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Y bajaron los paramunos…
Aurelio Suárez Montoya
MOIR
El pasado jueves 5 de mayo, la ciudad de Bogotá presenció una marcha de
varios miles de campesinos y campesinas pobladores de los páramos de
Cundinamarca. De todas las edades, con sus atuendos autóctonos de tierra fría,
de ruana y sombrero de fieltro, con las mejillas coloradas y sus gargantas a
viva voz desfilaron para recordar a quienes promueven y confeccionan las leyes y
medidas legales que ahora se están expidiendo y que atañen a la existencia de
los habitantes de dichas zonas, que ellos harán valer su derecho a la vida, a la
propiedad y al trabajo que, entre otros, se ven amenazados en medio del diluvio
legislativo que está transcurriendo.
La intimidación que les causan los textos difundidos hasta ahora de la Ley de
Páramos, de la Ley de Agua y de la Ley Forestal es razonable. En la primera de
ellas, las actividades productivas tradicionales como agricultura y ganadería
quedarían prohibidas a más de 3.000 metros de altura y, si bien, el actual
ponente en la Cámara, Marco Tulio Leguizamón, ha introducido cambios más
favorables, la Ley aún carece de los bloqueos suficientes a fin de que las
autoridades locales o las Corporaciones Autónomas no puedan operar con
arbitrariedad procediendo a declarar con supuestos fines ecológicos como 'bienes
de interés público'a las parcelas campesinas ubicadas en esas alturas y colgar
sobre ellas la guillotina de la expropiación.
En la Ley Forestal (o de Bosques) existen vacíos sobre las opciones reales para
los pequeños productores: su permanencia en las áreas cuyo uso del suelo se
destine para este tipo de explotación al no considerarse el bosque nativo para
tal efecto. Todavía parece que se está legislando solamente para los
inversionistas de la industria maderera, nacionales o foráneos, con proyectos
rentables en ese campo. Y vale recordar lo que Manuel Rodríguez, presidente de
la Conferencia Mundial de Bosques ha advertido: que los primeros interesados son
'las mismas multinacionales que arrasaron el bosque tropical del sureste
asiático'.
En cuanto a la Ley Marco de Aguas, aunque todavía no se inicia en firme la
discusión, el proyecto radicado deja ver sus 'orejas de lobo' cuando fija el
aprovechamiento del recurso hídrico con fines de lucro y garantías y horizontes
de rentabilidad. Tal parece que a quienes escudriñan tales oportunidades, que
según cuentas son los mismos que buscan la 'dimensión económica y financiera' de
los páramos, les estorban los lugareños tradicionales, casi todos ellos pobres,
a quienes con señalamientos draconianos se les acusa en la nueva Inquisición
ambiental como depredadores por naturaleza.
Aunque las modificaciones a estas leyes pueden dialogarse y es de esperar que se
transen respetando los derechos ciudadanos fundamentales, lo que rebosó la copa
en Cundinamarca fue la declaratoria como Reserva Natural que la CAR intenta
hacer en poco tiempo de 14.000 hectáreas de algunos de los páramos de ese
departamento. Así, la subsistencia de los productores agropecuarios de dichas
áreas queda en entredicho.
Adicionalmente, el TLC viene a reforzar el despojo de estos campesinos. No sólo
por el capítulo de comercio de Agricultura que va a favorecer el ingreso fácil
de géneros gringos tanto como materia prima como procesados, sino porque en él
además se concretan las posibilidades de 'mercado para los servicios
ambientales'. Aparte de esto, en el TLC se plasmarían las 'estrategias
financieras' que ansiosos tecnócratas neoliberales e inescrupulosos mercaderes
esperan para comerciar con cuanto tengan a mano.
En Colombia marchan los indígenas, se expresan los arroceros, se movilizan los
trigueros para apenas nombrar a los sectores que más recientemente han expuesto
sus dolamas y temores ante el futuro incierto. Ahora lo hacen los paramunos a su
manera, los del mismo tipo de quienes hace dos siglos engrosaron las filas
libertarias cuando éstas atravesaron el célebre Pisba, gritando con entusiasmo
como el pasado 5 de mayo en Bogotá: 'Queremos chicha, queremos
maíz…multinacionales fuera del país…'.