Latinoamérica
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De "La Hojilla" a Marx. ¿Qué es la militancia?
Antonio Doctor
Rebelión
Estoy siguiendo con gran interés el revuelo que se ha levantado la
eliminación de "La Hojilla" de la Televisión Venezolana, así como otros
artículos aparecidos en Aporrea denunciando las tensiones que están apareciendo
dentro (y fuera) del MVR entre los que pretenden dirigir la revolución bajo
consignas estrictamente partidarias y los que no siguen consignas si no
coinciden con su propia apreciación de la situación. Y no resisto a la tentación
de poner mi granito de arena en este debate, con la sana intención de contribuir
a aclarar las claves de este proceso, apoyándome en las lecciones que nos ha
proporcionado la historia de las anteriores revoluciones de parecido signo.
Vaya por delante que al creador de "La Hojilla" lo conocí a través de Internet,
cuando La Hojilla salía solamente en la citada Web. Era cuando inicie la
andadura de una página Web: Doctorlandia. com y le pedí permiso para utilizar
una caricatura que publicó en Aporrea con un hombre con el pelo blanco que se
parecía mucho a mí. Me contestó diciendo que esa caricatura era de su padre, ya
fallecido, un emigrante gallego, del cual había recibido grandes lecciones. Yo
seguía con interés su "Hojilla" de la página Web, que daba siempre en el blanco.
Le perdí la pista cuando se pasó a la Televisión. Cuando estuvimos, mi esposa y
yo en Caracas (en abril de 2003, con motivo del Encuentro Internacional) intenté
localizarlo e incluso hablé con él por teléfono, pero no pudimos encontrarnos.
Al parecer andaba muy ocupado.
Quiero centrar la atención en un punto que considero capital para este análisis:
Esa resistencia al cambio y ese camaleonismo de los que tenemos alrededor (sean
jueces, políticos, policías, funcionarios de cualquier punto de la escala e
incluso nuevos desconocidos que se integran en las asociaciones populares para
medrar) la vamos a encontrar sea cual sea la bandera que enarbolemos, con tal de
que esa bandera se haya impuesto sobre las demás. Donde vas Vicente, donde va la
gente. Al chavismo, pues al chavismo. ¿Qué discurso hay que aprenderse? Si me
apuran, lo recito mejor que el propio Chávez. Y a vivir, o sea, a prosperar.
Este cinismo pasa de debates ideológicos e incluso de las particulares de cada
proceso revolucionario, en el sentido más amplio de la palabra. Lo hemos visto
en Rusia, tras una insurrección popular, lo hemos visto en China, tras una Larga
Marcha y la tomada de las ciudades por los campesinos en armas y la hemos visto
en Cuba con el triunfo de una guerrilla. (La situación mundial ha cambiado mucho
y es posible y altamente deseable que Cuba no acabe como los países
ex-socialistas.) Esto es como una apisonadora que pulveriza toda "teoría
revolucionaria", este es el muro invisible, pero de piedra con el que tropezaron
todos los constructores de lo que rápidamente se transformaron en "cartillas
revolucionarias", incluso muy a su pesar.
Recordemos a Lenin, recomendando a los miembros del partido que se leyesen todas
las actas de las reuniones para entender el porque de las disensiones dentro del
partido, (¿cuántos lo hicieron?) o afirmando (en un estudio sobre Hegel que no
encuentro en este momento, con la biblioteca en estado caótico) que no se puede
comprender el marxismo sin haber leído de cabo a rabo la "Lógica" de Hegel.
(¿Cuántos se han dado al trabajo de iniciarla siquiera?). Tomemos un aspecto de
su crítica a la realidad que se repite muy frecuentemente en buena parte de sus
escritos, que fue escrita en medio de una lucha social semejante a la que
atraviesa ahora Venezuela:
"Sí, esta conciencia sé halla oscurecida hasta lo increíble. Con nuestros
métodos artesanos de trabajo hemos comprometido el prestigio de los
revolucionarios en Rusia: en esto radica nuestra falta capital en materia de
organización. Un revolucionario blandengue, vacilante en las cuestiones
teóricas, limitado en su horizonte, que justifica su inercia por la
espontaneidad del movimiento de masas, más semejante a un secretario de
tradeunión que a un tribuno popular, sin un plan audaz y de gran alcance que
imponga respeto incluso a sus adversarios, inexperto e inhábil en su arte
profesional (la lucha contra la policía política), ¡no es, con perdón sea dicho,
un revolucionario, sino un mísero artesano!
Que ningún militante dedicado al trabajo práctico se ofenda por este duro
epíteto, pues, en lo que concierne a la falta de preparación, me lo aplico a mí
mismo en primer término. He trabajado en un círculo que se asignaba tareas
vastas y omnímodas, y todos nosotros, miembros del círculo, sufríamos lo
indecible al ver que no éramos más que unos artesanos en un momento histórico
en que, parafraseando el antiguo apotegma, se podría. decir: ¡Dadnos una
organización de revolucionarios y removeremos a Rusia en sus cimientos! Y
cuanto más frecuentemente he tenido que recordar el agudo sentimiento de
vergüenza que experimentaba entonces, tanto más se ha acrecentado en mí la
amargura sentida contra esos seudosocialdemócratas, cuya propaganda "deshonra el
nombre de revolucionario" y que no comprenden que nuestra obra no consiste en
abogar por que el revolucionario sea rebajado al nivel del artesano, sino en
elevar a éste al nivel del revolucionario." (Obras escogidas. Editorial
Progreso, pág 223)
Más preguntas: ¿Cuántos de los que se dicen leninistas, han cambiado sus hábitos
de vida para seguir a rajatabla estos consejos? Para la mayoría aplastante de
los seres humanos, que se mueve en la más rampante mediocridad, las exigencias
de Lenin en su afán por formar una vanguardia que lo sea realmente, (en su
sentido más estricto, como "parte de un ejército que va delante de los demás",
nunca en el sentido que ha adquirido después esta palabra, como si la vanguardia
definiese a los que dirigen a los demás) suenan como dirigidas a otras
personas. Y son muchos los que las aplauden y repiten hasta la saciedad, pero
sin sentirse afectados en su vida social, personal y familiar. Y el resultado
puede venir a ser exactamente el contrario de lo que se pretendía. Veamos como:
Las tesis de Lenin tienen como fundamento la construcción de un partido. Esto
hace que esa vanguardia se entienda como algo que se forma dentro del
partido. De ahí a invertir los términos hay solo un paso: Yo estoy en el
partido, por lo tanto, soy la vanguardia. Y consecuentemente, no reconozco
ninguna vanguardia externa. Ahora bien, igual que en el Ejercito, a la hora de
elegir una avanzadilla, una vanguardia, se elige a los soldados más preparados,
más dispuestos, mejores conocedores del terreno, etc., en un movimiento de lucha
social, son estas mismas cualidades las que deben exigirse para formar esa
vanguardia. Pero, a diferencia del Ejército, aquí no hay una jerarquía que
determina que personas son las que las poseen. Los líderes surgen, a veces
donde menos se espera, y es su disposición a la lucha y el grado de sintonía
entre sus palabras y sus hechos los que permiten a los demás, a los que quieren
trabajar pero sin ponerse a la cabeza, separar la paja del trigo, distinguir
entre los que se entregan a la revolución y los que quieren figurar o medrar.
Este proceso, que podríamos llamar natural, se deforma y obstaculiza cuando en
él participan partidos de izquierda convencidos de ser la vanguardia y
dispuestos a luchar por que se les reconozca como tales. Luchar en dos frentes:
Uno, contra los otros partidos rivales que también dicen ser la
vanguardia, otro, incluso más virulento, contra los que sin pertenecer a ningún
partido quieren participar, hacer propuestas, etc. En esto se ha llegado a tal
grado de degradación, que además de hacer un frente común con los otros partidos
contra los "espontáneos", por llamarlos así, los militantes han llegado a tal
grado de ceguera, que no conciben un luchador nato que no esté integrado en
ningún partido y cuando tropiezan con alguno no pueden entenderlo y lo
consideran como un topo de la policía o un infiltrado de otro partido. Esto
puedo afirmarlo con rotundidad por haberlo sufrido en mis carnes durante nada
menos que 20 años trabajando en una multinacional del automóvil. Todos los
"marxistas" que se pelean entre sí por ser "la vanguardia", se hicieron una piña
contra el "intruso". El pueblo, los trabajadores no pueden poner su confianza y
colaborar con aquel que no es de uno de sus partidos, haga lo que haga. Nadie,
en ese mundillo puede ser portador de ideas propias, solo se recibe a los que
adeptos a una disciplina partidaria.
Triste conclusión: Los partidos que se consideran a si mismos la vanguardia son
hoy los que están frenando las luchas al impedir la formación de verdaderas
lideranzas salidas del pueblo. No hay mas que echar una mirada a los
acontecimientos que se han sucedido en diversos países de América Latina en los
últimos años (Argentina, Bolivia, Venezuela, Ecuador, Peru) para constatarlo. No
dudo que haya militantes de esos partidos con los ojos y oídos abiertos a las
iniciativas populares, pero son honrosos casos individuales, no representativas
de los partidos como tales. Son demasiados los "chavistas" y los "marxistas"
que, convencidos de ser los portadores de la Verdad, de la Buena Nueva, no
conciben que del pueblo llano puedan surgir, en momentos determinados, mejores
propuestas que las suyas. Hay que derribarlos de sus pedestales y recordarles
que Marx, sabedor de la imposibilidad de encerrar la historia del desarrollo
humano en planes preconcebidos, nunca se ocupó de hacer futurismo respecto a los
procesos revolucionarios en ciernes. Se limitó al ¡Proletarios de todos los
países, unios!