Latinoamérica
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De paramilitares hablamos
Juan Carlos García
Rebelión
No le cayó nada bien al Presidente Álvaro Uribe el ser públicamente, otra
vez, sindicado por sus críticos de beneficiar a las fuerzas paramilitares
de las Auc, con las que su gobierno mantiene unas turbias negociaciones de paz,
ya harto deficientes. No propiamente sus críticos eran tristes figuras del
momento o cuando menos Ong´s; entre ellos se contaban líderes partidistas con
altas apetencias presidenciales y no pocos intereses electorales. La
polarización es un hecho.
Sin embargo, esta vez la nueva rabieta presidencial no tuvo el eco que el
inquieto y últimamente presumido gobernante esperaba. Y no lo fue porque luego
de 33 meses de llevar las riendas del país, cual capataz de hacienda, ve caer
sobre él un desgaste que no esperaba. O cuando menos, esperaba seguir ocultando.
La última encuesta impresa en el diario de su jovial vicepresidente el domingo
15 de mayo le reconoce, entre otras, una caída tendencial de ocho puntos
porcentuales en la favorabilidad de su política de seguridad democrática contra
las Farc-ep. Ahora, mientras continúa con su estilo pendenciero de su natal
Antioquia, que tanto los medios de comunicación uribista alaban, reafirma hasta
la saciedad que su gobierno ha tenido unos contundentes "resultados" contra
el paramilitarismo. Según el aludido personaje "este no es un gobierno
paramilitar". El análisis político, contrariamente a la fuerza apabulladora de
la investidura presidencial y el favoritismo de las encuestas sin nombre, dice
otra cosa muy distinta. Lo que reveló la locuacidad de su regaño público fue su
inocultable preocupación por lo que digan y hagan los pretendientes del
sillón presidencial ahora cuando se reconoce que va cuesta abajo. Cuando menos
se cuentan cinco entre ellos.
Si repasamos lo que ha sido su gobierno en términos de "resultados"
político-militares el año 2005 no sale bien librado; apenas vamos por el quinto
mes. Reparamos pues en la eficiencia de la todopoderosa seguridad democrática,
apadrinada política y económicamente por la Casa Blanca de corte republicana. Se
sabe que la ofensiva militar contra la retaguardia de las insurrectas Farc
inició, o continuó mejor, con la "seguridad para todos" que publicitó en su
Manifiesto Democrático por allá en el 2002 en los previos a la elección
presidencial de primera vuelta. Se oficializó como política estatal cuando las
Fuerzas Militares vigorizadas con la seguridad democrática estrenaron la
iniciativa más grande en la historia de Colombia contra las guerrillas
bolivarianas comandadas por el campesino Manuel Marulanda Vélez localizadas al
sur del país, el llamado Plan Patriota. Un analista de cabecera del
régimen, antiguo consejero de seguridad, Alfredo Rangel, le reconoce en un
balance militar que realizó y esbozó en El Tiempo más efectividad a las
FF.MM durante los dos últimos años del mandato Pastrana que con los dos primeros
del gobierno Uribe. Y eso viniendo de quien viene deja mucho qué decir. Más
cuando el citado analista suma un hecho demostrable empíricamente: las Farc
estaban en una "retirada táctica" durante los años 2002-2004; durante ese lapso
se acomodaron y economizaron fuerzas, al tiempo que estudiaban la situación
presentada por la seguridad democrática. El año 2005 vendría a reinaugurar una
nueva etapa de ofensiva por parte de las Farc, concluye Rangel. Los contundentes
hechos relatados en Iscuandé Nariño y Toribío Cauca, semanas atrás, dan peso al
poder de sus palabras. Eso en lo que tiene que ver con respecto a la mayor
oposición armada, terrorista o no.
Por el lado de los paramilitares la situación pinta igual. Después de ser
comandados por Carlos Castaño Gil, desaparecido del panorama nacional en
confusos hechos no del todo esclarecidos y por los cuales nadie ha esgrimido
parte de responsabilidad, las Auc ante un gobierno de clara estirpe de derecha,
entra a negociar su desmovilización; o si se quiere su institucionalización.
No fue bandera electoral del candidato Uribe, es cierto; fue consecuencia de la
pretenciosa seguridad democrática: ahora los paramilitares no cumplirían la
misma función que antes, cuando el Estado se veía disminuido por las iniciativas
guerrilleras en las selvas del país en días señalados como de guerra de
posiciones. En la lógica de la guerra se requiere sencillamente economizar
tropa. Ya las Fuerzas Militares cuentan con un nutrido número de cientos de
miles, integrantes entrenados y financiados por los Estados Unidos. De ahí que
la preocupación máxima del régimen sea copar los espacios dejados por los
paramilitares, ya que se entiende que no es lo mismo un enfrentamiento militar
con la guerrilla que una ejecución extrajudicial a manos de las temerarias Auc.
Para salir airoso del cuestionamiento nacional e internacional por un proceso
sin justicia alguna el gobierno ha tenido que vérselas con críticas salidas
incluso desde su misma coalición parlamentaria. Se habla de divisiones y de
pretensiones personalistas al interior del equipo gubernamental, antes
monolítico; ahora segmentado. Después de sacarle el quite a la iniciativa de
"justicia, verdad y reparación", como le llamaron al proyecto salido del
Congreso que resarcía en algo a las víctimas de las acciones paramilitares,
millares ellas, se pasó con apoyo explícito del gobierno en cabeza de un
sinvergüenza, el Consejero de Paz, Luís Carlos Restrepo, al proyecto de
"justicia y paz". Éste faculta a las Auc desmovilizadas para salir indemnes de
todo crimen de lesa humanidad cometido contra la población civil en sus mejores
días, amén de su aritmética riqueza conseguida bajo la consigna de "defender el
Estado". La impunidad, dicen los que saben, cobijaría con ello a los escuadrones
paramilitares que continúan con su accionar delictivo pese a la supuesta
suspensión de toda acción bélica contra los civiles, según ha comunicado sin
sonrojo alguno el delegado de la OEA, Sergio Caramagna.
Es a propósito de este velado proceso a favor de las Auc que la crítica nacional
e internacional se ha puesto de presente en más de una ocasión. La crisis
humanitaria parece que no tiene dolientes. Ante tales recriminaciones al
gobierno por permisivo y auspiciador del crimen la desmedida respuesta de Uribe
se hizo sentir en plena época preelectoral, no por casualidad defendiendo
con su discurso al paramilitarismo y señalando a los demás de "mancillar este
gobierno". Sólo que tales palabras se conectan con el deseo muy personal del
titular del gobierno de continuar por espacio de cuatro años más presidiendo los
destinos de los colombianos a sabiendas de que sus primeros años han sido tanto
o más negligente que la del mismo señor Pastrana, que ya es mucho decir.
La opinión nacional e internacional tiene que saber, a propósito, lo que se está
tejiendo en Colombia por medio de un discurso altisonante y bellaco del cual se
sirve hasta el Presidente para ocultar sus complacencias políticas. Pero
reconózcase algo: si se resquebraja, como hasta ahora, la política de seguridad
democrática téngase plena conciencia de que quien aparenta hoy ser el más
democrático de los presidentes, terminará como el más despreciado de los
tantos que han sido. Y han pasado muchos.