rafael Michelini que sabía que el asesino de María Claudia
era el coracero retirado Ricardo Medina Blanco. Ese conocimiento podía
concretarse en complicidad si el presidente no denunciaba a Medina, tal como era
su obligación en su carácter de funcionario público.
Para evitarle problemas, Moller se adelantó a proclamar la caducidad para el
caso Gelman.
Pero el juez de la causa, Gustavo Mirabal, reclamó un pronunciamiento expreso
del presidente. Batlle se "autocaducó" y ordenó archivar el expediente. Ahora,
su sucesor estima que el caso Gelman no está amparado por la caducidad, y el
abogado del poeta Juan Gelman ha reclamado la reapertura de las investigaciones,
con lo que la posición de Batlle retrocede algunas casillas. José Luis González
González ha anunciado que si el juez ordena la reapertura del caso, entonces
Batlle será uno de los primeros citados a declarar. También pasarán por el
juzgado muchos de los componentes de la banda de comandos del Cóndor que
perpetraron casi todos los crímenes de lesa humanidad, en Uruguay, en Argentina
y en Paraguay contra prisioneros uruguayos.
Frente a estas expectativas, la "incapacidad" de los mandos para averiguar qué
pasó con los desaparecidos y la "ofensiva" de investigación en los juzgados a
partir del pronunciamiento del presidente, reaparecieron -cuándo no- los
"planteos" militares. Particularmente el viceministro de Defensa, José Bayardi,
fue interpelado en términos duros durante una conferencia que dictó el miércoles
15 para oficiales retirados en el Centro de Estudios Académicos. Los "reproches"
de los oficiales por la pervivencia de concepciones marxistas en sectores del
gobierno y la presencia de tupamaros en el elenco oficial secundaron los
trascendidos sobre la "preocupación" en filas castrenses (según Búsqueda de
ayer, jueves, el general Bertolotti anunció que el Ejército evalúa replantear su
relación con el gobierno ante "un cambio de escenario" en materia de derechos
humanos).
Ambos recursos ya han perdido su fuerza, por la reiteración a lo largo de las
décadas, y porque ahora tales maniobras no cuentan con presidentes dispuestos a
amplificar las "preocupaciones" que aluden a los peligros de "volver a los
tiempos oscuros", un recurso predilecto de Julio María Sanguinetti para
alimentar el temor en la población. Los vientos soplan desde otro cuadrante; son
vientos de renovación y cambio los que impulsan la derogación de las leyes de
obediencia debida y punto final ordenada por la Suprema Corte de Justicia
argentina, y que promovió adhesiones incondicionales del comandante en jefe del
Ejército, general Roberto Bendini, quien interpretó el fallo como fundamental
para conocer la verdad y obtener el reencuentro social. Más todavía: reclamó la
anulación de los indultos concedidos por Carlos Menem porque, a su juicio,
podría ocurrir la injusticia de que fueran castigados los oficiales que actuaron
pero no los mandos que ordenaron (véase página 37). La responsabilidad de los
mandos: otra puerta por abrir para ventilar la impunidad detrás de la caducidad.
La ley perdona a quienes ejecutaron las órdenes, pero no dice nada de quienes
las dieron. Reclamar la responsabilidad de los mandos sería una forma de
adecuarse a los tiempos.