Como si les sobrara, Bolivia y Ecuador dilapidan capital político.
La cuota de asombro que pareció colmada en 1997 cuando Hugo Banzer fue electo
presidente, devino perplejidad al acceder al poder Sánchez de Lozada, segundo
mandatario latinoamericano, después del cubano Tomás Estrada Palma que hablaban
castellano con acento inglés y alarma cuando se llamó de "de izquierda" a Lucio
Gutiérrez. Muy preocupantes fueron las bengalas que saludaron la llegada al
poder de Carlos Mesa.
El hecho de por sí muy extraño e incluso discutible, de derrocar a un presidente
oligarca e impopular para poner en su lugar al vicepresidente, igualmente
oligarca, aunque menos impopular por no haber sufrido el desgaste de gobernar,
es un magro resultado de vastas movilizaciones populares.
El hecho de que más de medio siglo después el movimiento popular boliviano, por
medio de la insurrección, instale en el poder a elementos que están a la derecha
de Juan Lechín y son menos radicales que Paz Estenssoro, son, como mínimo,
incoherentes con la lógica de la historia.
Las movidas de Lucio Gutiérrez y Carlos Mesa me recordaron la revolución del 30
en Cuba, cuando un formidable movimiento popular echó a un sanguinario dictador
y permitió que Batista se apoderara del poder. La diferencia es que aquellos
hechos ocurrieron hace 70 años.
Desde entonces corrió mucha agua bajo los puentes y se derramó mucha sangre en
las luchas sociales y políticas del continente, triunfó la revolución cubana y
las oligarquías ligadas al imperio respondieron al movimiento de liberación
nacional con dictaduras de orientación fascista, que a puro plomo contuvieron al
movimiento popular para luego dar paso a las democracias tuteladas al estilo de
las de Menem y Fujimori, Frei y otros.
Soy de los que creen que el movimiento revolucionario no tiene un destino único,
sino que más bien se trata de un camino que cada proceso recorre a partir de sus
realidades y prioridades hasta alcanzar sus propias metas. También son
específicas las experiencias y los traumas que forman la historia política de
cada país, sus victorias y fracasos y las cicatrices que recuerdan errores y
malos momentos.
Incluso dentro del capitalismo todavía se puede luchar contra la pobreza, poner
fin a la dependencia y el satelismo, aumentar las cuotas de participación
popular y terminar con la escandalosa exclusión de las mayorías, establecer
márgenes aceptables de justicia social y realizar una obra social que no es
incompatible con la propiedad privada ni con la democracia representativa.
En esos empeños puede haber espacios para las burguesías nativas, los militares
honestos, la clase media y el empresariado nacional y existen zonas para el
populismo de buena ley e incluso para algunos raros políticos tradicionales
ligados a enfoques patrióticos.
En la lucha revolucionaria y popular son legítimos los programas mínimos, cuya
consecución obran como peldaños en el ascenso histórico y aunque lamentables
existen también las derrotas y los retrocesos.
Lo que no tiene futuro es la demagogia estilo Gutiérrez ni pueden haber
confusiones acerca de quiénes son aliados estratégicos y quiénes compañeros de
viaje y aunque en determinadas coyunturas pueden ser eficaces, los reajustes
palaciegos y los enroques cortos o largos, raras veces lograron satisfacer las
necesidades y aspiraciones de las masas.
De la experiencia cubana rescato los desvelos de los hermanos Castro y del Che
Guevara, extremadamente cuidadosos para no arriesgar a las fuerzas
revolucionarias y a los cuadros en combates de escaso significado o dudosos
resultados y su crítica a cualquier intento de involucrar a las masas en
acciones no suficientemente justificadas. Lenin y Trotski cuidaban como la niña
de los ojos a la organización y a los cuadros.
No hay excusa para la ingenuidad. La oligarquía y el imperio están vivos y
alertas; el Cóndor y la CIA no son cosas del pasado y a su amparo crecen los
bonapartistas degenerados prestos a convertir el sable del militar en cuchilla
de verdugo.
No me gusta, porque es machista y pido perdón para recordar una sentencia que es
aplicable también a los hombres ingenuos:
"Ni a las naciones ni a las mujeres se les perdona el momento de debilidad en
que una aventurero pudo seducirlas"
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*El autor, es cubano, reside en La Habana donde es profesor de la sede Cerro de
la Universidad de La Habana y colaborador de la prensa nacional y extranjera.